Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Además esa ocupación la distraía de otros pensamientos más siniestros.
—¿Falta mucho? —preguntó, después de que el canal describieses un largo giro para enfilar a continuación una recta que no parecía tener fin.
—Ten paciencia —dijo Armand, sonriendo con tanta despreocupación como si estuviesen de picnic—. Cómo sois las chicas…
—Basta —le cortó Jana con sequedad—. Deja de fingir conmigo. Estoy harta de tus mentiras. En el fondo, lo que te pasa es que eres un cobarde.
Armand se puso rígido, y la sonrisa se borró instantáneamente de su rostro. Jana creyó notar de nuevo en su piel la vibración casi imperceptible de su máscara de írido.
Haciendo un visible esfuerzo, el joven apartó la mirada de Jana y se concentró en hundir una vez más el remo en el lodo.
—Piensa lo que quieras —dijo—. Me tiene sin cuidado tu opinión.
—Todo esto te viene muy grande —insistió Jana, decidida a provocarle—. En serio, no tienes ni idea de dónde te has metido.
Armand lanzó una grave carcajada que reverberó largo rato en las piedras de la bóveda.
—Eres tú la que no tienen ni idea. Pero no te preocupes, no falta mucho para que lo averigües…
Callaron durante unos minutos, Jana seguía con la vista fija en el falso rostro del ilusionista, observando los reflejos verdes y dorados y las cambiantes sombras que proyectaban sobre él las antorchas de las paredes.
—No es cierto que lo dejases entrar a cambio de la libertad —dijo por fin, emprendiendo un nuevo ataque—. No es propio de ti.
Armand apoyó la barbilla en el remo y la miró con expresión burlona.
—¿Y cómo puedes saber tú lo que es propio de mí? —replicó—. Todo lo que conoces de mí son un par de rostros falsos. Me has visto actuar, Jana, como si estuviera en un teatro. Nunca me has visto como soy en realidad.
—Ya. ¿Y ahora también estás actuando?
—Por supuesto. —Armand volvió a hundir la pértiga en el fango con una descarada sonrisa—. Estamos llegando al momento cumbre de mi interpretación. El final de la comedia… ¿O debería decir «de la tragedia»?
Jana ladeó la cabeza, estudiando con atención su rostro.
—No lo sé —dijo—. Tú lo debes saber mejor que yo. ¿Te ha contado algo de él? Antes lo llamaste «tu señor»… Eso sugiere cierta intimidad.
—Estaba siendo irónico, nada más. Me limito a cumplir un encargo. Deja de tratar de sacarme información, Jana… Esto se está volviendo patético.
Por un momento, Jana estuvo a punto de darle la razón. Se sentía ridícula esforzándose por concentrarse en el írido y adivinar sus secretos mientras él la conducía hacia la criatura que deseaba matarla.
Quizá habría buscado una forma mejor de emplear su tiempo. Podría haber intentado elaborar un plan para cuando llegase la hora de enfrentarse al monstruo. Pero, en el fondo, sabía que habría resultado inútil… Ninguna estrategia le servía para anticiparse a los máximos movimientos de aquella criatura impredecible.
Además, no podía olvidar ni por un segundo que luchar contra el Nosferatu suponía luchar contra Álex. Era un combate que no quería ganar, pero tampoco quería perder. Había demasiado en juego, y cualquier indecisión por su parte podía acarrearle la derrota…
—Tienen que haber una manera de acabar con todo esto —murmuró para sí.
La máscara de Armand se distorsionó por un momento, dejando al descubierto una mirada limpia e intensamente azul que la contemplaba con una extraña ansiedad. El falso rostro del ilusionista se recompuso casi de inmediato, pero a Jana le bastó aquella fugaz grieta para averiguar algo más sobre el elusivo personaje que tenía delante.
—No eres tan hostil, como yo creía —dijo, asombrada—. Quieres que yo gane…
—Ni tú ni Álex me importáis en absoluto. Desde el principio he sido claro respecto a lo que quiero. Quiero el Libro de la Creación. Quiero que alguien lo lea… Confiaba en que fuerais vosotros, pero no has hecho más que meter la pata una y otra vez.
Navegaron de nuevo en silencio. El agua era ahora más transparente, y la barca se deslizaba con mayor facilidad a cada golpe de remo de su extraño barquero. Las bóvedas se hicieron más altas; el túnel iba ensanchándose progresivamente hasta convertirse en una amplia gruta natural, con largas estalactitas prendidas del techo.
El canal también se había hecho más ancho, y sus aguas ahora parecían quietas como las de una laguna subterránea. Al fondo de la gruta brillaba una luz intensa y mucho más blanca que el resplandor cambiante de las antorchas.
Se dirigieron lentamente hacia aquella luz. Jana contuvo la respiración al comprender de lo que se trataba. Un fuego de color marfil ardía sobre el altar, al final de una escalatina de piedra.
Había llegado al templo de Thot… El lugar donde Arawn había intentado leer por primera vez el Libro de la Creación y había fracasado.
La barca se detuvo con un leve chapoteo junto al muelle de piedra. Sin mirar a Armand, Jana saltó a tierra. Sus ojos no podían apartarse de las altas columnas del templo, rematadas con bellos capiteles en forma de loto o de hojas de papiro. Le parecieron mucho más grandes e impresionantes que en su visita anterior al templo, durante la visión que había compartido con Argo.
Detrás del bosque de columnas ardía el fuego blanco, y más allá, gigantesca y hundida en las sombras, había una pared cubierta de símbolos. Jana no se atrevió a mirar directamente. No había ido allí para desafiar al destino leyendo el Libro de la Creación, sino para enfrentar al Nosferatu.
Mientras avanzaba entre las columnas, esperando que la espantosa criatura le saliese al encuentro en cualquier instante, un movimiento a su izquierda le llamó la atención. Se desvió de su camino, persiguiendo a la rápida sombra.
Y entonces entre dos columnas cubiertas de antiguos jeroglíficos, apareció Garo. Su cuerpo de lobo ya no era semitransparente, sino gris. Su suave pelaje parecía tan sedoso como el de una animal vivo.
Sin embargo, Garo estaba muerto. Lo que Jana estaba viendo era un espectro, el mismo que le había salvado la vida en su anterior enfrentamiento con el Nosferatu. Los ojos dorados del lobo se clavaron en Jana, reflexivos, y ella se sintió extrañamente reconfortada.
—Garo… Me alegro tanto de que seas tú… ¡Tengo tantas preguntas que hacerte!
—Ojalá tuviéramos tiempo para eso, Jana. —La voz de Garo era muy similar a la que había tenido en la época de ghul, cuando su apariencia era humana. Apenas movía la boca, y las palabras que pronunciaba parecían brotar directamente de su pecho—. Pero no lo tenemos… El Nosferatu te espera.
—¿Has venido a ayudarme?
—Sí y no. He venido a arrancarte una promesa. A cambio de esa promesa te ayudaré.
Jana se acercó lentamente al lobo y se arrodilló a su lado. Haciendo gestos lentos, y cuidadosos, como si temiese asustarle, se despojó del arco de fuego y del carcaj de flechas y los dejó en el suelo. Después con la misma lentitud y deliberación, alargó la mano y acarició el lustroso lomo del animal. Garo se estremeció, cerrando los ojos un instante.
—Te envía él, ¿verdad? —preguntó Jana—. Te envía Erik…
El lobo asintió con la cabeza.
—Querría ayudarte, de verdad que sí —murmuró Jana, mientras sus caricias se desplazaban a la nuca y las orejas del animal—. Pero no si podré, Garo. Para que Erik pueda regresar de la muerte, el Libro de la Creación debe ser leído. Y eso es peligroso. Además antes tendría que vencer a Álex; quiero decir, al monstruo que lo tiene prisionero.
—Te equivocas, Jana. No he venido a pedirte que liberes a Erik de la muerte, sino todo lo contrario.
Jana retiró la mano del pelaje del lobo y sondeó sus ojos del color ámbar.
—Creí que tú… que siempre le serías fiel…
Dos gruesas lágrimas afloraron a los ojos dorados de Garo.
—Si no le fuera fiel, no estaría aquí —gruñó—. No habría regresado de la muerte para pedirte algo que me destroza el corazón, pero él lo quiere así, y yo debo intentar que su cumpla su deseo.
Jana lo miró asombrada.
—No te entiendo —murmuró—. ¿El deseo de Erik no es regresar a la vida?
—Todo lo contrario. El deseo de Erik es que nadie lea jamás el Libro de la Creación. No quiere que se cumpla la profecía. No desea volver… Me ha pedido que te informe de que, pase lo que pase en el combate con el Nosferatu, no debes intentar leer el libro. Si pierdes debes impedir que Álex lo lea, si ganas, debes de evitar la tentación de leerlo tú.
—Pero ¿por qué? Si Erik está llamado a ocupar el trono vació de los medu…
—Claro que está llamado a ocuparlo, Jana. Pero él no quiere responder a esa llamada. Quiere que sepas que, si él regresa, un mal de efecto devastadores se extenderá por el mundo. Y Erik no quiere que eso suceda.
Jana asintió en silencio. Por detrás de Garo, las sombras se habían vuelto de pronto más densas y profundas. Y avanzaban hacia ellos muy lentamente.
Jana sabía quién se encontraba atrás de aquellas sombras. El Nosferatu… Había detectado su presencia.
Garo también debía haberlo notado, porque se le erizó el pelo de la nuca y sus orejas se irguieron.
—¿Tengo tu promesa, Jana? —dijo en tono apremiante—. Por favor…
—La tienes —afirmó Jana, convencida—. Será mejor que te vayas ahora, Garo. Creo que vienen a buscarme.
Garo, sin embargo, no se movió.
—Escucha: cuando el Nosferatu intente luchar directamente contigo, no le sigas el juego. En el combate cuerpo a cuerpo, él siempre será más fuerte. Concentra todas tus energías en deshacer el conjuro de oscuridad que pesa sobre Venecia. Si la luz del sol le alcanza, la piel del Nosferatu se quebrará en mil fragmentos microscópicos, y lo habrás vencido.
—Pero eso ya ocurrió en la Fundación Loredan, y se recuperó…
—Para destruir al Nosferatu definitivamente, tendrás que hacer algo más —continuó Garo, mirando nerviosamente hacia las sombras de las columnas; cada vez más negras, que rodeaban a Jana—. El Nosferatu se regenera a partir del cuerpo sin alma de sus víctimas. Mientras ese cuerpo no sea destruido, resucitará una y otra vez.
Jana tragó saliva.
—Quieres decir que, para destruirlo, tengo que destruir el cuerpo… el cuerpo de…
—El cuerpo de Álex —confirmó Garo, clavándole sus ojos dorados—. En cuanto la oscuridad desaparezca, debes encontrarlo y destruirlo, antes de que el monstruo vuelva a regenerarse. Recuerda lo que ocurrió con Dayedi. Jamás encontraron su cuerpo; el Nosferatu lo utilizó para recomponer su piel tatuada a partir de sus despojos y seguir existiendo. Ahora intentará hacer lo mismo… No descanses hasta encontrar ese cuerpo, Jana. Tiene que estar oculto en algún lugar de su guarida. El Nosferatu no puede alejarse demasiado de él sin perder su fuerza. ¿Lo has entendido?
Jana asintió, aturdida. Pesadas telarañas de negrura cubrían ahora el espacio que los rodeaba por todas partes.
Oyeron pasos lentos y pesados al otro lado del muro de los jeroglíficos. Era él…
—No voy a poder hacerlo, Garo —balbuceó Jana. En su rostro había aparecido una expresión casi suplicante—. Yo le amo. No puedo destruirle, no puedo…
—Ya no es él, Jana. Es un despojo sin vida.
—Pero quizá hay una forma de liberarlo y de devolverle su cuerpo. Tiene que haberla…
—No la hay. Lo siento Jana, pero esto lo tienes que hacer tú sola. Yo ahora debo de irme…
Jana rodeó con sus delgados brazos el sedoso cuello del animal y apretó su mejilla contra él, cerrando los ojos.
—Dile a Erik que intentaré no fallarle —murmuró—. Y si le fallo, pídele que me perdone. Él sabe lo difícil que es luchar contra la que uno siente.
—No puedes fallarle, Jana. Recuerda lo que te he contado acerca de ese misterioso mal.
—Te repito que lo intentaré. Pase lo que pase, dile que le agradezco todo lo que ha hecho por mí. Dile que sabré estar a la altura de su sacrificio…
—¿Qué quieres decir con eso?
Jana se apartó del lobo, recogió el arco sagrado y el carcaj que le había dado Heru y se los colgó al hombro. Luego se puso en pie y, una vez más, se quedó mirando a Garo con fiereza. Poco a poco, en su pálido rostro comenzó a dibujarse una triste sonrisa.
—No te preocupes —dijo—. No te preocupes, Garo… Estoy segura de que él lo entenderá.
Avanzando entres las columnas cubiertas de jeroglíficos, Jana se fue aproximando al lugar del que brotaban las sombras, tras la pared sobre la que, un día lejano, Arawn había leído las primeras páginas del Libro de la Creación. Detrás de las columnas había un largo muro que hacía esquina con la pared del libro, y, en mitad del muro, un rectángulo de oscuridad señalaba el lugar de la puerta. Jana se dirigió hacia allí, aunque cada paso que daba le costaba un esfuerzo mayor que el anterior.
Cruzando el umbral de la oscura puerta, penetró en el templo. Era un recinto rectangular, iluminado por el suave resplandor de un objeto suspendido al fondo la nave central. Dos hilera interminables de columnas flanqueaban aquella nave, pero Jana no podía ver más que sus siluetas, más negras que la oscuridad misma.
Al pasar entre las dos columnas, un rápido aleteo la sobresaltó. Un ave grande, de cuerpo blanco y largo cuello negro, pasó volando majestuosamente un poco por encima de su cabeza. Jana reconoció su pico curvo y robusto al instante. Era un ibis…
El pájaro fue a posarse sobre el capitel en forma de loto y se quedó allí, observándola desde arriba con indiferencia.
Un ibis sagrado. El símbolo que había utilizado en su invocación para representar a Álex, la noche en que ambos compartieron aquella visión funesta. Solo que ahora era un símbolo vivo, un ave que respiraba y volaba impulsada por una voluntad propia.
Jana tragó saliva para deshacer el nudo que estrangulaba su garganta y siguió caminando. A medida que iba aproximándose al fondo del templo, el objeto que brillaba se iba perfilando ante ella con mayor claridad. Se trataba de una balanza, una balanza antigua con los platillos de oro colgados por relucientes cadenas de una barra horizontal. Se hallaba situada sobre una mesa de piedra que, en realidad, era el capitel de una columna destruida. Un capitel en forma de loto…
Inclinada sobre la balanza había una forma humana. Tenía el rostro de Álex y los ojos de fuego del Nosferatu, con dos pájaros negros inscritos en su iris de color rubí.
Aquellos ojos espantosos se clavaron en Jana nada más notar su presencia. En el rostro de Álex, apergaminado y cubierto de tatuajes, se dibujó una sonrisa.