Una monarquía protegida por la censura (34 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Pero, por muy príncipe que es, no le quedó más remedio que ofrecer su testimonio en el juicio que el Tribunal Correccional de Hasselt celebró contra doce empresarios y altos oficiales de la Marina por supuestas facturas falsas y desvío de fondos de la Marina belga. En total, se desviaron más de dos millones de euros en fondos de esta institución del Ejército con distintos fines, entre ellos la rehabilitación de la casa del príncipe Laurent de Bélgica, que en los años 90 no tenía suficientes ingresos para decorar y mantener la mansión que sus padres le habían regalado, insistió en que siempre confió plenamente en la legitimidad de las acciones de su consejero.

Según los investigadores, se habrían abonado en especie —muebles, electrodomésticos o trabajos de reforma—, y por un valor de más de 175.000 euros los servicios prestados por el príncipe, quien tiene el cargo honorífico de teniente general de la Marina. Un desvío de fondos de la caja general de la Marina

Se trata de una primicia en la historia judicial belga, puesto que nunca antes un príncipe había sido procesado en un caso de delito.

Frente a esto, ¿alguien se imagina a Iñaki Urdangarin procesado por sus tráficos de influencia, la decoración de sus casas, las millonarias vacaciones y demás? ¿Alguien se pregunta de qué vive la infanta Elena y quién paga su casa? ¿Alguien protesta por el regalo de
El Bribón
al rey?

No, ¿verdad? Estas son preguntas impertinentes e indiscretas, de ahí que se entienda mejor el discurso del rey Juan Carlos en Navidad que el discurso del rey Alberto, también en Navidad. Lo único en común fue que nos felicitaron las Fiestas. ¡Qué amables!

Como resumen comparativo entre Juan Carlos y Alberto, vaya este comentario. Resulta que el doce de mayo del 2005, con motivo de la aprobación del matrimonio homosexual, respondiendo a la comparación con la «abdicación temporal» del rey Balduino durante 35 horas para no firmar la ley del aborto, Juan Carlos de Borbón contestó: «Yo soy el rey de España, no el de Bélgica». Más claro, en todo, agua.

Capítulo XVI: Setenta el padre. Cuarenta el hijo

Coincidiendo con el setenta aniversario del nacimiento del rey, en enero de 2008, ocurrió paralelamente un hecho de la máxima importancia en el Nepal que los medios de comunicación españoles minimizaron. Esos días aquel pequeño país acababa con dos siglos de Monarquía. Se había decidido que el rey sería destronado y que la guerrilla maoísta se integraría en el ejército. El Parlamento de Nepal había decidido establecer una República federal democrática. El impopular rey Gyanendra sería depuesto. Había llegado al trono en junio de 2001, tras la controvertida matanza en el palacio real, y le dieron 15 días para irse a su casa. A Alfonso XIII, en 1931, sólo le dieron de tiempo hasta la caída del sol.

Por esos días, también los Saboya, herederos del último rey de Italia, habían pasado de la gratitud por el regreso del exilio a pedir al Estado una millonaria indemnización por los daños sufridos durante 56 años de su alejamiento del país. La reacción del Gobierno italiano fue tajante, al explicar que no sólo no se pagaría nada a los Saboya, «sino que se responderá pidiendo un resarcimiento por los daños causados a la Historia de Italia por la ex familia real», en alusión a cuando el padre de Humberto II, Víctor Manuel III, cumplió la petición del dictador Benito Mussolini, gran amigo de Franco, firmando las leyes raciales permitiendo que fueran deportados y asesinados miles de judíos italianos, junto a otros cargos contra la familia real.

En dimensión menos dramática, Fabiola de Bélgica, esposa del difunto rey Balduino, de ochenta años y que se dedica a cultivar su fe religiosa y la memoria de su esposo, fue también por esos días centro de una polémica cuando se airearon las cifras del salario de la Casa Real belga con motivo de la revisión anual para añadir la inflación, un mecanismo que se aplica a todos los trabajadores de aquel país y que se extiende a monarcas, príncipes y reinas viudas. Fabiola recibiría ese año millón y medio de euros. Ante las críticas y las especulaciones sobre el destino de los fondos
(Le Soir
se preguntaba si irían a España o a las arcas de Renovación Carismática Católica), la Casa Real belga publicó el desglose de gastos.

A diferencia de España, los belgas supieron que Fabiola dedica un millón de euros a salarios (cuenta con unos 25 colaboradores, incluidos los de su secretaría personal). El resto se va en viajes, visitas y gastos de mantenimiento del palacio, en porcentajes similares al rey Alberto. Pero las críticas no han cesado. El problema radica en que la dotación de Fabiola supera en un 50 por 100 a la de su querido sobrino Felipe, que asume la mayor parte de los actos oficiales, por ser el heredero. Pero lo importante de éste debate es que sobre éstas cosas se habla públicamente en Bélgica y no pasa nada.

Por esos días también se recordaba en Portugal el regicidio en el que fue asesinado el rey el 1 de febrero de 1908. En la plaza del Comercio de Lisboa, Manuel Buica y Alfredo Costa, vinculados al movimiento secreto Carbonaria, dispararon contra la carroza real. Don Carlos y su primogénito murieron en el atentado. La reina y el infante Manuel resultaron ilesos. Este último reinó hasta el 5 de octubre de 1910, cuando se proclamó la República y Manuel II inició su exilio en el Reino Unido. Un siglo después, y mientras en España todo era hablar del setenta aniversario del rey Juan Carlos, el gobernante partido socialista portugués y las formaciones de izquierda rechazaron en el Parlamento el «voto de pesar» propuesto por los dos únicos diputados del partido Popular Monárquico, integrados en el PSD. El actual heredero don Duarte Pío de Braganza, jefe de la Casa Real portuguesa, dijo que su país «todavía no cuenta con una democracia madura porque los ciudadanos no tienen la posibilidad de elegir el régimen en el que quieren vivir». Don Duarte se refiere al artículo 288 de la Constitución, que «obliga al respeto por la forma republicana del gobierno». En España, la Monarquía fue aprobada de matute en un mismo paquete y sin posibilidad de debate alguno.

Este era, pues, el contexto sobre lo que pasaba en otros países en relación con una institución caduca, mientras en España sólo se podía hablar bien del rey en su setenta aniversario.

NO APTO PARA DIABÉTICOS

«Don Juan Carlos ha tomado las riendas de su imagen. Los "anasagastis" y pirómanos han quedado en el mayor de los ridículos» decía María Eugenia Yagüe el día del cumpleaños del rey. Al día siguiente, en su sábana dominical, Pedro J. Ramírez escribía que «seguramente lo que más le había entristecido al rey en el 2007 había sido la crisis matrimonial de su hija, pero que la acumulación en el perchero de cosas tan diversas como la quema de fotografías del rey en Cataluña, el encontronazo con Chávez en Santiago de Chile o la majadería que dijo Anasagasti sobre la imaginaria ociosidad de los Borbones, hacía ineludible una clarificación sobre lo que comenzó siendo presentado, más o menos jovialmente, como el
annus horribilis
de la Corona y ha terminado convertido por algunos en una dramática ofensiva en toda regla contra su titular».

De este tenor hubo otros muchos comentarios aquellos días en los que se organizó en toda regla toda una ofensiva de comunicación y relaciones públicas, sin posibilidad alguna de contrapunto, culminando en una cena en el palacio de El Pardo. Fueron quince días de bombardeo mediático de tal intensidad, que el columnista David Gistau llegó a escribir que «era puro No-Do, era un chute de publirreportaje monárquico como los que antaño cerraban junto al himno las emisiones de la televisión, y no solo en la estética. También en la nueva ofensiva de la propaganda de algodón de azúcar, del culto a la personalidad con que se está oreando la figura del príncipe en la inminencia de su 40 aniversario».

¡Cómo sería de abusivo el tratamiento absolutamente antidemocrático del asunto que, persona tan poco sospechosa de no querer lo mejor para la Monarquía como Luis María Anson, les llegó a alertar que se estaban pasando siete pueblos! «La propaganda en torno al rey durante el último mes ha sido a todas luces excesiva. Los publicitarios saben que si no se aplica la ley de la dosificación, la repetición excesiva puede volverse en contra de lo que se quiere potenciar. No podemos tener rey hasta en la sopa. La opinión pública terminará hartándose.» «Esos periodistas que nos han hecho sufrir una machacante e insoportable apología de los salvadores, progresistas y beatificados 70 años del rey» (Carlos Boyero
dixit
). Lo escribió también Raúl del Pozo en mayo del 2007 cuando nos atufaron con toneladas de incienso a raíz del nacimiento de la segunda hija de los príncipes: «Nunca se ha visto tanta lisonja, tanta coba, tanto halago, como si la chusma se hubiera vuelto, de pronto, asiática, como si la nieta nacida fuera la de Kim il Sung».

Pero todas estos comentarios eran sólo pequeñas ráfagas perdidas en la niebla porque la radio, la televisión, los desplegables de los periódicos, los editoriales y toda la información se centró en ésta efemérides con pinta de que alguien quiso sacarse la espina del verano, sin que todo ello fuera apto para diabéticos; informando sobre un rey y una familia cada vez más encerrada en una burbuja de pijerío profesional como bien la definió Gistau.

En los regímenes totalitarios la propaganda se impone sin obstáculos, hasta que, como ha señalado Sartori, se produce la saturación y pierde crédito y eficacia. Quizás por eso y para no igualar padre con hijo, le dieron a éste último, en su cumpleaños, en menos de un mes, su consabida dosis de adulación, pero algo más reducida.

SETENTA IMPACTOS UNO A UNO

A pesar de la contestación que me diera el gobierno a mis preguntas parlamentarias, la nueva dirección de RTVE es más
juancarlista
que el director de la televisión de Tailandia con el rey Bhumibol, ya que ¿de qué otra manera puede enjuiciarse el que se prepararan setenta testimonios laudatorios, setenta, ni uno más ni uno menos, setenta, para que a todas horas, en todo momento tuviéramos a setenta personalidades de la política, del deporte, de la sociedad, de la economía, del cine, en fin, de todo lo que se moviera, diciéndonos lo bien que lo hacía el rey, lo sensible que era, la democracia que había salvado, lo buen deportista que era, lo sensible que es a la cocina española y así todo en aquellos setenta publirreportajes de 30 segundos en los que se había buscado incluir desde Zapatero y Aznar hasta Clinton pasando por Arzak, los presidentes de los dos grandes bancos, Savater, Imanol Arias, Carmen Iglesias o Woody Allen?

Nadie criticó que allí no estaba la sociedad, salvo Manuel Hidalgo, que incluso comentó que «el ejército, pasadas sus veleidades golpistas, ha tenido una actitud impecable, pero ¿es todavía necesario hacerle la pelota por si acaso?». Aludía Hidalgo a que la contribución de RTVE no se quedó en las setenta pildorazas de incienso y almíbar que nos lanzaron sino al documental «Juan Carlos, rey constitucional» dirigido por Pedro Erquicia y en otro especial de
Informe Semanal
; programas todos ellos descompensados, sin la menor crítica, ni dejar pasar tan siquiera una voz republicana, sin que nadie les dijera que además del ejército y de ETA había otras cosas y en las que, además, D. Juan Carlos no ha hecho absolutamente nada.

Pero no fue sólo RTVE, sino Antena 3 que fue la primera que empezó con el botafumeiro con su reportaje «El rey cumple setenta años» realizado por sus servicios informativos, o Telecinco en sus informativos y en el espacio de María Teresa Campos «El Laberinto de la Memoria» con sus tres entregas.

Fue la reacción ante el mes y medio al garete que tuvo el barco de la Monarquía española cuestionada y quemada en efigie por una minoría, según se reiteró hasta la saciedad, pero que encendió varias luces rojas del cuadro de mando del salón del trono que había pedido una respuesta adecuada a los dos meses de marras. Y la respuesta se produjo en aquel mes de enero del 2008 con el doble cumpleaños del padre y del hijo. Setenta el padre, el 5; cuarenta el hijo, el 30 de enero.

De ahí que los meses de noviembre y diciembre fueran de intenso trabajo en La Zarzuela. Había que contrarrestar la imagen de boxeador sonado que dio el monarca, y desde la sala de prensa y acontecimientos se organizó todo el sarao donde se buscó, no la celebración de un cumpleaños sino la adhesión a un régimen. Y tuvieron todo bajo sus pies para hacerlo.

Un mes de loas sin ninguna, ninguna pero es que ninguna, voz discrepante. Ni una. Ni de muestra. Ni para no parecer algo hecho a la búlgara. Ni hablar. Había que lograr que todo el mundo se retratara. Y se retrató.

Por eso Gaspar Llamazares dijo aquello de que lo que se estaba conmemorando debería haber sido una celebración privada que no debería haberse mezclado ni utilizado como una acto de reafirmación y adhesión a la Monarquía como régimen. Pero al pobre Llamazares, como el día de las elecciones, pocos le hicieron caso. Por ahora.

Analizando su país, decía desde Italia Beppe Grillo, agitador político y creador de un superfamoso
blog
, que los diarios y los telediarios ya no son más que oficinas de
marketing
de los grandes grupos de poder, desde los bancos hasta los políticos. «No puede haber democracia en Italia cuando una sola persona (Berlusconi) controla tres televisiones, 20 periódicos y un gran grupo editorial.» Pues bien si este señor se diera una vuelta por España se llevaría las manos a la cabeza. No hay ningún medio en la piel de toro de hoy que ose decir la verdad sobre esta institución instaurada por un dictador.

Cuando hay algo consolidado como el Pacto del Olvido, es como si se quisiera tapar con tierra una herida profunda; porque si hay una herida profunda lo que hay que hacer es airearla con cuidado, sí, pero airearla, porque si no se pudre. Berlusconi, pues, una hermanita de la caridad.

CENA EN EL PARDO

Alfonso XIII, abuelo de D. Juan Carlos, acabó sus días en su exilio de Roma bajo el fascismo mussoliniano. Gobernó casi treinta años y su gran pecado político, además de sus incursiones africanas, fue el haber propiciado la dictadura del general Primo de Rivera.

Quizás, desde su exilio abrigó la esperanza de volver de la mano del general Franco a quien fue felicitando por sus batallas en la Guerra Civil, pero no captó bien con quién se jugaba los cuartos, como tampoco en su día supo de verdad quién era quién en aquella España que él mangoneó. El propio Ortega y Gasset, desde
El Sol
, glosaba así su reinado: «¡Cuántas ventajas se habrían derivado si esta caterva de palatinos que rodearon al rey le hubieran aconsejado que, de vez en cuando, escuchara a los intelectuales, a los periodistas, y a los industriales y a quienes notablemente podían haberle llevado el eco sincero de la opinión pública!».

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