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Authors: Anne Rice

Tags: #Histórico, Romántico

Un grito al cielo (17 page)

BOOK: Un grito al cielo
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—¿Te apetece oír mi versión? —preguntó Carlo en un murmullo—. Los niños son curiosos. ¿No sientes esa curiosidad natural? —Su rostro se encendió de ira aunque mantuvo la sonrisa y la voz se le quebró en la última sílaba, casi atemorizado por su propio volumen.

—No es a mí a quien tiene que reclamar,
signore
. Sus quejas no me conciernen.

—Oh, hermanito, me asombras. Nunca te echas atrás, ¿verdad? Creo que tienes una voluntad de hierro, como nuestro padre, y la obstinada impaciencia de tu madre, pero ahora vas a escucharme.

—Se equivoca,
signore
. ¡No lo escucharé! Tiene que presentar sus quejas a quienes han sido nombrados nuestros tutores para que rijan nuestra propiedad y nuestras decisiones.

Sin poder contener una oleada de repulsión hacia su hermano, Tonio apartó su mano de la de Carlo.

Su rostro, sin embargo, lo hipnotizaba. Era el rostro de un hombre mucho más joven que su hermano y que rebosaba de impetuosidad y desdicha. Desafiaba a Tonio, imploraba a Tonio, y utilizando sus propias palabras, no había en él ni un atisbo de la férrea voluntad que había conocido en su padre.

—¿Qué quiere de mí,
signore
? —preguntó Tonio. Había erguido los hombros y respiró hondo—. Dígame,
signore
, ¿qué se supone que debo hacer?

—¡Cedérmelo, ya te lo he dicho! —La voz de Carlo volvió a elevarse—. ¿No te das cuenta de lo que está haciendo conmigo? ¡Me arrebató lo que era mío y ahora intenta hacerlo de nuevo, pero esta vez no va a salirse con la suya te lo advierto!

—¿Y cómo lo va a evitar? —quiso saber Tonio. Su cuerpo temblaba pero brotaba de él esa euforia capaz de vencer cualquier temor—. ¿Soy yo acaso quien debe poner impedimentos? ¡Mentira! ¿Ir contra la voluntad de mi padre porque usted me ha pedido que lo haga? Tal vez mi voluntad no sea de hierro,
signore
, no lo sé, pero por mis venas corre sangre de los Treschi y me ha juzgado de manera tan equivocada que no encuentro la forma de sacarlo de su error.

—Oh, ya no eres ningún niño, ¿verdad que no?

—Sí, lo soy, y por este motivo estoy sufriendo ahora —respondió Tonio—. Porque usted,
signore
, es un hombre, y tendría que saber que yo no soy el juez a quien debe recurrir. No fui yo quien dictó la sentencia.

—¡Sentencia, sí, sentencia! —La voz de Carlo era titubeante—. Qué bien eliges las palabras, cuán orgulloso hubiera estado tu padre de ti. Eres listo, sí, y te sobra coraje…

—¡Coraje! —repitió Tonio en tono más bajo—.
Signore
, me obliga a pronunciar palabras imprudentes. No quiero discutir con usted. Déjeme marchar, esto es un infierno para mí, ¡hermano contra hermano!

—Sí, hermano contra hermano —dijo Carlo—. ¿Y qué ocurre con el resto de la familia? ¿Y tu madre? ¿Qué opina ella de todo esto? —preguntó en un susurro, acercándose tanto que Tonio retrocedió, aunque era incapaz de esquivar su mirada—. ¡Dime! ¿Qué hay de tu madre? —inquinó Carlo.

Tonio estaba demasiado sorprendido para responder.

Su cuerpo presionaba con fuerza el respaldo de la silla, sin dejar de mirar a su doble. Aquella vaga sensación de repulsión volvió a adueñarse de él.

—No entiendo lo que quiere decir,
signore
.

—¿No? Utiliza tu ingenio, eres lo bastante listo, llevas de cabeza a tus preceptores. Dime, ¿puede ser feliz una viuda afligida viviendo sola en casa de su hijo?

—¿Qué otra cosa puede hacer? —preguntó Tonio en voz baja.

La sonrisa volvió a su rostro, casi dulce y, sin embargo, tan frágil. En este hombre no hay verdadera malicia, se decía Tonio una y otra vez desesperado. No hay malicia, ni siquiera ahora. Sólo una inmensa insatisfacción. Una insatisfacción tan honda que todavía no ha tomado forma de derrota o amargura.

—¿Cuántos años tiene? —continuó Carlo—. ¿El doble que tú? ¿Y que ha sido su vida hasta ahora si no una condena? Cuando llegó a esta casa era una niña, ¿verdad? No es necesario que me respondas porque me acuerdo.

—No hable de mi madre.

—¿Me dices que no hable de tu madre? —Carlo se inclinó hacia delante—. ¿No es de carne y hueso como tú o como yo? ¿No ha estado quince años sepultada en esta casa con mi padre? Dime una cosa, Marc Antonio, ¿te encuentras hermoso cuando te miras al espejo? ¿No ves en mí ese mismo atractivo que encuentras en ti, en mayor o menor grado?

—Todo esto es horrible. Si dice una sola palabra más sobre ella…

—¿Me amenazas? Tus espadas son juguetes para mí, niño mío. Aún no ha aparecido ni la más leve sombra de barba en esa hermosa cara, y tu voz es tan dulce como la suya, al menos eso me han dicho. No me amenaces. Diré todo lo que me apetezca sobre ella. ¿Y cuántas palabras necesitaría decirle a ella para hacer que se arrepintiera de todos estos años, me pregunto?

—Es la esposa de su padre, por el amor de Dios —dijo Tonio con los dientes apretados—. Descargue su violencia contra mí, no le temo, pero a ella déjela en paz, ¿me oye?, o como niño que soy llamaré en mi ayuda a aquellos que están de mi parte.

Oh, aquello era el infierno, el infierno, más claro de lo que un sacerdote o un pintor lo hubieran podido representar jamás.

—¿Violencia? —Carlo soltó una carcajada suave y aparentemente sincera, su cara se serenó y sus ojos se agrandaron por un instante—. ¡Qué necesidad hay de utilizar la violencia! Ella es una mujer, hermanito. Y está sola, ansiosa de la caricia de un hombre, si es que todavía recuerda siquiera lo que es eso. Le dio un eunuco como amante cuando ella no estaba en sus cabales. Bueno, yo no soy un eunuco. Soy un hombre, Marc Antonio.

Tonio se había puesto en pie pero Carlo ya estaba a su lado.

—¡Es usted el mismísimo diablo, tal como él dijo! —exclamó Tonio.

—¡Oh! ¿Eso decía de mí? —gritó Carlo. Cogió a Tonio por el brazo y lo retuvo. Su rostro estaba contraído por el sufrimiento. Era dolor lo que sentía mientras se enfrentaba a Tonio—. Decía que yo era el demonio, ¿eh? ¿Y te dijo también lo que me había hecho? ¿Te dijo lo que me había robado? ¡Quince años de exilio! ¿Cuánto puede soportar un hombre? Si yo hubiera sido el demonio, habría tenido la fuerza del demonio en aquel infierno.

—Lo siento. —Tomo se soltó con una violenta sacudida—. Lo siento mucho. —Estaban frente a frente, con la mesa detrás de ellos. Los criados habían salido de la estancia y las velas desplegaban su ardiente luz por todos los rincones—. Juro por Dios que lo siento, pero no puedo hacer nada y ella tiene tan poco poder como yo.

—¿Poco poder? ¿Ella? ¿Cuánto tiempo podrás resistir en una casa que se ha vuelto en tu contra?

—Es mi madre, nunca se volverá contra mí.

—No estés tan seguro de eso, Marc Antonio. Pregúntate primero cuál fue el delito que cometió para ser condenada a quince años de exilio. —Avanzó al tiempo que Tonio se alejaba de él.

—Mi delito fue nacer bajo una estrella diferente, de naturaleza diferente. Él me odió desde el día en que nací, y nadie pudo conseguir que reconociera en mí ni la más mínima virtud. Ese fue mi pecado. Pero ¿cuál fue el de tu madre para que debiera dignarse a convertirla en su esposa y enterrarla en esta casa con un niño como única compañía?

—Apártese de mí —le pidió Tonio. Veía el enorme pozo oscuro del gran salón abriéndose al otro lado del umbral de la puerta. Sin embargo, no podía desprenderse de Carlo aunque su hermano ni siquiera lo tocaba.

—Te diré cuál fue su pecado —prosiguió Carlo—. ¿Estás dispuesto a escucharlo? ¡Entonces veremos si tienes derecho a decirme que no te hable de ella! Su pecado fue amarme, y cuando fui a buscarla a la Pietá, huyó conmigo.

—¡Miente!

—No, Marc Antonio…

—Todo lo que ha dicho es mentira…

—No, Marc Antonio, no es mentira. Y tú lo sabes. Lo habías adivinado. Y si no, ve a buscar a tu eunuco y que te cuente la verdad, ve a hablar con tu adorada Catrina. Sal a la calle, todo el mundo lo recuerda. La saqué de aquel convento a plena luz del día porque nos amábamos, y él, él no se dignó ni a mirarla.

—No le creo.

Tonio alzó la mano como si fuera a golpear a Carlo, pero ya ni siquiera podía distinguirlo con claridad. Veía sólo una forma borrosa ante él, una forma que se acercaba, que pasaba ante el resplandor de las velas, oscura, inexpresiva.

—Le pedí que me dejara casarme con ella. ¡Se lo supliqué de rodillas! ¿Sabes lo que me contestó? Nobleza del continente, se burló, una chica huérfana, sin dote. ¡Él elegiría una esposa adecuada para mí, y por su riqueza, su posición, y por lo mucho que me odiaba, escogió a una ajada arpía! «Padre», le rogué, «ven a la Pietá, ven a verla». Me arrodillé en este mismo suelo, implorándole.

»Y cuando lo peor ya había pasado, y me había desterrado, la tomó por esposa. ¡No le importó que perteneciera a la nobleza del continente, que fuera huérfana y sin dote, se casó con ella y pagó para que apareciera en el Libro de Oro! Hubiera podido hacerlo por mí, pero se negó. Después de desterrarme, la tomó para sí, es la verdad. ¡Llora, sí, llora hermanito! ¡Llora por ella y por mí! Por nuestro temerario amor y nuestro infortunio, y por el precio que ambos hemos pagado!

—¡Calle, no quiero escucharlo! —Tonio se llevó las manos a los oídos. Tenía los ojos cerrados—. Si no se calla, que Dios me ayude. —Alargó la mano en busca del marco de la puerta y cuando lo encontró apoyó en él la cabeza, incapaz de contener su llanto impotente.

—Acércate esta noche a su puerta —dijo Carlo en voz baja a sus espaldas—. Si lo deseas puedes escuchar por la cerradura. Entonces fue mía. Ahora volverá a serlo. Si no me crees, ¡pregúntaselo!

No llevaba máscara, tampoco
tabarro
. Se abrió paso entre la multitud empapada y bulliciosa con la lluvia, que a intervalos caía en furiosas ráfagas, cortándole el rostro, hasta que llegó al café y su atmósfera pegajosa lo impregnó por completo.

—¡Bettina! —susurró. Ella parecía dudar y luego, abriéndose camino entre espaldas y capas mojadas, horrendas bautas, payasos y monstruos, avanzó hacia él, con su pequeña capucha negra tiesa en lo alto de su cabeza, y las manos extendidas para coger las suyas.

—Por aquí, excelencia —dijo, y lo condujo a la calle, camino del embarcadero.

Tan pronto como la góndola se puso en movimiento, ella lo abrazó en el suelo de la
felze
, le tironeó del chaleco y de la camisa, al tiempo que se subía las faldas y lo envolvía entre sus piernas.

Se oía el sonido de la lluvia cayendo a raudales en el canal, por momentos golpeaba el puente de madera hueca que tenían encima, o corría impetuosa como un torrente, con determinación, a través de unos canalones invisibles. Tonio notaba que el bote se balanceaba de forma peligrosa bajo sus torpes movimientos; la
felze
olía a polvo, a carne sudorosa, a una densa fragancia entre sus piernas desnudas donde el vello estaba caliente y húmedo, y al hundir la cabeza en él, le rechinaron los dientes. Sintió la piel de seda de sus muslos contra el rostro, y luego las pequeñas y vehementes manos de ella tirándole del cabello. Aquella risa incontenible en sus oídos, sus pechos, tan grandes que no podía abarcarlos con las manos. Ella le abrió los pantalones, parecía brotar de la blusa y la falda, blanca y dulce, al tiempo que sus dedos lo acariciaban, excitándolo y guiándolo.

Tonio temía que ella se riera al ver que sólo era un muchacho; sin embargo, lo instó a que la penetrara de nuevo. Saltó de nuevo sobre ella, dentro de ella, con aquella explosión en su cerebro que borraba el tiempo, la pérdida, el horror.

El más simple pensamiento bastaría para destruirlo.

Sus manos buscaron ansiosas la carne caliente de debajo de sus rodillas, el húmedo calor de sus pechos, sus redondeadas pantorrillas, su boca audaz, abierta y anhelante, su aliento absorbente y aquella risa espontánea. Un sinfín de pequeños resquicios, pliegues, enigmas. El agua chapoteaba suavemente contra los costados del bote, la música era un vaivén de notas tenues e intensas. A veces se encontraba tendido en el suelo, bajo su delicioso peso, luego era ella quien estaba debajo y Tonio alzaba con la mano el cálido pliegue de su sexo, sin dejar de recorrer con la lengua su vientre suave y liso.

Cuando finalmente se tumbó, agotado, hasta el olor verde mar del agua parecía conjurarse en aquel instante, el olor húmedo de los mohosos cimientos cubiertos de musgo que se hundían más y más en el canal y la blanda tierra del fondo que era Venecia. Todo se fundía en dulzura y sal, su preciosa risa, la sesgada lluvia argentada que se colaba por las diminutas ventanas y le caía en el rostro mientras se abrazaba a ella.

Ojalá aquello durase eternamente, ojalá pudiera desterrar todo pensamiento, toda la pena y la tragedia, ojalá pudiera poseerla una y otra vez, y el mundo se desvaneciera y él no tuviera que vivir en aquella casa, en aquellas habitaciones, escuchando aquella voz. Se tendió boca abajo en la oscuridad y se cubrió la cabeza con las manos para que ella no oyera su llanto.

Unas voces tiraron de él.

Parecían flotar en aquellos diminutos y concurridos canales con pequeñas ventanas en lo alto, donde la colada colgaba durante el día, la basura se apilaba contra los muelles y, al levantar la vista, se podía divisar a las ratas correr junto a las paredes, raudas, ágiles, como si en realidad volaran. Los gatos maullaban y gemían en la oscuridad. Oyó el chapoteo y el gorgoteo del agua. Se sintió ingrávido y lo inundó una paz deliciosa, mientras ella seguía acariciándolo.

—Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero…

Pero ahí estaban de nuevo esas voces. Alzó la cabeza. Al tenor lo hubiera reconocido en cualquier parte, y también al
basso
, la flauta y el violin. Se apoyó sobre el codo, el bote se levantaba y se movía. ¡Eran sus cantantes!

—¿Qué ocurre, excelencia? —preguntó ella en un susurro. Estaba desnuda a su lado, sus ropas eran una masa informe de oscuridad en el regazo; sus hombros, exquisitamente curvados, sus ojos, dos lugares que no existían en la completa blancura de su cara mientras lo miraba.

Se sentó y se separó de ella con suavidad. La he poseído, pensó, amado, poseído, conocido. Sin embargo, no le había proporcionado sabor, ni ninguna emoción maravillosa. Se abrazó a ella por un instante, aspiró el aroma de su cabello y besó la sólida redondez de su pequeña frente. Las voces se acercaban más y más. ¡Eran sus cantantes! Con toda probabilidad se marchaban ya a casa; si pudiera alcanzarlos… Se metió la camisa por dentro de los pantalones y se recogió el pelo.

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