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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (2 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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Los aspirantes a ser evacuados de Gyndine, con rostro ceniciento y cubiertos con telas para protegerse del aire mefítico, hacían todo lo posible para asegurarse la supervivencia. Suplicaban a los soldados, ofrecían sobornos, embaucaban y amenazaban mientras rodeaban con brazos protectores los hombros de niños aterrorizados o aferraban con fuerza los ajados hatos de sus posesiones. Los soldados de expresión hosca tenían orden de guardar silencio y no ofrecían ni miradas de consuelo ni palabras de ánimo. Sólo sus ojos contradecían su aparente falta de pasión, mirando a su alrededor o clavándose en la única persona que podía responder a esas peticiones y demandas.

Leia Organa Solo captó una de esas miradas, dirigida por un soldado humano apostado junto a lo que ahora hacía las veces de búnker de comunicaciones. Leia llevaba el rostro tiznado y los largos cabellos recogidos bajo una gorra con visera, por lo que era improbable que alguien de la multitud pudiera reconocerla como la heroína de la Alianza Rebelde y la antigua Jefe de Estado, pero el mono de combate azul celeste —en cuyas mangas llevaba el emblema de SELCORE, el Comité Electo del Senado de Ayuda a los Refugiados— la identificaba como la única posibilidad de escapatoria de ese mundo, como proveedora de liberación. En ese momento no podía alejarse ni cinco metros de la verja aturdidora sin que niños llorando le alargasen con gesto implorador collares de oración o misivas escritas apresuradamente para seres queridos de fuera del planeta.

No se atrevía a mirar a nadie a los ojos, no fuera que alguien leyera en ella la esperanza o la angustia que sentía en ese momento. Se sumergió profundamente en la Fuerza para obtener cierta distancia, pero no podía evitar pasearse a menudo entre el búnker y el borde del escudo, por si oía que había aterrizado otra nave de evacuación y estaba a la espera de llenarse.

Detrás de ella iba siempre el fiel Olmahk, cuya ferocidad nativa le hacía parecer más un acechador que un guardaespaldas. El diminuto noghri al menos solía sentirse cómodo en medio de ese caos que era el desconsuelo de C-3PO, cuyo brillo áureo se veía ahora apagado por las cenizas y el hollín. Pero la aprensión del androide de protocolo tenía menos que ver con su propia seguridad que con la amenaza que suponían los yuuzhan vong para toda forma de vida mecánica, muy a menudo la primera en sufrir las consecuencias cuando un mundo caía en manos de la raza.

Una potente explosión hizo temblar el permeocemento bajo los pies de Leia, y un orbe giratorio de fuego anaranjado asumió forma de hongo en el centro de la ciudad. Un viento abrasador que arrastraba gotas de lluvia aún más calientes tironeó de la gorra y el mono de Leia. Las tormentas micro-climáticas creadas por el intercambio de energías y conflagraciones llevaban toda la noche asolando la zona. Un granizo mezclado con ascuas se alzó de la arruinada superficie de Gyndine golpeando a todo el mundo y ampollando la carne expuesta como si fuera ácido. Leia sintió el ardiente calor del suelo incluso a través del aislamiento de sus botas de media caña.

Un sonoro siseo la hizo volverse hacia el escudo a tiempo de ver cómo se desvanecía en ondeantes olas de distorsión.

—Nave de evacuación despegando —informó un soldado desde el búnker de comunicaciones, apretándose con ambas manos los auriculares del casco de comunicaciones—. Bajan dos más.

Leia alzó la mirada hacia el tenebroso cielo. La nave que partía, definida por su silueta oblonga y sus luces de posición, se elevó gracias a la potencia de sus repulsores antes de salir disparada en una columna de fuego azul, escoltada por media docena de Ala-X. Una catarata de coralitas emboscados en las colinas se alzó en su persecución.

Leia se volvió hacia los soldados apostados ante la verja aturdidora.

—¡Dejad pasar al siguiente grupo!

Las personas en vanguardia del grupo —humanos, sullustanos, bimm y otras especies— fueron canalizadas por las puertas de la embajada, empujándose hombro contra hombro, mejilla contra mandíbula. Al bajarse el escudo, los proyectiles enemigos que hasta ese momento eran rechazados cayeron como ardientes meteoros. Uno de ellos alcanzó el ala este de la embajada construida en plena Era Imperial y le prendió fuego.

Leia palmeaba a los evacuados en la espalda a medida que se dirigían hacia la lanzadera que esperaba en la zona de aterrizaje.

—¡Deprisa! —les urgía—. ¡Deprisa!

—Reconectando el escudo —le comunicó el mismo oficial de comunicaciones desde el búnker—. Todos atrás.

Leia apretó los dientes. Ése era el peor momento, se dijo.

Los soldados de la puerta volvieron a cerrar el cordón y escanearon la zona buscando rastros de disruptores de campo. La multitud reaccionó avanzando, rebelándose contra la desigualdad y la arbitrariedad de su situación. Los más cercanos a la puerta, temiendo perder su oportunidad de salvarse por sólo una o dos personas, intentaron forzar su paso a través de los soldados, mientras los que estaban detrás empujaban, decididos a avanzar luchando. Leia sabía que era un gesto inútil, pero la multitud se negaba a dispersarse, esperando contra toda esperanza que las fuerzas de la Nueva República consiguieran mantener a raya a los invasores hasta evacuar a todos los civiles y no combatientes.

Señora Leia —dijo C-3PO, acercándose apresuradamente con manos alzadas y fotorreceptores brillantes—, ¡el campo deflector se está debilitando! ¡Si no nos vamos pronto, pereceremos con toda seguridad!

Como muchos más lo harán en este día,
pensó Leia.

—Nos iremos en la última nave —dijo a C-3PO—, no antes. Hasta entonces, procura ser de utilidad catalogando nombres y especies. C-3PO alzó aún más los brazos y pivoteó bruscamente sobre sí mismo. —Oh, ¿qué va a ser de nosotros?

Leia lanzó un suspiro, preguntándose eso mismo.

El bombardeo había empezado dos días antes, cuando una flotilla enemiga yuuzhan vong abandonó sus posiciones en el Espacio Hutt y entró inesperadamente en el cercano sistema Circarpous. Se improvisó un intento de fortificar el sector de la capital, pero las flotas y naves de la República se hallaban protegiendo los sistemas principales de las Colonias y el Núcleo, por lo que poca protección podían ofrecer a los mundos como Gyndine, de importancia secundaria pese a sus modestos artilleros orbitales.

Por otro lado, tampoco había motivo o razón aparente para que los yuuzhan vong atacasen ese mundo, aparte de su evidente deseo de sembrar confusión. Al caer los mundos del Borde Medio, la República había considerado a Gyndine ideal como centro de tránsito para refugiados debido a su remota situación, y muchos de los que en ese momento estaban al otro lado de la verja habían llegado procedentes de Ithor, Obora-Skai, Ord Mantell y toda una serie de planetas ocupados por el enemigo. Cada vez era más evidente que los yuuzhan vong disfrutaban casi tanto dando caza a poblaciones en fuga como sacrificando prisioneros e inmolando androides. Las tropas de asalto que descendieron en Gyndine parecían deseosas de demostrar que eran tan eficaces apoderándose de mundos como envenenándolos.

La voz del oficial de comunicaciones puso punto final a los pensamientos de Leia.

—Embajadora, tenemos imágenes en directo de las sondas de vigilancia del campo.

Leia dudó antes de agacharse y entrar en el búnker, donde un holograma a pequeña escala, deslumbrante por la estática de la transmisión, atraía la atención de los hombres y mujeres allí reunidos. Necesitó un momento para comprender qué estaba viendo, y, aun así, parte de ella se negaba a admitir la verdad.

—En nombre del cielo…

—Respiradores de fuego —dijo alguien, como anticipándose a su sorpresa—. Se rumorea que los yuuzhan vong hicieron escala en Mimban para que esas cosas se pudieran llenar de gas de los pantanos.

Las temblorosas piernas de Leia le hicieron sentarse. Luego se llevó una mano a la boca. Una legión de enormes criaturas semejantes a vejigas se acercaba desde el amanecer, desfilando como heraldos de un alba nueva y mortífera, apoyándose en seis piernas rechonchas y equipadas con una serie de probóscides flexibles por las que brotaban chorros de gelatinosas llamas.

—El metano y el sulfato de hidrógeno deben mezclarse con algo de sus tripas para poder producir ese fuego líquido —comentó una mujer a los controles del holoproyector, más intrigada que horrorizada—. También exhalan un aerosol antiláser.

Los respiradores de fuego, de treinta metros de alto, eran una muestra más de las monstruosidades diseñadas genéticamente por el enemigo, y más
que
marchar rebotaban sobre el terreno, tambaleándose como globos más ligeros que el aire e incinerando todo y a todos los que encontraban a su paso.

Leia casi podía oler la peste de la carnicería.

—Sean lo que sean, tienen la piel muy gruesa —dijo el oficial de comunicaciones—. No los derriba nada inferior a una descarga de turboláser.

Las unidades de Gyndine, incapaces de detener el avance de los letales dirigibles, empezaban a abandonar sus posiciones en las trincheras para correr en oleadas hacia la ciudad. Por todas partes se veían máquinas bélicas ennegrecidas por el fuego: tanques droides, viejos turboláseres móviles Coronar, y hasta un par de AT-AT volcados, sin cabeza y espatarrados en el suelo.

—¡Se retiran! —dijo Leia con dureza—. ¿Quién ha dado la orden de retirada?

En cuanto las palabras salieron de su boca, lamentó haberlas dicho. Los oficiales que no la miraban fijamente se miraron incómodos las manos. ¿Cómo podía culpar a las tropas de retirarse cuando eso mismo era lo que venía haciendo la Nueva República desde el principio de la invasión, retirarse hacia el Núcleo como si la mayor densidad de sistemas estelares significase una mayor protección? ¿Quién podía saber ya qué actos eran justos y cuáles deshonrosos?

Leia salió del búnker sin decir palabra y se encontró con un C-3PO que la esperaba tembloroso.

—¡Señora Leia, acabo de recibir la más preocupante de las noticias!

Leia apenas podía oírle. La batalla había alcanzado los lindes de la capital en los pocos minutos transcurridos dentro del búnker. La multitud estaba más inquieta que antes, moviéndose hacia delante y de un lado a otro. Leia creyó discernir, a través de una abertura en la línea del cielo, la bamboleante silueta de un respirador de fuego yuuzhan vong.

—Parece ser —decía C-3PO—, que los ciudadanos de Gyndine tienen la impresión de que usted discrimina a los que son antiguos miembros del Imperio.

Leia se quedó boquiabierta, y sus ojos castaños refulgieron.

—Eso es absurdo. ¿Cómo creen que puedo distinguir a un antiguo imperial con solo mirarlo? Y en caso de poder hacerlo…

C-3PO bajó la voz con tono conspirador.

—De hecho, hay cierta justificación estadística en esa afirmación, señora. Entre las cinco mil personas ya evacuadas hay un porcentaje abrumador de habitantes de mundos cuya lealtad a la antigua Alianza Rebelde está bien documentada. Pero estoy seguro de que eso sólo se debe a…

La explicación de C-3PO se vio tragada por una explosión ensordecedora. La electricidad bailó salvajemente en la periferia de la cúpula de energía, y el escudo desapareció. Los indicadores que bordeaban la verja aturdidora titilaron y se apagaron. Un jadeo asustado se alzó en la multitud.

—¡Han dado al generador del campo! —dijo C-3PO—. ¡Estamos perdidos!

La multitud volvió a empujar, y los soldados cerraron filas. Las armas se cargaron con un zumbido ominoso.

C-3PO empezó a retroceder hacia las puertas de la embajada.

—¡Nos van a aplastar!

Olmahk se puso al lado de Leia con eficiencia letal. Ella estaba a punto de decirle que mantuviera la calma cuando uno de los soldados se asustó y disparó un arma sónica contra la multitud, a quemarropa, derribando docenas de personas y haciendo que los demás se dispersaran en todas direcciones.

Leia corrió sin pensar hasta el aturdido soldado y le arrancó el arma de las manos.

—¡Se supone que estamos rescatando a esas personas, no hiriéndolas!

Tiró el arma a un lado, se pasó la mano por la frente y se descolocó la gorra sin darse cuenta, derramando sus cabellos sobre los hombros. Volvió al búnker y cogió el comunicador más cercano para pedir conexión con el comandante de las fuerzas expedicionarias.

—Embajadora Organa Solo, al habla el comandante Ilanka —le respondió una voz grave.

—Necesitamos todas las naves disponibles, comandante… ¡De inmediato! Las fuerzas yuuzhan vong están entrando en la ciudad.

Ilanka se tomó un momento para responder.

—Lo siento, embajadora, pero tenemos las manos ocupadas. Al otro lado de la luna, tres naves bélicas enemigas más han emergido del hiperespacio. Tendrán que arreglárselas con las naves que aún quedan en superficie. Cárguenlas y despeguen. Y, embajadora, le sugiero que suba a bordo de una de ellas.

Leia apagó el comunicador y contempló alarmada a la multitud.
¿Cómo puedo escoger?,
se preguntó.
¿Cómo?

Una tormenta de ardientes meteoros de coral yorik golpeó la embajada y los edificios adyacentes, prendiendo fuego a todo lo que tocaba. El infierno provocó una explosión en un tanque de combustible situado junto a la zona de aterrizaje, proyectando metralla en todas direcciones. El lado derecho de la cara de Leia gritó de dolor cuando algo se abrió paso en su mejilla. Se llevó instintivamente los dedos a la herida, esperando encontrar sangre, pero el fragmento al rojo blanco había cauterizado la herida al pasar.

—¡Señora Leia, está herida! —dijo C-3PO, pero ella le apartó con un gesto antes de que pudiera llegar a su lado.

Con su visión periférica vio que dos soldados sujetaban a un humano alto y enjuto, empujándolo hacia ella. Llevaba una gorra encasquetada en la frente y el rostro herido e hinchado.

—¿Y ahora qué? —preguntó Leia a sus custodios.

—Es un agitador —informo el soldado más bajo—. Le oímos decir a la gente que sólo evacuábamos a los leales a la Nueva República. Que todo el que tuviera un pasado imperial podía irse a tomar…

—Le he entendido, sargento —dijo Leia, acallándolo.

Miró un momento al cautivo, preguntándose qué podría ganar difundiendo mentiras. Abrió la boca para preguntárselo cuando un significativo olfateo de Olmahk la alertó.

Leia se acercó al hombre y le miró fijamente a los ojos. Cuando alzó el índice de la mano derecha, un gruñido escapó de los labios de Olmahk. Al darse cuenta de lo que pretendía hacer Leia, el cautivo retrocedió, pero su reacción sólo reafirmó la decisión de los soldados de seguir sujetándolo. Los ojos de Leia se estrecharon con certeza. Hundió el dedo en el rostro del hombre, golpeándolo justo donde la ventana derecha de la nariz se unía a la mejilla.

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