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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

Tengo que matarte otra vez (27 page)

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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La joven había mirado a su alrededor, desconcertada.

—Samson Segal. Creo que…

—Creo que deberíamos ser más prudentes —la había interrumpido el inspector—. Admito que cualquiera que lea las anotaciones de Segal llegará a la conclusión de que le falta un tornillo, pero nada más.

—Se muestra especialmente agresivo contra Thomas Ward —insistió Kate.

—Pero no se muestra del mismo modo respecto a Carla Roberts y a la doctora Anne Westley.

—Se pasa el día merodeando por el barrio, espiando a personas desconocidas. Sobre todo a mujeres. ¡No me extrañaría en absoluto que hubiera sido él quien subía y bajaba en el ascensor del bloque de viviendas de Hackney!

—Eso es justo lo que tenemos que comprobar —dijo Peter Fielder—, pero ¡mientras no tengamos resultados debemos evitar excedernos con las especulaciones, agente Linville!

Kate Linville se sonrojó. Ya no era tan joven, deberían haberla ascendido desde hacía tiempo, pero se había quedado estancada en el rango de agente. Era una trabajadora fiable y muy cumplidora, pero no disponía del más mínimo olfato criminalista, conocía poco la naturaleza humana y no destacaba precisamente por sus aportaciones constructivas. Eran mucho más típicas de ella ese tipo de escenas en las que sacaba conclusiones precipitadas acerca de un caso. Fielder suponía que probablemente se había debido a las ganas de intervenir a toda costa en la reunión.

Había que ir paso a paso. Un equipo de criminalistas había acudido a Thorpe Bay y había estado en la casa de Samson Segal recogiendo huellas dactilares que posteriormente compararían con las huellas del piso de Carla Roberts en Hackney, que hasta entonces no habían podido identificar todavía, así como con las incontables que recogieron en el ascensor del edificio. Asimismo, las compararían también con las de la casa de Anne Westley. Si terminaban por encontrar alguna coincidencia, darían un gran paso adelante.

Al término de la reunión, Peter Fielder había mandado a la agente Linville a hablar de nuevo con Millie Segal, la mujer que el día anterior se había presentado en la comisaría de Southend-on-Sea con las anotaciones de su cuñado y que afirmaba haber desenmascarado a un peligroso asesino.

—¡Fue él! Él mató a Thomas Ward. Y vaya usted a saber a cuánta gente más. ¡Lea esto y se dará cuenta de que están tratando con un psicópata!

Fielder examinó las numerosas notas que tenía frente a él sobre el escritorio y que había estado garabateando, siguiendo un sistema que solo él reconocía y que nadie más podía descifrar. La historia seguía siendo confusa y se sentía a años luz de la resolución del caso. Ninguno de los asistentes a la reunión había conseguido aportar nada que le hubiera permitido avanzar de forma decisiva, pero tal vez había esperado demasiado de sus colaboradores justamente el 1 de enero. En ese momento Christy estaba en la sala contigua, hablando por teléfono. Algunos de los demás se habían marchado a casa, mientras que otros trabajaban en las tareas que él les había asignado.

Tenía tiempo para pensar. Todo ese día, tan frío y tan largo.

El nombre de Thomas Ward estaba destacado en sus anotaciones. Lo había rodeado con tinta roja una y otra vez, en ocasiones acompañado de signos de interrogación. ¿Cómo encajaba Thomas Ward en la serie de asesinatos que se habían cobrado las vidas de ancianas solitarias, esos casos con los que se estaban rompiendo los cuernos los agentes de Scotland Yard? A primera vista, no tenía nada que ver en absoluto: Thomas Ward era un hombre. Tampoco vivía solo, ni mucho menos. Lo habían matado a pesar de que su hija se encontraba en casa en ese momento y lo había encontrado su esposa pocas horas más tarde. No había muerto asfixiado por un trapo que alguien le hubiera metido en la garganta.

Le habían disparado, dos veces. Una bala lo había herido de forma superficial en la sien y eso le había comportado una gran pérdida de sangre, pero sin llegar a provocarle la muerte. El segundo disparo le había desgarrado la carótida. No había tenido ninguna oportunidad de salvarse, no la habría tenido ni siquiera en caso de que lo hubieran encontrado enseguida.

Era una cuestión rutinaria el hecho de comparar los proyectiles, mediante un análisis por ordenador, con la munición y las armas de los últimos tiroteos registrados. Los agentes de Southend se habían topado entonces con una coincidencia inesperada que poco después había sido corroborada por una investigación más minuciosa: Thomas Ward había sido asesinado con la misma arma con la que el asesino de Anne Westley había destrozado el cerrojo del cuarto de baño de su víctima.

De ahí que el caso de Ward hubiera acabado en manos del inspector Fielder y su equipo. Y para complicar todavía más la historia, habían aparecido aquellas anotaciones tan extrañas de un tal Samson Segal que vivía en Thorpe Bay, cerca de Thomas Ward, con quien tenía un problema evidente.

Ese había sido el motivo para la reunión especial del 1 de enero.

Al término de esta, sin embargo, todos habían quedado todavía más perplejos que antes.

¿Qué tenían en común Thomas Ward y las dos mujeres asesinadas?

Christy McMarrow había manifestado la idea más decisiva:

—¿Y si no había fijado su objetivo en Ward? ¿Y si en realidad tenía a su esposa en el punto de mira e ignoraba que no estaba en casa?

Fielder asintió con aire pensativo mientras trazaba otro círculo más alrededor del nombre de Thomas Ward. El 30 de diciembre, un día después del asesinato de Ward, había hablado con la esposa de la víctima después de que ella le hubiera dicho con total imparcialidad que tenía que contarle algo. Le había dicho que Ward acudía cada martes por la noche a una reunión de la peña del club de tenis. Que en condiciones normales nunca llegaba a casa antes de las diez o las diez y media. Quien conociera mínimamente las costumbres de la familia Ward habría creído encontrar a Gillian Ward en casa y no a su marido.

Pero esa noche ella había salido para intentar encontrarse con su amante. Eso también se lo había contado. Le había resultado difícil, pero Fielder no había tenido la impresión de que le hubiera estado ocultando detalles.

Gillian Ward.

Ese nombre también lo había anotado y rodeado un par de veces. Y había dibujado una flecha que relacionaba el nombre de aquella mujer con el de otra persona que había escrito con tinta negra y había subrayado con énfasis: John Burton.

Eso sí que había sido una sorpresa. No esperaba toparse con Burton. Y menos en relación con la investigación de un asesinato.

El inspector Burton, un antiguo colega que había echado a perder su carrera en la policía metropolitana por una estupidez. Fielder jamás había podido soportar a Burton, a pesar de no tener ningún motivo concreto que explicara esa animadversión. En ocasiones sospechaba que la única razón era la despreocupación y la indiferencia con la que ese hombre pasaba por la vida, una actitud que Peter Fielder envidiaba y, no obstante, no osaba poner en práctica. En su día, a Burton la joven le había parecido guapa y atractiva y de golpe y porrazo había iniciado con ella un idilio sin pensar en las consecuencias que podían derivarse de ello. Cuando todo se agravó y prácticamente no le quedó más remedio que dimitir, lo hizo con tanta serenidad que a todos sus colegas del cuerpo les quedó la desagradable sensación de que ellos se quedaban con la triste rutina policial y las pugnas por conseguir un ascenso, mientras que Burton optaba por la independencia y la libertad. En un momento en el que estaba viviendo la mayor derrota de su vida, había conseguido parecer un triunfador y no un perdedor.

Tal vez sea eso lo que no me gustaba de él, pensó Fielder justo antes de obligarse a centrarse de nuevo en el caso. ¡No pierdas la cautela y la objetividad! Te gustaría poner a Burton en un aprieto, sin duda, pero no vayas a dejarte influir por ello.

El caso es que Burton había iniciado un idilio con una mujer llamada Gillian Ward, cuyo marido había sido asesinado a tiros, y a Fielder todo aquello le parecía de lo más extraño. Burton, al que habían acusado de coacción sexual, una acusación que, sin embargo, la fiscalía había acabado por desestimar.

Christy entró en el despacho.

—Tengo una novedad: han encontrado el coche de Samson Segal. En Gunners Park, fuera de Shoeburyness. Sobre Segal no tenían ni la más mínima pista. Y luego he hablado con los criminalistas. Hasta el momento, no hay coincidencias. —Las huellas dactilares que habían encontrado en la habitación de Samson Segal no se habían encontrado ni en el piso de Roberts ni en el ascensor del edificio de Hackney. Los criminalistas seguían con las investigaciones pertinentes en Tunbridge Wells.

—De todos modos, creo que nos las prometemos muy felices pensando que ese tal Segal es el asesino y que… —empezó a decir Fielder.

—Señor —lo interrumpió Christy—, disculpe, comprendo que piense que Burton podría haber sido el autor de los crímenes y que Samson Segal no juega ningún papel en esto a pesar de sus más que discutibles anotaciones y de su extraño comportamiento. Pero ¿por qué John Burton tendría que haber querido…?

—¿… matar a Thomas Ward? Al fin y al cabo Burton tenía un idilio con la esposa de la víctima.

—¿Y por ese motivo ya piensa que fue él quien lo asesinó? ¿Para qué? ¡Si aspiraba a vivir con Gillian Ward en el futuro habría sido más sencillo pedirle que se divorciara de su marido!

—Tal vez a quien había querido matar fuera a Gillian. Según declaró ella misma, Burton no podía saber que ella acudiría a verlo y que pasaría la tarde y parte de la noche en ese pub de Paddington. Tal vez estaba seguro de que la encontraría.

—¿Creyendo que la hija no estaría en casa?

—Es su entrenador de balonmano. Me parece normal que la chica le hubiera contado que tenía previsto pasar las vacaciones en casa de sus abuelos, ¿no?

—¿Y por qué querría matar a Gillian?

Fielder se puso de pie y se acercó a la ventana. Unos grandes nubarrones sobrevolaban la ciudad.

—No olvide, sargento, que Burton ya sorprendió con una acusación de delito sexual. ¿Qué sabemos exactamente acerca de él? Tal vez sea un tipo altamente peligroso. Perturbado, perverso, qué sé yo. En su momento salió relativamente indemne, a pesar de que lo primero que hizo a continuación fue abandonar rápidamente el cuerpo de policía. ¿Por qué? ¿Para evitar que continuaran las investigaciones? ¿Que afloraran cosas que podían llegar a resultar desagradables para él?

—¿Qué cosas? —preguntó Christy.

—Ni idea. Al final podría ser que Burton tuviera un trastorno sexual grave.

—Señor, no es que quiera defenderlo. Pero por aquel entonces, John y yo formábamos un equipo y trabajábamos de maravilla juntos. Sé cuáles son sus fortalezas y sus debilidades. No es capaz de mantener las manos alejadas de una mujer bonita, aunque eso tampoco signifique que tenga un trastorno sexual como usted ha afirmado. Cuando sucedió, ninguno de nosotros creyó ni por un momento que hubiera violado realmente a aquella muchacha histérica. El fiscal tampoco lo creyó. Varios peritos independientes lo negaron del mismo modo. Y sin embargo no podía quedarse. Porque todos sus colegas de Scotland Yard, o por lo menos los hombres, en el fondo se alegraron del drama y dejaron muy claro que así fue. Y porque tenía claro que esa historia lo acompañaría durante toda su vida. Para un agente de alto rango no debe de ser precisamente agradable que todos los criminales a los que atrapaba, o sus abogados defensores, le preguntaran con una sonrisa si era él el madero al que habían procesado por violación. Burton no quería pasar por eso y yo lo comprendo absolutamente.

—Christy, creo que no está siendo objetiva respecto a Burton. Sé que lo ha apreciado mucho como policía. Pero eso no quita que ahora se haya visto involucrado en un caso de asesinato y que nos veamos obligados a verificar qué papel juega en esta historia.

—Bien. Veamos qué significa «esta historia». ¿Por qué… Carla Roberts y Anne Westley? No es que sean las víctimas típicas de Burton, ¿no? Una tenía sesenta y tantos años y la otra casi setenta. Sin duda no mantuvo ningún idilio con ellas.

—De cualquier modo, en el caso de Thomas Ward —insistió Fielder—, Burton no tiene ningún tipo de coartada.

Había mandado a un agente para que hablara con John Burton. John había declarado que el martes por la tarde había estado en su oficina. Un cliente quería proteger su mansión con un complejo sistema de seguridad y había acudido a verlo en busca de consejo. La conversación había durado hasta las seis de la tarde, el cliente pudo confirmarlo. Sin embargo, a continuación John se había quedado solo, había empezado a desarrollar el concepto para el cliente y a presupuestar los costes y se había encargado de atender al teléfono hasta las nueve. Posteriormente lo relevó un empleado al que le dijo que se marchaba directamente a casa. Por desgracia esa noche no recibió ni una sola llamada, no tuvo lugar ni el más mínimo suceso, lo que significaba que entre las seis y las nueve John habría podido ir a Thorpe Bay y volver a Londres sin que nadie se diera cuenta.

—Que no tenga coartada no significa que lo hiciera él —repuso Christy—. Además, Burton no sería tan tonto como para abandonar su turno de guardia. Eso habría sido demasiado arriesgado.

Fielder desvió la mirada de la ventana.

—No es que tenga a Burton en el punto de mira —dijo—. Solo intento no aferrarme demasiado a la posibilidad de que lo hiciera ese tal Samson Segal. Tengo la impresión de que todo lo relacionado con ese hombre, o al menos lo que sabemos de él, me parece demasiado… evidente. Tal vez no sea más que la sensación de que nos lo están sirviendo en bandeja de plata. Y luego está esa mujer que afirma que su cuñado tiene la vida de un vecino sobre la conciencia y se presenta con un montón de papeles que fundamentan la hipótesis por escrito. Casi como un acto reflejo se me enciende la luz de alarma, no puedo evitarlo.

—Ha desaparecido y eso no prueba nada, pero tampoco dice mucho a su favor —dijo Christy mientras negaba con la cabeza—. Comprendo lo que quiere decir, jefe. Pero a veces las cosas funcionan de ese modo. Se atrapa a un asesino porque alguien que lo conoce y que tal vez llevaba mucho tiempo sospechando de él se decide a hablar de una vez. Y debe usted admitir que Segal encaja en el perfil de asesino con una precisión de manual. Tiene un gran problema con las mujeres, lo dice su cuñada y queda reflejado con claridad en sus anotaciones. Desde hace años desea con fervor mantener una relación pero solo recibe negativas. En parte, cuando escribe acerca de las mujeres lo hace lleno de odio. Las sigue, anota hasta el detalle más insignificante de sus vidas y de la de sus familias. Sabía que Thomas Ward no solía estar en casa los martes por la noche. Sabía que Becky Ward debería haber estado con sus abuelos. Tenía toda la información que necesitaba.

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