Sin embargo, a diferencia de «ministerio», el término «servicio»
Servicio de dirección en vez de sacerdocio
. Aún es más llamativo el hecho de que el Nuevo Testamento, además de renunciar a los términos correspondientes a «ministerio», también evite, al hablar de las funciones comunitarias, el término «sacerdote»
[11]
en su sentido histórico-religioso de sacerdote sacrificante
(hiereus, sacerdos)
y en general todos los títulos sacro-cultuales, prefiriendo expresiones procedentes de la esfera profana. La palabra «sacerdote» se aplica a los dignatarios judíos y paganos, pero nunca a los encargados del servicio eclesiástico. Como hemos visto, sólo en una fase tardía del Nuevo Testamento aparece el propio Jesús, el Resucitado y Glorificado, como «sacerdote
[12]
. Pero se hace para evidenciar que ha quedado abolido el sacerdocio veterotestamentario: con el sacrificio de su vida, ofrecido de una vez por todas, Cristo, único sumo sacerdote permanente (representante, mediador), ha cumplido a la par que ha abolido todo el sacerdocio veterotestamentario (carta a los Hebreos). De la abolición del sacerdocio
especial
por el sacerdocio del
único
nuevo y eterno sumo sacerdote se deriva —ulterior reflexión de la comunidad
[13]
— el sacerdocio
universal
de todos los fieles, cuyo contenido concreto es el acceso directo de todos a Dios, los sacrificios espirituales, el anuncio de la palabra, la administración del bautismo, la eucaristía y el perdón de los pecados y el mutuo servicio.
Por consiguiente, en estricta perspectiva neotestamentaria —aunque sobre palabras no se debería discutir— habría que renunciar al uso de aplicar a los dignatarios eclesiásticos en exclusiva términos como «sacerdote», «eclesiástico», «clero» e «Iglesia»: según el Nuevo Testamento, todos los fieles son «sacerdotes», «eclesiásticos», «clérigos», «Iglesia». Incluso la expresión «servicio sacerdotal» si, en vez de aplicarla a todos los cristianos, se reserva para determinados ministerios eclesiásticos, no refleja la realidad neotestamentaria. El único pasaje en que Pablo se presenta a sí mismo (y no a los obispos y presbíteros) como «liturgo» oferente (ofrendas de los paganos) lo hace en sentido
metafórico
y no literal y en un contexto en que habla de la predicación y no de culto
[14]
. Esto no da pie para concluir la existencia en el Nuevo Testamento de un
sacerdocio cultual
de determinados ministros.
En vez de hablar de «sacerdocio» («sacerdocio ministerial», «sacerdocio de ordenación», etc.), se debería seleccionar cuidadosamente la calificación de las diversas funciones. El Nuevo Testamento ya habla de presidentes, obispos, diáconos, ancianos, pastores, guías. Algunas de estas denominaciones, originariamente no cultuales ni sagradas (obispos, pastores, presbíteros, diáconos), bíblicas, han conservado acertadamente hasta hoy junto con otras más tardías (párroco). Si se deseara reunir todos estos servicios bajo un denominador común, recomendaríamos la expresión
servicio de dirección, o servicio de presidencia
eclesial, o bien «director» o «presidente» (de la comunidad, de la diócesis o Iglesia territorial, etcétera).
Por otra parte, no hay que olvidar que la palabra
presbyter
(presbítero,
prieste, prétre, priest, prete)
, aunque su contenido viene tradicionalmente expresado por el
sacerdotium
sacro-cultual, tiene su origen en el título no cultual de los ancianos de la comunidad, razón por la que puede sustituirse adecuadamente, como es usual en algunas Iglesias, por «presbítero» o «anciano», o bien por «párroco».
¿Tienen igual importancia en la Iglesia todos los servicios? De ninguna manera. La primera diferencia nace del hecho de que, ya en el Nuevo Testamento, no todos los servicios o carismas son servicios comunitarios
permanentes y públicos
. Unos carismas (en Pablo por ejemplo, los de exhortación, consuelo, lenguaje de sabiduría, ciencia, discreción de espíritu) son más bien dotes y virtudes privadas otorgadas por Dios, que se ponen al servicio de los demás y son provechosos según las circunstancias. En cambio, otros carismas (los de apóstol, profeta, maestro, evangelista, diácono, presidente, obispo, pastor) son funciones comunitarias públicas establecidas por Dios, que se ejercen estable y regularmente. En el primer caso, el Nuevo Testamento suele mencionar el don y sus efectos. En el segundo, cita a las personas. Pueden ser nombradas las personas porque evidentemente la vocación no es algo que va y viene de forma caprichosa, sino que permanece vinculada con cierta estabilidad a personas determinadas, de modo que éstas están «puestas» en la Iglesia como apóstoles, profetas, etc.
En relación con este segundo tipo de servicios carismáticos
especiales
, es decir, el complejo de servicios comunitarios permanentes y públicos, puede hablarse de la «estructura diaconal» de la Iglesia, la cual no representa sino un aspecto particular de su dimensión carismática general y fundamental. Pero no hay que conceder demasiada importancia a esta distinción terminológica, sino a las líneas básicas de la estructura, que es susceptible de esta u otra definición.
1.
El apostolado fundamental
. Según el Nuevo Testamento, entre los servicios comunitarios permanentes y públicos, el apostolado tiene una
función
y significación
fundamental para la Iglesia
de todos los tiempos. Los apóstoles (hemos visto que no se identifican sin más con los Doce) son los testigos y mensajeros que anteceden a todos los servicios eclesiales y de quienes, por eso, depende la Iglesia entera y cada uno de sus miembros. Como primeros testigos, anunciaron el mensaje, fundaron y dirigieron las primera» Iglesias y velaron al mismo tiempo por su unidad. En este sentido, la Iglesia está edificada sobre los apóstoles
[15]
.
La «sucesión apostólica»
fundamental
no es, pues, la sucesión en determinados ministerios, sino la de la Iglesia en general y de cada cristiano en particular. Esta tiene que perdurar en vinculación objetiva, siempre renovada, con los apóstoles, siendo indispensable el acuerdo permanente con el
testimonio apostólico
(transmitido hasta nosotros por el Nuevo Testamento) y la actualización constante del
servicio apostólico
(penetración misionera en el mundo y edificación de la comunidad). Por esto, la sucesión apostólica es primordialmente tanto sucesión en la fe y confesión apostólicas como en el servicio y vida apostólicos. Queda por analizar el problema de la eventual sucesión
específica
en los servicios de dirección.
2.
Diversidad de estructuras comunitarias
. El criterio de servicio establecido por el mismo Jesús, era inequívoco para la comunidad de fe de los comienzos; sin embargo, se prestaba a realizaciones concretas de muy diverso tipo. De acuerdo con este
criterio de Jesús
y sobre el fundamento de los apóstoles (junto a los cuales, según Pablo, también tienen capital importancia para la comunidad los «profetas» y los «maestros»), en las distintas comunidades se fueron desarrollando —conforme a las condiciones de lugar y tiempo— estructuras de vida muy diversas
[16]
. Son llamativas las diferencias existentes entre la estructura de las comunidades paulinas y la comunidad palestinense.
Por lo que podemos comprobar, las
comunidades
fundadas por
Pablo
con plena potestad apostólica, que no dejaron de ser responsables y libres frente al Apóstol en cuanto servidor del evangelio,
establecieron por sí mismas todos aquellos servicios
de orden y
de dirección
que creyeron necesarios para su vida comunitaria. Estos servicios comunitarios autónomos gozaban de una autoridad que podía exigir pleno acatamiento. Pero la autenticidad de un servicio no depende del mero hecho de tener una determinada función, smo del modo de cumplir tal servicio. Pablo, que en sus cartas indiscutiblemente auténticas jamás habla de ordenación ni de presbíteros, no conoce ningún ministerio institucionalizado que se reciba mediante una investidura de la que dimanaría luego la obligación de servir. Sus Iglesias son comunidades de libres servicios carismáticos.
Con el tiempo, especialmente después de la muerte del Apóstol, fue inevitable una
institucionalización
en las comunidades paulinas.
No
es pura
casualidad ni simple degeneración
que en la carismática comunidad de Corinto llegara a imponerse, aunque al parecer no sin resistencia (una carta de Clemente), el sistema de los presbíteros-obispos tan pronto como desapareció Pablo. Pasado el tiempo de la fundación apostólica, caracterizado por la espera de la inminente vuelta del Señor, y llegado el tiempo de la construcción y expansión posapostólica, hubo de adquirir especial importancia todo aquello que pudiera contribuir a la tutela de la tradición originaria: no sólo los primeros testimonios escritos, sino también, y para continuar la tradición apostólica, la vocación al servicio directo de la Iglesia, sancionada por la imposición de manos (ordenación).
En la
tradición palestinense
había comenzado mucho antes la
institucionalización al adoptar del judaísmo el colegio de los ancianos y la ordenación
. Los Hechos de los Apóstoles y las cartas pastorales muestran que también las comunidades paulinas habían alcanzado un estadio avanzado de institucionalización (ordenación). Sin embargo, otras comunidades (en el entorno de Mateo y de Juan) presentan una estructura de marcada fraternidad. Nos encontramos, pues, con que al final de la época neotestamentaria todavía es enorme (y difícilmente armonizable) la variedad de estructuras comunitarias y la pluralidad de formas de organización de los servicios directivos (en parte carismáticos, en parte ya institucionalizados), sin que por ello se rompa la unidad de la comunidad entre sí. Sin embargo, esta situación plantea un interrogante: ¿puede conservarse en tales circunstancias una «sucesión apostólica» específica en los servicios de dirección?
3.
La específica sucesión apostólica
. Históricamente
no
se puede sostener que los
obispos sean sucesores de los apóstoles
(y menos aún del colegio de los Doce)
en sentido directo y exclusivo
. Con esto, no obstante, no se ha resuelto todavía el problema de la sucesión específica. Los apóstoles, testigos primeros y enviados inmediatos de Cristo Jesús, no podían por principio ser sustituidos o reemplazados como tales por ningún sucesor. Pero, aunque no pudiera haber nuevos apóstoles, la misión y el servicio apostólicos seguían siendo necesarios. Pero tal misión y servicio, como se ha indicado, fueron asumidos primariamente por la Iglesia entera, la cual puede y debe seguir siendo en su totalidad
«Ecclesia apostólica»
.
No obstante, todavía hay que añadir algo sobre los servicios de dirección. Dado que tales servicios (obispos y presbíteros, o párrocos, pueden distinguirse en el plano jurídico-disciplinar, pero no en el teológico-dogmático) continuaron realizando en la Iglesia de forma especial el
encargo apostólico de fundación y dirección de Iglesias
, basándose en el anuncio de la palabra, con toda razón podemos hablar de una
sucesión apostólica específica, entendida en sentido funcional
, en los múltiples servicios de dirección. La «sucesión apostólica»
específica
en los servicios directivos consiste, pues, en la dirección y fundación de Iglesias, motivadas por la predicación del evangelio.
Por lo demás, desde un punto de vista exegético e histórico no cabe fundamentar dicha «sucesión apostólica» específica en una «institución divina» o en una «institución de Cristo», en un derecho divino
(ius divinum)
, sino que es preciso verla como un largo y problemático
desarrollo histórico
[17]
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