Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Llegas a tiempo para el juicio —dijo con su voz de siempre, la que Jana había escuchado tantas veces en la intimidad de la noche, mientras ambos contemplaban abrazados el avance de las sombras—. Mira la balanza… Su veredicto es claro: culpable.
Jana se fijó por primera vez en los dos objetos que descansaban sobre los platillos de la balanza. Fue como si la sangre se le congelara en las venas: uno de ellos era el zafiro azul de Sarasvati, y el otro…
El otro era un corazón humano, un corazón vivo, palpitante y cubierto de sangre.
Instintivamente, Jana se llevó la mano al pecho. No sintió nada, ni el más leve movimiento. Era como si su corazón se hubiera parado… O, más bien, como si ya no estuviese allí.
Volvió a fijar la mirada en la víscera sanguinolenta que brillaba en la balanza. Ella sabía que aquella no era más que una ilusión provocada por un poderoso hechizo. Su corazón seguía en su sitio, aunque ella no pudiera oírlo. Y aquella triste masa roja e informa no era su verdadero corazón; no podía serlo…
Sin embargo, allí estaba. Y, por absurdo que pudiera parecer, aquella escena golpeó a Jana como si realmente el corazón que latía en el platillo dorado fuera el suyo.
Álex la había juzgado y la había condenado. Álex, no el Nosferatu… la balanza representaba la relación entre ellos dos, su historia de amor. La piedra azul contra el corazón rojo.
Y la piedra, a pesar de su tamaño, pesaba más que el corazón.
Jana se sintió desfallecer. En aquel momento habría dado cualquier cosa por salir de allí, por apartarse lo más deprisa posible de aquella caricatura de sí misma que Álex le estaba mostrando a través de la balanza; sin embargo, por alguna razón, no podía apartar la vista de ella. Era como si un sortilegio la obligase a seguir mirando.
—El zafiro representa tu ambición —dijo Álex. La normalidad de su voz hacía aún más horripilante, por contraste, el monstruoso aspecto de su rostro y de sus ojos inyectados en sangre—. El corazón representa tu amor por mí. El zafiro pesa más; tu ansia de poder es mucho más fuerte que tu amor. Me has traicionado…
Lo peor de aquella voz dolida y quejumbrosa era que se filtraba en el alma como un veneno, contaminándolo todo. Era la voz de víctima cargada de reproches y de celos. Una voz corrosiva como ácido sulfúrico, colándose hasta el último rincón de la mente de Jana, impidiéndole pensar.
—Yo… yo te quiero —fue lo único que se le ocurrió decir—. Te lo he demostrado muchas veces.
—Mientes —escupió Álex, frunciendo su apergaminada frente cubierta de dibujos negros—. Ni siquiera tú misma crees en tus palabras.
La injusticia de Álex hizo que una rabia absurda comenzase a crecer en el interior de Jana, mezclándose con su dolor.
—En la Caverna intenté dar la vida por ti —replicó en voz baja—. ¿Cómo puedes haberlo olvidado?
—Probablemente lo que querías no era salvarme a mí, sino salvarlo a él…
—¿A Erik? —las mejilla se Jana se encendieron de indignación—. Estás loco.
—Ya. ¿Y también estaba loco cuando os vi besaros en la Caverna? Eres una…
—Cállate. Era una visión, Álex. Una maldita visión simbólica. No puedes confundir los símbolos con la realidad…
—Entonces, es incluso peor de lo que creía. ¿Ese beso era un símbolo? ¿Un símbolo de qué, Jana?
La confusión se adueñó por un instante de la muchacha. No tenía respuesta para aquella pregunta. Recordaba con perfecta nitidez la emoción que había sentido al rozar los labios de Erik; una emoción tan intensa y profunda, que por unos segundos, había llegado a confundirla con el amor…
Sostuvo la mirada de Álex no había más que odio: un odio ignorante y cruel, anterior a su amor, anterior a todo. Un odio tan antiguo como el mundo.
Y entonces, Jana tuvo una especie de revelación. Comprendió aquel odio no iba dirigido contra ella en realidad, sino contra el propio Álex, contra la parte de sí mismo más sombría y violenta; una fuerza destructiva que latía en su interior y que ni él mismo comprendía.
El Libro de la Muerte. Quizá todos los seres humanos llevasen una copia de él en su conciencia. Pero solo algunos, los más valientes, se atrevían a sacarla a la luz; a enfrentarse a sus propios demonios…
¿Y ella? Resultaba fácil dejarse atrapar por la lógica de aquel odio aplastante que Álex le escupía a la cara, porque ella también tenía demonios que sacar a la luz. En su alma latía tanta capacidad de destrucción como en la de Álex. Tenía motivos más que sobrados para sentir rencor hacia él. Estaba siendo injusto y desagradecido. Malinterpretaba a propósito todo lo que ella había hecho, empeñado en verlo baja la luz más oscura posible. La odiaba…
Ella también podía odiarle.
Sobre todo, le odiaba por obligarla a sacar lo peor de sí misma. Por obligarla a defenderse de las acusaciones en las que Jana podía reconocer un germen de verdad. Era cierto que le gustaba luchar por lo que quería; que tenía ambición. Que su vida no se reducía a estar enamorada de un chico y vivir con él en un mundo de color rosa, sin preocuparse por nada más…
Podía odiarse por ello, como la odiaba Álex. Podía reaccionar contra aquel odio atacándole a él.
Podía contaminarse de su veneno y convertirse en un monstruo…
Pero también podía enfrentarse de otro modo a su propia oscuridad.
Podía vencer a sus demonios. En algún lugar, dentro de ella, dormía el Libro de la Vida.
Ahora comprendía que no se trataba de un texto hermético que solo una poderosa hechicera podía descifrar. Como otro libro, el de la Muerte, este se encontraba en todos los seres humanos.
Pero para leerlo hacía falta aún más valor que para leer el otro texto.
Hacía falta, sobre todo, más fe. Más fe en el corazón humana… Más fe en los demás y en sí misma.
Fue como si una brisa fresca entrase en su mente y se llevase el polvo y las telarañas. Ahora podía verlo todo con claridad. El odio de Álex seguía allí, materializado en apariencia monstruosa del Nosferatu. Y también en la balanza…
Pero ahora era capaz de captar unos cuantos detalles de la escena que antes se le habían escapado. En primer lugar se dio cuenta de que el zafiro no era un espejismo. Se trataba de la verdadera Luna de Sarasvati, de la piedra real. Mientras que el corazón no era más que una visión extraordinariamente realista. Por eso pesaba menos. Sencillamente, no se trataba de algo material; era tan solo una imagen.
Al mismo tiempo notó otra cosa. Del platillo sobre el cual reposaba el zafiro emanaba una negrura casi insoportable. La piedra misma era la fuente de toda la oscuridad que pesaba sobre el templo, quizá sobre toda Venecia.
¿Cómo no se le había ocurrido antes? Solo un objeto mágico tan poderoso como la piedra Sarasvati podía estar detrás de la plaga que asolaba la ciudad. El Nosferatu se la había robado en algún momento, probablemente cuando intentó entrar en su habitación. Álex conocía el poder del zafiro…
Ahora ya sabía cuál era la fuente del hechizo que amenazaba todas las obras de arte creadas por el ser humana. Era un primer paso para conjurarlo.
Lo primero que se le ocurrió fue intentar arrancar la piedra de la balanza utilizando su poder sobre ella. Después de todo, el zafiro de Saravasti había permanecido en su familia durante generaciones. Jana sabía cómo utilizarlo, lo había demostrado varias veces.
Solo tenía que concentrarse en el resplandor azul de su superficie e invocarlos para que flotase hasta su mano.
Pero enseguida desechó esa idea. Álex la conocía muy bien y en cuanto comenzase a concentrarse en el zafiro lo notaría. Debía hacer todo lo posible por distraer su atención, para que él creyera que no estaba luchando contra el hechizo sino completamente concentrada en defenderse de sus acusaciones.
Y, mientras tanto, su mente trabajaría sin descanso hasta conjurar el sortilegio de un modo más sutil.
Jana apoyó todo su peso en la columna de piedra que tenía más cerca y centró sus esfuerzos en ella. Se había trazado un plan de acción: a través de aquella columna debía canalizar todo el peso del templo hacia el platillo de la balanza que sostenía el corazón. Solo así conseguiría equilibrarla.
Sabía que lo que se proponía hacer era algo casi imposible. Para lograr su propósito, habrían hecho falta unos poderes mágicos muy superiores a los suyos.
Sin embargo, tenía a su favor aquel texto antiguo y extraño que acababa de descubrir en su interior: el Libro de la Vida…
Lo único que debía hacer era atreverse a leerlo.
Debía confiar en sí misma.
Mientras su espalda reposaba sobre la columna sumida en la oscuridad, Jana volvió a concentrarse en Álex. Su reflexión había durado tan solo unos segundos, pero el rostro apergaminado cubierto de símbolos del muchacho parecía inquieto. Era como si temiese lo que ella podía estar pensando mientras se mantenía callada.
Jana comprendió que, para conseguir su propósito, necesitaba ganar tiempo. Necesitaba distraerlo hablando con él.
—¿Qué es lo que te propones hacer conmigo? —preguntó desafiándole con la mirada—. ¿Vas a matarme?
Álex sacudió la rapada cabeza, pesaroso.
—¿Y qué otra cosa puedo hacer? —replicó—. Si yo no te mato, tú intentarás matarme a mí.
Poco a poco, el sortilegio de la columna empezaba a hacer efecto. Jana sentía sobre sí una opresión cada vez mayor, como si parte de la estructura del edificio hubiese descargado su peso en la espalda de la muchacha.
—Yo no quiero matarte, Álex. Pero si tú sí quieres destruirme. ¿Por qué me temes tanto?
El monstruo rió sarcásticamente.
—¿Por qué te temo? —repitió—. ¿Crees que no sé lo que te propones? Quieres quitarme de en medio para quedarte con el Libro de la Creación. Quieres leerlo y cambiar el mundo. Quieres despertar a Erik.
Jana sonrió, ocultando como podía el dolor que le producía el peso cada vez mayor que su cuerpo soportaba. Lentamente, comenzó a canalizar todo aquel peso hacia el platillo de la balanza que sostenía el corazón sangrante.
—Ahora es el Nosfetaru el que está hablando, no tú —dijo con fingida seguridad—. El monstruo no quiere que nadie encuentre el Libro de la Creación, porque sabe que sería su final.
Los ojos de fuego del monstruo se clavaron en ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Su voz sonaba ahora más cavernosa, menos humana.
—Te he desenmascarado, ¿verdad? —dijo Jana, ensanchando su sonrisa—. Tú sabes que no eres una copia del Libro de la Creación, sino únicamente su mitad. ¿Lo sabía también Álex, tu prisionero? No, déjalo. No hace falta que me contestes: no lo sabía…
—No sé de qué estás hablando —siseo el monstruo desde sus labios negros.
—Sí que lo sabes —insistió, Jana, cada vez más seguro de sí misma—. El Libro de la Creación está compuesto por dos libros: el Libro de la Muerto y el Libro de la Vida. Créeme, Álex, dondequiera que estés: te estoy diciendo la verdad.
—Todos esos embustes no van a conseguir engañarme —rugió el Nosfertu—. Además, aunque así fuera, ¿por qué iba a temerte? Tú no tienes la otra mitad del libro, nadie la tiene. Nadie la ha visto nunca…
A medida que hablaba, las facciones de Álex empezaron a difuminarse sobre el rostro de la criatura hasta desaparecer por completo. El Nosferatu había recuperado su antigua apariencia… Un cadáver momificado sobre cuya reseca piel se amontonaban los tatuajes. Solo los ojos de fuego conservaban, al mirar a Jana, un rescoldo de humanidad enferma y maligna.
—¿Dices que nadie tiene el libro? —repitió Jana—. Te equivocas. Yo sí lo tengo. Y, gracias a ti, ahora sé cómo leerlo. ¿Qué te parece? Álex ya ha leído, al reanimarte, la parte de la Muerte. Si yo leo la parte de la Vida, habremos completado el Libro de la Creación. Habremos fusionado para siempre las dos mitades irreconciliables del libro… Lo que significa que tú habrás dejado de existir.
El Nosferatu descargó un puñetazo sobre una de las columnas de piedra que hizo temblar los cimientos del templo.
—Estás mintiendo —rugió—. Nadie tiene ese libro, nadie. Dayedi lo buscó durante años y años y no llegó a encontrarlo…
—Eso es porque no buscó con la suficiente fe. La búsqueda crea el libro, pero para eso hay que creer en él. Hay que creer en la vida.
El Nosferatu emitió una larga y sombría carcajada.
—Tú no crees en la vida, Jana —dijo con voz atronadora—. Crees en el poder. No es lo mismo.
A través del aspecto cada vez más inhumano de la criatura. Jana creyó percibir un eco de los reproches de Álex. Eso le produjo un instante de desfallecimiento. El peso mágico que su cuerpo estaba haciendo fluir hacia la columna se aligeró.
Comprendió que debía concentrar todas sus energías para recuperarlo, así que se apresuró a contraatacar.
—Todo este juico no es más que una pantomima absurda para hacerme sentir culpable —afirmó, sin apartar la mirada de los ojos purpúreos del Nosferatu—. Pero no me impresiona tu balanza de la injusticia… Ese corazón no es mío.
—Pero la piedra sí lo es —replicó Nosferatu, sonriendo de un modo siniestro—. Quizá el problema sea que no tienes corazón.
—¿Cómo me robaste el zafiro? —preguntó Jana, impávida—. Recuerdo haberlo dejado sobre el tocador, en mi habitación del palacio de los guardianes. Allí dentro se suponía que estaba protegido…
—¿Recuerdas cuando acudí a tu ventana a pedirte que me dejaras entrar? Sabía que me dirías que no. Pero aproveché el momento para proyectar mi reflejo en el espejo del tocador y robar el reflejo del zafiro. El resto fue fácil. A través del reflejo invoqué a la verdadera piedra.
—Y yo no me di cuenta de nada. He sido una estúpida…
Mientras decía aquello, Jana se dio cuenta de que había logrado canalizar todo el peso del edificio hacia el platillo de la balanza sobre el que reposaba el corazón. El platillo descendió casi un par de centímetros.
El Nosferatu advirtió el movimiento y fijó la vista sobre la balanza, incrédulo. Solo en ese instante comprendió lo que Jana estaba intentando hacer.
Jana apoyó la nuca en la columna que tenía detrás y cerró los ojos, agotadas. Había consumido hasta la última gota de su energía, no le quedaba nada más.
Y lo peor era que el platillo del corazón no había descendido lo suficiente. El otro plato, el del zafiro, continuaba estando más abajo.
Ni siquiera proyectando todo el peso del templo sobre el falso corazón invocado por Álex había conseguido equilibrar la balanza.