Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (11 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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A la mañana siguiente, Magnus hizo colocar a sus doce hombres de guardia y sus más de cien siervos y siervos liberados, contando todos sus hijos, en el punto más alto del patio del fuerte para que todos pudiesen mirar hacia abajo, donde esperaba él con su espada ancha.

Había dormido mal durante la noche pero no había intercambiado ni una palabra con Sigrid, sino que había tomado todas sus decisiones él solo. No haría torturar al siervo, ni aplastarlo y luego empalarlo, ni le amputaría la parte del cuerpo con que más había pecado, ni lo colgaría de forma graciosa para humillarlo, tan solamente le quitaría la vida. Lo haría él mismo y con una espada. De esta forma demostraría ser un señor indulgente, especialmente aquello de la espada era una gracia que no correspondía a siervos depravados.

Skule temblaba de frío y tenía los labios azules cuando lo sacaron de su encierro. Su noche sin pieles ni abrigo en la despensa había sido dura. Aun así no parecía comprender lo que le esperaba. Cuando vio a su amo en la nieve con la gran espada, y ramas de abeto esparcidas en forma de rosca a los pies del amo, empezó a patalear y forcejear de tal forma que la nieve se arremolinaba en torno a sus pies, miserablemente vestidos. Consiguió enredarse y perder un zapato de tal manera que su pie azulado de frío y sucio hacía grandes surcos en la nieve cuando era arrastrado implacablemente.

Eskil y Arn estaban junto a su madre, un poco por delante de los guardias, que a su vez estaban delante de los siervos y los siervos liberados. Sigrid no hizo ni un gesto, su cara estaba como tallada en hielo por su dignidad de ama. Pero Eskil y Arn susurraban y señalaban y estaban tan excitados que su madre tuvo que agarrarlos con cuidado por sus pequeños pescuezos, que nadie veía, y apretar fuerte y como advertencia para mantenerlos quietos. Magnus se había obstinado en que los muchachos debían estar presentes, que debían aprender que un amo no solamente tenía diversiones, sino también obligaciones difíciles y que tales obligaciones debían cumplirse.

Era peliagudo intentar que Skule mantuviese la cabeza quieta, ya que tiraba con el cuerpo hacia un lado y otro gimoteando. Los dos siervos que lo sujetaban fueron arrastrados en varias ocasiones a una posición peligrosa bajo la espada alzada. Pero finalmente Magnus golpeó y acertó.

La cabeza de Skule cayó sobre las ramas de abeto con la cara hacia arriba y toda la muchedumbre pudo ver cada uno de los pequeños espasmos, así como el deseo de los labios de decir algo y cómo los ojos tras los párpados revoloteados querían ver algo. El cuerpo de Skule daba coletazos de las rampas que sentía y la sangre salía del cuello seccionado en dos chorros que fueron debilitándose.

Arn miró fijamente el pie desnudo y sucio en la nieve que primero se había movido pataleando salvajemente pero pronto quedó quieto. Entonces rezó en silencio a Dios, con la cabeza agachada y los ojos fuertemente cerrados, que lo librase de presenciar una cosa así otra vez.

Pero Dios no le contestó, pues estaba escrito que ningún hombre en la tierra de los svear o los godos vería tantas escenas parecidas como el pequeño Arn.

Durante el tiempo que siguió, a los muchachos no se les permitió relacionarse con los hijos de los siervos. Se los mantenía solos dentro de la casa principal, donde la misma Sigrid empezó a estudiar latín con ellos en espera del hermano lego Erlend, que aún tardaría algo debido a la gran cantidad de nieve.

Para la misa de San Pablo, cuando la mitad del invierno había pasado, el oso daba media vuelta en su guarida y quedaba por caer la misma cantidad de nieve que hasta ese momento, Magnus había hecho limpiar el camino que llevaba a la iglesia de Forshem para que él y sus allegados pudiesen asistir a la misa por primera vez en demasiado tiempo.

El tiempo era agradable, con sol y ligero viento, y el frío estaba justo en el límite al goteo del tejado, y por ello el viaje resultó agradable en los surcos marcados. Magnus podía oír cómo los niños, bien empaquetados en la gran piel de lobo de su abuelo, armaban jaleo y reían atrás en el trineo mientras éste se tambaleaba en los surcos y animó a sus dos fuertes alazanes a que corriesen más rápidamente porque le gustaba oír los chillidos alegres de los pequeños niños. Se permitió ese entretenimiento también porque tenía malos presentimientos, aunque no sabía decir por qué. Sin embargo, había dejado a la mitad de la guardia en casa, en Arnäs, algo por lo que los hombres habían refunfuñado ya que tras largos meses de invierno en la soledad de Arnäs tenían buenas ganas de ver lo que hubiera en la explanada de la iglesia ante lo que pavonearse. Era allí donde tenían su pensamiento más que, como buenos cristianos, en el interior de la iglesia y las palabras de Dios.

Al llegar la compañía de trineos de Arnäs a la explanada de la iglesia, Magnus vio algo que reforzó sus malos presentimientos. La gente estaba distribuida en pequeños grupos, hablando en voz baja, y no se habían mezclado como era la tradición, sino que cada uno se mantenía cerca de su propio linaje y muchos de los hombres llevaban cota de malla bajo sus mantos, una vestimenta que correspondía únicamente a tiempos de preocupación. La iglesia se llenaría, puesto que todos los vecinos del sur y todos los del este y de Husaby habían ido. Pero al oeste no había más vecinos que sus propios siervos liberados y éstos se hallaban un poco separados de los demás, agachados como si todavía no hubiesen aprendido a comportarse como hombres libres. En una situación normal, Magnus habría ido a buscarlos y habría hablado con ellos acerca del tiempo y del viento, en voz alta para demostrar lo que significa la libertad, pero ahora no era momento para ese tipo de atenciones. Cuando Sigrid y los niños bajaron del trineo, dejó el cuidado de los caballos en manos de sus siervos domésticos y se dirigió inmediatamente con su familia hacia los vecinos con quienes mantenía mejores relaciones, el linaje de Pål de Husaby, para enterarse de lo sucedido.

El rey Sverker había sido asesinado de camino a la misa del Gallo en la iglesia de Tollstad y ya estaba enterrado al lado de su esposa Ulvhild en Alvastra. Se sabía quién era el infame, el capataz y servidor del propio Sverker de Husaby, y ese hombre ya había huido, probablemente a Dinamarca.

Pero la gran cuestión no era quién había sido la espada, sino quién la había sujetado. Algunos opinaban que debía de ser Erik Jevardsson, que ahora se hallaba en Aros Oriental con los svear y que, según los rumores, ya había sido elegido rey de los svear en las piedras de Mora. Otros opinaban que había que buscar al instigador en Dinamarca, que era Magnus Henriksen, quien ahora reclamaba la corona puesto que era hijo de la sobrina del rey Inge
el Viejo
.

Karl Sverkersson ya se había autoproclamado rey en Linköping y había convocado a concilio nacional para ratificar el asunto. Ahora la cuestión era quién sería elegido rey en Götaland Occidental, ¿Karl Sverkersson o Erik Jevardsson? Pero probablemente el asunto no se resolvería de manera tranquila ni pacífica.

Cuando llamaron a misa se interrumpió el chismorreo y la gente acudió a la casa de Dios para silenciar su preocupación, consolarse con el evangelio o enfriar su exaltación con canto divino o, como Magnus, permanecer quieto en otros pensamientos, dejando de lado el propósito de purificarse de todo lo terrenal. Probablemente, la mayoría de los hombres de linaje y con blasón pensaban lo mismo que Magnus, que quizá era la última vez que se encontraban como amigos bajo un mismo techo de iglesia. Sólo Dios podía saber qué les deparaba el futuro y qué linaje se enfrentaría con el otro. Los godos no se habían visto obligados a luchar entre ellos desde que el rey Sverker tomó el poder monárquico, y eso había sucedido cuando Magnus todavía era un niño. Pero ahora no se hallaban lejos de ese momento.

Al acabar la misa, Magnus se hallaba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que era hora de marchar hasta que Sigrid lo empujó suavemente. Sin embargo, había podido decidir con todo detalle lo que debía y lo que no debía decir.

En las largas conversaciones que tuvieron lugar entre los hombres, mientras que sus esposas e hijos esperaban cada vez más fríos e impacientes en los trineos, Magnus eligió sus palabras con mucho cuidado. Reconoció que Erik Jevardsson había visitado Arnäs poco antes del asesinato, pero señaló que la esposa de Erik, Kristina, provocaba muchas molestias con su disputa sobre Varnhem. Así pues, su linaje estaba tanto a favor como en contra de Erik Jevardsson.

Admitió que Sigrid había sido muy allegada del rey Sverker, pero que el rey no veía su linaje noruego, por parte de su madre, con buenos ojos. Así pues, su linaje estaba tanto a favor como en contra del linaje sverkeriano.

Otros tomaron posturas más claras, parecía que la mayoría por el linaje sverkeriano, pero Magnus no quería atarse, no quería señalar a nadie de los presentes como futuro enemigo. Sería insensato, pasase lo que pasase. De todos modos, tarde o temprano, uno se enfrentaría con espada a los enemigos que Dios le quería dar, independientemente de lo que se dijese en un determinado momento en la explanada de una iglesia.

Pero de camino a casa estuvo acongojado y preocupado, y cuando se acercaban a Arnäs vigilaba intranquilo, como si ya esperase asaltantes, aunque la nieve todavía protegiese a Arnäs de toda soldadesca procedente del Norte y del este.

Al llegar a casa hizo que fueran a buscar inmediatamente más leña para las fraguas, y buscó a todos los siervos herreros y los puso a trabajar con soplillos y yunques para forjar tantas puntas de flechas y de lanzas como pudiesen; el hierro ordinario del que había tanto en Arnäs no servía para la forja de espadas.

Ya al día siguiente, Magnus equipó dos trineos pesados para viajar a Lödöse y adquirir todo aquello que ahora se necesitase para la futura guerra.

Pero el invierno sólo soltó lentamente a Arnäs de su puño de hierro y no llegaron noticias de ejércitos que se armaban ni en Götaland Oriental ni en Svealand y Magnus se puso de mejor humor y reorganizó el trabajo en las herrerías y carpinterías, dedicándolo a faenas más cotidianas. Además, Sigrid lo había tranquilizado con que era poco probable que los guerreros se dirigiesen en primer lugar a Arnäs. Si Erik Jevardsson había sido proclamado rey de los svear, y Karl Sverkersson rey de Götaland Oriental, tendrían que arreglárselas entre ellos, si era eso lo que querían. Aquí en Götaland Occidental luego sólo les quedaría rendir homenaje al ganador.

Magnus estaba de acuerdo con ella a medias. Él opinaba que también podía suceder que uno de los dos se dirigiese primero a Götaland Occidental para lograr una más de las tres coronas que Erik Jevardsson había dicho que pretendía. Y entonces deberían decidirse. ¿Y si Erik Jevardsson llegaba primero con esta demanda? ¿Y si Karl Sverkersson llegaba antes? Las dos alternativas tenían las mismas posibilidades.

Sigrid opinaba que, en cualquier caso, uno no podía influir sobre ese asunto quedándose sentado en Arnäs, bebiendo cerveza por las noches hasta tarde y especulando. Tarde o temprano todo quedaría claro y entonces, pero sólo entonces, sería hora de decidirse. Magnus se conformó por el momento con ese planteamiento.

Pero cuando los techos hubieron goteado durante una semana y los hielos empezaban a descomponerse llegó una desgracia a Arnäs, significativamente mayor que la que podría haber sucedido si uno de los dos reyes hubiese llegado de visita con exigencias de juramentos de fidelidad.

Los chicos permanecían la mayor parte del tiempo tranquilos, castigados y sermoneados, dado que el hermano lego Erlend había vuelto a Arnäs poco después de la misa de San Blas. Desde el amanecer hasta el véspero se mantenían mayoritariamente en un rincón de la sala de la casa principal, cerca de los hogares de fuego, donde el hermano lego Erlend se dedicaba a embutir algo de sentido común en sus poco entusiastas cabezas. Ambos encontraban su trabajo servil, puesto que los textos que Erlend había traído de Varnhem eran pocos y trataban de asuntos que en nada podían interesar a los chiquillos, ni tan siquiera a los hombres adultos de Götaland Occidental. Sobre todo se trataba de tesis filosóficas sobre los elementos y la física. Pero el trabajo no era ni siquiera para enseñarles la filosofía, para eso eran demasiado jóvenes, sino para martirizarlos con la
grammaticus
. Sin
grammaticus
, ningún conocimiento, sin
grammaticus
el mundo estaba cerrado a toda comprensión, machacaba Erlend y, suspirando, los niños, obedientes, hundían de nuevo sus cabezas en los textos.

Era cierto que el hermano lego Erlend no refunfuñaba. Pero también podría imaginarse una expresión más importante para su vocación divina, o por lo menos un trabajo más agradable, que no intentar embutir sentido común en las conciencias poco entusiastas de unos chiquillos. Pero ni siquiera se plantearía cuestionar los encargos del venerado padre Henri. Tal vez este encargo sólo era una dura prueba que debía resistir, pensaba a veces, melancólico, o un castigo prolongado por los pecados que había cometido en su vida terrenal antes de sentir la vocación espiritual.

Pero el día de descanso era sagrado, también para los niños que únicamente trabajaban con el latín. Y en el día de descanso sacaron la cabeza después de la misa matinal y, como ardillas escurridizas, desaparecieron. Magnus y Sigrid estaban de acuerdo en dejarlos hacer y preferiblemente no descubrir que no se comportaban con la tranquilidad y reflexión que el día de descanso exigía según el mandamiento de Dios.

El niño siervo Kol tenía una corneja domesticada que podía hacer sentarse en su hombro fuera donde fuera, y había prometido a Eskil y a Arn que juntos cazarían nuevas crías de corneja al llegar el verano, tan pronto como las nidadas del año fuesen lo suficientemente grandes como para coger las crías de los nidos arriba en la torre.

Ahora habían subido sigilosamente para ver cuántos nidos había y si ya habían puesto huevos. Resultó que aún no había huevos, pero vieron que las cornejas habían empezado a trabajar con sus nidales del año; parecía prometedor.

Eskil había exigido tomar prestada la corneja de Kol y llevarla en su hombro, y naturalmente Kol no tenía nada en contra, aunque advirtió que podía ser un poco más antipática con desconocidos que con él.

Y tal como había temido Kol, la corneja de repente abandonó el hombro de Eskil, salió volando y se posó en la punta del pretil como si ahora contemplase todo el espacio del pájaro libre y pensase en abandonar su servidumbre. Eskil no se atrevió a hacer nada porque tenía miedo a las alturas. Kol no se atrevió a hacer nada porque temía ahuyentar la corneja al vuelo entre el cielo y la tierra. Pero Arn salió con cuidado hacia el pretil y se alargó para coger el cordón que la corneja llevaba atado a una de sus patas. No lo alcanzaba y tuvo que subirse a la almena helada, ponerse de puntillas y alargarse cada vez más. Cuando alcanzó el cordón y lo agarró con cuidado, la corneja alzó el vuelo con un grito y fue como si lo tirase por el precipicio. A los niños, asustados, les pareció que pasaba una eternidad antes de oír el ruido sordo y grave allá abajo, cuando Arn golpeó contra el suelo.

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