América (31 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: América
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Habían cerrado el trato allí mismo, junto al cuerpo. Habían alquilado una habitación en un motel y, tras disparar un tiro, habían dejado a Gordean en la posición de un suicida. Y los estúpidos policías de Key West se lo habían tragado.

Boyd vendió los valores. Sacaron 131.000 dólares cada uno. Se encontraron en el Distrito Federal para el reparto.

–Te puedo meter en ese asunto cubano -dijo Boyd-, pero tardaremos meses, probablemente. Tendré que explicar la misión Gordean como un fiasco.

–Cuéntame más -dijo Pete.

–Vuelve a Los Ángeles -respondió Boyd-, haz tu trabajo para
Hush-Hush
y cuida de Howard Hughes. Creo que Cuba y la suma de nuestros contactos puede hacernos ricos a los dos.

Pete tomó el avión de regreso e hizo lo que Kemper había indicado. Le dijo a Hughes que quizá tendría que tomarse unas vacaciones muy pronto.

Hughes se enfureció al oírlo. Pete le quitó el enfado con una dosis de codeína. Se le hacía la boca agua con la causa cubana. Quería participar con todas sus fuerzas. Santo Trafficante había sido expulsado de Cuba el mes anterior y había comentado por todas partes que era necesario dar por el culo a Castro por sus crímenes contra las ganancias de los casinos.

Boyd se refería a la compañía de taxis como «una posible base de lanzamiento». Boyd tenía un vívido y palpitante sueño erótico: que Jimmy Hoffa vendía la Tiger Kab a la Agencia. Chuck Rogers lo llamaba una vez a la semana. Decía que la empresa funcionaba sin problemas. Jimmy Hoffa le enviaba su cinco por ciento cada mes… y no tenía que hacer absolutamente nada para ganárselo.

Boyd había obligado a Rogers a contratar a sus protegidos cubanos: Obregón, Delsol, Páez y Gutiérrez. Chuck despidió a los seis conductores procastristas en nómina. Los muy jodidos se marcharon profiriendo amenazas de muerte.

Ahora, Tiger Kab era ciento por ciento anticastrista.

Lenny terminó su actuación con un comentario sobre Adlai Stevenson, el rey de los ladrones de cagarrutas. Pete se ocultó tras el público que ovacionaba puesto en pie.

Los turistas adoraban a su Lenny. Lenny pasó entre ellos como una prima donna de visita en un barrio bajo.

Pete notó un intenso hormigueo en sus antenas y le asaltó una idea, coherente con aquella sensación: ¿por qué no seguir al pequeño animador de espectáculos?

Condujeron hacia el norte, con tres coches de separación entre ambos. El Packard de Lenny tenía una gran antena flexible que Pete utilizaba como referencia. Tomaron por Western Avenue hasta el casco urbano de Los Ángeles. Lenny se desvió hacia el oeste por Wilshire y hacia el norte por Doheny. El tráfico se había hecho más fluido y Pete puso más distancia entre los coches.

Lenny dobló hacia el este en Santa Mónica. Pete fue reconociendo la serie de bares de maricas: el 4-Star, el Klondike, algunos locales nuevos… Todo aquello quedaba ya en el recuerdo; en sus tiempos de comisario de la Policía local, había extorsionado todos y cada uno de los tugurios de aquella calle.

Lenny se pegó al bordillo y avanzó muy despacio. Dejó atrás el Tropics, el Orchid y el Larry's Lasso Room.

Lenny, no consumas tu odio de forma tan descarada.

Dos coches por detrás, Pete redujo la marcha. Lenny se detuvo en el aparcamiento trasero de Nat's Nest.

El Gran Pete tiene rayos X en los ojos. El Gran Pete es como Superman.

Pete dio la vuelta a la manzana y cruzó el aparcamiento. El coche de Lenny estaba cerca de la salida trasera. Pete escribió una nota:

Si tienes suerte, envíalo a casa. Reúnete conmigo en el autorrestaurante Stan's, en Sunset y Highland. Estaré allí hasta la hora de cierre de los bares.

Pete B.

Dejó la nota en el parabrisas del coche de Leeny. Pasó por delante un maricón que lo miró de arriba a abajo.

Cenó en el coche. Pidió dos hamburguesas con chile, patatas fritas y café. Las camareras pasaban junto a los vehículos con sus patines. Llevaban leotardos, camisetas ceñidas y sujetadores que elevaban sus senos.

Gail Hendee solía llamarlo mirón. Y a Pete siempre le desconcertaba que una mujer señalara sus vergüenzas.

Las camareras estaban muy bien. Llevar las bandejas patinando de un lado a otro las mantenía esbeltas y en forma.

La rubia que llevaba los helados con crema caliente habría sido un buen cebo para extorsiones.

Pete pidió pastel de melocotón y se lo trajo la rubia. Lenny se acercó al coche de Pete, abrió la puerta del copiloto y se instaló en el asiento. Tenía un aire estoico. La prima donna era un pequeño bujarrón duro de pelar.

Pete encendió un cigarrillo.

–Me dijiste que eras demasiado inteligente para intentar joderme.

¿Sigues pensando igual?-dijo.

–Sí.

–¿Es esto lo que Kemper Boyd y Ward Littell tienen contra ti?

–¿«Esto»? Sí, «esto».

–No me lo creo, Lenny, y no creo que a Sam Giancana le importe a la larga. Me parece que podría llamar a Sam ahora mismo y decirle, «Lenny Sands se acuesta con tíos», y se quedaría perplejo durante un par de minutos, pero luego digeriría la información. Me parece que si Boyd y Littell intentaran apretarte las tuercas con eso, tú tendrías las luces y las pelotas necesarias para quitártelos de encima.

Lenny se encogió de hombros.

–Littell habló de contárselo a Sam y a la policía -repuso.

–No me lo trago. – Pete dejó caer el cigarrillo en su vaso de agua-. Bueno, ¿ves esa morenita que va patinando por allí?

–La veo. – Pues quiero que me digas con qué te exprimen Boyd y Littell antes de que la chica llegue a ese Chevrolet azul.

–Supongamos que no puedo recordarlo…

–Entonces, da por hecho que todo cuanto has oído sobre mí es verdad y empieza aquí mismo.

Lenny sonrió al estilo prima donna.

–Yo maté a Tony Iannone y Littell me tiene cogido con eso.

Pete soltó un silbido.

–Estoy impresionado. Tony era un tipo duro.

–No me halagues, Pete. Sólo dime qué piensas hacer al respecto.

–Nada. Toda esta mierda secreta no saldrá de aquí.

–Intentaré creerlo.

–Puedes creerte una cosa: Littell y yo nos conocemos desde hace tiempo y no me cae bien. Boyd y yo somos amigos, pero Littell es otra cosa. No puedo apretarle las clavijas sin fastidiar a Boyd pero, si alguna vez se pone demasiado chulo contigo, entonces házmelo saber.

Lenny montó en cólera y cerró los puños:

–No necesito protectores. No soy de esa clase de…

Las camareras se acercaron zigzagueando. Pete bajó el cristal de la ventanilla buscando un poco de aire fresco.

–Tienes credenciales, Lenny. Lo que hagas en tu tiempo libre es cosa tuya.

–Eres un tipo esclarecido.

–Gracias. Ahora, ¿te apetece decirme qué o a quién estás espiando por cuenta de Littell?

–No.

–¿Así de simple?¿Sin más?

–Quiero seguir trabajando para ti. Déjame salir de aquí con algo, ¿de acuerdo?

Pete quitó el seguro de la puerta del copiloto.

–Se acabaron las historias de maricas para
Hush-Hush
. De ahora en adelante, escribirás exclusivamente material anticomunista contra Castro. Quiero que escribas directamente para la revista. Te conseguiré un poco de información y tú inventas el resto de la basura. Tú has estado en Cuba y conoces las ideas políticas del señor Hughes. Empieza por ahí.

–¿Eso es todo?

–Como no te apetezca tomar postre y café…

Lenny Sands se acuesta con tíos. Howard Hughes le presta dinero al hermano de Dick Nixon. Mierda secreta.

El Gran Pete busca una mujer. Preferible con experiencia en extorsión, aunque no es imprescindible.

El jodido teléfono sonó demasiado temprano. Pete descolgó:

–Sí.

–Soy Kemper.

–Mierda, Kemper, ¿qué hora es?

–Estás contratado, Pete. Stanton se encarga de colocarte en la situación de contrato inmediato. Vas a dirigir el campamento de Blessington.

Pete se frotó los ojos.

–Ésa es la parte oficial, pero ¿qué hay de nosotros?

–Nosotros vamos a facilitar una colaboración entre la CIA y la delincuencia organizada.

28

(Nueva York, 26/8/59)

Joe Kennedy repartió pasadores de corbata con el sello presidencial. La suite del hotel Carlyle adquirió un ficticio esplendor presidencial.

Bobby parecía aburrido. Jack, divertido. Kemper se ajustó la corbata.

–Kemper es un ladrón -comentó Jack.

–Hemos venido a hablar de la campaña, ¿recuerdas?

Kemper se cepilló una pelusa de los pantalones. Llevaba un traje de lino rayado y botas blancas. Joe lo calificó de vendedor de helados sin trabajo.

A Laura le encantaba el conjunto. Kemper se lo había comprado con dinero de las acciones robadas. Era una buena indumentaria para una boda veraniega.

–Estos pasadores me los dio Franklin D. Roosevelt. Los he conservado porque sabía que algún día sería anfitrión de una reunión como la de hoy.

Joe deseaba que aquello fuera todo un acontecimiento. El mayordomo había dispuesto unos bocados en un aparador, cerca de los asientos.

Bobby se aflojó el nudo de la corbata.

–Mi libro se publicará en tapas duras en febrero, un mes después de que Jack haga el anuncio. La edición en rústica saldrá en julio, por la época de la convención. Espero que la obra ponga en su justa perspectiva toda esta cruzada contra Hoffa. No queremos que la relación de Jack con el comité McClellan le perjudique entre los sindicatos.

–Ese condenado libro está ocupando todo tu tiempo -dijo Jack con una carcajada-. Deberías conseguirte un negro. Yo lo hice y gané el premio Pulitzer.

Joe extendió caviar sobre una galleta salada.

–He oído que Kemper prefiere que su nombre no aparezca en el texto. Una lástima, porque podías haberlo titulado «El vendedor de helados infiltrado».

–Ahí fuera hay un millón de ladrones de coches que me odian, señor Kennedy -Kemper jugó con el pasador de corbata-. Preferiría que no supieran a qué me dedico.

–Kemper es uno de esos hombres furtivos… -comentó Jack.

–Sí, y Bobby podría aprender de él -asintió Joe-. Ya lo he dicho mil veces y lo diré otras mil. Esa inquina contra Jimmy Hoffa y contra la mafia es absurda. Puede que un día necesites a esa gente para que te ayude a conseguir votos, y ahora no haces sino añadir el insulto a la injuria al escribir un libro, además de perseguirla por medio del maldito comité. Kemper juega sus cartas con discreción, Bobby. Podrías aprender de él.

–Disfruta de este momento, Kemper -dijo Bobby con una risilla-. Ver a papá contradecir a sus hijos y ponerse del lado de alguien ajeno a la familia, en presencia de éste, es algo que sólo sucede una vez cada década.

Jack encendió un habano.

–Sinatra es amigo de esos gángsters -comentó-. Si los necesitamos, podemos utilizarlo de intermediario.

–Frank Sinatra es un gusano, un cobarde y un soplón. – Bobby descargó un puñetazo sobre el cojín de un asiento-. ¡Nunca haré tratos con esa escoria maleante!

Jack puso los ojos en blanco. Kemper lo tomó como una invitación a hacer de mediador.

–Creo que el libro tiene posibilidades. Supongo que podemos distribuir ejemplares entre los miembros de los sindicatos durante las primarias, y con ello ganar algunos puntos. Trabajando para el comité he hecho un montón de conocidos entre las fuerzas del orden y creo que podemos forjar una alianza de fiscales de distrito nominalmente republicanos presentando las credenciales que tiene Jack por la lucha contra la delincuencia.

–El revientabandas es Bobby, no yo -Jack expulsó el humo del habano en aros consecutivos.

–Pero usted estaba en el comité.

–Te proporcionaré una imagen heroica, Jack -dijo Bobby con una sonrisa-. No diré que tú y papá fuisteis blandos con Hoffa…

Todos sonrieron, Bobby cogió un puñado de canapés. Joe carraspeó.

–Kemper -dijo a éste-, el principal motivo de invitarte a esta reunión era hablar de J. Edgar Hoover. Tenemos que tratar la situación ahora, porque esta noche doy una cena en el Pavillon y tengo que prepararme.

–¿Se refiere a los expedientes que tiene Hoover sobre cada uno de ustedes?

–En concreto -intervino Jack con un gesto de asentimiento-, pensaba en un romance que tuve durante la guerra. He oído que Hoover se convenció de que la mujer era una espía nazi.

–¿Se refiere a Inga Arvad?

–Exacto.

–Sí, el señor Hoover tiene documentado ese episodio. – Kemper cogió uno de los canapés de Bobby-. Hace unos años se jactó de ello delante de mí. ¿Puedo hacer una sugerencia y aclarar algo?

Joe asintió. Jack y Bobby se sentaron al borde de sus sillas. Kemper se inclinó hacia ellos.

–Estoy seguro de que el señor Hoover sabe que he estado trabajando para el comité. Y seguro que está decepcionado de que no me haya puesto en contacto con él. Déjenme restablecer la comunicación y decirle que trabajo para ustedes. Y dejen que le asegure que Jack no piensa cesarlo como director del FBI si sale elegido.

Joe asintió. Jack y Bobby asintieron.

–Me parece una maniobra muy inteligente y cauta. Y, ya que me conceden su atención, me gustaría tratar en este momento-el tema cubano. Eisenhower y Nixon se han declarado contrarios a Castro y he pensado que Jack también debería establecer ciertas credenciales anticastristas.

Joe jugó con el pasador de la corbata antes de responder.

–Todo el mundo empieza a odiar a Castro -dijo-. No veo que Cuba haya de ser un tema de discusión.

–Papá tiene razón -asintió Jack-. Pero he pensado que podría enviar allí unos cuantos marines, si soy elegido.

–Cuando seas elegido -le corrigió Joe.

–Exacto. Enviaré unos cuantos marines a liberar los prostíbulos. Kemper puede mandar las tropas. Haré que establezca una punta de lanza en La Habana.

–No olvides tu lanza, Kemper… -Joe le guiñó un ojo.

–No, señor. Y, hablando en serio, los tendré al corriente del tema cubano. Conozco a varios ex agentes del FBI con buenos contactos anticastristas.

Bobby se apartó el cabello de la frente.

–Hablando de hombres del FBI, ¿cómo está el Fantasma?

–En pocas palabras, es un tipo persistente. Sigue tras los libros de contabilidad del fondo de pensiones, pero no avanza gran cosa.

–Pues a mí empieza a parecerme patético.

–No lo es, créame.

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