Read Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén Online
Authors: Jan Guillou
Pero en Värend había mucho que vengar. Por ello se habló durante mucho tiempo de la mujer Blenda, que ahora mandó mensaje en cadena a muchas más mujeres, y juntas recibieron al canciller y a sus hombres cerca del riachuelo Nissa con pan y carne salada. Resultó ser una tremenda cantidad de carne salada. Ofrecieron una insólita invitación y acompañaron la carne salada de una insólita gran cantidad de cerveza.
Cuando el canciller y sus hombres finalmente fueron tambaleándose a un granero a dormir mientras que los soldados tuvieron que arreglárselas bajo pieles de buey y oveja, aunque tan ebrios como la gente distinguida, Blenda y sus amigas se prepararon cuidadosamente. Untaron antorchas de brea y llamaron a sus hombres, que se habían escondido en el bosque.
Al caer el silencio sobre el campamento y oírse solamente ronquidos, echaron cuidadosamente el cerrojo al granero y prendieron fuego a las cuatro esquinas a la vez. Luego se abalanzaron sobre los soldados dormidos.
A la mañana siguiente ahogaron con alegres risas a los últimos prisioneros bajo el hielo del riachuelo Nissa, donde habían abierto dos grandes agujeros en el hielo de tal forma que podían arrastrar a los presos bajo el hielo como en un gran sedal de fondo.
El rey Sverker había ganado la guerra contra los daneses sin mandar un solo hombre, sin levantar un solo dedo.
Seguramente, él consideraba que esto se debía principalmente a todas sus plegarias y a la salvaguardia de Dios. Pero él no quería ser menos hombre e hizo llamar a Blenda y a sus más allegados. Decidió que las mujeres de Värend, que ahora se habían mostrado tan varoniles en la defensa del país, en lo sucesivo heredarían al igual que los hombres. Y llevarían, como símbolo eterno de la guerra, cinturón rojo adornado con cruces doradas, un símbolo que solamente les pertenecería a ellas y a nadie más. Y cuando las mujeres de Värend se casaran tendrían, ellas y nadie más, derecho al honor imperecedero de llevar tamborileros delante de las procesiones matrimoniales.
Si el rey Sverker hubiese vivido más tiempo, probablemente su decreto habría tenido un mayor efecto legal. Pero los días del rey Sverker estaban contados. Pronto sería asesinado.
Ningún castillo puede construirse inexpugnable. El hogar de todo hombre puede ser devastado y quemado si existen motivos lo suficientemente fuertes. Pero la cuestión será entonces si valió la pena, cuántos asaltantes fueron matados por flechas, cuántos aplastados por piedras y cuántos perdieron las ganas y la salud durante el transcurso del asedio.
El señor Magnus sabía todo esto y caviló mucho mientras duró la construcción. Porque lo que él no podía saber, lo que nadie podía saber en estos tiempos, era qué pasaría tras la muerte del anciano rey Sverker, que no tardaría mucho en llegar, independientemente de cómo se viese el asunto.
Todo era posible. Karl, el hijo mayor de Sverker, podía ganar el poder monárquico y entonces no cambiaría nada importante. La relación con el rey Sverker había mejorado, sobre todo gracias a Sigrid, que había regalado Varnhem casi en su propio nombre.
Pero no se podía saber mucho acerca de lo que sucedía en Svealand, quién o quiénes de los svear se preparaban ahora para la lucha por la corona. ¿O tal vez algún godo—occidental? Tal vez alguien del propio linaje, de un linaje emparentado o de un linaje enemigo. Pero a la expectativa de la resolución, solamente quedaba seguir construyendo.
Arnäs estaba situada en la punta de un cabo del lago Vänern, por lo cual se hallaba naturalmente protegida por el agua a tres bandas. Al lado de la antigua casa principal se alzaba ahora una torre de piedra que tenía la altura de siete hombres. Las murallas en torno a la torre aún no habían sido acabadas, así que la zona estaba esencialmente protegida por empalizadas de troncos de roble apretados y afilados. Todavía quedaba mucho por hacer.
Magnus había pasado largo rato en la torre de su propiedad tirando con un arco largo contra una bala de paja al otro lado de los dos fosos. Realmente era extraordinaria la distancia que podía alcanzar un flechazo si se disparaba desde arriba y hacia abajo de aquella manera. Tras pocas prácticas de tiro se podía aprender a calcular el ángulo de tal manera que se daba casi en el blanco, como mucho a un brazo de distancia de donde se pretendía dar. Incluso en su estado actual, Arnäs sería difícil de tomar, por lo menos para algún grupo de soldados de regreso de una u otra guerra y que necesitasen abastecerse de camino a casa. Llegaría a ser aún más fuerte, pero todo requería su tiempo y habitualmente Sigrid deseaba cosas diferentes de Magnus.
Él sabía muy bien que normalmente ella lograba imponer su voluntad cuando estaban en desacuerdo. Actualmente sabía incluso cómo lo hacía para que pareciese que ella no lo estaba manejando, sino que se adaptaba dócilmente a la voluntad de su marido y señor.
Como aquello del sitial de los antepasados noruegos. El sitial y las paredes del lateral corto del salón de la vieja casa principal habían sido decorados con tallas en roble de Noruega que representaban drakkares balanceándose en el mar y una gran serpiente, cuyo nombre había olvidado, rodeando toda la imagen y todo lo que se podía ver y leer en ella. El texto rúnico era viejo y difícil de leer.
Primero Sigrid había sugerido que se quemase toda aquella vieja herejía ahora que se construía de nuevo. En lugar de eso, las paredes serían vestidas con tapices de los nuevos tiempos en que hombres cristianos defendían la Ciudad Santa de Jerusalén, donde se levantaban iglesias y se bautizaba a los paganos.
A Magnus le era difícil reconciliarse con la idea de quemar las elaboradas tallas de los antepasados. Actualmente no se hacían esas cosas, como mínimo era imposible encontrar su semejante en otro lugar de Götaland Occidental. Pero también le era difícil manejar las palabras de ella sobre herejía y arte pagano. Precisamente en eso tenía razón.
Pero aquellos antepasados que esculpieron ornamentos draconianos y runas no habían conocido otra forma de tallar y lo único que ahora quedaba tras ellos era la labor de sus manos y su bella obra. Sus imágenes hablaban a la sensibilidad del espectador como una voz del pasado, sin que por ello uno fuese necesariamente a tener pensamientos impuros. Era como ver un amanecer radiante; podía significar cualquier cosa y significaba algo diferente en la época de los trazados draconianos que en la época de Nuestro Salvador. Pero le era difícil explicarle todo esto con propiedad cuando ella sólo hablaba de herejía y de purificar la herejía con fuego. Parecía como si ella tuviese razón y él estuviese equivocado.
Pero mientras disputaban acerca de los trazados draconianos y las runas existía también la cuestión de los albañiles, ante todo Svarte y Gur y algunos de su descendencia. ¿Utilizarían primero toda la albañilería para las fortificaciones, o debían construir antes la fachada de la nueva casa principal? La hoguera en la vieja casa se había extendido por el centro del suelo, de manera que el calor era distribuido de forma bastante equilibrada. Al fondo de la casa permanecían los siervos y las bestias, en la parte en que se ubicaba el sitial permanecían el amo y su gente y sus huéspedes. De esta manera se conservaba mejor el calor durante los severos inviernos.
Pero ahora Sigrid había llegado con ideas completamente nuevas que naturalmente había hallado en los monjes abajo en Varnhem. Él todavía recordaba su asombro y sus dudas cuando ella lo dibujó todo en la arena ante él. Todo era nuevo, nada era como antes.
La casa que ella dibujaba estaba dividida en dos mitades, con un gran portal en medio que llevaba a un vestíbulo y desde allí se accedía o bien a la mitad de los amos o a la mitad de los siervos y las bestias. Además, la parte de los siervos y las bestias estaba dividida en dos plantas: la planta de arriba servía para almacenar el forraje, y la planta baja, como establo y cobertizo. En esta mitad de la casa no habría ningún hogar, por lo contrario el fuego sería prohibido y de duro castigo.
En la otra mitad de la casa principal, que sería la suya con sitial como antes, la fachada del fondo sería construida completamente de piedra, y debajo de la fachada se colocarían piedras lisas afirmadas en obra a un hogar casi tan ancho como la casa, y encima del hogar una campana y cañones de chimenea en obra empedrada.
Él había puesto muchas objeciones y ella la misma cantidad de respuestas. ¿Si no se tenía fuego a lo largo de todo el suelo, no haría demasiado frío en los severos inviernos?
—No, mi querido esposo y señor. La muralla será calentada constantemente, puesto que siempre hay fuego durante el día y la muralla conserva el calor durante la noche. Sin todas esas aberturas en el techo para el humo, por donde el frío baja como demonios, conservamos mejor el calor de los fuegos.
Pero sin aberturas en el techo para el humo, ¿no estaremos constantemente tosiendo y con los ojos enrojecidos?
—No, mi querido señor y esposo. El humo sólo sube por los cañones de chimenea por encima del hogar, no sale humo a la sala.
—Pero los siervos y las bestias no tendrán fuego en su parte de la casa, no podemos perderlos por el frío. ¿Cómo aguantarán entonces el invierno? ¿No morirán de frío y nos harán bien pobres por primavera?
—No, mi querido señor y esposo. Dividiendo su casa en dos plantas, el calor de los animales se quedará en la planta baja y tanto hombre como siervo pueden arreglárselas bien con tanta paja en la planta superior.
—Sí, pero si construimos como tú dices, con troncos largos uno encima de otro, nos aturdirá el viento y la nieve. ¿No deberíamos construir a la vieja manera con la madera en posición vertical?
—No, mi querido señor y esposo. Los carpinteros deberán alisar primero los troncos todo lo posible con las hachas, de manera que estén planos el uno contra el otro. Luego cubrimos las grietas con lino embreado hasta que estén completamente taponadas y pasamos brea negra correosa tanto por la parte exterior como interior de las paredes, como se hace en Noruega con las iglesias de madera.
Así había procedido y justo en el momento en que dijo esto acerca de las iglesias de madera noruegas se había dado cuenta de que, pensándolo bien, seguro que podía ceder en lo referente al sitial de los antepasados y a sus ornamentos poco cristianos. Y entonces él, inmediatamente aliviado y animado, había accedido a que primero se llevara a los albañiles a la nueva casa principal. De todos modos, ya había conseguido lo que quería.
Claro que la había descubierto, claro que comprendía cómo lo hacía para conseguir imponer su voluntad en casi todo. Alguna vez había sentido una pequeña ola de ira ante la idea de que su esposa se comportase como si ella y no él fuese el señor en Arnäs.
Pero lo que ahora veía, al quitar la cuerda del arco largo y gritar a uno de los siervos que estaban en el foso que recogiese las flechas y las pusiese en su soporte en el porche, no era sólo un bello panorama. Era un panorama muy convincente.
Bajo él, en la misma zona del fuerte, se hallaba la nueva casa principal, resplandeciente con sus paredes de brea y con el techado de musgo frondosamente verde. Habían pasado de techo de caña a techado de musgo con hierba en todas las casas, a pesar de que existiese mucha caña fácil de recolectar en los alrededores. No era solamente por el calor, sino también porque una única flecha inflamada convertiría techos de caña en grandes antorchas.
En el otro extremo del patio, en la zona del fuerte, se hallaba un largo cobertizo bajo la protección de la parte del alto muro que había sido acabado primero. En la torre bajo él había cereales y armas. Incluso en el actual estado sería capaz de organizar la defensa de Arnäs en medio día.
Si miraba tierra adentro, aparecía todo un pueblo al otro lado del foso exterior. Allí se hallaba la curtiduría que apestaba a lo largo del agua tras las otras casas; era donde se preparaban las pieles de buey y las de marta y armiño que proporcionaban tanta moneda de plata en Lödöse. Hacia el fuerte se disponían las otras casas en dos filas, cobertizos y moradas de los siervos, talleres de pedreros y herrerías, despensas, cocinas, tonelería y telar de lino. Actualmente había el doble de siervos y bestias que tan sólo unos pocos años atrás.
Lo último era como un milagro e igual de difícil de comprender. Él había aprendido de su padre, que a su vez había aprendido de sus antepasados, hasta donde alguien era capaz de recordar exactamente cuántos siervos y bestias podía soportar una tierra en relación a su tamaño para evitar comerse hasta las piedras.
Ahora había una muchedumbre allí abajo, el doble de cuantos habría tenido según su propio criterio y, aun así, Arnäs se había enriquecido y crecido por cada mes que pasaba. El bosque que antes llegaba cerca del foso septentrional estaba ahora tan lejos como a diez tiros de flecha, lo más lejos que un ojo podía llegar a ver de forma nítida. El bosque se había convertido en la madera que ahora formaba todas las casas nuevas de allí abajo. Donde antes había estado el bosque se extendían nuevos prados y pastos.
Independientemente de cuantas monedas de plata hubo gastado en cosas que no podían fabricarse en Arnäs o en aquello que sólo la plata podía comprar, como la sal o como el herrero de Bjälbo que trabajaba en los adornos de todos los portales, su cantidad de moneda había aumentado constantemente, como si las monedas se reprodujesen al igual que siervos y bestias en sus cofres de roble en la tesorería y la cámara de la torre.
Cuando el rey Sverker puso en marcha la fabricación de monedas en Lödöse dos inviernos atrás, era el único rey que había creído en las monedas como forma de pago desde hacía más tiempo del que nadie podía recordar, desde los tiempos paganos. La mayoría de los comerciantes habían desconfiado de la novedad y preferían el sistema antiguo, en que se cambiaba sal y hierro, pieles, mantequilla y cuero en cantidades de fanegas de cereales.
Pero Sigrid había convencido ansiosamente a Magnus para que ya desde el principio utilizase el nuevo orden y fuera el primero en cobrarlo todo en plata. Ella lo había planteado como que, de aquella manera, ayudaba al rey Sverker con una difícil novedad en la que nadie creía y con ello mantendrían la buena disposición del monarca hacia Arnäs.
Por ello, al principio le daban diez veces más plata por un producto de lo que le daban ahora, cuando los demás habían empezado a seguirlo. Pero simplemente con haber sido el primero había duplicado su riqueza en unos pocos años. Sigrid había asegurado constantemente que esto de las monedas de plata como pago iría a más, que era propio de los nuevos tiempos, que era de inteligentes mirar por el bien de su casa también cuando se trataba esta extraña e insegura novedad.