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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

Un espia perfecto (11 page)

BOOK: Un espia perfecto
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–Y él está libre -comentó Jack-. «Soy libre.» Rick está muerto y por tanto Magnus es libre. Es uno de tus tipos freudianos que no saben decir «Padre».

–Es completamente normal a su edad. Llamar a un padre por su nombre de pila. Más normal todavía si no se han visto durante quince años.

–Me gusta que le defiendas -dijo Brotherhood-. Admiro tu lealtad. Ellos también la admirarán. Y nunca me has fallado, sé que no.

Lealtad, pensó ella. Mantener mi estúpida boca cerrada por si acaso tu mujer lo descubre.

–Y lloraste. Eres como la antigua plañidera, Mary, no lo sabía. Mary llora, Magnus la consuela. Extraño, ¿verdad?, para el observador accidental, viendo que Rick era
su
padre, no el tuyo. Una auténtica inversión de papeles, ciertamente: tú llevando el luto por él. ¿Por quién eran esas lágrimas exactamente? ¿Tienes idea?

–Su padre había muerto, Jack. No me senté y dije: «Voy a llorar por Rick, voy a llorar por Magnus.» Simplemente lloré.

–Creí que podrían ser por ti misma.

–¿Qué tengo que entender?

–Eres la única persona que no has mencionado. Eso es todo. A la defensiva: así pareces.

–No estoy a la defensiva.

Habló demasiado alto. Ella lo sabía y una vez más lo sabía asimismo Brotherhood, y la reacción le interesaba.

–Y cuando Magnus ha terminado de consolar a Mary -prosiguió, cogiendo un libro de la mesa y pasando sus páginas-, se pone la trenca y sale a caminar con sus zapatillas de baile. Tú intentas retenerle; le suplicas, lo que me cuesta trabajo imaginar, pero lo intentaré. Es inútil, él se va. ¿Ninguna llamada antes de que salga?

–No.

–¿No llamaron aquí ni desde aquí?

–¡Te he dicho que no!

–Hilo directo, después de todo, es normal que un hombre que acaba de perder a un familiar quiera compartir la mala noticia con otros miembros de la familia.

–No son esa clase de familia. Te lo he dicho.

–Para empezar, está Tom. ¿Qué me dices de él?

–Era demasiado tarde para llamar a Tom, y de todos modos Magnus pensó que era mejor decírselo en persona.

Brotherhood estaba mirando el libro.

–Otra joya que ha subrayado: «Los hombres, ni siquiera los locos, no inventan por las buenas su mundo. Los materiales que emplean para su construcción son, en general, de propiedad pública.» Bien, bien. Muy instructivo. ¿También para ti?

–No.

–Para mí tampoco. Magnus es libre. -Cerró el libro y lo dejó en la mesa-. ¿No se llevaría nada consigo, al salir de paseo? ¿Algo como una cartera?

–Un periódico.

Te estás quedando sordo. Reconócelo. Te preocupa que un audífono estropee tu imagen. ¡Díselo, maldita!

Ella lo
había
dicho. Sabía que lo había dicho. Había estado esperando toda la noche para decirlo, lo había preparado desde todos los ángulos posibles, lo había ensayado, negado, olvidado, rememorado. Y ahora resonaba en su cabeza como una explosión mientras tomaba un trago excesivamente largo de whisky. Pero los ojos de Jack, mirándole directamente, seguían esperando.

–Un periódico -repitió-. Sólo un periódico. ¿Y qué?

–¿Qué periódico?

–La
Presse.

–Es un diario.

–Exacto.
Die Presse
es un diario.

–Un diario local. Y Magnus se lo llevó. Para leer en la oscuridad. En zapatillas de baile. Háblame de eso.

–Acabo de hacerlo, Jack.

–No, no lo has hecho. Y vas a tener que hacerlo, Mary, porque cuando metamos aquí a la artillería pesada vas a necesitar toda la ayuda que pueda prestarte.

Mary recordaba perfectamente. Magnus estaba al lado de la puerta, a un metro de donde Brotherhood se encontraba ahora. Estaba pálido e intocable, con la trenca retorcida que le colgaba de los hombros mientras miraba alrededor por etapas rígidas: la chimenea, a su esposa, el reloj, libros. Se oyó a sí misma diciéndole cosas que ya había referido a Brotherhood, aunque eran más: «Por el amor de Dios, Magnus, quédate. No te deprimas, quédate. No cedas a uno de esos humores. Quédate. Haz el amor. Emborráchate. Si quieres compañía, les pediré a Grant y a Bee que vuelvan, o iremos nosotros allí.» Ella le vio esbozar su sonrisa tiesa y resplandeciente. Le oyó adoptar su voz terriblemente tranquila. Su voz de Lesbos. Y se oyó repetir para Brotherhood, ahora, las palabras exactas que Magnus había dicho.

–Me preguntó: «Mabs, ¿dónde está ese maldito periódico, cariño?» Creí que se refería al
Times
para mirar el mercado inmobiliario escocés, y por eso le dije: «Donde lo hayas puesto al volver de la embajada.»

–Pero no se refería al
Times
-dijo Brotherhood.

–Fue a la estantería… allí. -La miró pero sin señalarla, porque le aterraba conceder demasiada importancia al gesto-. Y lo cogió el mismo.
Die Presse.
De ese estante, donde dejamos la
Presse.
Hasta el final de cada semana. Le gusta que le guarde los números atrasados. Luego salió -concluyó Mary, haciendo que sonara completamente normal, cosa que por supuesto era.

–¿Miró algo del periódico cuando se lo llevó?

–Sólo la fecha. Para comprobar.

–¿Para qué se supone que lo quería?

–Quizás había una sesión nocturna de cine. -Magnus no había ido a una sesión de noche en su vida-. Quizá quería algo para leer en el café. -Sin llevar dinero encima, pensó, mientras llenaba el vacío del silencio de Brotherhood-. A lo mejor buscaba alguna distracción. Como todos podríamos hacer. Haber hecho. Cualquiera a quien se le hubiese muerto alguien.

–O cualquier persona libre -sugirió Brotherhood. Pero por lo demás no la ayudó.

–De todas formas estaba tan trastornado que cogió un periódico de otra fecha -dijo vivamente, zanjando la cuestión.

–Lo notaste, ¿verdad, querida?

–Sólo cuando los estaba tirando.

–¿Cuándo lo hiciste?

–Ayer.

–¿Cuál cogió él?

–El del lunes. Nada menos que de tres días antes. O sea que evidentemente estaba bastante afectado.

–Evidentemente.

–De acuerdo, su padre no fue el gran amor de su vida. Pero, en definitiva, había muerto. Nadie es racional cuando le ocurre una cosa así. Ni siquiera Magnus.

–¿Entonces qué hizo a continuación? ¿Después de haber mirado la fecha y haber cogido un periódico atrasado?

–Salió, como te he dicho, a pasear. No escuchas. Nunca lo has hecho.

–¿Lo dobló?

–¡Lo que faltaba, Jack! ¿Qué importancia tiene el modo en que alguien se lleva un periódico?

–Limítate a meterte en tu ego y responde. ¿Qué hizo con él?

–Lo enrolló.

–¿Y luego?

–Nada. Se lo llevó. En la mano.

–¿Lo trajo de vuelta?

–¿Aquí, a casa? No.

–¿Cómo sabes que no?

–Le estaba esperando en el recibidor.

–Y te diste cuenta: no trae el periódico. No trae el periódico enrollado, te dijiste.

–Por pura casualidad, sí.

–Nada de casualidad, Mary. Tenías pensado fijarte. Sabías que se había marchado con él y descubriste al momento que no lo traía. Eso no es casual. Eso es espiarle.

–Lo que tú digas.

Él estaba furioso.

–Eres tú la que vas a tener que decir, Mary -dijo, en voz alta y despacio-. Vas a tener cosas que decir a Hermano Nigel dentro de unos cinco minutos. Están enloquecidos, Mary. Ven que el suelo se abre otra vez a sus pies y no saben qué hacer. Literalmente no saben qué hacer. -Amainó su furia. Jack sabía contenerla-. Y más tarde, en cuanto tuviste oportunidad, le registraste los bolsillos. Por casualidad. Y no estaba allí.

–No lo
busqué,
simplemente me fijé en que no lo traía. Y es cierto: no estaba allí.

–¿Sale a menudo con periódicos viejos?

–Cuando necesita mantenerse informado, por su trabajo -es un funcionario concienzudo-, se lleva un periódico.

–¿Enrollado?

–A veces.

–¿Alguna vez vuelve con ellos?

–No, que yo recuerde.

–¿Nunca se lo has comentado?

–No.

–¿Y él a ti?

–Jack. Es una costumbre suya. Oye, ¡no voy a tener una riña conyugal contigo!

–No estamos casados.

–Enrolla un periódico y se va. Igual que un niño con un palo o algo así. Como una especie de consuelo. Como sus pastillas de menta. Allí. Tenía pastillas en el bolsillo. Es lo mismo.

–¿Siempre atrasado?

–No siempre. ¡No le busques tres pies al gato!

–¿Y siempre lo pierde?

–Basta, Jack. Ya basta ¿De acuerdo?

–¿Lo hace en alguna ocasión especial? ¿En luna llena? ¿El último miércoles del mes? ¿O sólo cuando muere su padre? ¿Has encontrado alguna pauta en eso? Vamos, Mary, ¡sí la has encontrado!

Pégame, pensó ella. Agárrame. Cualquier cosa es mejor que esa mirada fría como el hielo.

–Lo hace algunas veces en que tiene una cita con P -dijo, tratando de dar la impresión de que estuviera amansando a un niño mimado-. Jack, por lo que más quieras, ¡él dirige agentes, vive esa vida, tú le has entrenado! Yo no le pregunto qué mañas emplea, qué hace y con quién. ¡A mí también me han aleccionado!

–Y cuando volvió, ¿cómo estaba?

–Absolutamente bien. Sereno, totalmente sereno. Noté que con el paseo se había repuesto. Estaba perfectamente en todos los sentidos.

–¿No hubo llamadas mientras estuvo fuera?

–No.

–¿Tampoco después?

–Una. Pero no contestamos. Era demasiado tarde.

No había visto muchas veces a Jack sorprendido. Ahora casi lo estaba.

–¿No contestasteis?

–¿Por qué teníamos que hacerlo?

–¿Y por qué no? Es su trabajo, como tú has dicho. Su padre acaba de morir. ¿Por qué no teníais que contestar al teléfono?

–Magnus dijo que no.


¿Por qué
dijo que no?

–¡Estábamos haciendo el amor! -dijo ella, y se sintió como la peor puta del mundo.

Harry surgió otra vez en la puerta. Llevaba un mono de trabajo azul y tenía la cara colorada por el esfuerzo. Tenía un destornillador largo en la mano y parecía vergonzosamente alegre.

–¿Le importa subir un momento arriba, señor Brotherhood? -preguntó.

Es como nuestro dormitorio antes del bazar benéfico de la Asociación de esposas, con todas las ropas viejas desechadas por toda la cama, pensó ella. «Magnus, cariño, ¿de verdad necesitas tres chalecos gastados?» Ropas encima de las sillas. Sobre el tocador y el toallero.

Mi chaqueta de verano, que no me he puesto desde Berlín. El esmoquin de Magnus colgado del espejo de cuerpo entero, como una piel secándose. No había nada en el suelo porque no había suelo. Fergus y Georgie habían retirado la alfombra y arrancado la mayoría de las tablas que había debajo, y las habían amontonado como sandwiches al pie de la ventana, dejando las viguetas y el tablón sobrante a modo de pasillo. Habían desmontado en piezas las lámparas de las mesillas, el mobiliario de cabecera, el teléfono y la radio despertador. En el cuarto de baño habían levantado igualmente el suelo, despedazado el botiquín y el panel hasta la bañera y desmontado la puerta de acceso al desván abuhardillado donde Tom se había escondido durante media hora las Navidades pasadas, jugando al «Asesinato», y por ser tan valiente casi se había muerto de miedo. Georgie estaba examinando las pertenencias de Mary en el lavabo. Su crema facial. Su diafragma.

–Para ellos lo que es tuyo es de él, querida, y viceversa -dijo Brotherhood cuando se detuvieron para mirar adentro desde la entrada sin puerta-. Para ellos no hay suyo ni tuyo, no puede haberlo.

–Ni para ti tampoco -dijo ella.

El dormitorio de Tom estaba al otro lado del suyo, en el pasillo. Su luminoso Supermán estaba extendido encima de la cama, junto con sus treinta y un muñecos y tres tigres. La mesa de campaña de su padre estaba plegada contra la pared. La cómoda de juguete había sido empujada hasta el centro de la habitación, poniendo al descubierto la chimenea de mármol que había detrás. Era una chimenea hermosa. El departamento de Obras Públicas había querido tapiarla para reducir las corrientes de aire, pero Magnus no se lo había permitido. En vez de eso había comprado aquella vieja cómoda para cegar la abertura y dejar sólo la repisa visible para que Tom tuviese un poco de la Viena antigua para él solo. Ahora la chimenea quedaba expuesta y la chica Georgie permanecía arrodillada respetuosamente ante ella, con su túnica luchadora de la libertad. Y delante de Georgie había una caja blanca de zapatos con la tapa quitada, y dentro de la caja había un lío de trapos, y alrededor de él varios atadillos más pequeños.

–Lo hemos encontrado en el saliente encima de la parrilla, señor -dijo Fergus-. Donde conecta con el tiro principal.

–No tiene una mota de polvo -dijo Georgie.

–Totalmente a mano -dijo Fergus-. Nada más meterla y ahí estaba.

–Ni siquiera hay que desplazar la cómoda en cuanto le has cogido el tranquillo -dijo Georgie.

–¿Lo has visto antes? -preguntó Brotherhood.

–Evidentemente es algo de Tom -dijo Mary-. Los niños lo esconden todo.

–¿Lo has visto antes? -repitió Brotherhood.

–No.

–¿Sabes lo que hay dentro?

–¿Cómo voy a saberlo si no lo he visto nunca?

–Muy fácil.

Brotherhood no se agachó, sino que se inclinó hacia atrás y extendió los brazos. Georgie le entregó la caja y Brotherhood la llevó a la mesa donde Tom hacía sus espirografías y sus
Lego
y sus innumerables dibujos de aeroplanos alemanes en el momento de ser abatidos contra una puesta de sol en Plush, con familiares en segundo plano que agitaban la mano y exhibían un aspecto radiante. Brotherhood sacó primero el bulto más grande y los otros miraron mientras empezaba a desenvolverlo y cambiaba de idea.

–Tenga -dijo, devolviendo la caja a Georgie-. Dedos de mujer.

Es una de sus amantes, comprendió Mary de pronto. Se preguntó cómo diablos no habría caído en la cuenta antes.

Georgie se alzó elegantemente en toda su estatura, primero una pierna y luego la otra, y tras haberse recogido el pelo lacio detrás de las orejas, aplicó sus dedos de mujer a desenrollar las tiras de sábanas que Magnus había dicho que quería para el coche, hasta destapar por fin una cámara pequeña y de apariencia ingeniosa, con un ingenioso revestimiento de acero alrededor. Y después de la cámara un objeto parecido a un telescopio, provisto de un brazo que, si se desplegaba en toda su longitud, creaba un soporte al que podía atornillarse la cámara, boca abajo y a una distancia fija, para fotografiar documentos en la mesa de campaña de su suegro. Después del telescopio surgieron una sucesión de películas, lentes, filtros, aros y otros accesorios que ella no pudo identificar a simple vista. Y debajo de estas cosas había un taco de papel de tela fino con columnas de números en la hoja de arriba y bordes fuertemente cauchutados para que sólo se pudiese ver la página de encima. Mary conocía el tipo de papel. Había trabajado con él en Berlín. Se arrugaba como un helecho en el momento en que le acercabas una cerilla. La mitad del taco estaba usada. Debajo del taco, un bloc de notas militar envejecido, con tapa de cartón y la leyenda Propiedad del MG, que significaba Ministerio de Guerra y se componía de papel de campaña rayado y blanco y de una textura parcheada. Y en el interior de esto, cuando Brotherhood prosiguió su búsqueda, dos flores rojas prensadas y muy viejas, amapolas pero también posiblemente rosas, Mary no estaba completamente segura, y de todos modos para ese momento ya estaba gritando.

BOOK: Un espia perfecto
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