Read Una monarquía protegida por la censura Online
Authors: Iñaki Anasagasti
¡El eco sincero de la opinión pública!
Aquí sólo lo políticamente correcto es la opinión publicada. Sin ella, no hay nada más que mensajes elaborados, muy elaborados, muy pildorizados, muy bien dirigidos sobre la importancia capital de la Monarquía para que todos vivamos felices y contentos; porque, al parecer, sin un señor en La Zarzuela pendiente de nosotros todos viviríamos peor, los nacionalismos romperían por enésima vez España y la democracia en Europa se resentiría.
Pero la prueba del algodón fue aquel mes y medio donde todo pareció posible y una juventud que no vivió aquella transición de pies de barro hizo que mucha gente se preguntara «¿Y por qué no?».
Por todas estas razones, y para conjurar cualquier veleidad, fue por lo que se organizó por todo lo alto en el palacio de El Pardo una cena de gala en honor del cumpleañero que contó con la presencia de casi todo el arco parlamentario, personalidades de la Transición, y hasta el
lehendakari
Ibarretxe al que presionaron de lo lindo para que acudiera, haciéndolo éste finalmente.
Y para acabar el mes, volvimos a tener nuestra consabida ración de cumpleaños, ésta vez del príncipe; en menor escala para no oscurecer al padre, pero con la misma cohetería almibarada típica de los hagiógrafos oficiales de las cortes del XIX.
«Es por ello —decía David Gistau— que al príncipe se le está promocionando el perfil bajo, la identificación con lo que Rajoy llama "la gente normal", aquello que siempre permitió decir a los cortesanos que el futuro rey es igual a cualquier joven de su tiempo. Es un argumento, en principio paradójico, que viene a decir que la Monarquía tendrá más posibilidades de permanecer cuanto menos parezca una Monarquía. Cuanto menos agravien los privilegios. Cuanto menos deslumbren los armiños, las cacerías y las regatas.»
MAR O GOLF
Al terminar éste libro se cumplían quince años del fallecimiento del padre del rey, don Juan de Borbón, a quien conocí en algunas de estas recepciones. Recuerdo en especial la de la visita del presidente Mario Soares. Estaba hablando con el rey cuando nos interrumpió Emilio Botín, puro en mano y dedos en el chaleco preguntándole al rey lo siguiente: «Señor, mar o golf». Eran los tiempos de los comentarios sobre un posible traslado del veraneo de Mallorca a la Magdalena y a Comillas; ya que las amistades peligrosas aconsejaban un verano más discreto. Y, en ese contexto, nos interrumpió este hombre para preguntarle si le organizaba viajes por mar o campeonatos de golf. Ante eso, me volví y le dije: «Educación».
En Venezuela hay una máxima muy gráfica ante situaciones como ésta: «El niño que es llorón ¡y la madre que lo pellizca!».
Bueno, pues este año 2008 comenzó con el cumpleaños del rey y de su hijo con la botadura del
Juan Carlos I
en el Ferrol. Por eso no está mal que terminara con las preguntas y respuestas del gobierno sobre los nombres a los buques de la Armada y la negativa del gobierno a ponerles nombres de políticos democráticos.
ROGER DE LAURIA
Pregunta:
Este senador no hubiera realizado la presente pregunta si previamente el Gobierno no hubiera accedido a cambiar el nombre de la nueva y moderna fragata
Roger de Lauria
por el de
Almirante Juan de Borbón
. Es preciso recordar que Roger de Lauria fue un almirante del siglo XIII que, a las órdenes de la Corona de Aragón, salvó Cataluña de una invasión francesa tras una victoria naval en el golfo de Rosas.
Sin embargo, este hecho histórico ha sido eliminado para dar paso al recuerdo a D. Juan de Borbón, llamándole almirante cuando en su vida ejerció de tal y cuando su biografía, en relación con el pasado régimen, fue tan notable. El que en 1978, a golpe de decreto se le nombrara Almirante Honorario, no le da derecho a dar su nombre a ningún buque.
No es de recibo que mientras en Chile y en Brasil el ejército pide perdón por su reciente pasado, aquí, como recordó D. Luis María Anson a cuenta del desfile del pasado 12 de octubre 2004, «durante casi cuatro décadas los españoles asistieron a un Desfile que celebraba la Victoria de unos compatriotas sobre otros. Los ejércitos vencedores en la tragedia de la Guerra Civil despojaron al pueblo de la soberanía nacional. España se convirtió en un país ocupado por su propio ejército, que se puso genuflexo al servicio de un generalísimo autócrata, caudillo de la dictadura, de la represión, del espíritu miserable de la venganza, de la hollada libertad de expresión».
De ahí que parezca incongruente que el Gobierno haya cambiado el nombre de
Roger de Lauria
por el de
Almirante Juan de Borbón
, que tantas concomitancias tiene con el régimen anterior.
Por esta razón este senador solicita se le conteste las razones para tal cambio.
Respuesta:
La decisión de asignar el nombre de
Almirante Juan de Borbón
a la segunda fragata de la clase F-100, se adoptó siguiendo una tradición centenaria española de asignar nombres de la Familia Real a los buques de la Armada. Es también el caso de otros buques que sirven en la actualidad: patrulleros Infanta Elena e Infanta Cristina, fragata Reina Sofía y portaaviones Príncipe de Asturias.
De la vinculación de S.A.R. Don Juan de Borbón con la Armada y de la razón por la que ostentaba el empleo de Almirante, son testimonio los siguientes reales decretos:
Real Decreto 1636/1978, de 8 de julio, por el que, a iniciativa del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada, se le nombró Almirante Honorario de la Armada «como prueba del reconocimiento y afecto debidos a su persona, su sereno patriotismo y amor permanente a España, y como testimonio de su vinculación a la Armada desde su ingreso en la Escuela Naval Militar».
Real Decreto 1477/1992, de 4 de diciembre, por el que, a propuesta de su Presidente, el Gobierno promovió a S.A.R. Don Juan de Borbón y Battenberg al empleo de Capitán General de la Armada, con carácter honorífico, «en reconocimiento a su profundo amor a España, a sus Fuerzas Armadas y como testimonio de sus vínculos especiales con la Armada desde su ingreso en la Escuela Naval Militar».
Asimismo, en 1987, Su Majestad Británica la reina Isabel II, otorgó al Conde de Barcelona el empleo de Almirante Honorario de la Marina británica.
No obstante, no se descarta que en un futuro, se asigne a otro buque de la Armada, como ya ha sucedido en el pasado, el nombre de Roger de Lauria, marino por el que la Armada siente un legítimo orgullo.
NOMBRES DE POLÍTICOS DEMOCRÁTICOS
Pregunta:
El pasado 19 de enero 2005 el Gobierno contestó a este senador una pregunta parlamentaria sobre el porqué había decidido no ponerle el nombre de
Roger de Lauria
a una fragata sino el de
Almirante Juan de Borbón
.
En contestación a tal pregunta y como si la respuesta viniera de un Gobierno monárquico de la derecha española, se nos contestó que tal decisión venía de una larga tradición de asignar nombres de la Familia Real a los buques de la Armada.
Como a este Senador le parece que tal respuesta es digna de ser dada por un Gobierno de encendidos monárquicos hacia quien no hizo absolutamente nada en su vida, ni por España ni por nadie más que por sí mismo, es por lo que solicita del gobierno le conteste si piensa cambiar esa tradición y poner en el futuro a los buques de la Armada nombres de políticos democráticos que murieron en el exilio, en la cárcel o bajo el pelotón de fusilamiento, como Niceto Alcalá Zamora, Indalecio Prieto, Largo Caballero, Julián Zugazagoitia, Femando de los Ríos, Julián Besteiro o Lluís Companys que fue nada menos que ministro de Marina y, por tanto, acreedor de un respeto un millón de veces mayor que don Juan de Borbón que sólo tripuló el
Giralda
.
Respuesta:
Además de otorgar nombres de miembros de la Familia Real, la Armada ha denominado sus buques con nombres de ciudades, regiones, islas, santoral, marinos ilustres, combates navales y otros. También ha utilizado nombres de personas cuya vinculación con la Armada es incuestionable, como es el caso de Blas de Lezo, Álvaro de Bazán, Méndez Núñez, Patiño y Marqués de la Ensenada; estos dos últimos, ministros a los que se les debe el extraordinario impulso que recibió la Armada a comienzos del siglo XVIII.
Así que, de momento, nada.
Mientras en todo el mundo se vive una aguda crisis económica que Zapatero reconoció seis meses después de desatada y el españolito de a pie dejaba de viajar por el mundo y sacaba brillo al botijo, a la mesa plegable, y la tienda de campaña para pasar las vacaciones del 2008, Felipe de Borbón buscaba nuevo barco. El anterior se había hundido en aguas del Mediterráneo y el entristecido príncipe no podía pasar su verano sin barco propio. El CAM.
El CAM, hundido en Valencia, estaba valorado en dos millones de euros y había sido estrenado en el 2007 en Barcelona. Con él regateó en aguas de Palma de Mallorca durante el verano.
Frente a esta desalentadora noticia para las gentes que tengan algo de sensibilidad ante la cosa pública, leyendo entre líneas una extensa biografía que Lola Galán le hacía al diestro José Tomás, ésta destacaba asombrada que el torero no le reza a la Virgen ni a los santos en las fatídicas horas previas a las corridas, y uno de esos días, para pasmo general, «no brindó ninguno de sus toros al rey de España, presente en la plaza». ¡Olé!
Pero son pocos todavía los que no caen en esa coba continua y servil impropia de gentes con dignidad. Está muy presente una Transición, silenciada con la censura, y resumida por Manuel Vázquez Montalbán como «un cuento de hadas, con un rey bueno y unos políticos sensatos hermanados por el dios menor de las sobremesas».
Bueno, pues este libro empieza a acercarse a su fin, dejando en el tintero muchas y sabrosas anécdotas que, como el propio libro, caerán en el silencio; porque el hecho de que un senador se haya atrevido a escribir semejante alegato contra un tabú describe el clima de superficialidad, temor, falta de rigor, papanatismo, y demasiados intereses, hacia una institución caduca que rompe la tan cacareada igualdad que la Constitución española consagra en su primer artículo. Pero así son las cosas señora baronesa y así nos gusta vivirlas.
Gratuitamente, y sin que nadie de la Casa Real me lo haya pedido, sólo para que vean que no soy tan negativo ante ellos, a continuación voy a presentar once recomendaciones. He querido que sean once y no diez, para que no me equiparen a Moisés.
En 1977 me tocó viajar a Caracas con Carlos Garaikoetxea, a la sazón presidente del EBB del PNV, y con Juan Ajuriaguerra, un histórico dirigente condenado a muerte por la dictadura que en aquel entonces era diputado por Bizkaia.
En ese viaje fuimos a visitar distintas personalidades venezolanas, una de las cuales fue el presidente del Congreso de los diputados y dirigente de Acción Democrática, Gonzalo Barrios. Al ser yo presentado, Ajuriaguerra para completar mi perfil le dijo que yo también era «súbdito venezolano». Era una descripción técnica que incluso la consagraban los pasaportes. «Aquí no tenemos súbditos —le contestó el venezolano—. En este país todos somos ciudadanos.» Ajuriaguerra le dio la razón. Y a mí me gustó la puntualización. Ojalá por estos lares no hubiera ni súbditos ni vasallos ni cortesanos, sino que todos fuéramos ciudadanos, con todo lo que esto supone a la hora del tratamiento. Ni Señoría, ni Excelencia, ni Señor. Sólo ciudadano. Basta y sobra.
Otro dirigente histórico del PNV fue D. Manuel de Irujo, diputado en tiempos de la República, ministro de los gobiernos de Largo Caballero y Negrín, presidente del Consejo Federal del Estado español del Movimiento Europeo, senador en 1977, un hombre que era el clásico político de una época en la que aquella generación no dejaba carta sin contestar, ni folio en blanco sin rellenar. No sé qué hubiera sido de ellos en ésta época de Internet.
Irujo, que se había pasado la friolera de cuarenta años en el exilio, comenzó a percibir cómo tanto a Dionisio Ridruejo como a Areilza les daba por señalar cómo tenía que ser la democracia en España a la muerte del dictador; y, un poco cansado de tanta pedagogía gratuita, escribió un contundente artículo cuyo título lo decía todo: «Los conversos a la cola».
Pues bien, D. Manuel, que podía haber añadido a la lista de los conversos a Juan Carlos de Borbón, me solía escribir de todo y para todo, y siempre acababa diciéndome: «De lo que le pido haga usted lo que quiera y pueda y, si no, a Cestona de los papeles». Era una expresión simpática.
Es lo que pretendo hacer con estas recomendaciones como ciudadano; no como súbdito, ni como vasallo, que no lo soy. Y si no gusta, a Cestona de los papeles.
Por eso pretendo apuntar una serie de cuestiones que creo ineludibles por democráticas que se deberían hacer sin tan siquiera cuestionar si Felipe de Borbón tiene que ser el próximo jefe del Estado. Esa es otra cuestión. Estas son hoy simples recomendaciones de urgencia. Son las siguientes:
1. Urge solicitar al Ministerio de Justicia incluir la recomendación 1589 del Consejo de Europa que pide la derogación de las leyes que permiten la apertura de procesos penales contra periodistas. La inclusión de ésta recomendación en la legislación española implicaría la derogación del artículo 491 del Código Penal. Lo mismo cabe atribuir a la quema de efigies del Jefe del Estado. En Estados Unidos, quemar una bandera norteamericana no es delito.
2. Reformar el artículo de la Constitución 57.1 en relación con la primacía del varón sobre la mujer, y el 63.3 en relación a la capacidad del rey de declarar la guerra y hacer la paz. Se vio en el caso de la guerra de Iraq que éste artículo es inservible.
3. Pedirle al Gobierno que cumpla el artículo 66.2 de la Constitución que atribuye a las Cortes Generales la capacidad de controlar la acción del gobierno. Hemos visto cómo el gobierno no se deja controlar en todo lo que afecta a la jefatura del Estado manteniendo una opacidad incompatible con éste artículo tan claramente redactado de la Constitución.
4. Eliminar de los tratamientos reales todo ese residuo de siglos anteriores que separan la figura del jefe del Estado del resto de los mortales, dando a entender que el rey sólo responde ante Dios y ante la Historia. Si Alfonso XIII, al renunciar al trono el 14 de abril de 1931, dijo que no renunciaba a ninguno de sus derechos «porque más que míos son un depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa», hay que recordar que esa cuenta rigurosa tuvo lugar en noviembre de 1931 destituyéndole a él y a todos los descendientes quitándoles cualquier derecho. Siendo la actual Monarquía una instauración propuesta por la dictadura de Francisco Franco y no una restauración, no vienen a cuento todos esos tratamientos de Majestad, Alteza, Señor, y demás tratamientos diferenciadores. Basta el respetuoso usted para poner a cada uno en su sitio como ocurre en todos los países que no son dictaduras, y cuando hasta la jerarquía eclesiástica ha quitado esos absurdos tratamientos medievales.