Read A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España Online
Authors: Manuel Chaves Nogales
Tags: #bélico, histórico
El mayor de los hijos de Manuel Chaves Rey y de Pilar Nogales Nogales vino al mundo el 7 de agosto de 1897 en Sevilla, muy cerca del palacio de Las Dueñas, residencia de los duques de Alba, y cerca también de la casa donde nació Antonio Machado. Mamó el periodismo, pues a los catorce años ya acompañaba a su padre a la redacción de
El Liberal
(del que era director su tío, José Nogales) y hacía sus pinitos con pequeñas colaboraciones. Chaves Rey era un hombre de letras; miembro desde muy joven de la redacción de
El Liberal
, era redactor jefe del periódico cuando murió; fue académico de la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla y cronista oficial de la ciudad. A la muerte del progenitor, la madre comenzó a dar clases de piano para mantener a la familia, mientras el hijo mayor estudiaba y trabajaba.
A mitad de la segunda década del siglo, Chaves Nogales también era ya redactor de
El Liberal
. Frecuenta los ambientes intelectuales de Sevilla y entre 1918 y 1921 colabora en
El Noticiero Sevillano
y
La Noche
. Cuenta Isabel Cintas, en el prólogo de la edición ya citada de sus obras completas, que es entonces cuando vive más de cerca el período del «regeneracionismo andaluz», Sevilla como «símbolo y síntesis de la Andalucía cuyo orgullo se quiere recuperar». Por fin, en 1920 publica en Madrid un libro de relatos breves, titulado
Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos hombres humildes y desconocidos
.
Ese mismo año conoce a Ana Pérez, que se convertirá en su compañera de éxito y fatigas, hasta acompañarle al exilio en París. Cuando los alemanes se acercaron a la capital francesa, Nogales devolvió a la familia a su Andalucía natal, mientras él marchaba a Londres, donde unos años después falleció.
Pero no adelantemos acontecimientos. Al inicio de los felices veinte, Sevilla vive la efervescencia previa a la Exposición Iberoamericana de 1929 y, pese a todo, la ciudad se le queda estrecha al joven redactor. Como en el caso de otros muchos periodistas, escritores y artistas del momento, Madrid es el objetivo. En la capital se apea en 1922. Gracias a que ya eran conocidos sus artículos en
El Liberal
y las revistas sevillanas, además de su primer libro, encuentra pronto acomodo en
El Heraldo
de Madrid, en 1924. Y se incorpora a
La Acción
en 1926. Mientras tanto, gana el premio Mariano de Cavia con un reportaje titulado «La llegada de Ruth Eider a Madrid». Eider fue la primera mujer aviadora que cruzó el Atlántico en vuelo solitario. Chaves viajó a Lisboa con otros seis periodistas de todo el mundo para volar con ella.
El avión es la pasión de su vida. Valora lo que la velocidad del nuevo medio de transporte significa para un cronista que quiere contar lo que sucede en Europa, en esa etapa de convulsiones. Así es como puede permitirse aterrizar en Venecia, Ginebra, Marsella Londres, Sintra... Llegar, observar, entrevistar a los poderosos y a los humildes, a las gentes de la calle que observan atónitos a los que quieren hacer las revoluciones, a los gobernantes que se oponen. Hacer periodismo. Es el final del período de entreguerras, en el que germinan las pasiones y los males que darán lugar a otra gran conflagración. Es la era en la que el periódico es el gran medio de comunicación. Hasta la Guerra Civil española y los mítines de Hitler previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando la radio devino en la clave para llegar hasta las masas (como advirtieron Goebbels y después, Queipo de Llano), los diarios vivían su edad de oro. Los cronistas del día a día informaban al lado de los grandes escritores, que tenían su columna: Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, Ortega... Todos escriben en la prensa para dar a conocer sus opiniones y sus obras y, de paso, ganarse unos durillos. Parte de la mejor literatura de la época se escribe en los periódicos.
Chaves trabajaba en el
Heraldo
de Madrid, una publicación vespertina de dieciséis páginas que fue suspendida en el año 1934, durante la Revolución de Asturias. Se siguió publicando durante la Guerra Civil y desapareció con la victoria de los golpistas militares. Fue el diario de tendencia republicana de mayor tirada (entre ciento cuarenta mil y ciento sesenta mil ejemplares diarios). En aquel tiempo Chaves Nogales colaboraba también en
Estampa
, la revista de Luis Montiel, su patrón también en
Heraldo
(el diario perdió el artículo tras su venta en 1913), y su amigo.
En 1928, en una entrevista en
La Gaceta Literaria
, Chaves se retrató ideológicamente: «Así como no profeso ninguna religión positiva, no pertenezco a ningún partido político. Si tuviera un temperamento heroico creo que sería comunista; no lo soy porque me falta ese espíritu nazarenoide que hoy se necesita para ser comunista militante. Cumplo, sin embargo, con mi débito esparciendo en cuanto escribo ese difuso sentimiento comunista que me anima». ¡Qué lejos queda este Nogales simpatizante del comunismo utópico del que tan sólo nueve años después escribe el prólogo y los nueve cuentos de A SANGRE Y FUEGO! Pero en aquel 1928, era la pluma de lujo de
Heraldo
, y sus dos grandes amigos, Luis Montiel y Manuel Fontdevilla Cruixent (director del periódico), le concedían todos los «caprichos» para que hiciera sus viajes de reportero. Chaves recorrió diez mil kilómetros de la Europa de entreguerras. Resultado de una parte de esos viajes fue el libro
Un pequeño burgués en la Rusia Roja
.
Tanto éxito suscita admiración y tibios celos por parte de alguna otra de las figuras emergentes de la época. Por ejemplo, el gran César González Ruano describe despectivo a Chaves como «un gitano rubiasco, muy fuerte, violento y alegre» en sus crónicas de
El Alcázar
, agrupadas luego en sus
Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias
. En 1930 recorre el viejo continente y se centra en buscar a los personajes destacados, aquellos que la revolución de los soviets ha mandado al exilio. Desde el Gran Duque Cirilo a la amante del zar Matilde Kchesinska y el mismo Kerenski. Hurga en la historia de los Romanoff, de Trotsky y otros muchos personajes de la Rusia blanca y roja, ahora expulsados. Los perdedores. Recorre Georgia y Azerbaiyán, entre otros territorio soviéticos. Reunido todo el material, lo publica por capítulos en
Ahora
, y después, en 1931, en un libro de la editorial Estampa titulado
Lo que ha quedado del imperio de los zares
.
Siguiendo a los rusos blancos en París, se encuentra con el bailarín de flamenco, nacido en Burgos, Juan Martínez, quien le relata su peripecia por la Rusia revolucionaria. Aunque algunos estudiosos califican a este libro de novela, lo cierto es que Chaves Nogales conoció al personaje que le dará para hacer un reportaje largo recreado, una crónica novelada, basada en la historia de Martínez y su compañera Solé. Una pareja de bailarines que embarcaron para Turquía cuarenta días antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Terminaron en la Rusia de 1917. Una peripecia que les llevó veinte años de su vida, sin poder salir de la Rusia de los zares ni de los soviets, y adonde dejaron un hijo enterrado. Martínez, «bailarín, tiene cuarenta y tres años, una nariz desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana». Su musa es Solé, con la que se escapó a París. Tras triunfar en el Moulin Rouge, la pareja «se europeíza tanto y tan bien como si hubiesen sido pensionados por la Institución Libre de Enseñanza». ¿Era este el lenguaje, la ironía que derrama, que un Ruano encelado llegó a describir como periodismo con gracia, sin necesidad de cultura y trabajo?
Que Chaves Nogales era un poseso del periodismo lo demuestra la aparición de
Ahora
en 1930. Es otro diario de Luis Montiel. Hace el proyecto y se convierte en el primer director del nuevo proyecto. Fue un intento esforzado de crear una publicación moderada y burguesa, popular, gráfica, moderna. Para competir con el derechista
Abc
. El cronista sevillano, el reportero de Europa, el periodista excepcional, apuesta por potenciar la información internacional, una gran novedad para la época de los nacionalismos en Europa: envía corresponsales por todo el continente para que escriban sobre el nazismo de Hitler o el fascismo italiano. También ficha para
Ahora
a Unamuno, Baroja y Maeztu.
Cuando triunfa la Segunda República, no tiene dudas. Es, ante todo, un demócrata. Apuesta por Manuel Azaña. Pocos como Chaves Nogales se habrían sentido concernidos con los tres conceptos clave del pensamiento político azañista posterior: paz, piedad, perdón. Formaba parte de la tertulia de quien sería presidente de la República. Pero ni su actividad periodística ni su compromiso político le alejan de su Sevilla natal. Allí escucha al maestro Juan Belmonte, su amigo, y lo ve torear. De una serie de entrevistas y charlas nace
Juan Belmonte. Matador de Toros. Su vida y sus hazañas
. Será su obra más conocida, y una de las mejores. Todavía hoy no ha sido superada y es objeto de múltiples reediciones. Traducida al inglés, le resulta de gran ayuda para encontrar trabajo cuando tiene escapar de París e instalarse en Londres.
Fue precisamente esta obra la primera que le recuperó del silencio y el ostracismo a que le sometió el franquismo más mediocre tras la Guerra Civil. En 1969, la recién nacida Alianza Editorial, de José Ortega, Javier Pradera y Jaime Salinas, reeditan el libro en edición de bolsillo. Con un epílogo de Josefina Carabias, donde la periodista relata su última cita con Belmonte, ésta aprovecha el texto para reivindicar —aunque sea brevemente— «al joven y brillante sevillano que supo hacer de
Ahora
un diario moderno, dinámico y bien escrito». Realiza una breve semblanza de la vida de Nogales, «del periodista puro» que «muere sin dejar un céntimo a sus hijos, y la mayor parte de su obra se pierde o se tira, como se tira o se pierde el periódico de cada día». La informadora evoca algunos de los grandes reportajes del sevillano, que aún se conservaban en libros «deliciosos» y recuerda que el último reportaje que Chaves Nogales (deja) publicado en España se titulaba «Bajo el signo de la esvástica y el fascio de lictores», subtitulado «Mussolini e Hitler, los ídolos de nuestro tiempo». Ni una palabra de A SANGRE Y FUEGO. Quizá la cronista no sabía de su existencia o bien sacrificó la cita del libro para que la censura no borrase todo el epílogo.
Chaves Nogales murió solo, en un hospital de Londres, víctima de «una peritonitis y una dilatación de estómago». Era el 4 de mayo de 1944 y tenía cuarenta y seis años. Aunque también en Londres continuó haciendo periodismo —trabajó en el
Evening News
, y en el
Evening Standard
tuvo columna propia— y siguió escribiendo contra los nazis y los fascistas, sólo los periódicos británicos y el diario argentino
La Razón
dieron la noticia de su muerte. El silencio ominoso en su país, como hacían con los vencidos. Su perfil de «un periodista de raza que ha muerto en la brecha» no fue suficiente para obtener una línea en algún medio español.
La Razón
lo describía como un «sagaz reportero» cuyas historias y reportajes «le harán perdurar en el recuerdo de todos los que, por ser víctimas del virus periodístico, saben lo que significaba un espíritu de la calidad de Chaves Nogales, extranjero fuera de su patria».
A SANGRE Y FUEGO es un recordatorio para el periodismo de comienzos del siglo XXI, instalado en la posmodernidad de las nuevas tecnologías y en proceso de transición hacia no se sabe dónde. Por mucho que cambien las cosas, y están cambiando mucho, perdura lo inmutable: nada puede sustituir a la crónica en directo como género periodístico, y nadie puede, con rigor, sustituir al periodista como mediador entre la realidad y el lector. Porque aquél, como Chaves Nogales, tiene unos procedimientos que le hacen imbatible ante los demás callejones de la comunicación. Un periodismo que cuenta lo que sucede, que usa la mejor escritura aunque no aparezca en las enciclopedias de la literatura, que contextualiza lo que se ve para que se entienda y que manifiesta su independencia aunque sea a costa de la soledad. Un periodismo que es el primer borrador de la historia y no el cúmulo de la banalidad. Ésa es la lección más actual que Chaves Nogales nos ha dejado en estos principios de un siglo nuevo, que él no conoció. Por ello y por su honestidad le reclamamos.
ANA R. CAÑIL
Yo era eso que los sociólogos llaman un «pequeño burgués liberal», ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.
Si, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario.