Valfierno (6 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela

BOOK: Valfierno
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Camina como por una cuerda floja. Alguna rama cruje: él se encoge con ella. Pero ellos van adelante muy ocupados en sus cosas, en frotarse costado con costado, en ir anticipando sus sabores —y no atienden a nada. Hasta que se ocultan detrás de un arbusto de bayas rojas, y él del otro lado del arbusto y ellos en el suelo, ella en el suelo y el Ruano por que le baja la enagua, se desabotona el pantalón, se agarra la pija con la mano y con la pija busca en ella entre las piernas el agujero —él lo mira con miedo a respirar, con el miedo de perderse algún detalle decisivo, mira— y el Ruano que ya encuentra el agujero y empieza con su ritmo que es como el ritmo de la mano pero con todo el cuerpo, para atrás y adelante y atrás y enseguida más fuerte, más violento, más rápido adelante y atrás y adelante y él los ojos como dos mandarinas tetas lunas, los ojos para quedarse todo, los ojos para aprender golpe por golpe y entonces, alguna vez, cuando no tenga más salida, repetir uno por uno los movimientos ruidos caras.

Ya tranquilo —esa noche en su cama ya tranquilo— piensa que sí sabrá cómo imitarlo. Y ese domingo acompaña a los muchachos al rancho de la Mecha y se vuelve uno más: uno de ellos.

4

Su cabeza se hunde en almohadones de plumón de ganso, su cuerpo en un colchón mullido, su boca medio abierta, sus ojos achinados, su robe de seda azul abierta; Valérie, en cuatro patas, juega con su pija. Valérie se apoya en el colchón con codos y rodillas: las nalgas lo más alto, rebosantes, lechosas, tachonadas de poros, las venitas azules, buena grasa; desde ahí baja la espalda en tobogán a la cabeza —pelos oscuros y revueltos, pelos como mareas— hundida entre los muslos de Valfierno. Le entretiene la pija: con la mano derecha la sostiene, la estruja con los labios, la lame con la lengua. Lengüetazos golosos, que hacen ruido. Y Valfierno gime casi mudo y le mira sobre todo el temblor de esas tetas vueltas ubres, colgándole del pecho, poco de panza que también le cuelga. Las nalgas hacia arriba, las tetas hacia abajo, dos y dos, carne y carne, blanca y blanca, para armar un equilibrio que se rompe y se rompe. Valfierno mira esas nalgas que se levantan para que la cabeza se hunda más: que me la chupe es sexo sin trabajo, piensa, sin el menor esfuerzo, la ofrenda pura o el negocio, piensa, y cierra los ojos cuando los labios de Valerié se cierran en su pija: cierra los ojos, se entrega por un momento al éxtasis —la promesa del éxtasis— pero no. Le agarra la cabeza por los pelos y la aparta y se cubre el vientre con la bata:

—Espere, espere.

Valérie se irgue, se pasa el revés de una mano por los labios, lo mira con los labios hinchados:

—¿Qué pasa? ¿Qué quiere?

—No, yo quiero saber qué quiere usted.

—Marqués, ¿no es evidente?

—No, digo de mí. Qué quiere de mí.

Valérie se queda boquiabierta: los dientes desparejos, amarillos. Valfierno intenta no mirarla.

—¿Ahora quién está copiando el folletín del Petit Parisién? ¿O serán esos pasquines de pornografía a quince céntimos?

Le dice ella, intenta una sonrisa.

—Valérie, no me joda. Las mujeres sólo chupan por amor o por dinero. Y usted, conmigo, ni tanto ni tan poco.

—¿No se le ocurrió que, además, puede gustarme?

—No diga estupideces, Valérie. Todos sabemos cómo es esto.

Dice Valfierno, y Valérie lo mira: se ve que trata de controlar el odio. Valfierno sabe que estalló en el momento menos oportuno pero ya lleva días molesto, preocupado: si, al principio, sus noches con Valérie se parecían a otras —mejores, muchas veces, que las otras—, en estas últimas ha notado un cambio: ella lo atiende demasiado. Ya no es el intercambio de dos cuerpos: ella se ha vuelto su servidora, su geisha torpe y Valfierno sospecha.

—Le pregunto de nuevo: ¿qué quiere de mí?

Dice, muy despacio. Ha entendido de pronto —aunque entender no es la palabra: supo, de esa manera inexplicable en que se saben ciertas cosas— que él es un viejo para ella, blando, artificioso: un idiota afectado. Que esas nalgas deben estar buscando algo. Que fue un estúpido cuando se imaginó que, porque no tenía mucha plata para darle, ella no quería nada. Que fue un estúpido: cómo pudo creerlo.

—Nada, marqués. Nada que usted no pueda darme. Nada que le cueste nada, no se preocupe.

Le dice, zumbona ahora, Valérie. La debilidad de Valfierno le permite ponerse en otro lado: más arriba.

—No joda, Valérie.

Dice Valfierno: no consigue decir nada mejor.

—Ya le dije: me gustaría que usted y yo trabajáramos juntos.

—Está diciendo tonterías.

—No, por lo menos escúcheme. Hay mucha plata de por medio.

—Usted está completamente loca.

—No más que usted. Y esto es lo más cuerdo que he dicho en mi vida. Lo único, le diría.

—¿Pero qué le hace pensar que yo podría interesarme por semejante cosa?

Valfierno se contesta lo que no quiere oír: lo que podría hacer que me interesara por semejante cosa es que quiero retenerla. Pero no debo querer, no quiero querer. Si ella me usa yo podría usarla a mi vez, piensa, pero no es tan fácil. Querría que ella lo deseara; querría no desearla. No es tan fácil. Ella le sigue hablando con su pija en la mano: su pija desarmada.

—Vamos, marqués. No me diga que le interesa: solamente escúcheme un minuto. Escúcheme como se escucha el cuento de una nena idiota.

—Ahí la sigo.

—Si se siente mejor tomando esa postura...

—Mi querida...

—Su querida: más quisiera, marqués. Es muy simple: ¿se acuerda que le hablé el otro día de ese hombre, ése que trabajó en el Louvre?

—Sí, creo que me acuerdo.

—No se haga el tonto, marqués, que noté que me ponía atención. Es muy simple: yo tengo el hombre, usted tiene los contactos. Sólo nos falta organizar un plan.

—¿Un plan para qué?

—Marqués, no me provoque.

Le dice y se mete en la boca su pija tan deshecha. Valfierno mira el techo. Siente que se le tensa y se resiste: le va a mostrar que ella no puede hacerle nada que él no quiera. Val-fiemo se desase de esa mano, se levanta de la cama, se cierra la bata: acaba de entender por qué nunca se desnudó del todo frente a Valérie. Él, un viejo, un cuarentón. Cómo pudo ser tan idiota.

—Usted sabe que ésta puede ser la oportunidad de nuestras vidas.

—¿De nuestras vidas?

—De su vida, de la mía.

Valfierno intenta una sonrisa. Supone que la mejor forma de dejar pasar el mal momento es seguirle la corriente:

—¿Realmente le parece que ese tipo puede servir para algo?

—Mire, no para muchas cosas. Pero seguramente para algunas que a usted no le interesan y, quizás, para robar un par de cuadros.,

—¿Y qué le hace pensar que a mí podría interesarme robar, como usted dice, un cuadro?

—Valfierno, por favor. No me haga escenas. ¿Le interesa o no le interesa? No es necesario que me conteste ahora. Pero piénselo, por favor, no sea necio. Las oportunidades como ésta no aparecen dos veces en la vida.

PERRONE
1

Me costó tanto dejar de ser Bollino —o Juan María. Y mucho más, después, entender para qué lo había hecho. En esos tiempos yo buscaba, todavía, cosas de ésas. Explicaciones, digo: cosas de ésas.

Un hombre puede ver a su padre como un camino o como un peso; que sea los dos es una demasía. Un camino, pensará alguna vez el muchacho, si lo deja trazado con sus logros. Pero un peso, si la historia de sus logros se le vuelve una losa. Y un camino si su fracaso despeja la posibilidad de recorrerlo y una losa también si su fracaso pesa. Losa puede ser hacer lo que el padre habría querido hacer pero no pudo, o sea: hacer lo que el padre querría que uno hiciera, o sea: hacer lo que uno cree que el padre querría que uno hiciera, o sea: hacerse un padre para adaptarse a sus deseos.

Es cierto: un hombre con el nombre "Juan María Perrone aparece como detenido en 1884 en Rosario por su pertenencia a un grupo de anarquistas que algunas fuentes llaman Los Errantes. En el registro policial, el tal Juan María Perrone tiene diecinueve años: su edad coincide con la edad de nuestro hombre y su nombre, si pensamos que podía usar el apellido de su madre, también.

El expediente no ofrece precisiones sobre momento o circunstancias. Pero sabemos que las detenciones se produjeron por un atentado contra el periódico
El Municipio:
una bomba casera que desconchó la mampostería de la puerta del caserón donde funcionaba el diario y vivía su propietario. La bomba parecía ligada al reclamo del descanso dominical. Las tiendas y negocios de la ciudad funcionaban todos los días del año, entre catorce y diecisiete horas por día, y sus empleados trabajaban cada una de esas horas. Los militantes sindicales —entre ellos, mayoría de anarquistas— intentaban un recorte en la jornada laboral. Pero cualquier intento de limitación era denunciado por los tenderos —y por
El Municipio
— como un atentado a la libertad de comercio.
El Municipio
era el enemigo declarado de esos movimientos sindicales pero, al mismo tiempo, tenía graves dificultades económicas. Su director, decían algunos, habrá pensado que si se presentaba como víctima de los anarquistas recibiría el apoyo de sus hermanos de clase, los burgueses acomodados de Rosario. Muchos más suponían que la bomba había sido, sin más vueltas, "otro ataque criminal del anarquismo".

Por ese supuesto ataque fue arrestado, junto con varios compañeros, Juan María Perrone —y es probable que ese hombre fuera nuestro hombre. Pero después ese mismo nombre aparece como muerto en 1888. Lo cual provoca, por lo menos, dudas.

¿Fue usted?

¿Qué significa "usted"?

Valfierno, no sea necio.

Becker, hasta ahí podíamos llegar. Su falta de sutileza no lo autoriza a suponer que todos somos como usted.

Diría que está muerto. Y es probable. En realidad: dice que Juan María Perrone está muerto y es probable. Aunque seguramente agonizó unos años todavía. Hay muertes que duran una vida; otras resultan más breves, más tajantes.

Por la pared mal revocada la cucaracha asciende. El muchacho trata de pensar: por la pared mal revocada la cucaracha asciende. Ascender, diría el padre Franco: subir, trepar, montar, escalar, encumbrarse. El muchacho trata de pensar la cucaracha, de imaginar la cucaracha sin sentidos: nada más un ascenso porque sí —y trata de pensar que ella no sufre y de cerrar los ojos y verla con los ojos cerrados y cerrar los oídos para tratar de oír también los pasos del bicho en la pared mal revocada, no los gritos. Malandra vas a hablar acá hablan todos. Hijoeputa vas a ver cómo hablas. Como si los gritos sonaran a lo lejos: como si fueran un recuerdo. Como si pudiera caerse, cucaracha, o cambiar de camino o retumbar los pasos, cucaracha, vas a hablar hijoeputa. Pensarse cucaracha en el ascenso. ¿Yo señor? ¿Qué quiere que le diga?

Periodista, hay cosas que usted no necesita entender. Sólo escucharlas.

¿De qué me habla?

Yo creí que tenía que ser Bonaglia.

¿Bonaglia?

Bonaglia. Un hijo verdadero de mi padre.

Supongamos que son los minutos finales de una noche. Que la noche ya ha durado mucho tiempo. El muchacho sangra por distintas heridas de la cara: está atado a una silla, la camisa manchada de sangre baba mocos, rota, pelo negro revuelto ojos ennegrecidos por los golpes, una mano pesada que le tuerce la mueca. Acá hablan todos porquería vos vas a hablar tontito. ¿Yo señor? ¿Qué quiere que le diga? No te hagas el idiota: lo mismo que te venimos preguntando desde el principio de los tiempos.

Dice un hombrón de pelo como crines y le pide a su ayudante que le pase otro mate. Desde el principio de los tiempos sí señor, o te creés que esto va a durar para siempre, so pendejo, dice, sorbe el mate, escupe sobre el piso de ladrillos desparejos baba verde: le dije un mate, Ramírez, no esta mierda. El muchacho trata de mirarla: la cucaracha se le perdió hace rato. Le duele el cuello cuando trata.

Parece mentira cómo estos mocosos se quieren hacer los héroes, tan imbéciles. Dele con ese mate, Ramírez, qué estamos esperando. La luz de los candiles tiembla; la boca del muchacho tiembla. El muchacho piensa que otra vez le van a decir lo mismo y pegar lo mismo y ya no puede pensar ni en esa cucaracha: lo sobra el miedo de envidiarla. ¿Yo señor? Yo ya le dije todo. Yo la puse, la bomba. Yo la hice, la puse, ya le dije, el domingo 22 a las seis de la mañana, justo después de que pasó el sereno. Nos tomás p'al churrete, desgraciado. Vos te creés que nosotros no sabemos que vos solo no pudiste hacer eso a ver qué pasa con el mate; Ramírez, ese mate. Que ni siquiera formás parte del grupo, desgraciado. Que los conocés apenas y te agarramos pa que entregués al Alemán, idiota. Ramírez y la reputa madre. ¿Yo señor? Yo la puse, usted conmigo se equivoca.

El muchacho Juan María piensa que si por lo menos fuera cierto: si pudiera decir lo que dice con la convicción de que es verdad. El muchacho tiene miedo de pensar la verdad, de recordar detalles de la verdad porque le parece increíble que el comisario no la oiga si la piensa, porque no cree que pueda pensar en voz tan baja como para que no lo oiga. Tiene las manos como sapos, atadas en la espalda, tras el respaldo de la silla. Tan ardidos los ojos, las mejillas, los labios botes viejos. El hombrón le dice que le va a preguntar una vez más: que le va a dar otra oportunidad porque es un hombre bueno. El muchacho piensa que quizás esta vez no siga con la farsa: quién sabe si podré seguir adelante con la farsa. Es-pera poder, pero no sabe: no puede estar seguro y el hombrón le da vuelta la cara de un tortazo, sopapo, bofetada: palabras que no describen esa mano que deforma la superficie de su cara, que se interna en la superficie de su cara, que le impulsa la cabeza hacia atrás como una piedra, que le despierta dolores impensables. El muchacho vuelve trabajoso la cabeza a su sitio, lo dice una vez más: yo la puse, señor, yo la hice, y el hombrón la puta madre decime dónde está el Alemán decime cómo fue no seas imbécil, imbécil, no te das cuenta de que si no te vas a hacer matar. Dice te vas a hacer matar como quien habla de una fuerza externa —¿fatalidad? ¿el mero peso?— dispuesta a operar lo inevitable más allá de voluntades o deseos, le dice te vas a hacer matar y el muchacho piensa que si se muere sus amigos van a saber que resistió firme hasta el final, que pueden tener confianza en él, que ahora sí van a saber que es de fiar y don Manuel va a saber que morí peleando contra los de su clase y la injusticia y mi' madre pensará que morí como mi padre y me odiará. Una

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