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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Valiente (3 page)

BOOK: Valiente
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—Pero seguirán pisándonos los talones, y casi no tendremos suministros.

—Ellos han ido a más velocidad y han maniobrado más que nosotros. Si no se paran a reponer sus propias existencias de armamento y células de combustible, también tendrán problemas. Además, si nos tomamos un respiro en el espacio normal, las auxiliares podrían distribuir entre las naves el combustible y el armamento que han estado fabricando estos últimos once días. Ayudaría bastante. Y tampoco hace falta que me recuerdes que andamos bastante escasos de todo. El
Intrépido
está a poco más del cincuenta por ciento de células de combustible.

—¿Es eso lo que tú y tu capitana Desjani habéis estado haciendo? ¿Comprobar los niveles de combustible?

Geary frunció el ceño. ¿Cómo sabía Rione que había estado con Desjani?

—No es «mi» capitana Desjani. Estábamos examinando una batería de lanzas infernales.

—Qué romántico.

—¡Déjalo ya, Victoria! ¡Ya tengo bastante con que mis enemigos de la flota anden extendiendo rumores de que ando con Desjani, no hace falta que vengas con lo mismo!

Entonces fue Rione quien frunció el ceño.

—No vengo con lo mismo. No pretendo minar tu mando al frente de la flota, pero si continúas dejándote ver con una oficial sobre la que hay rumores...

—¿Debería suponer que tengo que evitar a la capitana de mi buque insignia?

—Lo que pasa es que no quieres evitarla, capitán John Geary. —Rione se levantó—. Pero bueno, es tu lío, y disculpa por usar esa palabra.

—Victoria, voy a tener un combate dentro de poco, y la verdad es que no me vienen nada bien este tipo de distracciones.

—Perdona. —Geary no podría notar si realmente lo sentía o no—. De veras que espero que tu plan desesperado funcione. Has estado alternando continuamente acciones cautelosas con otras tremendamente arriesgadas desde que asumiste el mando de la flota, y con ello has conseguido mantener a los síndicos a raya. Quizá vuelva a funcionar. Te veré en el puente en cinco horas.

Geary observó cómo se marchaba. Luego se recostó mientras se preguntaba qué pensaría Rione en aquel preciso instante. Además de ser su amante por momentos, y en aquel en particular no le tocaba serlo, había sido una consejera inestimable, puesto que nunca dudaba en exponer lo que pensaba. Sin embargo, se guardaba sus secretos. Lo único que sabía seguro era que su lealtad hacia la Alianza era inquebrantable.

Un siglo antes, los síndicos lanzaron ataques por sorpresa sobre la Alianza, y comenzó una guerra que no podían ganar. Esta era demasiado grande, y contaba con demasiados recursos. No obstante, los Mundos Síndicos no se quedaban atrás. Habían pasado cien años sin avances, cien años de una guerra implacable, que había causado incontables muertes en ambos bandos. Un siglo en el que las nuevas generaciones de la Alianza habían crecido reverenciando la heroica figura de John Black Jack Geary y su defensa desesperada en el sistema estelar Grendel. Un siglo durante el que todo el mundo con el que se había relacionado estaba muerto, y durante el que los lugares que había conocido habían cambiado. Incluso la flota había cambiado; ya no solo en lo que respectaba a la mejora del armamento y ese tipo de cosas, sino en que cien años intercambiando atrocidades con los síndicos habían convertido a su gente en algo que no reconocía.

Él también había cambiado desde el momento en que se había visto forzado a asumir el mando de una flota que se tambaleaba al borde del abismo, que la llevaría a la destrucción total. No obstante, por lo menos les recordaba a los descendientes de la gente que había conocido el significado del honor, o cuáles eran los principios por los que se suponía que luchaba la Alianza. No estaba ni remotamente preparado para comandar una flota de ese tamaño, y eso sin contar que estaba formada por tripulantes y oficiales que pensaban de forma distinta a él. Sin embargo, juntos habían llegado hasta allí, tan lejos, en su camino a casa. Su casa. Tampoco la reconocerían. Pero les había prometido llevarlos de vuelta. Se lo obligaba su deber, y estaba condenado a hacer el trabajo o a morir en el intento.

Su mirada se posó sobre el visor en el que estaba representado el sistema estelar Lakota. Había demasiadas naves síndicas. Sin embargo, ellos también habían sufrido daños durante el combate. Había sido imposible valorar lo dañados que habían quedado puesto que al final de la contienda había tantos restos de naves que los sensores se habían bloqueado. Tampoco sabía siquiera cuántas pérdidas habían causado la
Atrevida
, la Audaz y la Infatigable en sus últimos estertores, mientras contenían a los síndicos el tiempo suficiente como para permitir escapar al resto de la flota.

¿Cuán seguro estaba el comandante síndico de que la Alianza había sido finalmente derrotada, y de que lo único que podía hacer era escapar a ciegas? ¿Cuántas naves los habrían seguido a Ixion, y cuántas se habrían quedado defendiendo Lakota ante la remota (algunos dirían que más que imprudente) posibilidad de que las naves de la Alianza volviesen de inmediato? La única forma de hallar una respuesta a esas preguntas era meter la cabeza en la boca del lobo y ver cómo tenía los dientes.

Volvió a mirar el reloj. En cuatro horas y media, lo sabría.

El puente de mando del
Intrépido
se había vuelto cada vez más confortablemente familiar desde la primera vez que estuvo, cuando despertó después de la muerte del almirante Bloch. No ocurría lo mismo con la apariencia general del lugar, que aunque en aquel momento le resultaba natural, y en realidad el equipamiento era más avanzado que el que había conocido, no era menos cierto que su aspecto exterior era también más burdo. El resultado del triunfo de la necesidad sobre las formas. Un siglo antes, en la última nave de Geary, todo parecía suave, con líneas limpias que delataban un mimo especial por la apariencia. Sin embargo, aquella nave había sido diseñada y construida esperando que durase décadas. Formaba parte de un grupo relativamente pequeño de naves de la flota que no entrarían en combate. El
Intrépido
, por otra parte, reflejaba el paso de generaciones de naves construidas a toda prisa para reemplazar a otras perdidas de forma horrible, y con una esperanza de vida de un par de años como mucho. Aquellos bordes acusados, aquellas soldaduras poco cuidadas, y aquellas superficies irregulares eran más que suficiente para una nave que podría saltar por los aires en el primer encuentro con el enemigo, y que sería reemplazada rápidamente por otra con el mismo nombre. Geary todavía no se había habituado a la filosofía de naves de usar y tirar, nacida de aquella desagradable experiencia, que ejemplificaban aquellos toscos bordes.

Naves de usar y tirar, al igual que sus tripulaciones. Se había perdido gran parte del conocimiento táctico durante aquel siglo en el que el personal entrenado había muerto sin poder legar sus nociones y su experiencia a las nuevas generaciones. Los combates habían degenerado en pesados enfrentamientos caracterizados por cargas directas y un número espantoso de bajas. Habría sido más fácil aceptar la tosquedad de los bordes de aquella nave que aceptar el tipo de bajas en combate al que aquella flota se había habituado.

No obstante, había conseguido que el
Intrépido
y su tripulación sobreviviesen desde el sistema estelar nativo síndico hasta allí, a la vez que los conocía hasta el punto de dejar de ser un recuerdo de lo que había perdido y convertirse en algo reconfortante. Había llegado a conocer a los consultores, a saber sus nombres, principiantes a los que había ayudado a seguir vivos lo suficiente como para conseguir experiencia. Gran parte de la tripulación del
Intrépido
procedía del planeta Kosatka, un lugar en el que Geary había estado hacía, literalmente, más de cien años. Estando tan solo en ese futuro, había llegado a considerarlos como una familia con la que reemplazar a la que había perdido.

La capitana Desjani le dedicó a Geary una sonrisa de bienvenida en cuanto entró en el puente de mando y se sentó en el asiento del comandante de la flota, situado al lado del de la capitana al mando de la nave. Al principio lo asustó un poco, ya que había notado aquel odio que sentía hacia el enemigo y aquella disposición a aceptar las tácticas que tanto horrorizaban a Geary. Sin embargo, había llegado a entender las razones de aquella actitud. Ella los había escuchado y había adoptado creencias que la acercaban más a sus ancestros. Además, esos mismos ancestros sabían lo capaz que era como capitana, y lo bien que dirigía su nave. En aquel momento, sin lugar a dudas, Desjani era la presencia más reconfortante del puente de mando.

—Estamos preparados, capitán Geary —le anunció Desjani.

—No se me ocurriría ponerlo en duda siquiera.

Intentó respirar con tranquilidad, parecer confiado, y hablar con seguridad. Aunque sentía pavor por lo que podía esperar a la flota cuando saliesen por el punto de salto de Lakota, sabía que era observado en todo momento por oficiales y tripulantes cuya confianza dependía de lo que viesen en él.

—Cinco minutos para la salida —anunció un consultor de operaciones.

La capitana Desjani no solo aparentaba estar tranquila y confiada, sino que parecía sentirse así realmente. Daba la impresión de que siempre se serenaba cuanto más se acercaba la posibilidad de luchar y destrozar a los síndicos. Entonces miró a Geary y sonrió ligeramente.

—Tenemos compañeros que vengar en este sistema.

—Así es —convino Geary, mientras se preguntaba si el capitán Mosko habría sobrevivido a la destrucción de la
Atrevida
. Probablemente no. No obstante, Mosko tan solo era uno entre muchos de los tripulantes de la Alianza que podrían haber sobrevivido para convertirse en prisioneros en Lakota. Además de cuatro acorazados y un crucero de batalla, la flota de la Alianza había perdido en el último combate contra los síndicos dos cruceros pesados, tres cruceros ligeros y cuatro destructores. A lo mejor tenemos la oportunidad de rescatar a algunos. Seguramente los síndicos no se han dado prisa en llevar a los prisioneros a ninguna parte, por lo que es posible que sigan a nuestro alcance.

Se abrió la escotilla del puente de mando. Geary miró hacia atrás y vio a Rione ocupando el asiento de observador situado detrás. Sus ojos se encontraron. Ella lo saludó fríamente con la cabeza, y luego se acomodó para mirar su propio visor. Desjani, que aparentemente estaba ocupada con sus cosas, no se giró para mirar a Rione, y en lo que respecta a la política de la Alianza, no pareció percatarse.

—Dos minutos para la salida.

Desjani se giró hacia Geary.

—¿Quiere dirigirse a la tripulación, señor?

¿Quería?

—Sí. —Geary se paró un momento para ordenar sus pensamientos. Tenía bastante más experiencia dando discursos antes de una batalla desde que había asumido el control de la flota. Pulsó uno de los controles del circuito interno de comunicaciones y se esforzó por sonar optimista.

—Oficiales y tripulación del
Intrépido
, una vez más tengo el honor de liderar en combate a la flota y a esta nave. Esperamos encontrarnos con defensores síndicos en cuanto salgamos por el punto de salto. Estoy seguro de que haremos que lamenten haberse topado con nosotros, y no nos iremos de Lakota sin vengar a los camaradas que hemos perdido aquí. Por el honor de nuestros antepasados.

Justo cuando acabó de pronunciar la última palabra, se escuchó otro anuncio.

—Treinta segundos para la salida.

Entonces la voz de Desjani resonó en el puente de mando.

—Todos los sistemas de combate activados. Escudos al máximo. Prepárense para establecer contacto con el enemigo.

—Fuera.

El gris vacío del espacio de salto desapareció en un instante y, en su lugar, apareció el fondo negro salpicado de estrellas del espacio normal. Por supuesto, el campo de minas síndico seguía allí, pero el
Intrépido
y el resto de naves de la Alianza comenzaron a virar en dirección ascendente en cuanto salieron del punto de salto, maniobrando para evitarlas. Geary, ansioso, escrutó el visor, rezando para que los síndicos no colocasen más minas en ese punto.

Hasta entonces la representación del sistema estelar que había en el visor había quedado congelada, mostrando la situación de los objetos dispuestos en el sistema en el momento en que la flota había salido de allí hacía algo menos de dos semanas. Las posiciones de las naves enemigas tenían la etiqueta de «Última posición registrada», lo cual quería decir realmente «En cualquier sitio menos ahí». Entonces los símbolos desaparecieron y empezó a desplegarse un maremágnum de datos según los sensores de la flota escaneaban los alrededores y realizaban las pertinentes identificaciones.

Geary entornó los ojos, intentando verlos todos a la vez. No había defensor alguno en el punto de salto, pero sí parecía haber naves síndicas repartidas por todo el sistema. Muchas naves. Por un instante se sintió desanimado al ver el número de enemigos que todavía había en Lakota. ¿Habían saltado finalmente a las fauces de una fuerza enemiga superior?

Entonces se fijó en la información de identificación y en los detalles, y vio un panorama totalmente distinto. El gran grupo de naves síndicas localizado a diez minutos luz del punto de salto estaba formado mayoritariamente por un gran número de naves de reparación, y por navíos de combate en bastante mal estado y con los sistemas fuera de servicio mientras se subsanaban los daños. La formación al completo, que tenía forma de esfera achatada, se movía por el sistema, renqueante, a una velocidad de unos escasos cero con cero dos c.

La siguiente formación en tamaño, situada a casi treinta minutos luz del punto de salto, era una mezcla de naves totalmente operativas y de otras ligeramente dañadas, pero con tan solo cuatro acorazados y dos cruceros de batalla entre ellas.

En el espacio del sistema estelar Lakota que separaba el punto de salto del mundo habitado se encontraba el resto de naves síndicas. Había naves poco dañadas, pero que sin embargo seguían presentando desperfectos, dirigiéndose a los puertos orbitales, cargueros distribuyendo suministros y naves civiles moviéndose entre planetas. Eran blancos fáciles, con muy pocos defensores preparados para detener a la flota de la Alianza y evitar que tomasen lo que quisiesen.

Desjani casi jadeó de placer.

—Capitán Geary, vamos a machacarlos.

—Eso parece.

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