Lo pensé en rue Monsieur le Prince.
—¿Qué les vincula en la naturaleza? Un instante de ciego celo.
¿Soy ya padre? ¿Y si lo fuera?
Encogida mano insegura.
—Sabelio, el Africano, el más sutil heresiarca de todas las bestias del campo, sostenía que el Padre era Él Mismo Su Propio Hijo. El mastín de Aquino, para quien ninguna palabra ha de ser imposible, le refuta. Bueno: si el padre que no tiene un hijo no es un padre ¿puede ser hijo el hijo que no tiene padre? Cuando Rutlandbaconsouthamptonshakespeare u otro poeta del mismo nombre en la comedia de los errores escribió
Hamlet
, no era meramente el padre de su propio hijo sino que, no siendo ya hijo, era y se sentía ser el padre de toda su raza, el padre de su propio abuelo, el padre de su nieto por nacer, quien, según el mismo criterio, nunca nació, pues la naturaleza, según la entiende el señor Magee, aborrece la perfección.
Ojosdeglinton, animados de placer, levantaron la mirada claratímidamente. En ojeada alegre, jubiloso puritano, a través de la retorcida eglantina.
Adular. Rara vez. Pero adular.
—Él mismo su propio padre —se dijo Mulliganhijo—. Espera. Estoy preñado. Tengo en mi cerebro un hijo por nacer. ¡Palas Atenea! ¡Un drama! ¡El drama es la realidad! ¡Permitidme parir!
Se apretó el frentevientre con ambas manos comadronas.
—En cuanto a su familia —dijo Stephen— el apellido de su madre vive en el bosque de Arden. Ella, al morir, le inspiró la escena con Volumnia en
Coriolano
. La muerte de su muchachito es la escena de muerte del joven Arthur en
El rey Juan
. Hamlet, el príncipe negro, es Hamnet Shakespeare. Sabemos quiénes son las niñas de
La tempestad
, de
Pericles
, del
Cuento de invierno
. Podemos suponer quiénes son Cleopatra, la olla de carne de Egipto, y Crésida y Venus. Pero hay otro miembro de la familia que está registrado.
—El enredo se espesa —dijo John Eglinton.
El bibliotecario cuáquero, temblando, entró de puntillas, temblor, su máscara, temblor, con prisa, temblor, tem.
Puerta cerrada. Celda. Día.
Escuchan. Tres. Ellos.
Yo tú él ellos.
Vamos, señ.
S
TEPHEN
: Él tenía tres hermanos, Gilbert, Edmund, Richard. Gilbert en su vejez dijo a unos caballeros que el Maestre Cobrador le había dado un pase gratis ¡por la misa! y vio a su hermano Maestre Wull el autor de comedias allá en Lonnes en una comedia de luchar con un tío a la espalda. Los mosqueteros del teatro le llenaron el alma a Gilbert. No está en ninguna parte: pero un Edmund y un Richard están anotados en las obras del dulce William.
M
AGEEGLINJOHN
: ¡Nombres! ¿Qué hay en un nombre?
B
EST
: Ese es mi nombre, Richard, ¿no sabes? Espero que dirás algo bueno para Richard, sabes, en atención a mí.
(risas)
B
UCK
M
ULLIGAN
:
(Piano, diminuendo)
Entonces Dick, estudiante de medicina,
sermoneó a su compañero Davy…
S
TEPHEN
: En su trinidad de negros Wills, los malvados sacudepanzas, Iago, Richard Crookback, Edmund de
El Rey Lear
, dos llevan los nombres de los malignos tíos. Más aún, ese último drama se escribió o lo estaba escribiendo mientras su hermano Edmund agonizaba en Southwark.
B
EST
: Espero que Edmund se quede con él. No quiero que Richard, mi nombre…
(risas)
L
YSTERCUÁQUERO
:
(a tempo)
Pero el que me hurta mi buen nombre…
S
TEPHEN
:
(stringendo)
Ha escondido su propio nombre, un hermoso nombre, William, en los dramas, aquí un comparsa, allí un bufón, como un pintor de la antigua Italia escondiendo su cara en un rincón oscuro de su lienzo. Lo ha revelado en los sonetos donde hay Will de sobra. Como John O’Gaunt, su nombre le es caro, tan caro como el escudo que obtuvo a fuerza de adular, sobre banda de sable una lanza con punta argentada, honorificabilitudinitatibus, más caro que su gloria del mayor sacude-escenas del país. ¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos en la niñez cuando escribimos el nombre que nos dicen que es el nuestro. Una estrella, una estrella diurna, un meteoro surgió en su nacimiento. Brillaba de día en los cielos, solo, más claro que Venus de noche, y de noche brillaba sobre la Delta de Casiopea, la constelación recumbente que es la firma de su inicial entre las estrellas. Sus ojos lo observaron, bajo sobre el horizonte, al este de la Osa, al caminar por los soñolientos campos de verano a medianoche, volviendo de Shottery y de los brazos de ella.
Los dos satisfechos. Yo también.
No les digas que tenía nueve años cuando se extinguió.
Y de los brazos de ella.
Espera a ser cortejado y conquistado. Eso es, bobo. ¿Quién te va a cortejar?
Lee los cielos.
Autontimerumenos. Bous Stephanoumenos
. ¿Dónde está tu configuración? Stephen, Stiven, de los que viven.
S. D.: sua donna. Già: di lui. Gelindo risolve di non amar S. D
.
—¿Qué es eso, señor Dedalus? —preguntó el bibliotecario cuáquero—. ¿Era un fenómeno celeste?
—Una estrella de noche —dijo Stephen—, una columna de nube de día.
¿Qué más hay que decir?
Stephen miró su sombrero, su bastón, sus botas.
Stephanos
, mi corona. Mi espada. Sus botas me están echando a perder la forma de los pies. Cómprate un par. Agujeros en mis calcetines. Un pañuelo también.
—Hace usted buen uso del nombre —admitió John Eglinton—. Su propio nombre es bastante extraño. Supongo que explica su humor fantasioso.
A mí, Magee y Mulligan.
Fabuloso artífice, el hombre semejante al halcón. Volaste. ¿A dónde? Newhaven-Dieppe, pasajero de tercera. París y vuelta. Avefría. Ícaro.
Pater, ait
. Empapado de mar, caído, a la deriva. Avefría eres. Avefría sé.
El señor Best levantó el libro silenciasoafanoso para decir:
—Eso es muy interesante porque ese motivo del hermano, saben, lo encontramos también en los antiguos mitos irlandeses. Exactamente lo que dice usted. Los tres hermanos Shakespeare. En Grimm también, saben, los cuentos de hadas. El tercer hermano que se casa con la belleza durmiente y gana el mejor premio.
Mejor,
best
de los hermanos Best. Bueno, mejor,
best
.
El bibliotecario cuáquero se detuvo saltando cerca.
—Me gustaría saber —dijo— cuál hermano usted… Entiendo que usted sugiere que hubo una desviación de conducta con uno de los hermanos… ¿Pero quizá me estoy adelantando? Se sorprendió a sí
mismo infraganti;
miró a todos; se contuvo.
Un auxiliar llamó desde la entrada:
—¡Señor Lyster! El Padre Dineen quiere…
—¡Ah! ¡El Padre Dineen! Inmediatamente.
Rápidamente rectamente crujiente rectamente rectamente se marchó rectamente.
John Eglinton cruzó el florete.
—Vamos —dijo—. Oigamos qué tiene que decirnos usted de Richard y Edmund. Los ha dejado para el final, ¿no es verdad?
—Al pedirles que recordaran a esos dos nobles parientes, el tito Richard y el tito Edmund —respondió Stephen—, me doy cuenta de que les pido demasiado. Un hermano se olvida tan fácilmente como un paraguas.
Avefría.
¿Dónde está tu hermano? Gremio de los boticarios. Mi piedra de afilar. Él, luego Cranly, Mulligan: ahora éstos. Lenguaje, lenguaje. Pero actúa. Actúa lenguaje. Se burlan para ponerte a prueba. Actúa. Padece.
Avefría.
Estoy cansado de mi voz, la voz de Esaú. Mi reino por un trago.
Adelante.
—Dirán ustedes que esos nombres ya estaban en las crónicas de donde tomó el material de sus dramas. ¿Por qué tomó esas en vez de otras? Richard, un jorobado hijodeputa, malnacido, le hace el amor a una recién viuda Ann (¿qué hay en un nombre?), la corteja y la conquista, una viuda alegre hijadeputa. Richard el conquistador, tercer hermano, llegó después de William el conquistado. Los otros cuatro actos de ese drama cuelgan flojamente de ese primero. De todos sus reyes, Richard es el único rey no protegido por la reverencia de Shakespeare, ángel del mundo. ¿Por qué la acción secundaria del
Rey Lear
, donde aparece Edmund, está tomada de la
Arcadia
de Sidney e incrustada en una leyenda céltica más vieja que la historia?
—Así era la costumbre de Will —defendió John Eglinton—. Ahora no combinaríamos una saga noruega con el resumen de una novela de George Meredith.
Que voulez-vous?
diría Moore. Él pone a Bohemia en la orilla del mar y hace que Ulises cite a Aristóteles.
—¿Por qué? —se contestó a sí mismo Stephen—. Porque el tema del hermano falso, o usurpador, o adúltero, o las tres cosas en uno, siempre lo tendrá consigo Shakespeare, lo que no le pasa con los pobres. La nota del destierro, destierro del corazón, resuena ininterrumpidamente desde
Los dos caballeros de Verona
en adelante, hasta que Próspero rompe su vara, la sepulta a varias brazas en la tierra y sumerge su libro. Se redobla en la mitad de su vida, se refleja en otra, se repite, prótasis, epítasis, catástasis, catástrofe. Se repite otra vez cuando está cerca de la tumba, cuando su hija casada Susan, de tal palo tal astilla, es acusada de adulterio. Pero fue el pecado original lo que oscureció su entendimiento, debilitó su voluntad y dejó en él una fuerte inclinación al mal. Las palabras son las de sus señorías los obispos de Maynooth: un pecado original y, como pecado original, cometido por otro en cuyo pecado ha pecado él también. Está entre las líneas de sus últimas palabras escritas, está petrificado en su lápida, bajo la cual no han de yacer los cuatro huesos de ella. El tiempo no lo ha marchitado. La belleza y la paz no lo han borrado. Está, en variedad infinita, en todas las partes del mundo que ha creado, en
Mucho ruido para nada
, dos veces en
Como gustéis
, en
La tempestad
, en
Medida por medida
, y en las demás obras que no he leído.
Se rió para liberar su mente de la servidumbre de su mente.
El juez Eglinton resumió.
—La verdad está a medio camino —afirmó—. Él es el fantasma y el príncipe. Es todo en todo.
—Lo es —dijo Stephen—. El muchacho del primer acto es el hombre maduro del quinto acto. Todo en todo. En
Cimbelino
, en
Othello
, es chulo y cornudo. Actúa y sufre. Enamorado de un ideal o de una perversión, mata, como José a la verdadera Carmen. Su intelecto inexorable es el Iago, loco de cuernos, deseando incesantemente que sufra el moro que hay en él.
—¡Cu-cú!
¡Cocu!
—cloqueó Cuck Mulligan con chulería—. ¡Oh palabra temible!
La oscura cúpula recibió, reverberó.
—¡Y qué personaje es Iago! —exclamó, impertérrito, John Eglinton—. Al fin y al cabo, tiene razón Dumas
fils
(¿o es Dumas
père
?). Después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado.
—El hombre no le complace, ni tampoco la mujer —dijo Stephen—. Vuelve tras una vida de ausencia a ese punto de la tierra donde nació, donde estuvo siempre, hombre y niño, testigo silencioso, y allí, acabado el viaje de su vida, planta en la tierra su morera. Luego muere. Se acabó el movimiento. Unos enterradores sepultan a Hamlet
père
y Hamlet
fils
. Rey y príncipe por fin en la muerte, con música de fondo. Y, aunque asesinado y traicionado, es llorado por todos los tiernos corazones frágiles, porque, danés o dublinés, la pena por los muertos es el único marido de quien se niegan a divorciarse. Si les gusta el epílogo, mírenlo despacio: próspero Próspero, el hombre bueno recompensado, Lizzie, terroncito de amor del abuelito, y el tito Richie, el hombre malo arrebatado por la justicia poética al sitio a donde van los negros malos. Telón rápido. Encontró en el mundo exterior como real lo que estaba como posible en su mundo interior. Maeterlinck dice:
Si Sócrates se marcha hoy de casa encontrará al sabio sentado en su umbral. Si Judas sale esta noche, es hacia Judas hacia donde le llevarán sus pasos
. Toda vida consiste en muchos días, día tras día. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, viejos, jóvenes, esposas, viudas, cuñados adulterinos, pero siempre encontrándonos a nosotros mismos. El dramaturgo que escribió la edición folio de este mundo, y la escribió mal (nos dio primero la luz y el sol dos días después), el señor de las cosas como son, a quien los más romanos de los católicos llaman
dio boia
, dios verdugo, es indudablemente todo en todo en todos nosotros, mozo de establo y matarife, y sería chulo y cornudo también si no fuera porque en la economía del cielo, predicha por Hamlet, ya no hay más matrimonios, dado que el hombre glorificado, ángel andrógino, es esposa de sí misma.
—
Eureka!
—gritó Buck Mulligan—.
Eureka!
Repentinamente hecho feliz, se levantó de un salto y alcanzó de una zancada la mesa de John Eglinton.
—¿Me permite? —dijo—. El Señor ha hablado a Malaquías.
Empezó a garrapatear en un papelito.
Llevarme unos papelitos del mostrador al salir.
—Los que están casados —dijo el señor Best, dulce heraldo—, todos, salvo uno, vivirán. Los demás se quedarán como están.
Rió,
bachelor
en soltería, por Eglinton Johannes,
bachelor
en letras.
Sin casar, sin ser favorecidos, cuidándose de trampas, por la noche ellos van hojeando con los dedos cada cual su edición
variorum
de
La doma de la furia
.
—Usted es un engaño —dijo rotundamente John Eglinton a Stephen—. Nos ha hecho recorrer todo este camino para enseñarnos un
ménage-à-trois
. ¿Cree usted en su propia teoría?
—No —dijo Stephen, prontamente.
—¿La va a escribir? —preguntó el señor Best—. Debería hacer un diálogo, ¿sabe?, como los diálogos platónicos que escribió Wilde.
John Eclecticon sonrió doblemente.
—Bueno, en ese caso —dijo— no veo por qué espera que le paguen por ello, puesto que usted mismo no lo cree. Dowden cree que hay algún misterio en
Hamlet
pero no quiere decir más. Herr Bleibtreu, ese que conoció Piper en Berlín, que está preparando la teoría de Rutland, cree que el secreto está escondido en la tumba de Stratford. Va a ir a ver al actual duque, dice Piper, y a demostrarle que su antepasado escribió esas obras. Será una sorpresa para Su Gracia. Pero él cree en su teoría.