Una monarquía protegida por la censura (31 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Como hemos dicho la decoración incluía un nacimiento, la foto de la plantación del arbolito y la bandera constitucional sin presencia de la europea. Además del abeto, para el ABC, sobresalía algo para ellos muy importante. Decía así el hagiógrafo de la Corte:

El cuarto elemento de la transmisión del mensaje de Navidad que más llamó la atención fue la atrevida corbata de don Juan Carlos, de un brillante color naranja. Y es que el Rey, que dentro de diez días cumplirá setenta años, sabe que esta es la única prenda de su armario que le permite innovar, como ocurre a todos los hombres con estilo clásico. Habitualmente, cuando don Juan Carlos aparece en un medio de comunicación con una combinación original —como la escogida la pasada Nochebuena—, ésta se acaba convirtiendo en tendencia de moda.

Sin comentarios.

EL DISCURSO

Tenía a mi familia esperándome para iniciar la cena de Navidad cuando les dije que debía escuchar el mensaje del rey. La expresión de sus semblantes fue fácilmente descriptible. «Lo vengo escuchando desde la época de Franco, y este año han anunciado alusiones a lo que ha ocurrido en el 2007», les dije. La verdad es que si no lo hubiera escuchado no me hubiera perdido nada porque todo fue de un convencionalismo gris oscuro, no naranja chillón, que nos transmitía el dato de que la Casa Real había decidido no meterse en más charcos que los necesarios y bajar el perfil de la intervención sabedores que tras ella el botafumeiro de la clase política española y de los medios de comunicación iban a hacer el resto. Y así fue.

En su discurso, el rey Juan Carlos se centró en «los problemas que aún no hemos resuelto». Todo porque «pensar en España es pensar en los objetivos, valores y principios que, como gran familia, nos hemos fijado para hacer un país cada día mejor».

El primero de los retos a los que se refirió implicaba directamente a los partidos políticos. Consideró de «especial importancia» reclamar «de nuevo» a las formaciones políticas «mayores esfuerzos para alcanzar el necesario consenso en los grandes temas de Estado». No en vano, en la legislatura que estaba a punto de concluir, los ciudadanos habían sido testigos de cómo los dos partidos mayoritarios, el PSOE y el PP, no habían sido capaces de borrar sus diferencias y sentarse a hablar de cuestiones como el 11-M y la lucha contra el terrorismo. ¿Se referiría a eso?

También la VIII Legislatura pasará a la historia de la democracia española como la etapa en la que la derecha salió más veces a la calle (ocho ocasiones) para protestar por lo que calificaron de «cesión» del Gobierno a la banda terrorista ETA.

«La lucha contra el terrorismo reclama, sin duda, unidad. Sus crímenes, amenazas y extorsiones siguen presentes. Suponen un inaceptable ataque a nuestros derechos y libertades», expresó el rey.

En este sentido, recordó que 2007 arrancó con «rabia, indignación y sufrimiento» por el «brutal atentado» de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, y añadió su «firme repulsa» ante el reciente «vil» asesinato de dos jóvenes guardias civiles en Francia. Dijo también que, en la derrota contra el terrorismo, España cuenta con «la abnegada y eficaz labor de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, así como con la firme acción de la Justicia».

El segundo gran bloque al que se refirió tenía que ver con «la atención de las carencias de muchas personas», principalmente jóvenes, mayores y los colectivos más vulnerables.

Más allá de la lucha contra «la pobreza y la exclusión», puso sobre la mesa algunas de las cuestiones sociales que más debate han generado. Apostó por «continuar profundizando en las medidas frente al desempleo, la carestía de la vivienda, los salarios más bajos, las desigualdades o las diversas necesidades sociales y asistenciales». Generalidades que suenan bien, las diga quien las diga.

Con los pésimos resultados de los estudiantes españoles en el informe PISA aún calientes, el rey apostó por «poner el empeño y los medios precisos para seguir elevando la calidad de nuestra educación». Y marcó una directriz tan genérica como obvia: «Debe responder a las legítimas aspiraciones de promoción personal y perseguir un armónico desarrollo colectivo, como sociedad moderna y cohesionada». Más generalidades.

Quien escribió el discurso al monarca no dejó de mencionar que hacía poco más de un mes una mujer de nacionalidad rusa había sido asesinada, presuntamente por su ex pareja, tras un infructuoso intento de reconciliación en un plató de televisión. Así entendió que «debemos impulsar la debida observancia de las reglas sobre contenidos televisivos». No se olvidó de la protección de la infancia frente a la programación de la pequeña pantalla. No estaría nada mal que así como en la televisión se protege la imagen de los niños, hiciera lo propio con sus nietos.

Tras alertar de los devastadores efectos de la droga y la necesidad de una mayor toma de conciencia por parte de todos en este ámbito, Juan Carlos I se refirió a la lacra de los malos tratos y a las muertes provocadas por los accidentes de tráfico. «Todos debemos contribuir a evitarlos.» Nada que objetar.

Antes de repasar las relaciones de España con el exterior, el rey insistió en la importancia de gozar de un desarrollo sostenible, «respetuoso con el medio ambiente, con nuestros paisajes y riquezas naturales». ¿Quién puede estar en contra de esto?

El año en el que mandó callar al presidente venezolano, Juan Carlos I aseguró que «es el momento para reafirmar nuestros sentimientos de hermandad con los países y pueblos iberoamericanos», porque «nada de lo que afecta a América nos es ajeno». Ni una mención al incidente.

En un año que no había sido especialmente amable con la Casa Real, no quiso cerrar el discurso sin agradecer las muestras de apoyo a la Corona y mostrar su compromiso de «servicio a España». Eso fue todo. Nada dijo de la Ley de la Memoria Histórica aprobada ese mes. No iba con el heredero de Franco.

REACCIONES DE LA PRENSA

Como es sabido, el día 25 no se venden periódicos y, por eso, hay que esperar al día 26 para leer los comentarios que el día 25 ya se han hecho por la radio y la televisión.

El País
, en portada, destacaba: «El rey vuelve a exigir "cuanto antes" la unidad frente a ETA». En la misma información y de forma recuadrada, destacaba: «Ibarretxe irrita a los partidos al igualar atentados y justicia». La foto central de esa portada era la del presidente francés Nicolás Sarkozy de vacaciones en el Nilo con su entonces nueva compañera Carla Bruni.

El
ABC
, cuya única foto de portada volvía a ser la de Sarkozy con Bruni, en la parte superior y de margen a margen destacaba: «El Rey pide consenso antiterrorista mientras ETA comete otro atentado». En un recuadro y de forma destacada José María Aznar alertaba: «El referéndum vasco de autodeterminación pone en riesgo la continuidad histórica de España». ¡Casi nada!

El Mundo
, y con la consabida fotografía de la pareja francesa, se dirigía a los dos partidos mayoritarios de ámbito estatal para decirles que «El Rey pide al PSOE y PP que hagan lo contrario que en estos 4 años». También apuntaba que la bomba de ETA en Balmaseda se había producido durante el mensaje Real. Al parecer esto era lo importante, no la bomba.

Público
, por su parte, decía que «El Rey reclama consenso en los temas de Estado», pero después en su interior destacaba: «El fin de un año horrible en el palacio de la Zarzuela» y hacía un recorrido cronológico de las situaciones más delicadas a las que se había enfrentado el rey: extraño fallecimiento de Erika Ortiz el 7 de febrero estando él sospechosamente en Alemania; la petición de dar información sobre las cuentas reales y las preguntas parlamentarias; la portada de
El Jueves
que dio motivo al juez Juan del Olmo a decretar el secuestro de todos sus ejemplares el 20 de julio; la quema de fotos a partir del 13 de septiembre por jóvenes catalanes llevando una pancarta en la que se decía: «Yo también soy antimonárquico»; la petición de la presidenta de la Comunidad de Madrid al rey para que tratara mejor al periodista Federico Jiménez Losantos —a lo que, al parecer, el rey le respondió: «Le he dicho a Rouco que rece menos por mí y se preocupe más de los obispos»—; la visita a Ceuta y Melilla el 5 de noviembre precedida de fuertes críticas del Gobierno marroquí; el «¿Por qué no te callas?» del 13 de noviembre en la XVII Cumbre Iberoamericana tras la acusación del presidente venezolano Hugo Chávez al referirse al ex presidente Aznar como un fascista, y «el cese temporal de la convivencia» de la infanta Elena y Jaime de Marichalar anunciada el 13 de noviembre en plena bronca con Venezuela.

Frente a estos datos aportados por
Público
, el diario que se dice monárquico, el ABC, se despachaba con un reportaje, destacado en portada, de la periodista Almudena Martínez-Fornes que destilaba cursilería por todas partes y que llevaba un título que era todo un editorial: «El mejor año del Rey». Comenzaba así:

Después de 32 años de reinado y de tres décadas de democracia —del mayor periodo de estabilidad, libertad y prosperidad que ha conocido España—, Don Juan Carlos ha vuelto a sorprender a los españoles, pero también a la comunidad internacional.

Acostumbrados a la sutileza habitual del rey, que ejerce su autoridad con tanta discreción que casi nunca trasciende, algunos medios de comunicación han creído ver un
annus horribilis
para la Familia Real. Pero, más bien, 2007 ha sido el mejor año del rey. El año que Don Juan Carlos ha recibido más adhesiones y homenajes espontáneos en respuesta a una campaña antimonárquica desencadenada tras el verano; el año en el que ha logrado cumplir su viejo deseo de visitar Ceuta y Melilla, y en el que ha dado una lección de democracia y respeto a un dirigente venezolano que se creía con derecho a insultar a un presidente del Gobierno y a interrumpir a otro en presencia del rey, del «rey de todos los españoles». Todo ello, aparte de otras 230 actividades oficiales en las que ha participado Don Juan Carlos y de los quince viajes, seis de ellos de Estado, realizados en 2007.

También ha sido el año de las adhesiones, alentadas por una ofensiva antimonárquica con diversos frentes. Por un lado, la derecha republicana, que desmantelara los restos del franquismo en los que esa derecha mantenía una situación privilegiada. Don Juan Carlos tuvo que escuchar cómo se pedía desde la cadena COPE, propiedad de la Conferencia Episcopal, que abdicara en su hijo, el Príncipe de Asturias. Fue el radiofonista Federico Jiménez quien emprendió aquella campaña. A partir de ese momento, su programa empezó a perder decenas de miles de oyentes, según el último Estudio General de Medios.

Desde la izquierda radical separatista, grupos reducidos —que en el mayor de los casos apenas reunieron a 400 personas— empezaron a quemar fotos de los reyes. Unas protestas dirigidas no tanto contra la Monarquía sino contra el Jefe del Estado, con todas sus connotaciones. También tuvo que ver el rey cómo los Príncipes de Asturias sufrían el escarnio de un caricaturista injurioso de la revista
El jueves
que buscaba la fama a cualquier precio.

Pero todos estos ataques desencadenaron un aluvión de adhesiones sin precedentes por parte de casi todos los sectores de la sociedad. Desde hace meses, allá donde va un miembro de la Familia Real, los aplausos se prolongan más de lo habitual y no hay discurso que no incluya una alusión a la lealtad. Y en las encuestas, la Corona sigue siendo, con mucho, la institución más valorada por los españoles.

¡Qué raro!

REACCIONES POLITICAS

Como suele ser habitual también en estas ocasiones tanto el PSOE como el PP se ponen el traje de chambelán de corte y hacen su consabido comentario en clave de adhesión incondicional acrítica al monarca, faltando tan solo, tras sus intervenciones, la consabida jaculatoria de «¡Larga vida a Su Majestad!».

Y si en el PP puede tener su explicación, en el nominalmente republicano PSOE estas cosas se extreman, y, curiosamente, con especial entusiasmo como fue el caso del ex diputado de IU y, en aquel entonces portavoz del Grupo Parlamentario del PSOE, Diego López Garrido, al que solo le faltó gritar los tres hurras de rigor y hacer una de esas ridículas genuflexiones que hacen las marquesas.

Sin decir de qué manera ni analizar el qué la pacificación y normalización en el País Vasco no se puede reducir a la búsqueda de la unidad tan solo de los partidos en la lucha antiterrorista, sino que tiene que pasar por la consecución de un amplio acuerdo político; el portavoz del PSOE Diego López Garrido afirmó que su partido estaba completamente de acuerdo con el rey y que su llamamiento era muy oportuno.

«Unidad», dijo, es algo que el PSOE «siempre está y estará propugnando». Tras elogiar el papel del rey como una institución «muy relevante en nuestro país», que «ha sido, y seguirá siendo, esencial para la democracia avanzada que es la España constitucional», López Garrido calificó de «actual» su mensaje, al incluir problemas que «hay que solucionar», como el desarrollo sostenible, el cambio climático, la violencia contra la mujer o la siniestralidad vial. También destacó la coincidencia del PSOE con la «valoración positiva» que hizo el monarca de los «avances logrados» en crecimiento económico y social, y con su «visión optimista, de confianza en el futuro de España». Nada. Que para López Garrido el rey podía ser todo menos el sustituto de Pablo Iglesias.

Por su parte, el secretario de Comunicación del PP, Gabriel Elorriaga, recogió el guante lanzado por Juan Carlos I al reconocer la importancia del acuerdo político frente al terrorismo y afirmar que su partido hace «los mejores votos» para que sea posible recuperar «esa unidad de acción en el futuro». Elorriaga también valoró la alusión del monarca a la Constitución como clave de la convivencia, el desarrollo y la libertad. Según el PP, la Carta Magna encarna «la búsqueda permanente de los consensos entre todos los españoles, la garantía de la igualdad y de la cohesión entre todos». «Por lo tanto», añadió, «lo único» que hay que hacer, en su opinión, es «seguir valorando suficientemente la unidad, el consenso, la igualdad y seguir trabajando juntos para alcanzar esas metas».

Según apostilló Elorriaga, los españoles han demostrado que, cuando se tiene, «la voluntad necesaria, son capaces de encontrar solución a todos los problemas».

LA MÍA

Seguía yo teniendo a mi familia esperándome para la cena navideña y les pedí cinco minutos más de paciencia. «No ha dicho nada, y dejadme cinco minutos más para que cuelgue en el
blog
mi valoración.» Y, en caliente, escribí lo siguiente:

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