Atomka (10 page)

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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Atomka
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—Por cierto, ¿por qué tienes ahí el dossier del caso Hurault?

Tras titubear, Sharko respondió:

—Por el chaval del hospital. Los malos recuerdos, esas cosas… He aprovechado para echar un vistazo a los cajones. ¿Has tocado mis álbumes de fotos antiguos y mis cintas de vídeo de ocho milímetros?

—¿Tus vídeos de ocho milímetros? ¿Tus fotos? ¿Por qué iba a hacer algo así? Ya ni siquiera tienes un aparato en el que reproducir los vídeos. ¿Cuánto tiempo hacía que ni los tocabas, eh?

—Precisamente por esto. Siempre los guardo de la misma manera y se habían movido.

Lucie se encogió de hombros y no le dio pie a hacerle nuevas preguntas. Le tendió el diario de 2002, abierto en la página indicada.

—Será mejor concentrarnos en nuestro caso. Echa un vistazo ahí abajo. Lo he rodeado con un círculo.

Sharko la miró fijamente unos segundos más, se apoderó del ejemplar de
La Grande Tribune
y leyó en voz alta:

—«13 de enero de 2002.

»Hace dos días, una mañana de temperaturas glaciales, fue hallado en el lago de Annecy el cuerpo sin vida de Hélène Leroy, de treinta y cuatro años. La joven residía en Thônes, a veinte kilómetros de allí, y regentaba una tienda de
souvenirs
. La policía se ha negado hasta el momento a aclarar las circunstancias de la muerte, pero parece poco plausible un ahogamiento accidental dado que el vehículo de la víctima fue hallado frente a su domicilio. ¿Cómo pudo llegar hasta el lago? ¿Fue raptada y luego ahogada? ¿Hay alguna relación con el caso de febrero de 2001, hace menos de un año, en el que Véronique Parmentier fue hallada en condiciones similares en el lago de Paladru? Por ahora, reina el misterio.

»Olivier T».

Dejó el periódico sobre la mesa baja y leyó rápidamente el primer suceso que Lucie había leído frente al Instituto Médico Legal, el de 2001. Entretanto, la policía le relató las explicaciones del forense: el agua del grifo en los intestinos y el transporte del cuerpo envenenado con sulfuro de hidrógeno hasta el lago. Tras leerlo, Sharko señaló con el mentón las dos ediciones de la región Provenza-Alpes-Costa Azul.

—¿Y crees que Christophe Gamblin andaba tras la pista de un asesino en serie que habría actuado en dos regiones vecinas?

—Hay que verificarlo, pero tengo esa impresión. Tal vez no hubo intercambio de información entre la policía de las dos regiones. Los crímenes están separados en el tiempo y el
modus operandi
tal vez sea ligeramente diferente. Es posible que no pensaran en buscar el sulfuro de hidrógeno en el organismo. Y, en esa época, el cotejo informático no estaba muy desarrollado.

Ella miró su reloj.

—¿Nos fijamos un límite?

—La una de la madrugada. Escrupulosamente.

—De acuerdo. La una de la madrugada.

Lucie tendió el ejemplar de
Le Figaro
a Sharko y recuperó los otros periódicos.

—Voy a darme una ducha rápida y a ponerme el pijama. Busca en
Le Figaro
. No tiene nada que ver con los otros diarios y Valérie Duprès nunca ha trabajado para ese periódico, Robillard ya lo ha verificado. Se encontraba entre una colección de artículos que ella había escrito y que guardaba debajo de la cama. Su colección privada, seguramente. No sé qué hay que buscar, pero algo debe de haber que tenemos que encontrar. En el interior, en la página 2, encontré esto. Estaba escrito en un
post-it
.

Le tendió la fotocopia.

—«654 izquierda, 323 derecha, 145 izquierda». —leyó Sharko—. Parece la combinación de una caja fuerte.

—Es lo que he pensado. Pero ¿de cuál? No hemos encontrado ninguna ni en su casa ni en casa de Christophe Gamblin.

Se levantó para dirigirse al baño, pero Sharko la asió de la muñeca y la atrajo hacia él.

—Espera…

La besó con ternura. Lucie no se abandonó del todo, Sharko sentía una tensión, algo rígido en el fondo de ella. Cuando ella se echó hacia atrás, aunque le hubiera bastado un gesto para atraerla de nuevo hacia él, la dejó marchar.

Se puso manos a la obra, y leyó atentamente los artículos de
Le Figaro
. Acabó concentrándose en los sucesos. Lucie volvió un cuarto de hora después. Su largo cabello rubio y húmedo le caía entre los omoplatos. Olía bien y se desplazaba por el espacio a la perfección, era su pequeña estrella. Sharko la miró con deseo y tuvo que redoblar su atención para proseguir su tarea. Allí a solas los dos, a la luz de una halógena que no alumbraba mucho, no se besaron, no miraron la televisión y no pensaron en su futuro. Por el contrario, se sumergieron en las tinieblas.

Lucie fue la primera en reaccionar. Con un rotulador negro, rodeó un artículo en mitad de las páginas de sucesos de
La Grande Tribune
, con el ceño fruncido.

—He encontrado uno.

—¿Otro fallecimiento?

—No es un fallecimiento, pero sí algo que podría encajar. Mira esto, es muy extraño.

Sharko dejó
Le Figaro
y leyó el artículo de
La Grande Tribune
, y al acabar se frotó el mentón, desconcertado. Lucie le había arrancado de las manos el cuarto y último ejemplar del periódico, el de 2004, de la región Provenza-Alpes-Costa Azul. El papel crujía entre sus dedos y sus ojos saltaban de columna en columna. Ahora que sabía qué buscar y dónde, le llevó menos de cinco minutos dar con el artículo, que rodeó con un amplio círculo. Sharko y ella se comprendieron en ese instante con una mirada. Christophe Gamblin iba tras la pista de algo tan espantoso como incomprensible.

—Y aquí está el cuarto —dijo Lucie—. Este sucedió el 21 de enero de 2004 en el lago de Embrun, en los AltosAlpes, en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul. Te evito la palabrería de la introducción, pero escucha esto: «Tras una llamada que alertó de un ahogamiento en el norte del lago, el equipo médico del Samu de Embrun intervino de inmediato y llegó al lugar unos minutos más tarde. El cuerpo inanimado flotaba junto a la orilla. Enseguida se extrajo del agua a 3 °C a Lise Lambert, de treinta y cinco años, originaria de la ciudad, y ya sin vida: el corazón había dejado de latir y las pupilas estaban dilatadas y no presentaban reflejo alguno. En lugar de certificar la defunción, el doctor Philippe Fontès pidió que calentaran el cuerpo lentamente, sin practicarle masaje cardiaco, puesto que ello, en un cuerpo tan helado, habría provocado una muerte segura en caso de reanimación temporal. Y en ese momento lo imposible tuvo lugar: sin la menor intervención, el corazón de Lise comenzó a dar algunas señales esporádicas de actividad eléctrica. La joven se halla actualmente en recuperación en el hospital de Gap, y su vida ya no corre peligro…». Y blablablá, el periodista, un tal Alexandre Savin, elogia los méritos del médico que intervino. Hasta sale en la foto.

Sharko trató de hacer un rápido balance de sus descubrimientos.

—El de 2003 es muy parecido. También en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, pero esta vez en el departamento de Alpes de Alta Provenza. En el lago Volonne, el 9 de febrero. Ídem. Amandine Perloix, de treinta y tres años, hallada en un agua casi helada. Alguien avisó al Samu, y el cuerpo fue hallado sin vida y luego milagrosamente reanimado. El artículo lo firma otro periodista.

La mirada de Lucie saltaba de un artículo a otro. Sharko percibía la excitación que ardía en el fondo de sus ojos. También amaba a esa mujer, la depredadora al acecho, diferente de la Lucie de los momentos tiernos. Era ese aspecto de su personalidad lo que lo había cautivado la primera vez.

—¿Qué tenemos exactamente? —preguntó ella—. En 2001 y 2002, unos cadáveres en la región RódanoAlpes. Mujeres de la zona, esquiadoras de la estación de Grand Revard, raptadas en su domicilio, envenenadas con sulfuro de hidrógeno y transportadas y halladas muertas en sendos lagos. En 2003 y 2004, otras mujeres que escaparon por los pelos de la muerte, en la región vecina. Nadie parece haber relacionado esos hechos.

—Cambio de región y de departamento… Los periodistas no eran los mismos. Los investigadores de Grenoble no debieron de oír hablar de esos casos de reanimación tan increíbles dado que no se trataba de asesinatos.

Sharko se puso en pie y fue a por la guía de carreteras que guardaba en el fondo de un armario. Enseguida encontró los mapas correspondientes y señaló en lápiz los lugares donde fueron halladas las mujeres: Chavarines, Annecy, Volonne y Embrun. Luego marcó los lugares donde residían las mujeres: Cessieu, Thônes, Digne-les-Bains y Embrun.

—Las poblaciones más alejadas están a unos cien kilómetros. Y las víctimas fueron halladas en los lagos más próximos a su domicilio.

Señaló también Aix-les-Bains, donde por lo menos dos de ellas habían esquiado.

—No nos alejamos de las montañas, pero a pesar de todo parece no tener ni pies ni cabeza. ¿Habrá alguna relación entre los dos casos de asesinato y los de las reanimaciones?

—Por supuesto. En primer lugar, Gamblin reunió estos periódicos y está muerto. En segundo lugar, hay muchos puntos en común: el frío extremo, las aguas casi congeladas o los lagos. Y unas mujeres, siempre alrededor de treinta años. Vuelve a leer las dos últimas crónicas de sucesos. En las dos se habla de una llamada al Samu que permite salvar a la víctima
in extremis
. Pero ¿quién llamó? Ni una sola palabra al respecto.

—Tampoco se dice ni una palabra sobre cómo esas supervivientes fueron a parar al agua. ¿Resbalaron? ¿Las empujaron? ¿Fueron también ellas raptadas en su casa? ¿Y cómo se salvaron del ahogamiento? Normalmente, si respiras agua te mueres porque se te inunda el interior, ¿no es así?

Sharko se puso en pie, e iba de un lado a otro, mirando al suelo. Chasqueó los dedos.

—Tienes razón, todo está relacionado. Hay otra cosa fundamental, en la que no hemos pensado. ¿Dónde murió Christophe Gamblin?

Lucie respondió, tras unos segundos de silencio:

—En un congelador. El frío extremo, una vez más. El agua, el hielo. Como si fuera un símbolo.

Sharko asintió con convicción.

—El asesino sádico observa cómo su víctima se congela lentamente, de la misma manera que se puede contemplar a una mujer flotar en un lago y ver cómo se la llevan las aguas glaciales. De repente, esto me hace pensar en una hipótesis.

—Quien mató a Gamblin fue el autor de los dos asesinatos y tal vez también el autor de las llamadas al Samu.

—Sí, no es más que una suposición pero es plausible.

Lucie sentía que Sharko se dejaba arrastrar por la corriente. Tenía de nuevo los ojos muy abiertos y su mirada iba de un diario a otro.

—Tenemos cuatro casos, pero ¿y si hubiera habido otros, en otros lugares, en las montañas? ¿Unas mujeres muertas o salvadas milagrosamente? ¿Y si nuestro asesino siguiera activo? El periodista removió este viejo asunto, y quizá se desplazó hasta los lugares de los hechos.

—Sabemos que por lo menos fue al Instituto Médico Legal y al Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble.

—Exacto, de una manera u otra, quería remontar hasta el responsable de esos «ahogamientos».

—Y, sobre todo, el responsable de los ahogamientos está al corriente de ello. Así que elimina al periodista.

Callaron, sacudidos por sus hallazgos. Tras ir a servirse otra tisana, Sharko regresó, se sentó junto a Lucie y le pasó la mano por los cabellos. La acarició cariñosamente.

—De momento, no tenemos ninguna respuesta. Ignoramos qué tienen que ver con todo esto el chiquillo del hospital o Valérie Duprès. No sabemos dónde se halla la periodista de investigación, en qué trabajaba y si está muerta. Pero por lo menos, a partir de mañana por la mañana, sabemos dónde buscar.

—Primero hay que localizar a esas dos mujeres que volvieron del más allá e interrogarlas.

Sharko asintió con una sonrisa y le hizo más avances. Lucie lo abrazó, le besó en el cuello y se separó de él con delicadeza.

—Me apetece tanto como a ti, pero esta noche no podemos —suspiró ella—. Mira el calendario, no toca hasta dentro de dos días, el sábado por la noche. Tus bichitos… tus bichitos tienen que estar en plena forma para que tengamos todas las posibilidades.

Ella se inclinó hacia delante, cogió sus carpetas del Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble y miró su reloj.

—Voy a echarles un vistazo, para impregnarme del caso de la época. Aún no es la una. Puedes acostarte, si quieres.

Sharko la miró con ternura, decepcionado. Se levantó con desgana y cogió el dossier Hurault.

—Si cambias de opinión… estaré despierto.

Cuando se alejaba por el pasillo, Lucie lo llamó.

—¡Eh, Franck! ¡Tendremos un hijo! Te juro que lo tendremos, cueste lo que cueste.

12

S
harko se despertó sin poder respirar.

«Nadie es inmortal. Un alma en la vida y en la muerte. Allá, ella te espera».

No estaba seguro de nada. Era una intuición, simplemente una intuición capaz de despertarlo en plena noche y de cubrirle el cuerpo de sudor.

En silencio, se levantó y encendió la lamparilla. Eran las dos y diecinueve de la madrugada. Lucie dormía profundamente, acurrucada de lado y abrazada a la almohada. El dossier del caso Hurault se hallaba en el suelo, con algunas hojas esparcidas. Con sigilo, eligió ropa de abrigo y unos sólidos botines de marcha en el vestidor. Acto seguido, apagó la luz y, tras un breve paso por el baño, se dirigió a la cocina, donde escribió una nota.

Por culpa de esta historia de los ahogamientos, no puedo pegar ojo. Me he ido más temprano a la oficina. Hasta luego, te quiero.

Dejó el papel en medio de la mesa, a la vista. Sin hacer ruido, cogió su Sig Sauer y se calzó en el sillón del salón. Vio el diario
Le Figaro
, abierto, pero no había ninguna anotación ni nada subrayado. Aparentemente, Lucie se había acostado muy tarde y ella tampoco había hallado nada. Luego, cubriéndose con un gorro, salió del apartamento, cerró la puerta de entrada con su copia de las llaves y bajó al sótano en ascensor. Sharko no podía creerse lo que estaba haciendo, pero…

Diez minutos después, circulaba por la A6 en dirección a Melun, a unos cincuenta kilómetros de allí. Por fin había dejado de nevar. Unos girofaros naranjas perforaban la noche de manera intermitente. Los vehículos que arrojaban sal, que ya habían comenzado a trabajar, escupían toneladas de cristales sobre el asfalto. El cielo estaba negro como la tinta china, las estrellas y la luna vomitaban su luz enfermiza y alisaban los relieves cubiertos de escarcha. Sharko apretó el volante entre sus manos. Tenía la nuca tensa. Cada farola que desfilaba le provocaba un destello doloroso en la cabeza.

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