—Yo he conseguido algo —intervino Pascal Robillard. Se aclaró la voz. Su bolsa de musculación estaba a sus espaldas, en un rincón—. Me he concentrado en sus cuentas bancarias, y si se cotejan los movimientos con las solicitudes de visados para viajar al extranjero, aparecen cosas interesantes.
Rebuscó en la montaña de papeles de los que sobresalían
post-it
de varios colores. Había líneas subrayadas con rotuladores fluorescentes. Lucie siempre se había preguntado cómo lograba aclararse en aquellos laberintos administrativos.
—Aún debo profundizar en esos centenares de informaciones, pero he repasado lo más evidente: gastos importantes, transacciones en el extranjero… Tengo las pistas de reembolsos de dinero, reservas de aviones, facturas de hotel o de alquiler de coche en Lima y La Oroya, en Perú, en abril de 2011. Luego en Pekín y Linfen, en China, en junio. Acaba en Estados Unidos, en Richland, en el estado de Washington, y en Albuquerque, Nuevo México, su último destino notorio y flagrante que se remonta a finales de septiembre de 2011. En conjunto, sus estancias en cada país parecen tener una duración de entre dos y tres semanas.
Bellanger resumió las informaciones en la esquina de la pizarra.
—Sin duda, eso tiene relación con el libro. ¿Has podido investigar más?
—Aún no. Nunca había oído hablar de esas ciudades e ignoro qué puede encontrarse en ellas, pero pronto me pondré en ello. Desde septiembre, sin embargo, aparentemente no ha habido más viajes, aunque tenía un visado en vigor para la India, para el mes de noviembre, aunque por lo que parece no viajó allí.
—Lo que sucedió durante o después de su viaje a Estados Unidos tal vez alteró sus planes iniciales.
Robillard se encogió de hombros.
—Todas las hipótesis son plausibles. He dado con otra cosa que me intriga: en los últimos tiempos, parece que Duprès solo funcionaba con dinero en metálico. El último reembolso importante fue de tres mil euros, en un cajero del distrito XVIII, el 4 de diciembre. Había optado por moverse como un submarino y no quería dejar ningún rastro. Eso demuestra que estaba trabajando en algo gordo.
Bellanger tomaba notas con el rotulador negro y listaba las informaciones importantes.
—Cuatro de diciembre, retirada de tres mil euros… Vale… ¿Y qué más?
Robillard cogió un extracto bancario de la pila. Aparecía escrito «diciembre 2011» en la parte superior.
—Nada más. Este extracto es el más reciente de su banco. El último movimiento bancario se remonta a ese reembolso. Luego, nada.
Los colegas se observaron en silencio, y todos comprendieron el significado de aquella frase en suspenso. Bellanger se dirigió de nuevo al especialista en análisis y cotejo de datos.
—¿Y el teléfono?
—El teléfono, el teléfono… Emmm… Aún queda mucho por hacer en ese terreno, casi todo. Mientras, tengo una mala noticia: las tarjetas halladas en casa de Duprès están muertas debido al agua, no se puede sacar nada de ellas. Así que puede que haya hecho todas las llamadas del mundo utilizando sus teléfonos de usar y tirar, pero no lo averiguaremos nunca. La periodista devolvió su móvil profesional a primeros de año, cuando se tomó el período sabático. Dicho de otra manera, desde entonces, y en cuanto a la telefonía móvil, es un fantasma.
—¿Cómo se ponían en contacto con ella sus allegados o sus amigos? ¿Cómo se comunicaban ella y Gamblin si las cosas estaban así?
—A través de la línea fija, supongo. O, sin duda, a través de la telefonía por internet, como Skype. Es práctico, gratuito y no deja rastro. Con un poco de suerte, habrá dado los números de teléfono de las tarjetas que destruyó a algunos amigos y así quizá podremos obtener de los operadores todas las llamadas recibidas y devueltas.
Se oyó el crujido de las hojas al pasar página.
—Por lo que respecta a la víctima del congelador, no he podido avanzar mucho. Gamblin tiene contrato con SFR y he solicitado autorización para obtener información más detallada de sus comunicaciones. He logrado descubrir algunos números recurrentes en sus últimas facturas, que habrá que verificar cuanto antes. Probablemente sean de conocidos o de amigos, y esperemos que uno de ellos sea uno de los números fantasmas de Duprès.
—¿Hay llamadas al extranjero?
—A primera vista, no. En resumidas cuentas, y como habréis entendido, la tarea no es fácil. Hará falta una eternidad para cotejarlo todo, llamar a los propietarios de los números e interrogarlos. Es demasiado para un solo hombre.
Era más una petición que una constatación. Nicolas Bellanger ya había comprendido adónde quería llegar y asintió.
—De acuerdo, pediré refuerzos para eso. Emitid avisos de búsqueda y haremos que se ponga a trabajar la OCDIP.
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Deberíamos poder obtener a uno o dos fulanos para echarte una mano.
—Genial, ¿cómo iba a negarme?
El jefe de grupo observó sus notas y volvió a dirigirse a sus investigadores.
—Bueno… Franck, Lucie, ¿y vosotros?
Los dos policías expusieron a su vez sus hallazgos. El niño desconocido en el hospital, con serios problemas de salud, el resultado de la autopsia y aquel asunto misterioso descubierto a partir de los cuatro diarios de los archivos. Lucie expuso su suposición común: la posibilidad de que un individuo que por lo menos había asesinado a dos mujeres y había tratado de ahogar a otras dos, entre ocho y once años antes, fuera quien hubiera asesinado a Christophe Gamblin.
—Un asesino en serie —resopló Bellanger—. Ya solo nos faltaba eso.
Contempló de nuevo las notas acumuladas en la pizarra y echó un vistazo a su reloj.
—El tiempo vuela. Si hubiera que resumir todo este lío, ¿qué deberíamos decir?
Lucie se lanzó la primera.
—Los dos periodistas investigaban cada uno por su cuenta algo gordo. Gamblin unos extraños simulacros de ahogamientos y Duprès… no lo sé. Uno de ellos está muerto y la otra ha desaparecido. Si prescindimos del factor coincidencia y tenemos en cuenta la relación amistosa entre los dos periodistas, el sentido común nos indica que ambos casos están relacionados.
—Dos casos y un chaval de por medio —añadió Sharko—. Un chaval que sabemos que ha estado en contacto con Valérie Duprès y del que lo único que hemos averiguado es que está gravemente enfermo.
—Y un asesino sádico que parece surgido de las profundidades de un lago —precisó Bellanger.
Veinte minutos más tarde, el jefe de grupo liberó finalmente a su equipo. Todos conocían al detalle las tareas de la jornada: Robillard seguiría examinando los datos informáticos de los dos protagonistas principales, Levallois dirigiría el desarrollo de la investigación de proximidad, Lucie se había asignado la búsqueda y el interrogatorio de las dos mujeres milagrosamente salvadas en los años 2000, así como la relación con el Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble. Sharko, a su vez, insistió para quedarse allí: iría al Quai de l’Horloge para ver si la búsqueda de tóxicos y eventualmente de ADN avanzaba.
Todos se pusieron manos a la obra, conscientes de lo mucho que les quedaba aún por delante.
L
ise Lambert, Embrun…
Lucie había logrado encontrar sin dificultad la dirección y el número de teléfono fijo de la mujer hallada en el lago en enero de 2004 y resucitada. Al marcar el número de teléfono, le respondió una anciana que le indicó que Lise Lambert le vendió la casa en 2008 y que se había ido a vivir cerca de París. Con un poco de insistencia, Lucie logró reavivarle la memoria y consiguió que pronunciara de forma aproximada el nombre de la localidad en cuestión: Rueil-Malmaison. Una búsqueda en las Páginas Amarillas en internet le dio la dirección exacta de Lise Lambert.
Saludó a Sharko, instalado ante su ordenador, y abandonó la oficina. A la entrada del patio del 36, unos cuantos policías contemplaban entretenidos a unos empleados municipales que instalaban una nueva placa en la que se leía «36, Quai des Orfèvres». La robaban con cierta frecuencia, y quien había llevado a cabo el golpe esta última vez se había arriesgado mucho y había logrado evitar la cámara de vigilancia.
Lucie llegó junto a su pequeño 206, estacionado en una esquina. Franck y ella utilizaban de vez en cuando cada uno su coche, ya que así tenían mayor libertad de movimientos y les evitaba tener que pedir uno de los Renault, Bravia o Golf oficiales, que solían escasear.
Tras una hora de trayecto —en la mayoría de las carreteras la circulación era fluida—, llegó a buen puerto. Lise Lambert vivía en una casita adosada de no muy buen aspecto: una fachada estrecha y estucada y un tejado que requería una reforma. Lucie vio que no había nadie en casa. Una vecina le indicó que la propietaria trabajaba en un gran establecimiento de jardinería, junto a la nacional 13, a la salida de la ciudad.
Lucie se sintió nerviosa cuando se encontró frente a Lise Lambert, una mujer alta y morena, de unos cuarenta años bien cumplidos y ojos de color avellana claro como una gruta de ámbar. Enseguida estableció el paralelismo con el perfil de las víctimas halladas ahogadas.
La empleada vestía un grueso chaleco verde con el logotipo del establecimiento, llevaba unos mitones también verdes y estaba ocupada inventariando sacos de tierra y arena en el gélido almacén de jardinería. Lucie la llamó por su nombre y se presentó: teniente de policía de la Criminal de París. Lambert interrumpió su actividad, desconcertada.
—Quisiera hacerle algunas preguntas sobre un caso en el que estamos trabajando —dijo Lucie.
—De acuerdo, pero no sé en qué podré ayudarla.
Apresuradamente, Lucie se quitó los guantes, rebuscó en el bolsillo y le mostró una copia de la foto en la que Christophe Gamblin y Valérie Duprès aparecían juntos.
—En primer lugar, ¿conoce a alguna de estas dos personas?
—Sí, al hombre sí. Vino a verme hará unos diez días.
Lucie se guardó la foto, satisfecha. Tras su investigación en los archivos de
La Grande Tribune
y su desplazamiento a Grenoble, Christophe Gamblin, lógicamente, había ido a verla.
—¿Qué quería?
—Hablarme de… Pero ¿aquí qué está pasando?
—Lo hemos hallado asesinado y la otra, su amiga, ha desaparecido.
La empleada depositó su lector de códigos de barras con un gesto un poco febril. Lucie siempre había constatado que el anuncio de un asesinato, fuera cual fuera, dejaba aturdidas a las personas. Prosiguió, con calma:
—¿Y pues?
—Tenía en curso una investigación sobre la hipotermia. Simplemente deseaba saber las circunstancias de un accidente que sufrí en 2004. Así que se lo expliqué.
Un artículo sobre la hipotermia… El mismo pretexto que le había dado al forense de Grenoble. No cabía la menor duda de que Christophe Gamblin había mentido y ocultado el verdadero motivo de su visita. Lucie fingió que no se había percatado de ello y prosiguió:
—¿Su milagroso salvamento en el lago helado? Explíqueme qué sucedió.
Su rostro se quedó inmóvil unos instantes, congelado en una expresión que Lucie interpretó como de profunda angustia. Se dirigió hacia la puerta del almacén y la cerró, y luego volvió hacia su interlocutora. En aquella sala que daba directamente a los invernaderos hacía mucho frío. La policía se cruzó de brazos, para entrar en calor.
—Un salvamento milagroso, eso es. Tengo que remontarme en el tiempo. Ya hace ocho años, quién lo diría. ¡Cómo pasa el tiempo!
Sacó un pañuelo y se secó la nariz, que goteaba.
—Voy a repetirle lo mismo que le dije al periodista. Cuando me desperté en el hospital, aquella noche, no entendí qué me había ocurrido. El médico me dijo que me habían rescatado a orillas del lago de Embrun y que había estado físicamente muerta durante diez minutos. Diez minutos a lo largo de los cuales mi corazón había dejado de latir. Oír aquello fue horrible. Que me dijeran que había abandonado este mundo, que había cruzado «la frontera»…
Alzó sus ojos avellana y se las apañó para tocar madera. Supersticiosa, pensó Lucie. Pero ¿cómo no volverse supersticioso o serlo, sencillamente, con todo lo que había vivido?
—De la muerte… no tengo ningún recuerdo. —Se encogió de hombros—. No hubo un túnel ni luz blanca, no abandoné mi propio cuerpo o cosas de esas. Solo oscuridad. La oscuridad más negra y profunda que quepa imaginar. Según el médico, no había manera de que saliera de eso con vida. Sin embargo, hubo un cúmulo de circunstancias que hizo que sobreviviera.
—¿Qué circunstancias?
La empleada dibujó un círculo con los labios y del mismo surgió un aro fruto de la condensación.
—La primera, el frío. Al caer al agua, el choque térmico fue tan fuerte que mi organismo se puso en guardia de manera natural. La sangre abandonó de inmediato la periferia y se concentró en los órganos nobles, como el corazón, el cerebro o los pulmones. En algunos casos, para los que aún no existe explicación, tiene lugar un fenómeno que sumerge de manera casi instantánea al organismo en hibernación. A medida que la temperatura del cuerpo desciende, las células consumen cada vez menos oxígeno. El corazón ralentiza progresivamente sus latidos, hasta detenerse a veces del todo, y el cerebro funciona bajo mínimos, utilizando sus reservas, y así evita degradarse. Le cuento lo que me explicaron.
A pesar de sus dedos helados, Lucie trataba de tomar algunas notas.
—Ha mencionado que hubo varias circunstancias.
—Sí. La segunda es relativamente incomprensible. En circunstancias normales, un último reflejo me habría empujado a respirar bajo el agua. Es algo humano, inevitable, y así es como uno se ahoga. Mis vías respiratorias se habrían llenado de líquido y habría muerto asfixiada. Y no me ahogué. Eso significa que por fuerza me hallaba en una apnea inconsciente. Eso se produce si se cae al agua cuando se ha perdido el conocimiento, por ejemplo.
—¿La agredieron?
—Los médicos no hallaron heridas ni hematomas.
—¿La habían drogado?
—Los análisis sanguíneos no lo demostraron. —Meneó la cabeza, con la mirada perdida—. Lo sé, es incomprensible y, sin embargo, así fue como sucedió. Tercera y última circunstancia: la llamada telefónica. Según el Samu, tuvo lugar a las once y siete minutos de la noche, exactamente. Me sacaron del agua a las once y cuarto. Ignoro a qué hora exacta caí al lago pero, sin esa llamada, es muy probable que ahora no estuviera aquí hablando con usted.