Una monarquía protegida por la censura (26 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Pero, ¿ante quién juró los Principios Fundamentales del Movimiento recordando a su mentor cada dos párrafos? Lo hizo un joven ante unos procuradores en Cortes elegidos de forma digital; y así, Juan Carlos I fue elegido rey ante aquellas Cortes franquistas. Eso es lo que se celebra y recuerda como algo clave en la historia reciente. Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de aquella asamblea antidemocrática, tras la jura del rey, dio aquel famoso grito: «Señores procuradores, desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡viva el Rey!».

Esto, en un Estado democrático, ¿es para celebrarlo? ¿No es mejor pasar un tupido velo ante semejante hito de una dictadura? Pues no. Venga incienso.

La Monarquía, pues, no fue sometida a consideración de los ciudadanos de forma exenta. El pacto de la Transición fue ese. Carrillo y González aceptaron la Monarquía propuesta por Suárez, a diferencia de lo ocurrido en Bélgica y en Italia tras la Segunda Guerra Mundial. En Bélgica ganó el «sí». En Italia ganó el «no». En España no se pudo saber. Nos metieron la Monarquía de matute en el referéndum constitucional y ahí está; y, para más escarnio, se celebró el treinta aniversario de la entronización del rey ante aquellas Cortes que se habían pasado cuarenta años aplaudiendo al dictador y justificando sus excesos y atropellos. Esa fue la clave de la «ejemplar» transición española de la dictadura a la democracia.

Ante esto es normal que, en éste clima de exaltación acrítica y patriótica propia de una sociedad blanda y sin adecuada información, Manuel Fraga, el presidente de honor del PP, dijera en su día que el juicio que la historia le hará a Franco será positivo. Lo dijo él, que fue ministro con el general avalando el fusilamiento de Julián Grimau. Para justificarlo, lo analizó con esta aguda reflexión: «El régimen no era fascista ni totalitario, sino sólo autoritario».

EL PACTO DEL OLVIDO

Con este criterio justificó una sublevación militar contra un gobierno legítimo, una represión brutal, fusilamientos a mansalva, exilios, represión continua y la entrada del dictador bajo palio en las iglesias. Y es que, al parecer, aquel régimen no era fascista sino tan solo autoritario. Lo dijo Fraga. El presidente de honor del PP.

Al ser preguntado por las ejecuciones durante la dictadura, Fraga afirmó que «en el juicio de Burgos fueron procesados algunos terroristas y Franco pensaba que los que ponían bombas merecían la pena de muerte». Olvida decir que el clamor internacional paró aquellas ejecuciones, no entendibles en un mundo civilizado, pero que no logró hacerlo en las de octubre de 1975. Aquel dictador murió matando. A su lado, en la plaza de Oriente, recibiendo los vítores de todos sus seguidores ante aquella aberración, ¿quien estaba? El príncipe Juan Carlos. La persona que hoy quizás debería pedir perdón. Por lo menos, por no haber dicho nada ante un caso de conciencia. ¿O vale todo?

Fraga se quejaba de que Zapatero no estuviera respetando el «pacto del olvido». Así lo llamó, firmado por la izquierda y la derecha, no por el PNV, durante la Transición. Pero ése fue un pacto entre Suárez, Carrillo y González, que a nosotros no nos obliga; porque ése sí que fue un pacto basado en la impunidad y en la amnesia. Recuerdo cómo en la Asamblea del PNV de Iruña, en 1977, el ex diputado Julio Jáuregui verbalizó nuestra postura: «Aquí, el único delito de sangre fue el de Franco y los franquistas, y son ellos los que deben pedir perdón».

Fraga concluyó las declaraciones mencionadas hechas en Roma diciendo que «Zapatero guía una mayoría anómala, que nació de las bombas de Al Qaeda y de una alianza con los separatistas catalanes y vascos, que está negociando con ETA y se enfrenta a la Iglesia». Como se ve, el pensamiento de Franco en estado puro.

El domingo 20 de noviembre del 2006, aniversario de la muerte del general, el diario
El Mundo
publicaba una encuesta sobre la Monarquía. Decía que recibía un notable. Lógico cuando no se informa de sus excesos y corruptelas, cacerías de osos, vacaciones y amoríos; pero decía también, y esto predice el futuro, que un 38 por 100 de jóvenes prefería la República. En Euzkadi sería quizás el doble. De todas maneras, un 40 por 100, es mucho; sobre, todo cuando alrededor de esta figura y su familia no hay más que loas y silencio.

En la encuesta se dice que su nivel de aceptación ha caído ocho puntos en los últimos cinco años y se dispara hasta un 68 por 100. Veintitrés puntos más que hace un lustro, el porcentaje de quienes opinan que la Monarquía resulta cara para las arcas del Estado. Y eso que no se sabe lo que gastan, ya que no hay control parlamentario. Y, lo mejor del caso, es que, por primera vez en un sondeo, hay ya un segmento de la población —los que tienen de 18 a 29 años— que se sienten más republicanos que monárquicos. Son datos objetivos.

Esta es, pues, la realidad que se nos trata de ocultar mientras se habla de privilegios autonómicos. Aquí los únicos privilegios de verdad son los de la Casa Real, que viven sin dar cuenta parlamentaria de sus gastos, en ésta democracia tan acrítica.

Vuelvo al principio.

Franco murió en la cama. ETA nació contra Franco y su régimen. Mató a Carrero Blanco que era su Primer Ministro. Los demócratas lo celebraron. Queda, pues, seguir estudiando el franquismo frente a los Fraga y los Aznar, que no quieren que se hurgue en pasado tan vergonzoso.

Pero el rey Juan Carlos, designado por el dictador, vive y celebró su entronización ante unas Cortes elegidas por el dictador; y asimismo celebró su setenta aniversario tratando de contrarrestar el
annus horribilis
2007, en el que durante dos meses hubo libertad de expresión ante la Monarquía.

ME APROBARON UNA MOCIÓN REPUBLICANA

Nunca me había puesto a pensar en esto de las condecoraciones. Mucho menos tras haber visto en un mercadillo de Moscú centenares de cruces de la extinta Unión Soviética siendo vendidas como chatarra; aunque es verdad que ya tuve una experiencia en 1983 cuando me tocó organizar un viaje del
lehendakari
Carlos Garaikoetxea a Panamá, Venezuela y Colombia. Y es que cuando llegué a Caracas, el gobernador del Distrito Federal me preguntó qué condecoración le iba a imponer el
lehendakari
ya que él lo iba a hacer con la de Diego de Losada, fundador de Caracas. Perplejo, le respondí que en breve le contestaría, y con las mismas llamé al palacio de Ajuria Enea.

Por ésta pregunta, descubrimos que el Gobierno Vasco no tenía condecoración alguna, y en el siguiente Consejo de Gobierno se creó la «Orden del Árbol de Gernika» en dos acepciones: para los vascos y para los amigos de los vascos. Desgraciadamente, apenas se ha otorgado esta condecoración que es hoy muy apreciada.

El caso es que en aquel 2006 se conmemoró el 75 aniversario de la llegada de la República de la mano del voto popular el 14 de abril de 1931. También se celebraba el cuarenta aniversario de las gestiones, hechas fundamentalmente por el
lehendakari
Aguirre para que, una vez finalizada la guerra mundial, toda la oposición al régimen franquista pudiera hablar con una sola voz y una representación institucional.

Habida cuenta que Manuel Azaña había dimitido y fallecido posteriormente en 1940 en Francia, se propuso que el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrios asumiera la jefatura del estado en el exilio y nombrara luego un gobierno de concentración. Y esto se logró en el Salón de Cabildos de México, que prestó sus instalaciones y le dio extraterritorialidad para que diputados a Cortes elegidos en febrero de 1936 eligieran, en acto solemne, al presidente de la República en la persona de aquel ilustre sevillano.

Y como vi que de estas cosas no se ocupaba nadie presenté una moción que salió adelante con el apoyo de todos los grupos y la abstención del PP. Aprobada la misma, el ministerio de Asuntos Exteriores gestionó, a través de la embajada de España en México, la celebración de un acto de recuerdo y afirmación que estuvo muy bien, fue muy solemne y que, a pesar de haber contado con el apoyo irrestricto de la embajada, pasó en España totalmente desapercibido aunque el asesor parlamentario Agustín Santos, que apoyó e impulsó la iniciativa, nos dijera que el ministro Moratinos acudiría al acto. La directora del programa de TVE,
Informe Semanal
, Alicia Gómez Montano, ni siquiera contestó a la petición que le hicimos de que glosara sobre aquella efemérides y se recordara a Martínez Barrio, que había muerto en París, en el exilio, pobre y solo.

Es normal, pues, que la actual Monarquía española tenga tan buena prensa cuando ni de lo más digno de la República y de sus hombres se habla nunca.

Quizás por esto se habló de un manifiesto, titulado «Con orgullo, con modestia y con gratitud», que reivindicaba la memoria de la II República cuando se acercaba el 75 aniversario de su proclamación, y que circuló en Madrid. Más de 300 habían firmado ya el texto, según su principal promotora, la escritora Almudena Grandes. Pero fue un tiro al aire.

«Pese a la brevedad de su vida, la II República desarrolló una labor ingente, que asombró al mundo y situó a nuestro país en la vanguardia social y cultural. Entre sus logros, bastaría citar la reforma agraria, el sufragio femenino, el desarrollo de los estatutos de autonomía, la separación de poderes, las modernísimas iniciativas destinadas a difundir la cultura hasta en las comarcas más remotas, el decidido impulso de la investigación científica o el florecimiento ejemplar no sólo de la educación, sino también de la asistencia sanitaria pública», se leía en el escrito.

Los promotores prepararon un ciclo de cine de la época, un gran encuentro en el Teatro Español de Madrid el día 31 de marzo y otra serie de actos reivindicativos durante el año, sin mucho éxito. Hay que recordar que fue el Ayuntamiento de Eibar el que se adelantó aquel 14 de abril y fue el primero en proclamar la República.

Pero aquella fecha tan redonda del 75 aniversario pasó por la opinión pública sin debate, sin hagiógrafos, sin películas, sin actos oficiales, sin televisión. El parte de guerra del general Franco en el que se decía «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El generalísimo Franco», parecía seguir vigente.

Es decir, aquello había sido una victoria militar en toda regla. Como gritó desaforadamente en el Coliseo Albia de Bilbao, su alcalde impuesto, José María de Areilza, el 8 de julio de 1937:

Que se conozca de una vez y para siempre la verdad: BILBAO NO SE HA RENDIDO SINO QUE HA SIDO CONQUISTADO POR EL EJÉRCITO Y LAS MILICIAS CON EL SACRIFICIO DE MUCHAS VIDAS, BILBAO ES UNA CIUDAD REDIMIDA CON SANGRE. A nuestra villa no la salvaron los gudaris, sino los soldados de España, los falangistas y los requetés a costa de esfuerzos heroicos, de jornadas sangrientas de arrojo inigualados; a costa en fin de centenares de muertos.

Que quede esto bien claro: BILBAO CONQUISTADO POR LAS ARMAS. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ley de guerra, dura, viril, inexorable. Ha habido ¡vaya que si ha habido Vencedores y Vencidos!; ha triunfado la España, una, grande y libre; es decir, la de la FALANGE TRADICIONALISTA. Ha caído vencida para siempre esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi y que era una resultante del socialismo prietista de un lado, y de la imbecilidad vizcaitarra por otro.

Nos quedó a todos muy claro durante cuarenta años. Aquello fue una victoria militar, pero de unos militares sublevados ayudados por Hitler y Mussolini.

Por eso nosotros sabemos que hablar hoy de la República es como hablar del diablo, y si queremos ir recuperando la memoria histórica lo tenemos que hacer con hechos concretos; y por eso presentamos aquella moción recordando cómo, en agosto de 1945, México había prestado todo su apoyo para que los diputados que habían sobrevivido a la guerra pudieran elegir un nuevo presidente de la República. Estuvieron 96. Y nuestra moción se aprobó en el 2005 a pesar de la abstención del PP y de que el PSOE nos añadiera el recuerdo a Lázaro Cárdenas, cosa que aceptamos con gusto. Pero, aprobada la moción, aquello no se movía hasta que, como he dicho, Agustín Santos, un buen asesor y eficaz diplomático del ministro de Exteriores, nos llamó para decirnos que la cosa estaba lista, que el ministro Moratinos quería ir a la ceremonia y que la embajada de España en México había terminado por volcarse. Sólo faltaba poner día y hora.

Al final, ese compromiso se hizo realidad. El acto sería en el Zócalo el 28 de febrero de 2006. Pero no fue Moratinos. Demasiado republicanismo en vena.

Para ello se nombró una comisión de la Mesa presidida por el vicepresidente segundo Juan José Lucas, ex presidente del Senado y ex presidente de Castilla y León. Como a mí me había tocado tomar la iniciativa, fui propuesto; y, como siempre en las delegaciones tiene que haber alguien del PSOE, se pensó en Segundo Bru que, a la vez, era presidente de la Comisión de Exteriores. Yo propuse que Jordi Casas, de CiU, también estuviera presente recordando la postura del presidente catalán, Josep Irla. Y se aprobó. Quedó, pues, constituida la delegación por Lucas, Bru y Anasagasti, con la incorporación de Casas.

Así las cosas, Lucas, que es buen amigo, se debió asustar por el componente republicano de la efemérides, y nos argumentó que estaba cansado de viajar; y así, de repente, fue sustituido por el senador malagueño del PP Damián Caneda, y me vi presidiendo una delegación del Senado en un acto conmemorativo de la República por ser el secretario primero del Senado. ¡Ostras! A esta delegación se le añadió la letrada Paloma Martínez, así como la asesora del ministro, Emma Aparici, y la administrativa María Franco. Siete personas.

VISITA AL MINISTERIO DE EXTERIORES

Llegamos el 27, lunes, a la ciudad de México tras once horas de viaje. Nos recibió la embajadora Cristina Barrios. Donostiarra y antigua introductora de embajadores, fue una diplomática que se movía muy bien en aquel país. De segunda en la embajada, tenía a una bilbaína, María Isabel Vicandi, antigua alumna de Deusto y cuyo esposo era el embajador en Honduras. Nada más llegar nos enseñó el folleto que habían hecho sobre el acto. Nos pareció muy logrado. Tenía material histórico y buenas fotografías. Nos alojamos en el hotel Camino Real, un hotel con mucho pasillo.

Decidí no ir a ver las pirámides de Teotihuacan. Me las sé de memoria. Llamé al delegado vasco Iñaki Ruiz. Al poco vino a buscarme. Venía de ser un alto directivo del BBVA en aquel país. Se conoce y mueve muy bien en el mundo económico.

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