Un espia perfecto (70 page)

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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

BOOK: Un espia perfecto
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–Dios sabe -dijo-. A estas horas, probablemente tiene el trasero sentado en Praga.

Nigel de nuevo.

–Ella no ha hecho nada
malo,
hasta donde se sabe. No podemos mantenerla prisionera contra su voluntad. Es una ciudadana libre. Si su hijo quiere reunirse con ella allí la semana que viene, tampoco podemos hacer gran cosa a
ese
respecto.

Mountjoy aireó una inquietud anterior.

–Creo de verdad que la intervención del teléfono de la embajada americana
es
bastante extraordinario. Esa mujer, Lederer, gritando desde Viena a su marido en Londres cosas sobre dos personas que intercambian mensajes en una iglesia. Era de nuestra iglesia de la que estaba hablando. Mary estaba
allí.
¿No podíamos haber sacado unas pocas deducciones de eso?

Nigel tenía la respuesta adecuada:

–Me temo que sólo mucho después del suceso. Los transcriptores, y es perfectamente comprensible, no vieron nada anómalo en la conversación y nos la pasaron veinticuatro horas después de haber tenido lugar la llamada telefónica. La información que nos
hubiera
alertado -a saber, que Mary había sido vista
posiblemente
saliendo de un apartamento seguro checo donde ese hombre, Petz y demás, se había hospedado previamente- nos llegó, por consiguiente,
antes
de la intervención telefónica. No se nos puede reprochar que no hayamos puesto el carro antes que los bueyes, ¿no?

Nadie pareció saber si se les podía reprochar o no.

Mountjoy dijo que era hora de tomar postura. Dorney dijo que realmente tenían que decidir si informar a la policía y distribuir la foto de Pym. En esto Brammel revivió bruscamente.

–Hacer eso es como cerrar el caso -dijo-. Estamos ya muy cerca.
Muy,
¿verdad, Brotherhood?

–Me temo que no -respondió Brotherhood.

–¡Pues claro que sí!

–Son sólo conjeturas. Por ahora. Necesitamos el camión de mudanzas. Eso tampoco será tarea fácil. Habrá utilizado señuelos, casas intermedias. La policía sabe hacer esas cosas. Nosotros no tenemos posibilidades. Usa el nombre de Canterbury. O creemos que lo usa. Es porque en el pasado todos sus nombres de trabajo han sido de lugares, y tiene un tic al respecto. Coronel Manchester, Hull, Gulworth. Por otra parte es posible que hayan llevado el fichero a Canterbury y que él esté allí. O que lo hayan llevado a Canterbury y él no esté allí. Necesitamos una plaza junto al mar y una casa con una mujer a la que por lo visto quiere mucho. Ella no vive en Escocia ni en Gales porque es donde él dice que vive. No disponemos de medios para peinar todas las ciudades costeras del Reino Unido. La policía sí.

–Está loco -dijo un fantasma.

–Sí, está loco. Ha estado traicionándonos durante más de treinta años y hasta ahora no lo hemos sabido. El error es nuestro. Así que igualmente podemos admitir que interpreta bastante bien al hombre cuerdo cuando le hace falta, y que tiene un estilo de lo más depurado. ¿Alguien está más cerca que yo?

La puerta se abrió y volvió a cerrarse. Kate apareció con los brazos llenos de carpetas rayadas en rojo. Estaba pálida y muy tiesa, como un sonámbulo. Depositó una carpeta delante de todos los reunidos.

–Éstas acaban de llegar de Señales -dijo, a Bo únicamente-. Han aplicado las claves del
Simplicissimus
a las transmisiones checas. Los resultados son positivos.

A las siete de la mañana las calles de Londres estaban desiertas, pero Brotherhood avanzaba por ellas como si estuviesen llenas, con la espalda erguida entre los vacilantes y los pusilánimes, como un hombre que conoce su camino entre la multitud. Brotherhood era el tipo de hombre a quien los policías saludaban. «Gracias, oficial -pensó, imprimiendo a su paso un aire aún más resuelto-. Acaba de sonreír al hombre que fue amigo del traidor más reciente del mañana, al hombre que rechazó las críticas hasta que el caso se volvió irresoluble y luego rechazó a sus defensores cuando se tornó inafrontable. ¿Por qué empiezo a entenderle? -se preguntó, maravillado de su propia tolerancia-. ¿Por qué en el corazón, ya que no en el intelecto, percibo una corriente de simpatía por el nombre que durante toda su vida ha transformado mis éxitos en un fracaso? Me ha hecho pagar lo que le hice hacer.»

«Tú mismo lo provocaste», había dicho Belinda. ¿Entonces por qué tenía que dolerle aún, como su brazo colgante en el momento en que se lo destrozaron?

«Está en Praga -pensó-. El juego de persecución de los últimos días ha sido una danza de los velos checa para distraer nuestra atención mientras ellos le ponían sigilosamente a salvo. Mary no hubiese ido allí nunca, a no ser que Magnus le hubiera precedido. Mary no hubiese ido allí nunca: punto.»

¿Habría? ¿No habría ido? Él lo ignoraba, y no hubiese dado crédito a nadie que le dijera que lo sabía. ¿Renunciar a Plush y a su identidad inglesa? ¿Por Magnus, ahora?

No lo haría nunca.

Lo haría por Magnus.

Tom es el primero para ella.

Se quedará.

Se llevará a Tom con ella.

Necesito una mujer.

En la esquina de Half Moon Street había una cafetería abierta toda la noche, y en otras madrugadas Brotherhood podría haber entrado y permitido que las putas cansadas se quejaran de su perro, y Brotherhood, a su vez, se habría quejado de las putas, les habría pagado un café y les habría dado palique, porque le gustaba su oficio y sus agallas y su mezcla de astucia y estupidez humanas. Pero su perro había muerto y, por el momento, también su sentido de la diversión. Abrió la puerta de casa y se dirigió hacia el aparador donde estaba el vodka. Se sirvió medio vaso sin hielo y lo apuró de un trago. Abrió el grifo de la bañera, encendió el transistor y lo llevó al cuarto de baño. El noticiario informaba de desastres en todas partes, pero no dijo nada de una pareja de diplomáticos ingleses que hubiesen aparecido en Praga. «Si los checos quieren dar el campanazo lo harán al mediodía, para que salga en la televisión de la noche y en los periódicos de mañana -pensó. Empezó a afeitarse. El teléfono estaba sonando-. Es Nigel para decirme que le hemos encontrado, ha estado en su club todo el tiempo. Es el oficial de guardia, para informarme de que el ministerio de Exteriores de Praga ha convocado una conferencia de prensa al mediodía para los corresponsales extranjeros. Es Steggie, diciendo que le gustan los hombres fuertes.»

Apagó la radio, fue desnudo a la sala, cogió el auricular, dijo «¿Sí?» y oyó un silbido, y a continuación nada. Apretó los labios como para advertirse de que no hablara. Estaba rezando. Indudablemente estaba rezando. «Habla -rezó-. Di algo.» Entonces lo oyó: tres golpes breves de una moneda o una lima de uñas sobre el tambor del micrófono:
procedimientos de Praga.
Miró alrededor en busca de algo metálico, vio su pluma estilográfica encima del escritorio y se las ingenió para atraparla sin soltar el teléfono. Dio un golpecito, a su vez:
Estoy a la escucha.
Dos golpecitos más, luego otros tres.
Quédate donde estás,
dijo el mensaje.
Tengo información para ti.
Dio dos golpes con su pluma en el micrófono y oyó dos en respuesta antes de que el comunicante colgara. Se pasó los dedos por el pelo crespo. Llevó el vodka a la mesa, se sentó y se tapó la cara con las manos. «Mantente vivo -rezó-. Son las redes. Es Pym, en una palabra. Sé inteligente. Estoy aquí, si es lo que estás preguntando. Estoy aquí, esperando tu próxima señal. No llames hasta que no estés listo.»

El teléfono aulló por segunda vez. Descolgó el auricular, pero sólo era Nigel. La descripción y la fotografía de Pym estaban en camino hacia todas las comisarías del país, dijo. La Casa estaba conectada únicamente con las líneas telefónicas operativas. Bo había ordenado que desconectasen las líneas de Whitehall. Los contactos de prensa estaban ya echando abajo las puertas. «¿Por qué me lo dice a mí? -se preguntó Brotherhood-. ¿Se siente solo o me está dando la oportunidad de decir: “Acabo de recibir una extraña llamada de un agente que ha usado los procedimientos de Praga”? Es por la llamada rara», decidió.

–Algún bromista acaba de llamarme con la clave telefónica checa -dijo-. Le he dado la señal de hablar, pero no ha hablado. Sólo Dios sabe de qué se trata.

–Bueno, si surge algo, avísanos inmediatamente. Usa la línea operativa.

–Lo que tú digas -respondió Brotherhood.

Una nueva espera. Pensando en todos los agentes que alguna vez habían atravesado un mal terreno. «Tómate tu tiempo. Muévete con cuidado y con confianza. No pierdas la cabeza. No corras. Elige la cabina. -Oyó una llamada a la puerta-. Es algún maldito vendedor. Kate ha tomado una sobredosis. Es el imbécil de ese chico árabe que vive debajo y que está convencido de que mi cuarto de baño gotea sobre el suyo.» Se puso una bata, abrió la puerta y vio a Mary. La arrastró dentro y cerró de un portazo. Ignoraba cuál había sido su reacción posterior. Si de alivio o de cólera, de remordimiento o de indignación. La abofeteó una vez, luego le asestó otra bofetada y en un día claro la hubiera llevado directamente a la cama.

–Hay un sitio que se llama Farleigh Abbott, cerca de Exeter -dijo ella.

–¿Y qué?

–Magnus le dijo a él que había instalado a su madre en una casa junto al mar, en Devon.

–¿Quién es él?

–Poppy. Su controlador checo. Estudiaron juntos en Berna. Cree que Magnus va a suicidarse. De repente comprendí. Eso es lo que hay en la maleta autodestructiva de los secretos. La pistola de la sede. ¿No es eso?

–¿Cómo sabes que es Farleigh Abbott?

–Habló de su madre en Devon. Él no tiene madre. El único sitio que conoce en Devon es Farleigh Abbott. «Cuando estuve en Devon -solía decir-. Vámonos de vacaciones a Devon.» Era siempre Farleigh Abbott. Nunca fuimos, y dejó de hablar de ello. Rick solía llevarle allí al salir del colegio. Hacían un picnic y recorrían la playa en bicicleta. Es uno de sus lugares ideales. Está allí con una mujer. Lo sé.

15

Te imaginarás, Tom, con qué júbilo en su corazón juvenil el brillante oficial de espionaje y amante celebró la conclusión de sus dos años de abnegado servicio a la bandera en la lejana Austria y se dispuso a volver a la Inglaterra civil. Su despedida de Sabina no fue tan desgarradora como él había temido, porque a medida que el día se aproximaba ella fingía una indiferencia eslava ante su partida.

–Seré una mujer feliz, Magnus. Tus esposas inglesas no me pondrán caras agrias. Seré economista y una mujer libre, no la cortesana de un soldado frívolo.

Nadie hasta entonces había llamado frívolo a Pym. Ella incluso partió de permiso antes que él para prevenir la angustia de la separación. «Está siendo valiente», se dijo Pym. Su despedida de Axel, aunque atormentada por rumores de nuevas purgas, tuvo un carácter similarmente rotundo.

–Sir Magnus, me pase lo que me pase, hemos hecho un gran trabajo juntos -dijo, cuando, a la luz del atardecer, se miraron cara a cara fuera del cobertizo que se había convertido en el segundo hogar de Pym-. No olvides nunca que me debes doscientos dólares.

–No lo olvidaré -dijo Pym.

Inició el largo trayecto de regreso al jeep del sargento Kaufmann. Se volvió para decir adiós a Axel con la mano, pero había desaparecido en el bosque.

Los doscientos dólares eran un recordatorio de su intimidad creciente durante los meses finales de su relación.

–Mi padre me urge a que le mande dinero otra vez -Pym había dicho una noche mientras fotografiaban un libro de claves que había sustraído del casillero de cricket de Membury-. La policía birmana tiene intención de arrestarle.

–Entonces mándaselo -había contestado Axel, rebobinando el rollo de su cámara. Se lo guardó en el bolsillo y sacó otro-. ¿Cuánto quiere?

–Por poco que quiera, no lo tengo. Soy un suboficial de trece chelines al día, no un millonario.

Axel había aparentado no prestar más interés, y habían vuelto al tema del sargento Pavel. Axel dijo que era hora de inventar una nueva crisis en la vida de Pavel.

–Pero si ya tuvo una el mes pasado -había objetado Pym-. Su mujer le echó de su apartamento por sus borracheras y tuvimos que ayudarle a que pagara la posibilidad de volver.

–Necesitamos una crisis -había repetido con firmeza Axel-. Viena está empezando a considerarle como algo fijo y no me preocupa el tono de sus preguntas subsiguientes.

Pym encontró a Membury sentado ante su mesa. El sol de la tarde brillaba en un costado de su cabeza amistosa mientras leía un libro sobre peces.

–Me temo que
Mangasverdes
quiere una gratificación de doscientos dólares en metálico -dijo.

–Pero, querido muchacho, ¡ya le hemos pagado un montón de dinero este mes! ¿Para qué demonios puede querer doscientos dólares?

–Tiene que pagarle un aborto a su hija. El médico sólo acepta dólares americanos y empieza a ser urgente.

–Esa niña sólo tiene catorce años. ¿Quién es el hombre? Deberían meterle en la cárcel.

–Es aquel capitán ruso del cuartel general.

–Ese puerco. Ese maldito cerdo.

–Pavel también es católico, ya sabe -le recordó Pym-. No muy bueno, lo admito. Pero tampoco es fácil para él.

La noche siguiente Pym contó doscientos dólares encima de la mesa del cobertizo. Axel se los devolvió.

–Para tu padre -dijo-. Un préstamo que te hago.

–No puedo aceptarlo. Son fondos operativos.

–Ya no. Pertenecen al sargento Pavel. -Pym no recogió todavía el dinero-. Y el sargento Pavel te los presta como amigo -dijo Axel, arrancando una hoja de su cuaderno-. Hazme un recibo aquí. Fírmalo y algún día te lo cobraré.

Pym se alejó con ánimo contento, confiando en que Graz y todas sus responsabilidades, como Berna, dejarían de existir en el momento en que entrase en el primer túnel.

Al depositar las armas en el depósito del Cuerpo de Información de Sussex, Pym recibió del oficial de desmovilización la siguiente carta CONFIDENCIAL Y PRIVADA:

Grupo de Investigación Ultramarino del Gobierno.

Apartado de Correos 777, Ministerio de Asuntos Exteriores, Londres, S.W.1

Querido Pym:

Amigos comunes de Austria me han facilitado su nombre como el de una persona que podría estar interesada en un empleo de más larga duración. Si es así, ¿tendría inconveniente en almorzar conmigo en el «Traveller’s Club» para una charla informal el viernes 19 a las doce cuarenta y cinco?

(Firmado) Sir Alwyn Leith, C.M.G.
[14]

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