Una monarquía protegida por la censura (32 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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El pasado lunes 24, todos los informativos de los medios de comunicación españoles destacaron negativamente el mensaje que el
lehendakari
Ibarretxe había colgado en su página web. Ibarretxe felicitaba las Pascuas pero recordaba una serie de cuestiones pendientes en relación con la paz en Euzkadi, tras criticar, como no puede ser menos, a ETA.

Contrastó este tratamiento con el dado, de manera uniforme y ditirámbica, hacia la intervención del rey a las nueve de la noche de la Navidad, tras decirse previamente que después de un año complicado diría cosas.

Pues no. No dijo nada nuevo salvo repetir la colección de tópicos al uso, decirnos a los partidos lo que debemos hacer y no formular la menor autocrítica, como cuando en uno de estos mensajes habló de la financiación irregular de los partidos. ¿Se acuerdan? Consejos vendo que para mí no tengo.

«UN PAÍS CON UN VARIADO PATRIMONIO HISTÓRICO, ARTÍSTICO Y LINGÜÍSTICO, UNA AVANZADA ARTICULACIÓN TERRITORIAL Y UN PROFUNDO DINAMISMO» fue una de las cosas que dijo de pasada el rey.

Pero, por no decir, no dijo ni una palabra en gallego, catalán o euskera, aunque sí reconoció que vivimos en un Estado de «variado patrimonio lingüístico». Si esto es así, ¿le costaba tanto decir
Zorionak, Boas Festas
o
Bon Nadal?
Pues parece que sí. Ahora bien, ¿se imaginan ustedes algo parecido en Bélgica, a punto de romperse, con un rey hablando sólo en francés? Pues no. Y sin embargo, aquí sí. Y todos felices comiendo las uvas.

Y luego la unanimidad en el halago. ¡Qué bien ha estado! ¡Qué estupendo lo que ha dicho sobre la unidad! ¡Qué maravillosa alusión a Iberoamérica! ¡Fantástico que no aludiera a Chávez!

Bueno, pues éste es el secreto del por qué las encuestas hablan de que la Monarquía es la institución más valorada. A Ibarretxe, caña y caña, y al rey, oro, incienso y mirra. Y así hasta el próximo verano en Palma con
El Bribón
.

Hasta aquí lo escrito.

Cuando lancé éstas pocas letras, lo hice sin sentirme aludido por lo único que había dicho sobre las peripecias de aquel año 2007: «Además de agradecer las numerosas muestras de afecto personal e institucional hacia la Corona, esta noche quiero reafirmar mi profundo y permanente compromiso de servicio y de entrega a España y a todos los españoles».

Quien le escribió el discurso ya sabía de nuestras críticas a un mensaje propio de un rey exclusivamente castellano, pero poco le importó. Ya sabía que se había puesto en marcha el silenciador y su única preocupación se limitaba a que en el palacio de la Zarzuela estuvieran cerradas las ventanas para que no entrara en tromba el humo del incienso que comenzaba a expandirse por las cercanías y que constituían el aperitivo a los actos que se iban a organizar en conmemoración de su setenta aniversario al mes siguiente.

Del resto, ni la menor preocupación; pues hasta se habían juramentado para no dar pistas a la excesiva curiosidad sobre con quién celebraría esa Nochebuena el suspendido temporalmente Jaime de Marichalar. Todo lo demás estaba bajo control, señora baronesa. «España va bien. Y todos queremos mucho a Sus Majestades».

Nada. Como dicen en Venezuela sobre el
borboneo
político: no olvidan nada. No aprenden nada.

UN REY ESTRICTAMENTE CASTELLANO

Entiendo que el rey sea el jefe del Estado de España y que la lengua oficial del Estado sea el español o castellano. Impepinable. Lo malo para él es que la Constitución española habla de lenguas cooficiales y, además de esto, hay una cosa que se llama olfato, sensibilidad, mano política, respeto a las realidades naturales y otras muchas cosas.

Muestra de ello es la pregunta que le hice al Gobierno sobre el mensaje navideño del rey, que con buen criterio no transmite EITB, y la contestación que se me dio fue, como siempre, antológica. Toda una perla y toda una radiografía sobre la sensibilidad mesetaria en relación con otras realidades que no sean el castellano. Insisto en que una respuesta así sería inconcebible en Gran Bretaña o en Bélgica. Esta pregunta la formulé en el año 2006. La hubiera hecho en el 2007 ante lo que describo en este capítulo. Y la habría vuelto a hacer en el 2008. La pregunta fue ésta:

El pasado 24 de diciembre, el rey Juan Carlos pronunció su habitual discurso de Navidad. En su disertación cometió un error al comentar que la ley de dependencia había sido aprobada por unanimidad. No es cierto. Ni el Grupo Vasco, ni el Grupo Catalán la apoyaron, no por estar en contra de la filosofía de la ley, sino por invadir gravemente competencias estatutarias. No es de recibo, pues, que el rey cometa semejante desliz en un mensaje tan visto y comentado. En Bélgica hubiera ocasionado una crítica severa contra los servicios que preparan los discursos del rey.

Asimismo, el rey pronunció toda su disertación en castellano, a lo que lógicamente no hay ninguna objeción que realizar, pero lo hizo sin la menor mención hacia las tres lenguas cooficiales a las que no dedicó ni un Zorio
nak
, ni un
Boas Festas
, ni un Bon
Nadal
.

Mientras el gobierno trabaja para que en la UE estos tres idiomas cooficiales sean conocidos, ¿considera el ejecutivo correcto que el jefe del Estado no haya tenido la más mínima deferencia hacia estas lenguas?

La respuesta del Gobierno fue la siguiente:

En el debate de aprobación del texto de la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a Personas en Situación de Dependencia votaron a favor todos los grupos parlamentarios de la Cámara excepto los Grupos Catalán (CIU) y Vasco (EAJ-PNV), y se abstuvo la Diputada del Grupo Mixto perteneciente a Nafarroa Bai, justificándose tal voto en relación a la discrepancia sobre las competencias autonómicas al respecto.

En cuanto al mensaje de S. M. el Rey, se realizó íntegramente en la lengua oficial del Estado, de acuerdo con el artículo 3 de nuestra Constitución.

Esto fue todo. Reconocían que habían dado un dato falso y en relación con las lenguas cooficiales respondieron aplicando la letra muerta de la ley. Hace bien EITB en no transmitir este mensaje cada año. Digan lo que digan, sigue sin admitirse la pluralidad del Estado.

Capítulo XV: El discurso de Navidad de Alberto II

Al principio de ese mes de diciembre hice un viaje meteórico y tempranero a Bruselas, ya que hay un vuelo que sale de Bilbao los lunes a las siete menos diez de la mañana. Y va lleno. Se llega en dos horas, pero luego hace falta media más para, ya en el aeropuerto, llegar a la puerta de los taxis, y allí otra media de cola para coger uno.

El hotel estaba cerca del Parlamento Europeo; y en la habitación, por televisión, vi el reconocimiento, por parte de Chávez, de su derrota en relación a la reforma propuesta a su autoritaria constitución. Al poco me llamaron desde el
hall
el letrado, un senador socialista que se tenía que ir a Madrid nada más llegar, pues era ponente de la Ley del Cine, y la administrativa de la delegación. Les dije que antes de empezar el «Cuarto Encuentro Parlamentario sobre el futuro de Europa» deberíamos irnos a Chez León a tomarnos unas
moules
, iniciativa que aceptaron. Eso lo aprendí en tiempos de la democracia cristiana, cuando andábamos por aquellas callejas cerca de la Granel Place, engalanada ese día para la Navidad. ¡Qué tiempos!

Fuimos andando desde el hotel y pasamos por delante del palacio de Laeken, que tenía una bandera belga inmensa en su mástil. «¡Menudo lío tienen!» Fue lo que les dije a mis compañeros. Llevaban más de seis meses sin poder formar gobierno y empezaba a peligrar, para algunos, la unidad del país. Vi algunas banderas belgas en los balcones.

Sin apenas tomar el postre, volvimos nuevamente al Parlamento. Acababa de empezar a hablar Jaime Gama, presidente de la Asamblea Portuguesa. A los portugueses les había correspondido la presidencia aquel semestre, que culminaba entonces. Tomó después la palabra la vicepresidente del Parlamento Europeo, la griega Rodi-Ktatsa-Tsagarapoulou. Los dos hicieron un buen resumen de lo que había significado la presidencia portuguesa y apuntaron los retos que le tocaría a la eslovena. Sobre todo el peliagudo asunto de Kosovo.

Mucha gente de la política española ha pasado por Bélgica: Felipe González, Almunia, Marín, Curro López del Real y muchos más, pero sobre todo muchos niños de la guerra. Lo he vivido en mi familia. Por caminos distintos, dos hermanas de mi padre, una hermana de mi madre y mi suegro fueron acogidos por familias belgas en 1937 después del bombardeo de Gernika. ¡Casi nada! Las asociaciones católicas funcionaron de manera muy eficaz, mientras la población pensaba que lo que estaba pasando en la Guerra Civil española era algo lejano que no iba con ellos más que para atender a aquellos niños al que una aparente cruzada católica quería hacer víctimas de aquella barbarie. Pero, a los tres años, ellos sufrieron la invasión alemana que les trastocó toda su vida y tuvo repercusiones en su Monarquía hereditaria.

Leopoldo III era el rey de los belgas desde 1934. Al producirse la invasión alemana en 1940, pidió un armisticio con las fuerzas invasoras y poco después se entrevistó con Hitler, pero pasó el resto de la guerra prisionero de los alemanes. Mientras tanto, el Gobierno belga organizó la resistencia desde Londres. Al finalizar la contienda el rey se exilió en Suiza, y aunque el plebiscito de 1950 decidió su reposición en el trono, las graves manifestaciones populares de protesta que siguieron hicieron que en 1951 cediera la corona a su hijo Balduino, que reinó hasta 1993. A su muerte le sucedió su hermano Alberto II, casado con la princesa Paola Ruffo di Calabria.

Lo ocurrido en España es una historia muy diferente. Por aquí un rey, Alfonso XIII, tiene que exiliarse en 1931. En 1936 apoya el golpe militar del general Franco. Su hijo, don Juan, mantiene una errática posición durante toda la dictadura con tal de recuperar el trono. En resumen, un rey impuesto por aquel general golpista que no se cansaba de decir que instauraba la Monarquía pero no la restauraba. Y, finalmente, una transición que aprueba una Constitución en la que no se plebiscita de manera singular si se quiere o no, como sistema de gobierno, la Monarquía, sino que se aprueba en el mismo paquete.

Nada que ver con Bélgica.

ALBERTO II, ¿REY DE LOS BELGAS?

La Monarquía siempre ha sido en Bélgica, junto a la religión católica, uno de los pocos nexos que mantienen unidos a flamencos y valones, distantes y enfrentados en todo lo demás.

Sin embargo, desde el 31 de diciembre del 2006 las cosas han cambiado. El idilio de Alberto II y sus súbditos parecía haber concluido, y una ola de críticas hacia la Monarquía se desató en el norte del país.

El motivo no fue otro que un discurso pronunciado por el rey ese día con motivo del Año Nuevo. Alberto II, dejando al margen el papel simbólico que le otorga la Constitución, aprovechó para criticar los intentos «separatistas» de los flamencos, tanto «los explícitos como los disimulados»

La preocupación del monarca era comprensible porque, o mucho cambian las cosas, o Bélgica desaparecerá en los próximos años. No en vano, el Vlaams Belang, un partido independentista, es ya la primera fuerza política del norte, y destacados intelectuales y empresarios flamencos suscribieron en diciembre un manifiesto por la independencia.

Pero las palabras del rey no hicieron más que azuzar el debate secesionista, y algunos políticos hablaban ya de limitar aún más los poderes de Alberto II para que ni siquiera pudiera elaborar discursos a medias con el Gobierno.

Los flamencos, más nacionalistas, conscientes de que la Monarquía es de lo poco que todavía une a los belgas, lanzaron sus diatribas contra Alberto II con la esperanza de que pronto el país hiciera aguas.

Los diarios
Het Volk
y
at Nieuwsblad
publicaron que aquel Gobierno, liderado por el liberal flamenco Guy Verhofstadt, era favorable a una limitación de las tareas del monarca, pero el primer ministro lo desmintió y defendió la figura del rey.

La idea de restringir los poderes del monarca no es nueva; de hecho, es un viejo sueño de algunos políticos flamencos, que desconfían del hijo de Alberto II, el príncipe Felipe, quien ya ha dicho más de una vez que, cuando le toque su turno, trabajará para reforzar el papel de la Monarquía.

Las palabras de Alberto II y la posterior reacción en Flandes volvieron a poner de manifiesto que algo no funcionaba en Bélgica. El sistema federal, vigente desde hace 25 años, ha acrecentado las diferencias entre flamencos y valones. Los primeros han ido ganando autonomía durante todo este tiempo y ya están preparando el terreno para dar un paso más cuando haya que revisar de nuevo las competencias de cada administración.

Según algunos especialistas, como la profesora de Bruselas Johanne Poirier, «a Bélgica le quedan al menos 15 o 20 años, después no hay nada claro».

Pero ante el alud de críticas desatado, el entorno del rey y éste recularon, y su discurso en el 2007 no tuvo nada que ver con el del 2006.

BÉLGICA

Y es que Bélgica es un país con dos comunidades muy diferenciadas y una minoría alemana, que hacen de este Estado tapón, cuya capital lo es también de la Unión Europea, algo a tener en cuenta. Y el rey belga, a diferencia del español, que sólo tiene referencias superficiales y folclóricas de la plurinacionalidad del Estado, sabe que maneja material explosivo. Nadie podría entender hoy en Bélgica un discurso de Navidad como el pronunciado por Juan Carlos I, tan ajeno a los problemas de nervio del país.

Quizá sea porque el general Franco tuvo buen cuidado de que la educación de aquel príncipe que llegó un buen día de Estoril en noviembre de 1948, no sintonizara con el país real sino con los valores de aquella dictadura. El caso es que no ha sido la misma la educación del actual rey belga que la del rey Juan Carlos

Por ejemplo. Alberto II, desde 1960 ha visto Gobiernos belgas inestables porque en Bélgica hay dos países en uno. En España hay tres pero aquí solo a efectos retóricos. Una España plural es inviable y el federalismo es un recurso y un discurso vacío de algunos partidos. El federalismo es un pacto entre iguales. Y España sólo hay una y, además, no quiere ser de otra forma; y cuando el rey habla de unidad en la diversidad sólo lo hace con palabras huecas y ausentes de contenido. La unidad es la suma de esfuerzos y voluntades, no una imposición del centro a la llamada periferia Y el discurso navideño del rey de España lo que refleja es el país castellano artificial que se empeña en defender, mientras día a día se va caminando hacía una situación parecida a la belga, al mismo tiempo que en el
Titanic
los músicos siguen tocando el que ¡viva España!

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