Sangre de tinta (60 page)

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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

BOOK: Sangre de tinta
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—¿De veras? —Dedo Polvoriento soltó una risita ahogada—. Eso le encantará al Príncipe. Bien, vámonos, ya es hora de largarse.

—¿Largarse? —Dedo Polvoriento sintió cómo los dedos de Farid se aferraban a su brazo—. ¿Por qué? ¡Podríamos escondernos, el castillo es tan grande que nadie nos encontraría!

—¿Ah, sí? ¿Y qué pretendes hacer aquí? Meggie nunca se irá contigo, ni aunque la hagas atravesar por arte de magia las puertas provistas de rejas. ¿Has olvidado el trato que se propone establecer con Cabeza de Víbora? Resa afirma que cuesta semanas encuadernar un libro. Cabeza de Víbora no tocará a ambos ni un solo pelo de sus cabellos hasta disponer del libro. ¡Así que vámonos! Es hora de buscar al Príncipe. Tenemos que contarle lo de Pájaro Tiznado.

Fuera todavía estaba oscuro, como si se resistiera a amanecer. Esta vez salieron por la puerta del castillo con un grupo de miembros de la Hueste de Hierro. A Dedo Polvoriento le habría encantado saber hacia dónde partían, tan entrada la noche. «Ojalá que no vayan a la caza del Príncipe», pensó, maldiciendo a Pájaro Tiznado por su delación.

La Hueste de Hierro se alejó al galope por el camino que desde la Montaña de la Víbora conducía al bosque. Dedo Polvoriento, muy quieto, los seguía con la mirada cuando de pronto se le abalanzó algo peludo. El susto lo hizo tropezar con una de las horcas. Dos pies oscilaban por encima de él. Gwin se aferraba a su brazo con la misma naturalidad que si su amo hubiera gozado siempre del don de la invisibilidad.

—¡Maldita sea! —notaba su corazón desbocado cuando agarró a la marta—. ¿Es que te has propuesto matarme, bicho asqueroso? —la increpó enfurecido—. ¿De dónde has salido?

En respuesta, Roxana abandonó las sombras de la muralla del castillo.

—¿Dedo Polvoriento? —susurró mientras sus ojos buscaban su rostro invisible. Furtivo asomó entre sus piernas y alzó el morro, venteando.

—¿Claro, quién iba a ser? —tiró de ella y la apretó contra el muro para evitar que los centinelas de las almenas la vieran.

Esta vez no le preguntó por qué los había seguido. Estaba muy contento de su presencia. Aunque su expresión de alivio le recordase por un momento el rostro de Resa… y a su tristeza.

—Aquí no podemos hacer nada de momento —le susurró él—. ¿Sabías que Pájaro Tiznado es un huésped bien recibido en el Castillo de la Noche?

—¿Pájaro Tiznado?

—Sí. Malas noticias. Cabalga de regreso a Umbra. Ocúpate de Jehan y Brianna. Yo buscaré al Príncipe Negro y le pondré al corriente del pastel.

—¿Y cómo piensas encontrarlo? —Roxana sonrió, como si vislumbrara su expresión de desconcierto—. ¿Quieres que te lleve con él?

—¿Tú?

—Sí —arriba, los centinelas se gritaron algo. Roxana tiró de Dedo Polvoriento acercándolo más a la muralla—. El Príncipe vela mucho por su Pueblo Variopinto —susurró ella—. Y, como podrás suponer, no gana con actuaciones en los mercados el oro que necesita para inválidos y ancianos, viudas y huérfanos. Sus hombres son hábiles cazadores furtivos y el terror de los recaudadores de impuestos, tienen escondrijos por todo el bosque y a menudo heridos y enfermos… Pero Ortiga no quiere saber nada de bandoleros, las mujeres de musgo, tampoco, y los bandidos no se fían de la mayoría de los barberos. Así que, de vez en cuando, acuden a mí. El bosque no me da miedo, he visitado sus rincones más recónditos. Heridas de flecha, huesos rotos, una tos grave… sé curar todo eso, y el Príncipe confía en mí. Para él siempre he sido la mujer de Dedo Polvoriento, incluso cuando me casé con otro. A lo mejor tenía razón.

—¿La tenía? —Dedo Polvoriento se volvió, sobresaltado. Un carraspeo resonó en la noche.

—¿No dijiste que teníamos que irnos antes de la salida del sol? —le reprochó Farid.

Por las hadas y el fuego… se había olvidado del chico. Farid tenía razón. La mañana se aproximaba, y la sombra del Castillo de la Noche sin duda no era el lugar más apropiado para hablar de maridos muertos.

—De acuerdo. ¡Coge a la marta! —murmuró Dedo Polvoriento—. ¡Pero no vuelvas a tener la osadía de darme semejante susto de muerte! ¿Entendido? O no volveré a permitir que te hagas invisible.

LA TEJONERA

«Oh, Sara. Eso parece un cuento.»

«Es un cuento, todos nosotros somos un cuento; tú, yo, miss Minchin.»

Francis Hodgson Burnett
,
La princesita

Farid seguía a Dedo Polvoriento y a Roxana en medio de la noche con una expresión seguramente tan sombría como el cielo por encima de ellos. Le dolía dejar a Meggie en el castillo, por muy razonable que fuera. Y ahora encima Roxana los acompañaba. Sin embargo, no le quedó más remedio que reconocer que sabía de sobra adonde se dirigía. Muy pronto hallaron el primer escondrijo, bien oculto detrás de unos zarzales espinosos. Pero estaba abandonado. En el siguiente se toparon con dos hombres. Desconfiados, sacaron sus cuchillos y no los devolvieron al cinto hasta que Roxana habló con ellos un buen rato. Quizá percibían la presencia de Dedo Polvoriento y de Farid, a pesar de su invisibilidad. Por fortuna, Roxana había curado en cierta ocasión una grave úlcera a uno ellos, y éste le reveló el paradero del Príncipe Negro.

Tejonera. Farid creyó oír la palabra en dos ocasiones.

—Su escondrijo principal —precisó Roxana—. Deberíamos estar allí al amanecer. Pero me han prevenido. Por lo visto vienen soldados de camino, muchos soldados.

A partir de entonces, Farid creyó percibir a lo lejos el tintineo de espadas, el resollar de los caballos, voces, pisadas… O quizás eran figuraciones suyas. Los primeros rayos del sol irrumpieron a través del techo de hojas y sus cuerpos se tornaron visibles poco a poco, como reflejos en el agua oscura. Era agradable no tener que buscar los propios pies y manos y ver por delante de él a Dedo Polvoriento. Aunque caminase junto a Roxana.

De cuando en cuando Farid notaba la mirada de ella, como si escudriñara su oscuro rostro en busca de algún parecido con Dedo Polvoriento. En su granja ella le había preguntado en una o dos ocasiones por su madre. A Farid le habría encantado contarle que había sido una princesa, muchísimo más bella que Roxana, y que Dedo Polvoriento la había amado tanto que se había quedado diez años con ella, hasta que la muerte la arrancó de su lado dejándole tan sólo al hijo, al hijo de piel oscura y ojos negros que ahora lo seguía como si fuese su sombra. Pero aquello no encajaba del todo con su edad, y además seguro que Dedo Polvoriento se habría puesto hecho un basilisco si Roxana le hubiera preguntado por la veracidad de esa historia, de modo que Farid acabó respondiéndole que su madre había muerto… lo que seguramente era cierto. Si Roxana era tan tonta como para creer que Dedo Polvoriento sólo había regresado a su lado porque había perdido a otra mujer… mejor que mejor. Cada mirada de Dedo Polvoriento a Roxana sembraba de celos el corazón de Farid. ¿Qué pasaría si algún día se quedaba con ella en la granja de los campos aromáticos? ¿Y si perdía la afición a ir de mercado en mercado, y prefería quedarse con ella, besándola y riendo como solía hacer con harta frecuencia, olvidándose del fuego y de Farid?

El bosque cada vez se espesaba más y el Castillo de la Noche ya sólo parecía un mal sueño, cuando de pronto se encontraron entre los árboles a más de una docena de hombres rodeándolos, armados y vestidos de andrajos. Surgieron tan sigilosamente que ni siquiera Dedo Polvoriento los oyó. Empuñaban cuchillos y espadas con expresión hostil, los ojos clavados en los dos cuerpos de pechos y brazos casi transparentes.

—¿Eh, Birlabolsas, no me reconoces? —preguntó Roxana encaminándose hacia uno de ellos—. ¿Qué tal tus dedos?

La cara del hombre se iluminó. Era un tipo recio con una cicatriz en el cuello.

—Ah, la bruja de las hierbas —replicó—. Claro. ¿Cómo es que andas merodeando tan temprano por el bosque? ¿Y quiénes son esos fantasmas?

—Nosotros no somos fantasmas. Buscamos al Príncipe Negro —cuando Dedo Polvoriento se situó junto a Roxana, todas las armas le apuntaron.

—¿Qué significa esto? —increpó Roxana a los hombres—. Mirad su rostro. ¿Es que no habéis oído hablar nunca del bailarín del fuego? El Príncipe os azuzará a su oso si se entera de que lo habéis amenazado.

Los hombres comenzaron a cuchichear entre ellos, observando, inquietos, las cicatrices de Dedo Polvoriento.

—Tres cicatrices, pálidas como telarañas —murmuró Birlabolsas—. Sí, todos hemos oído hablar de él, pero sólo en las canciones…

—¿Y quién dice que las canciones mienten? —Dedo Polvoriento sopló al aire frío de la mañana y musitó palabras de fuego hasta que una llama devoró el vaho de su aliento. Los bandoleros retrocedieron, ahora mucho más seguros de que era un fantasma. Dedo Polvoriento alzó ambas manos en el aire y aplastó la llama. Luego se agachó y se refrescó las palmas en la hierba, húmeda de rocío.

—¿Habéis visto eso? —Birlabolsas miró a los demás—. Es tal y como nos lo ha contado siempre el Príncipe… atrapa el fuego igual que vosotros un conejo, y habla con él como si fuera una amante.

Los bandidos los situaron en el centro. Farid los observaba con desagrado mientras caminaba entre ellos. Le recordaban otras caras, de una vida anterior, de un mundo que no le agradaba recordar, y se mantenía lo más cerca que podía de Dedo Polvoriento.

—¿Estás seguro de que estos tipos tienen relación con el Príncipe? —preguntó Dedo Polvoriento en voz baja a Roxana.

—Oh, sí —respondió ella—. Él no siempre puede escoger a los hombres que le siguen.

A Farid la respuesta le resultó poco tranquilizadora.

* * *

Los bandidos con los que Farid había vivido antes, eran dueños de cuevas repletas de tesoros, más lujosas que las estancias del Castillo de la Noche. La madriguera a la que los condujo Birlabolsas no podía compararse con esas cuevas. La entrada, oculta en una grieta del suelo entre dos hayas, era tan estrecha que costaba atravesarla y en el pasadizo que se abría a continuación hasta Farid se veía obligado a agachar la cabeza. La cueva en la que desembocaba no era mucho mejor. De ella se bifurcaban otros pasadizos que se hundían profundamente en el seno de la tierra.

—¡Bienvenidos a la Tejonera! —exclamó, mientras los hombres sentados en el suelo de la cueva los observaban con desconfianza—. ¿Quién dice que sólo Cabeza de Víbora sabe excavar la tierra? Varios de estos hombres se mataron a trabajar durante años en sus minas. Desde entonces saben muy bien cómo instalarse en las profundidades de la tierra sin que ésta se desplome sobre sus cabezas.

El Príncipe Negro estaba solo, en una cueva separada, con la única compañía de su oso, y parecía muy cansado. Sin embargo, al ver a Dedo Polvoriento su rostro se iluminó. Las noticias que le traían no eran tan nuevas como pensaban.

—Ah, sí, Pájaro Tiznado —dijo mientras al mencionar ese nombre Birlabolsas se pasaba un dedo por la garganta—. Habría debido preguntarme mucho antes cómo podía permitirse los polvitos de los alquimistas que necesita para sus juegos con el fuego con las escasas monedas que gana en los mercados. Mas, por desgracia, no mandé vigilarlo hasta después del ataque al Campamento Secreto. Él se separó muy pronto de los otros liberados, y en la frontera se reunió con espías de Cabeza de Víbora, mientras aquellos a los que él traicionó están en las mazmorras del Castillo de la Noche. ¡Y no puedo hacer nada por ellos! Estoy atrapado en este bosque que bulle de soldados. Cabeza de Víbora los está concentrando arriba, en el camino que conduce a Umbra.

—¿Cósimo? —Roxana pronunció el nombre y el Príncipe asintió.

—Sí. Le he enviado tres mensajeros, tres avisos. Uno regresó para informarme de que Cósimo se había burlado de él. No lo recordaba tan estúpido. El año de ausencia parece haber trastornado su mente. Pretende emprender la guerra contra Cabeza de Víbora con un ejército de campesinos. Es casi lo mismo que si nosotros batallásemos contra él.

—Nosotros tendríamos más posibilidades —comentó Birlabolsas.

—Sí, seguro —el Príncipe Negro hablaba con tal desánimo que a Farid se le encogió el corazón.

Siempre había confiado secretamente en él, mucho más que en las palabras de Fenoglio, ¿pero qué podía hacer contra el Castillo de la Noche esa cuadrilla de hombres andrajosos que se ocultaban en el bosque como conejos?

Les trajeron de comer y Roxana examinó la pierna de Dedo Polvoriento. Untó la herida con una pomada que por un momento difundió por la cueva el olor de la primavera. Y Farid pensó en Meggie. Recordó una historia que oyó una fría noche en el desierto al lado de una fogata. Trataba de un ladrón que se enamoró de una princesa, todavía lo recordaba muy bien. Los dos se amaban tanto que eran capaces de hablar entre sí a muchas leguas de distancia, escuchar los pensamientos del otro aunque los separasen muros, sentir la tristeza o la alegría de su pareja… Mas por mucho que Farid escuchó en su interior, no sintió nada. Sí, él ni siquiera habría podido decir si Meggie seguía con vida. Parecía haberse ido, ausentado de su corazón, del mundo. Al enjugarse las lágrimas de los ojos, notó que Dedo Polvoriento lo miraba.

—Tengo que descansar o esta maldita pierna no sanará jamás —murmuró—. Pero regresaremos, cuando llegue la hora…

Roxana frunció el ceño, pero no respondió. El Príncipe y Dedo Polvoriento comenzaron a hablar tan bajo que Farid tuvo que acercarse para entender algo. Roxana apoyó la cabeza en el regazo de Dedo Polvoriento y pronto se quedó dormida. Farid, sin embargo, se enroscó a su lado como un perro, cerró los ojos y escuchó a los dos hombres.

El Príncipe Negro quería saberlo todo de Lengua de Brujo… si estaba ya dispuesta la ejecución, dónde lo mantenían preso, cómo estaba su herida…

Dedo Polvoriento le contó cuanto sabía. También habló del libro que Meggie había ofrecido a Cabeza de Víbora como rescate por su padre.

—¿Un libro que detiene a la muerte? —el Príncipe rió, incrédulo—. ¿Por ventura Cabeza de Víbora cree ahora en los cuentos?

Dedo Polvoriento no contestó. No habló de Fenoglio, ni de que todos formaban parte de la historia escrita por un anciano. Farid tampoco lo habría hecho. El Príncipe Negro no creería que existían palabras capaces de determinar su destino. Palabras semejantes a caminos invisibles, de los que no había ninguna salvación.

El oso gruñó en sueños y Roxana giró la cabeza, inquieta. Sostuvo la mano de Dedo Polvoriento, como si quisiera introducirlo en sus sueños.

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