—Usted sospecha —replicó Stephen con una especie de media risa— que yo sea importante porque pertenezco al
faubourg Saint-Patrice
llamado Irlanda en obsequio a la brevedad.
—Yo iría aún más allá —insinuó el señor Bloom.
—Pero yo sospecho —interrumpió Stephen— que Irlanda debe ser importante porque me pertenece a mí.
—¿Qué pertenece? —preguntó el señor Bloom, echándose adelante, antojándosele que quizá había entendido mal—. Perdone. Por desgracia se me ha escapado la segunda parte. ¿Qué es lo que usted…?
Stephen, visiblemente malhumorado, lo repitió y echó a un lado sin demasiada cortesía el tazón de café o como quiera que se lo desee llamar, añadiendo:
—No podemos cambiar de país. Cambiemos de tema.
Ante esta pertinente sugerencia, de cambiar de tema, el señor Bloom bajó los ojos, pero con perplejidad, pues no sabía exactamente qué interpretación dar a ese «pertenece» que parecía no venir a cuento. El rechazo, de un tipo o de otro, estaba más claro que lo demás. Ni que decir tiene, los vapores de su reciente orgía hablaban entonces con cierta aspereza, de un modo curiosamente agrio, ajeno a su condición cuando no bebido. Probablemente la vida del hogar, a que el señor Bloom atribuía la más alta importancia, no había sido todo lo que era necesario o no se había familiarizado con la clase apropiada de gente. Con un toque de temor por el joven de al lado, a quien escudriñaba furtivamente con aire de cierta consternación recordando que acababa de volver de París, los ojos, sobre todo, recordándole más intensamente a su padre y su hermana, pero sin poder arrojar mucha luz sobres el tema, sin embargo, evocó en su mente ejemplos de personas cultas que prometían tan brillantemente, malogradas en el capullo de la decadencia prematura, sin poder echar la culpa más que a ellos mismos. Por ejemplo, estaba el caso de O’Callaghan, por mencionar uno, el maniático medio loco, de respetable parentela pero de medios insuficientes, con sus fantasías dementes, entre cuyas demás caprichosas ocurrencias, cuando estaba ya echado a perder y se había convertido en una molestia para todos los que le rodeaban, tenía la costumbre de exhibir ostentosamente en público un traje de papel de estraza (hecho auténtico). Y luego el acostumbrado desenlace, en cuanto dejaron de reírle la gracia, de buenas a primeras se encontró metido en un laberinto hasta el cuello y tuvieron que hacerle poner tierra por medio unos cuantos amigos —después de una seria advertencia, porque no hay peor sordo que el que no quiere oír, por parte de John Mallon, de la policía del Gobierno regional, para no quedar sujeto a la sección dos de los Decretos Adicionales al Código Penal, habiendo sido notificados pero no divulgados ciertos nombres de los requeridos a juicio, por razones que se le pueden ocurrir a cualquiera que tenga dos dedos de frente. En una palabra, echando las cuentas, ese seis dieciséis a que señaladamente hizo oídos de mercader, Antonio y compañía, los jockeys y los estetas y el tatuaje que hacía furor en los años setenta más o menos, incluso en la Cámara de los Lores, porque aún en sus verdes años el ocupante del trono, entonces príncipe heredero, y los otros miembros de los diez de arriba y otros altos personajes sencillamente siguiendo las huellas del jefe del Estado, él reflexionaba sobre los errores de los famosos y las testas coronadas yendo a contrapelo de la moralidad tal como en la causa Cornwall hacía unos cuantos años por debajo de su barniz de un modo no muy de acuerdo con los designios de la naturaleza, cosa terriblemente mal vista por Doña Opinión Pública conforme a las leyes, aunque no por la razón que probablemente se imaginaban, cualquiera que fuera, excepto las mujeres sobre todo, que siempre andaban cortándose un traje unas a otras, siendo sobre todo cuestión de ropas y lo demás. Las señoras a quienes les gusta la ropa interior distinguida deberían, y todo hombre bien vestido debe, tratar de ensanchar más el intervalo entre ellos mediante insinuaciones y dar más auténtico sabor a los actos de indecencia entre ambos, ella le desabotonó el y entonces él le desató el, cuidado con el alfiler, mientras que los salvajes en las islas caníbales, digamos, a noventa grados a la sombra, se ponen el mundo por montera. Sin embargo, volviendo al punto de partida, había por otra parte otros que se habían abierto paso a la fuerza hasta la cumbre desde los más bajos estratos, a fuerza de codos. Pura fuerza de genio de nacimiento, eso. Cuestión de cabeza, señor mío.
Por la cual y ulteriores razones él sentía que entraba en su interés e incluso en su obligación seguir insistiendo y aprovechar la ocasión imprevista, aunque no sabría decir exactamente por qué, habiéndose desprendido, como lo había hecho, de varios chelines, sin podérselo echar en cara a nadie más. Sin embargo, cultivar el conocimiento de alguien de calibre nada común que podía proporcionar pasto a la reflexión compensaría de sobra cualquier pequeño… El estímulo intelectual en cuanto tal, le parecía a él, de vez en cuando, un tónico de primera para la mente. A lo cual se añadía la coincidencia del encuentro, la discusión, el baile, la riña, el viejo marinero, del tipo de si te he visto no me acuerdo, vagabundos nocturnos, toda la galaxia de acontecimientos, todo ello iba a constituir un camafeo en miniatura del mundo en que vivimos, especialmente en cuanto que las vidas de la décima parte sumergida, esto es, mineros de carbón, buzos, hombres de las alcantarillas, etc., estaban últimamente muy bajo el microscopio. Para mejorar esa fúlgida hora se preguntaba si podría encontrar algo que se pareciera a la suerte del señor Philip Beaufoy si lo ponía por escrito. Supongamos que redactara algo fuera del camino trillado (como pensaba decididamente hacer) a razón de una guinea por columna,
Mis experiencias
, digamos,
en un Refugio del Cochero
.
La edición rosa, extra de deportes, del
Telegraph
, el Te Le Agarro, estaba, por suerte, junto a su codo y mientras se ponía otra vez a cavilar, nada convencido, sobre un país que le perteneciera a él y todo el jeroglífico de antes, el barco venía de Bridgewater y la postal estaba dirigida a A. Boudin, encontrar la edad del capitán, sus ojos erraban sin objetivo sobre los titulares correspondientes que quedaban en su dominio especial, la omnicomprensiva la prensa nuestra de cada día dánosla hoy. Primero tuvo una especie de sobresalto pero resultó ser sólo algo sobre uno llamado H. du Boyes, representante de máquinas de escribir o algo así. Gran batalla Tokyo. Enredo amoroso en irlandés 200 libras indemnización. Gordon Bennett. Estafa de emigración. Carta de Su Gracia William †. Reunión de Ascot, la Copa de Oro. Victoria del inesperado
Por Ahí
recuerda el Derby del 92 cuando el caballo desconocido del capitán Marshall
Sir Hugo
conquistó la cinta azul contra toda previsión. Desastre en Nueva York, mil vidas perdidas. Glosopeda. Entierro del difunto señor Patrick Dignam.
Así para cambiar de tema leyó sobre Dignam, R. I. P., lo cual, reflexionó, no era precisamente un comienzo alegre. O un cambio de domicilio en todo caso.
—
Esta mañana
(lo ha metido Hynes, claro)
los restos del difunto señor Patrick Dignam fueron retirados de su residencia en el n.° 9 de Newbridge Avenue, Sandymount, para su sepelio en Glasnevin. El fallecido caballero era una personalidad muy conocida y simpática en la vida de la ciudad y su pérdida, tras breve enfermedad, ha causado gran impresión a los ciudadanos de todas las clases, los cuales lamentan vivamente su desaparición. Las exequias, en que estuvieron presentes muchos amigos del difunto, tuvieron lugar a cargo
(seguro que Hynes lo escribió con un soplo de Corny)
de la empresa H. J. O’Neill & Hijo, 164 North Strand Road. Entre el duelo figuraban: Patk. Dignam (hijo), Bernard Corrigan (cuñado), John Henry Menton, procur., Martin Cunningham, John Power comerdph 1/8 ador dorador douradora
(debe ser cuando llamó a Monks el cronista jefe por lo del anuncio de Llavees)
, Thomas Kernan, Simon Dedalus, Stephen Dedalus, B. A., Edward J. Lambert, Cornelius Kelleher, Joseph M’C. Hynes, L. Boom, C. P. M’Coy, MacIntosh y otros varios
.
No poco picado por
L. Boom
(como incorrectamente estaba puesto) y la línea de tipografía echada a perder, pero al mismo tiempo cosquilleado hasta morir por C. P. M’Coy y Stephen Dedalus, B. A., quienes, ni que decir tiene, habían brillado por su ausencia (para no hablar de MacIntosh), L. Boom se lo señaló a su compañero B. A., ocupado en sofocar otro bostezo, medio de nerviosismo, sin olvidar la acostumbrada cosecha de erratas idiotas.
—¿Está ahí esa Primera Epístola a los Hebreos? —preguntó éste, tan pronto como se lo permitió la mandíbula inferior—. Texto: Abre la boca y métete el pie dentro.
—Está, realmente —dijo el señor Bloom (aunque primero se le antojó que aludía al arzobispo hasta que añadió lo del pie y la boca, la glosopeda, con que no podría haber relación posible), muy contento de quedar tranquilo en su ánimo y un poco desconcertado de que Myles Crawford, al fin y al cabo, se las hubiera arreglado para meter ahí la cosa.
Mientras el otro lo leía en la página dos, Boom (para darle por el momento su nuevo mal nombre) dejó pasar unos pocos momentos de ocio a trancas y barrancas con la información sobre la tercera carrera en Ascot en página tres, premio 1.000 soberanos con 3.000 soberanos en especie por todos los potros y potrillas: 1.°:
Por Ahí
del señor F. Alexander, c.b. de
Rightaway-Thrale
, 5 años, peso 60, montado por W. Lane, ganador. 2.°:
Zinfandel
, de Lord Howard de Walden (M. Cannon). 3.°:
Cetro
, del Sr. W. Bass. Apuestas 5 a 4 por
Zinfandel
, 20 a 1 por
Por Ahí
(fuera).
Por Ahí
y
Zinfandel
cabeza con cabeza. No cabían previsiones, luego el caballo desconocido tomó la vanguardia y se puso a la cabeza, a distancia, dejando atrás al potro castaño de Lord Howard de Walden y a la yegua baya del Sr. W. Bass,
Cetro
, en un recorrido de 2 millas y media. El ganador entrenado por Braine, de modo que la versión de Lenehan sobre el asunto era puro cuento. Se aseguró el veredicto hábilmente por un largo 1.000 soberanos con 3.000 en especie. No colocado
Máximo II
(el caballo francés por el que Bantam Lyons andaba preguntando afanosamente todavía no llegó pero se espera en cualquier momento) de J. de Bremond. Diferentes maneras de dar el golpe. Indemnización por hacer el amor. Aunque ese chiflado de Lyons se salió por la tangente en su ímpetu porque le dejaran fuera. Claro, el juego se presta muy especialmente a esa clase de cosas aunque, tal como resultó la cosa, el pobre idiota no tenía muchos motivos para felicitarse por su elección, esa esperanza perdida. En definitiva, todo se reducía a adivinar.
—Todas las indicaciones eran de que llegarían a eso —dijo
él
, Bloom.
—¿Quién? —dijo el otro, que, por cierto, se había hecho daño en la mano.
Una mañana uno abriría el periódico, afirmó el cochero, y leería:
Parnell ha vuelto
. Les apostaba lo que quisieran. Un fusilero de Dublín estuvo en ese refugio una noche y dijo que le había visto en Sudáfrica. El orgullo fue lo que le mató. Debía haberse quitado de en medio él mismo o esconderse algún tiempo después de lo del Comité N.° 15 hasta que hubiera vuelto a ser el de antes sin que nadie le pudiera señalar con el dedo. Entonces todos como un solo hombre se habrían puesto de rodillas para rogarle que regresara cuando volviera en sí. Muerto no estaba. Sencillamente oculto en algún sitio. El ataúd que trajeron estaba lleno de piedras. Cambió su nombre por De Wet, el general bóer. Cometió un error en enfrentarse con los curas. Etcétera etcétera.
Con todo eso, Bloom (propiamente así denominado) estaba más bien sorprendido de la buena memoria de aquéllos, pues en nueve casos de cada diez se trataba de un bulo, y no aislado sino por millares, y luego olvido completo porque hacía ya sus buenos veinte años. Altamente improbable, por supuesto, que hubiera ni sombra de verdad en sus historias y, aun suponiéndolo, consideraba muy desaconsejable el regreso, teniéndolo todo en cuenta. Evidentemente había algo en su muerte que les irritaba. O bien se había desvanecido demasiado mansamente de una pneumonía aguda precisamente cuando sus variados y diferentes arreglos estaban aproximándose a su objetivo o bien se llegó a saber que debía su muerte a haber descuidado cambiarse de calzado y ropa tras una mojadura de lo cual resultó un resfriado y sin consultar a un especialista quedándose simplemente en cama hasta que se murió de eso antes de una quincena o muy posiblemente les trastornaba encontrar que les habían quitado el asunto de las manos. Claro que no conociendo nadie sus movimientos desde hacía tiempo, no había en absoluto ninguna clave en cuanto a su paradero que era decididamente como en
Alice, ¿dónde estás?
incluso antes de que empezara a andar bajo alias diferentes como Fox y Stewart, así que la observación procedente del amigo cochero podría caber en los límites de lo posible. Naturalmente, entonces, esto se le haría una espina en el corazón a aquel capitán de hombres por naturaleza, como indudablemente lo era, una figura dominante, con sus seis pies de altura o en todo caso cinco pies y diez pulgadas u once sin zapatos, mientras que ciertos caballeros, aunque no le llegaban a la cintura, se habían hecho los amos del cotarro, a pesar de que tuvieran muy poco de recomendables. Esto ciertamente ofrecía una lección, la del ídolo con pies de barro. Y además setenta y dos de sus fieles acólitos echándosele encima y tirándose fango unos a otros. Y lo mismo con los asesinos. Tenía uno que volver. Esa sensación obsesiva como si tirara de uno. Enseñar al sustituto cómo se hace de protagonista. Él le vio una vez en la ocasión sonada en que destrozaron los tipos de imprenta en el
Insuprimible
¿o era en
Irlanda Unida
?, un privilegio que él agradeció profundamente, y, de hecho, le alargó la chistera cuando se la derribaron y él dijo Gracias, excitado como sin duda estaba bajo su expresión fría, a pesar de la pequeña desventura que le había ocurrido en las últimas del cambio: lo que se lleva en la sangre. Sin embargo, por lo que hace al regresar, hay que ser un bicho con suerte para que no le echen a uno los perros encima en cuanto vuelve. Luego ocurren un montón de tiras y aflojas. Fulano está a favor y Mengano y Zutano en contra. Y, entonces, de buenas a primeras, te encuentras con el que está a cargo de la cosa y tienes que presentar las credenciales, como el pretendiente de la herencia Tichborne. Roger Charles Tichborne,
Bella
era el nombre del barco por lo que él podía recordar en que se hundió el heredero, como demostraron las pruebas, y había un tatuaje en tinta china, ¿Lord Bellew, no? Le habría sido muy fácil enterarse de los detalles por algún compañero de a bordo y luego, una vez cuadrara con la descripción dada, presentarse diciendo
Perdone, me llamo fulano de tal
o cualquier otra observación corriente. Una línea de conducta más prudente, dijo el señor Bloom al no demasiado expansivo personaje de al lado, en realidad parecido al distinguido personaje en discusión, habría sido sondear primero si había moros en la costa.