Alta fidelidad (36 page)

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Authors: Nick Hornby

Tags: #Relato

BOOK: Alta fidelidad
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—Salud —dice, y golpea su refresco contra mi botella de Coronita. Se le ha corrido en parte el maquillaje por el calor que hace, y tiene las mejillas sonrosadas. Está maravillosa—. Qué sorpresa tan agradable.

No digo nada. Estoy demasiado nervioso.

—¿Qué? ¿Estás preocupado por lo de mañana por la noche?

—No, la verdad es que no —digo, y me abstraigo a la vez que empujo el trozo de lima hasta que pase del todo por el cuello de la botella.

—¿Vamos a hablar un rato o me pongo a leer el periódico?

—No, hablaremos.

—Muy bien.

Agito la cerveza para que se impregne bien de lima.

—¿Y de qué quieres que hablemos?

—Quiero que hablemos de un asunto muy elemental: si piensas casarte o no. Quiero decir, si piensas casarte conmigo.

Se ríe a mandíbula batiente, hasta agotar una buena ración de carcajadas.

—Lo digo en serio.

—Lo sé.

—Vaya, pues muchísimas gracias, cojones.

—Oh, lo siento. Es que hace un par de días andabas enamorado de esa mujer que te hizo una entrevista para no sé qué revista, ¿no?

—No es que estuviera exactamente enamorado, pero...

—Bueno, tendrás que perdonarme si sigo pensando que no eres la apuesta más segura del mundo, ¿no?

—¿Y te casarías conmigo si lo fuera?

—No, no lo creo.

—Vale, muy bien. Creo que lo he entendido. ¿Nos vamos a casa?

—No te pongas así, hombre. ¿A qué viene todo esto?

—No lo sé.

—Joder, qué convincente resultas a veces.

—¿Es que a ti se te puede convencer?

—No, no lo creo. Pero sí tengo curiosidad por saber cómo se pasa de grabar una cinta para una persona un día, a proponerle matrimonio a otra al día siguiente. ¿Me explico?

—Te explicas muy bien.

—Ya, ¿y?

—Que estoy harto de pensar en eso a todas horas.

—¿En eso? ¿En qué?

—En todo este rollo. El amor, el matrimonio... Tengo ganas de ponerme a pensar en algo diferente.

—He cambiado de idea. Eso es lo más romántico que me han dicho en toda mi vida, de veras. Lo más romántico que me dirán en la vida entera.

—Calla un momento, ¿quieres? Intento explicarte...

—Perdona, perdona. Ya me callo. Sigue.

—¿Sabes qué pasa? Siempre me ha dado miedo casarme, pero me ha dado miedo, ya sabes, por eso de estar atado a la pata de la cama. Quiero seguir gozando de mi libertad, así de claro. En cambio, cuando me puse a pensar en esa chiquilla, de golpe entendí que era justo al revés: si te casas con una persona a la que sabes de sobra que quieres, a la que tienes bien claro que quieres muchísimo, y si te aclaras de una puta vez, te quedas libre para un montón de cosas. Ya sé, ya sé: tú no tienes muy claro qué sientes por mí, pero yo sí sé, y lo sé muy bien, qué es lo que siento por ti. Sé que quiero estar contigo y a la vez vivir como si las cosas fueran de otro modo entre tú y yo, y sé que así sólo podremos seguir adelante a trancas y barrancas. Es como si tuviéramos que firmar un contrato cada quince días, y eso es algo que ya no me apetece nada. Y también tengo muy claro que, si nos casáramos, yo me lo tomaría en serio, y sé que se me quitarían las ganas de andar haciendo el idiota.

—¿Y de verdad que puedes tomar una decisión así, sobre una cosa así, con semejante frialdad? Zas, ya está hecho: si lo hacemos como yo digo, las cosas serán como yo preveo. ¿En serio? Yo no estoy tan segura de que funcione así de fácil.

—Pero sí que lo será, ¿no te das cuenta? Aunque sea una relación de pareja, aunque esté hecha de sentimientos, uno puede tomar decisiones intelectuales al respecto. A veces hay que tomar decisiones así, dejarse de sentimientos; si no, no vamos a ninguna parte. Es precisamente ahí donde yo me he equivocado, y me he equivocado a cada paso. He dejado que el tiempo, mis músculos estomacales, o un fenomenal cambio de acorde en una canción de los Pretenders, lo que fuera, me llevase a tomar una decisión de peso. Y ahora quiero tomar las decisiones de peso yo solito, con todas las consecuencias.

—Bueno, puede ser.

—¿Puede ser? ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que a lo mejor sí que tienes razón, pero que a mí no me resuelve nada, ¿o sí? Tú siempre eres así de bestia: se te ocurre una cosa, y todo tiene que encajar con tu idea. ¿O es que de verdad contabas con que te dijera que sí?

—No lo sé. No lo había pensado, la verdad. Lo importante, para mí, era pedírtelo.

—Bueno, pues ya lo has hecho —dice, sólo que lo dice con dulzura, como si entendiera muy bien que lo que le he pedido es algo realmente bonito, algo que tiene verdadero sentido, aun cuando no esté interesada en ello—. Muchas gracias.

35

Antes de que entre el grupo, todo sale de maravilla. En los viejos tiempos, siempre me costaba un buen rato conseguir que la gente entrase en calor; hoy en cambio todos han venido a saco. En parte, debe de ser porque casi todos los que han venido esta noche tienen unos cuantos años más que hace un tiempo, no sé si me explico; por decirlo de otro modo, son exactamente los mismos de los viejos tiempos, no son la pandilla que podría ser su equivalente en 1994. Por eso, está bien claro que no les apetece esperar hasta las doce y media o hasta la una de la madrugada para meterse en harina: ahora ya están cansados para andarse por las ramas, y muchos de ellos tendrán que volver a casa a una hora prudente para relevar a las canguros que les estarán cuidando a los niños. Sin embargo, debe de ser sobre todo porque se respira un auténtico ambiente de fiesta, un aire de celebración muy propio del momento, como si todos supieran que lo suyo es disfrutar a tope mientras se pueda disfrutar, y es un punto que nada tiene que ver con lo que suele ocurrir en un club que a la semana siguiente volverá a estar en su sitio, igual que la semana después.

Sin embargo, tengo que decir que me siento de putísima madre: sigo teniendo la misma magia de antes. Organizo una secuencia de temas —primero, los O'Jays con «Back Stabbers»; luego, Harold Melvin and the Bluenotes con «Satisfaction Guaranteed», Madonna («Holiday», claro), «The Ghetto» (que arranca una salva de gritos y aplausos, como si fuese una canción mía, y no de Donny Hathaway), para cerrar con «Nelson Mandela», de los Specials— que deja exhausto al personal: todos piden clemencia, les hace falta un respiro. Y llega el momento de que actúe el grupo.

Me han dicho que los presente. Barry me ha escrito en un papel lo que teóricamente debo decir: «Damas y caballeros, es el momento de prepararse. Yo que ustedes estaría muerto de miedo. Muéranse de miedo. Ahí los tienen, ahí están... ¡SONIC DEATH MONKEY!» No, una mierda. Al final, me las compongo para farfullar el nombre del grupo con los labios pegados al micro.

Aparecen todos trajeados, con corbata fina. Cuando enchufan los trastos se oye un terrible chirrido de acople. Por un momento llego a pensar que es así como piensan dar comienzo a su primer tema. Pero descubro de golpe que Sonic Death Monkey ya no son lo que eran. A decir verdad, qué cosas: ya ni siquiera son Sonic Death Monkey.

—Ya no nos llamamos Sonic Death Monkey —dice Barry nada más agarrar el micro del escenario—. Puede que estemos a punto de convertirnos en The Futuristics, pero aún no lo tenemos nada claro. Esta noche, con todos ustedes, somos Backbeat. Así que... Un, dos, tres. WELL SHAKE IT UP BABY...

Y se lanzan de lleno al «Twist and Shout», que les sale genial. Todos los que han venido se vuelven majaras.

Ah, y Barry sí sabe cantar. Canta que da gusto.

Hacen «Route 66», «Long Tall Sally», «Money» y «Do You Love Me»? Atacan el bis con «In The Midnight Hour» y terminan con «La Bamba». En pocas palabras, todo lo que tocan está más visto que el tebeo, y tiene todas las garantías de gustar a una panda de treintañeros convencidos de que el hip-hop es la música que oyen sus hijos en las clases de música y de expresión corporal. La gente se queda tan a gusto con su actuación que se sientan a descansar mientras suena la secuencia de canciones que he preparado para animarles a bailar de nuevo después de que Sonic Death Monkey los dejase muertos de miedo, confusos.

—¿De qué iba todo eso? —le pregunto a Barry cuando viene a la cabina del pincha, sudoroso y achispado, pero sobre todo encantado consigo mismo.

—¿No te ha gustado o qué?

—Me ha gustado bastante más de lo que esperaba, tío.

—Laura nos dejó bien claro que sólo podíamos tocar si hacíamos las canciones que había que hacer en una noche como ésta, tío, pero nos lo hemos pasado bomba. ¿Sabes qué? Los chicos del grupo ya están pensando en dejarse de chorradas, pasar de aspirantes a estrellas del pop y dedicarse a tocar en cumpleaños, bodas y celebraciones diversas.

—¿Y a ti qué tal te sentaría una cosa así?

—Joder, pues de puta madre. Yo ya empezaba a tener mis dudas con la onda que llevábamos, ¿sabes? Y en el fondo prefiero ver que la gente baila «Long Tall Sally» como si le fuera la vida en ello a verles salir por patas tapándose las orejas.

—¿Te gusta el club?

—Sí, está bien. Un pelín populista para mi gusto, ya sabes —dice. Y no lo dice de broma.

El resto de la velada es como el final de una película. Todos los actores, figurantes y técnicos han salido a bailar. Dick baila con Anna (él se queda casi quieto y silba mientras Anna le coge de las dos manos e intenta que se suelte un poco), Marie baila con T-Bone (Marie se ha pasado de copas, y T-Bone mira por encima de su hombro a una chica... ¡Es Caroline, no te lo pierdas!), mientras Laura baila con Liz, que charla animadamente y anda al parecer bastante cabreada por no se sabe qué.

Pongo por fin «Got to Get You off My Mind», de Solomon Burke, y todo el mundo hace un intento por marcarse un baile, supongo que por obligación, aunque sólo los que de verdad saben bailar pueden aguantar el tirón. En toda la sala no hay nadie que se cuente entre los que de verdad saben bailar, ni entre los que saben bailar un poco. Laura, cuando oye los primeros compases del tema, se da la vuelta, me mira y me hace con el pulgar el gesto de que todo va bien, no una, sino varias veces. Mentalmente, me pongo a montarle una cinta sólo para ella, una cinta con un montón de cosas que ya ha oído y otro montón de cosas que le encantaría oír. Esta noche, por primerísima vez, creo que ya sé cómo hay que hacerlo.

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