Una monarquía protegida por la censura (36 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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5. Recomendar a Felipe de Borbón que aprenda euskera, gallego y catalán como ocurre en Bélgica con el heredero a la Corona. Toda esa educación militar ha estado de sobra y pudo ser comprensible en la persona de Juan Carlos educado por la dictadura militar, pero no tiene ningún sentido en un estado plurilingüe y plurinacional como el actual.

Y para que no se diga que soy sólo yo quien hace recomendaciones, traigo aquí una de las cien propuestas «para Defender y Fortalecer la democracia» que el director de
El Mundo
publicó en una separata el 7 de febrero de 2008. Fue ésta:

6. «La Constitución española establece algo que no existe en Europa y que es profundamente antidemocrático como es la impunidad e inmunidad de todos los actos del Rey, incluyendo aquellos que pertenecen al ámbito delictivo. El rey hoy es irresponsable ante la justicia. En consecuencia, nadie puede indagar en la vida privada del Rey y de su familia. Negocios, relaciones personales, amistades íntimas, encargos, prebendas, favores. Conductas que en cualquier país democrático serían objeto de indagación minuciosa por parte de los medios de comunicación y de los organismos a ello destinados respecto al presidente de la República. Aquí es algo impensable. La inviolabilidad del Jefe del Estado español no tiene paralelo en derecho comparado actual y es un privilegio que debe desaparecer».

7. Si no se va a investigar en serio y en profundidad lo que ocurrió el 23-F, déjese por favor de vender la especie de que fue el rey quien salvó la democracia aquella noche aciaga, cuando él, con su actitud hacia el general Armada creó las condiciones para que se produjera aquel despropósito tan grave. Que, pasado el tiempo, por favor, no mientan tan descaradamente.

8. El Gobierno debe saber en cada momento donde se encuentra el Jefe del Estado, y si este sale al exterior debe notificar sus desplazamientos; y no como en la actualidad, que D. Juan Carlos utiliza el aparato del Estado para sus desplazamientos personales, habiéndose dado el caso, y de manera pública, que el presidente del Gobierno ha tenido que reconocer que no sabía dónde se encontraba el rey, lo que impedía firmar un nombramiento.

9. Nunca el rey ha reconocido públicamente nada que tenga que ver con una República que mandó a su abuelo al exilio por haber propiciado una dictadura, ni ha tenido jamás un reconocimiento serio y continuo hacia una de las dos Españas. Con la excusa interesada de que hay que mirar al futuro, la República, la sublevación militar contra un régimen legítimamente constituido, la persecución a los perdedores, la manipulación de la historia, todo eso aparentemente no ha existido para el actual jefe del Estado que debería ya, de una buena vez, ser respetuoso con la historia y asumirla tal y como fue.

10. Habida cuenta que la Familia Real no existe a efectos constitucionales y a la que solo se le nombra en el artículo 65.1 a efectos de recibir de los Presupuestos del Estado una cantidad global para su sostenimiento, el de su Familia y Casa, «distribuyéndola libremente la misma», es por lo que las llamadas infantas no deberían tener ninguna asignación protocolaria. Deberían ser tan sólo, como lo que son, parte de su familia y nada más. Gentes anónimas a efectos protocolarios.

11. Incompatibilidad de la Familia Real.

El Parlamento estudiará y aprobará un régimen transparente de incompatibilidades para los miembros de la Familia Real. El mismo régimen reglamentará las donaciones de particulares y empresas, y los patrocinios de actividades. La Casa del Rey deberá presentar ante el Congreso la contabilidad anual de sus gastos, incluyendo la relación de personas que reciben asignaciones públicas.

Éstas son meras sugerencias de un ciudadano ante lo que ha visto y que, si se aplicasen, trabajarían curiosamente en beneficio de una institución en la que personalmente no creo por obsoleta, y antidemocrática; pero como ahí está, pues simplemente deseo que mejore en tanto en cuanto la juventud no comience a despertar del letargo al que le han sumido sus mayores aplicando recetas e información del pasado para problemas de futuro.

Y, como decía Salvador Dalí, «lo mínimo que se le puede exigir a una estatua es que se esté quieta».

Pues eso.

Capítulo XVIII: Su Graciosa Majestad apoyó públicamente a Patxi López

Hemos llegado al último capítulo del libro. El año 2008 y lo que va del 2009 transcurren mansamente bajo un férreo control informativo a todo lo que tenga que ver con la Familia Real. Si lo ocurrido en agosto y otoño de 2007 cogió desprevenido a más de uno, la Casa Real y el Gobierno se han puesto de acuerdo para que algo así no vuelva a repetirse, y si sucede, se silencia. Ya está. Muerto el perro, se acabó la rabia. Veamos algunos de los hechos ocurridos.

TAMBIÉN NOS QUEDA EL HUMOR

Y llegó la crisis. Para todos, menos para Su Majestad. En los Presupuestos Generales del Estado aprobados en diciembre de 2008 todos los sueldos y salarios oficiales fueron congelados; bueno, todos menos uno: el de Su Graciosa Majestad. La propina casi llegó a los tres millones de euros. Pero, eso sí, D. Juan Carlos fue consciente de que España vivía un momento difícil. El 12 de octubre, en Palacio, se refirió a la crisis y, tras comentar que ahora es necesario aguantar el tirón, abogó por buscar una línea de actuación coordinada en el ámbito de la Unión Europea como mejor opción para hacer frente a la complicada situación financiera mundial. El detalle del monarca fue muy agradecido. ¡Qué majo!

Aquel 12 de octubre recordé lo que me pasó en Colonia (Alemania) en 1976. Habíamos ido a un mitin de un candidato de la CDU, y éste le criticaba a su adversario socialista del SPD: «Es como Cristóbal Colón —decía— que cuando salió no sabía adónde iba; cuando llegó, no sabía dónde estaba; cuando volvió, no sabía de dónde volvía, y además lo hizo todo con el dinero de los demás».

Algo así hizo este rey tan preocupado por una crisis que comenzaba a ser brutal y que él palió subiéndose el sueldo. ¿A que el chiste es bueno?

Y es que, para dar ambiente a aquella efemérides, a Mariano Rajoy se le había escuchado a través de un micrófono indiscreto el día anterior en A Coruña aquello de «Mañana tengo el coñazo del desfile», y ese comentario le había hecho blanco de una dura campaña de prensa y del PSOE por faltarle al respeto a las Fuerzas Armadas. Para mí, nunca Rajoy se había mostrado más ocurrente ni más descriptivo, lo que le obligó a estar al día siguiente en el dichoso desfile y en palacio con la boca más cerrada que el puño de Botín. Y sin embargo, aquel comentario nos había ilustrado a todos sobre lo que pensaba el líder de la derecha en relación con las paradas militares tan gratas a algunos. De ahí que, ante las posibles meteduras de pata del monarca, ¿qué hizo la Casa Real? Pues muy sencillo: suprimir la presencia de periodistas en la recepción para que de así
El País
pudiera escribir con gran satisfacción al día siguiente: «Más que nunca, don Juan Carlos ejerció como anfitrión. Y su familia fue el centro indiscutible de la recepción de la Fiesta Nacional». No me digan que no son enternecedores el comentario y la defensa que este medio hace de la libertad de expresión.

Quizás por ello y por algunas cosas más Paolo Vasile, el gurú italiano de Telecinco, le dijo a Esther Esteban en una entrevista en febrero de 2009 que el Gobierno no le llama ni presiona, ni nadie lo hace en su nombre.«Es mucho más agobiante la relación en ese sentido con la Casa Real.» A confesión de parte, relevo de pruebas.

Es comprensible, por tanto, que la Monarquía, el Ejército y la Policía, fueran según el CIS las instituciones más valoradas en diciembre de 2008. Las peor valoradas, la Justicia, el Congreso y el Senado. Los encuestadores pasaron una nota a los medios sobre cómo veían los españoles al rey, de quien no habían preguntado nada sobre su vida privada ni sobre sus meteduras de pata. «El Rey se sale de la tabla. Una inmensa mayoría de españoles cree que, sin su presencia, la Transición no hubiera sido posible, que su figura es una garantía de orden y estabilidad, que ha sabido ganarse la simpatía de los españoles y que ha probado que la Monarquía podía cambiar y adaptarse a las exigencias actuales.» Amén.

Quizás por esta razón en aquellas Navidades la Casa Real se puso una vez más la Constitución por montera y decidió desconocer los idiomas cooficiales, una reiterada vez más, y felicitar en castellano, inglés y francés.

La más políglota de la familia debe ser la infanta Elena, que tradujo la felicitación al francés y al inglés, metió en la foto veraniega a sus dos hijos y se cargó al pobre de Marichalar. Los duques de Palma, afincados en Catalunya, aparecían rodeados de sus cuatro vástagos con un texto redactado sólo en castellano.

Ante eso, protestamos, y lógicamente nos contestaron de esta manera: «No se trata de un documento o discurso oficial (que siempre hacen en castellano). No hay ningún requisito sobre cómo escribir dichas felicitaciones, que son una cuestión absolutamente personal de cada miembro de la familia real». Y lo redondearon con esta patriótica afirmación: «Algunas felicitaciones se envían al extranjero y es una mera cuestión de cortesía». Al parecer, la cortesía real se circunscribe al extranjero y no al cumplimiento de la ley. ¿A que también este chiste es bueno?

Por eso sólo nos queda, de momento, el humor. Tomarlos a broma. No son gente seria. Son como una serie tipo
Los Simpsons
pagada por el contribuyente, y aunque los tiempos no estén para muchas alegrías, la defensa que hicieron de su «delito» tres humoristas es el instrumento que se debería seguir, mucho más que la quema de estampas regias. La cosa fue así.

Las tribulaciones del oso Yogui

Todo comenzó el 28 de octubre de 2006, cuando los humoristas gráficos de
Deia
publicaron en su suplemento satírico llamado «Caduca hoy» un fotomontaje en el que se caricaturizaba al monarca español junto con un oso muerto sobre un barril. El 31 de octubre de ese año, el mismo diario publicaba un artículo de Nicolás Juan Lococo titulado «Las tribulaciones del oso Yogui», que dos días más tarde, el 2 de noviembre, también apareció en las páginas de la sección «Iritzia» de
Gara
.

Dos meses más tarde, el fiscal jefe del tribunal especial español, Javier Zaragoza, interpuso una querella contra Lococo, Rodríguez y Ripa argumentando que los acusados habían ultrajado a la Corona española. El magistrado Fernando Grande-Marlaska archivó la causa al interpretar que tanto el fotomontaje como el texto del filósofo estaban amparados, «aun cuando afecten a la más alta institución, en el ejercicio legítimo del derecho a la libertad de expresión». Consideró que la crítica, «siempre que no tenga una voluntad exclusiva de menosprecio», «engrandece» la institución monárquica «haciéndola más cercana a la sociedad».

Descontento con la decisión del juez, el fiscal jefe presentó un recurso, que propició la reapertura del caso en el mes de junio. Zaragoza consideraba que ambas obras estaban lejos «de la sana controversia y se centran en la figura del monarca, con dosis de difamación». El fiscal solicitó, en aquel momento, una fianza de 12.000 euros, y 10.800 más en concepto de una multa para cada una de los acusados.

Como es habitual en los juicios del Juzgado Central de lo Penal, su titular, José María Vázquez Honrubia, adelantó el fallo al terminar la vista: «Teniendo en cuenta la naturaleza del escrito y de la composición fotográfica, por poco, por muy poco, no se ha traspasado la línea» que limita la libertad de expresión. «Considero —prosiguió el magistrado— que hay una duda razonable en que ustedes hayan tenido la intención de afectar a las instituciones que defienden el Estado constitucional, por lo que quedan absueltos.»

Lococo se emocionó y lloró No era previsible otra reacción en alguien que echó mano de Carlomagno, Eco, Quevedo y Galdós para defenderse. Además, recitó versos, enseñó libros y dijo ser un oso, al que su novia llama a veces «osito», y señaló que aquel martes fue apoyado moralmente por dos congéneres que salieron a pasear en Cantabria. Se definió como contrario al terrorismo y a «todo lo que hay que estar en contra»; republicano; poskantiano; «profundamente católico, conservador en lo moral, liberal en lo económico, socialista en lo social», y en lo religioso, «entre Juan XXIII y Escrivá de Balaguer».

Arte para malpensados

Lococo explicó que quería que su artículo «Las tribulaciones del oso Yogui» fuera una «obra de arte», que «no tendría que ser juzgada en la Audiencia Nacional, sino en la Real Academia». Surgió porque la figura del rey siempre «ha sido muy negativa para él», por el rey Herodes y el descubrimiento de que los Reyes Magos no existen.

Preguntado sobre por qué escribió que «por esta vez el rey de copas no es quien nosotros pensamos, sino nuestro congénere, el bueno de Mitrofán», Lococo respondió que «quería explicar a la población que el borracho era el oso, porque la gente es muy mal pensada». Aseguró que nunca quiso llamar alcohólico al rey y que no pretendía ofender a sus nietos con la frase «no estaría de más que se diera la voz de alarma a los ositos de peluche, incluidos los de Froilán y toda la cuchipanda, no sea que el mequetrefe de su abuelo, despechado por no encontrar ejemplares en la fauna, la emprenda a tiro limpio con ellos».

El escritor, que hasta los seis años se crió al lado de un oso de peluche al que tenía mucho cariño —«sólo cuando lo vi colgado con pinzas al salir de la lavadora me desengañé del asunto», dijo—, aseguró que dos plantígrados le animaron de cara al juicio. «Paseando por un monte de Cantabria, dos osos salieron a darme apoyo moral, porque hay una conexión espiritual entre los osos humanos y los del zoo», aseveró.

Asimismo, se mostró convencido de que si su texto se hubiese publicado en
La Razón
, en vez de en
Deia
y
Gara
, «no habría pasado esto», y subrayó que no era él quien vertía sus opiniones en el artículo. «No hablaba yo, hablaba el oso Yogui. Yo no quiero que maten a los Borbones ni que cuelguen a los monárquicos», manifestó en su defensa.

CUCHIPANDA ES «CARIÑOSO»

En una sala de vistas presidida por una foto del rey Juan Carlos, Lococo se vio obligado a explicar una por una las distintas expresiones recogidas en su artículo que el fiscal consideraba ofensivas. Así, dijo que el término «mequetrefe» que empleó para referirse a don Juan, el padre del rey, «era el lenguaje del oso Yogui, que es muy enriquecedor y que tenía un espíritu añejo».

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