—Nada de la telefonía, en cualquier caso.
—Hmmm… Probablemente se tratará de tarjetas de prepago o piratas. Una manera de pasar completamente inadvertida. Y si están fuera de servicio, no habrá manera de dar con los números a los que corresponden.
Michaël Chieux asintió, y le tendió un documento de identidad.
—Está a nombre de Véronique Darcin, domiciliada en Rouen. Y, sin embargo, la foto es la de Duprès.
Bellanger examinó minuciosamente el documento.
—Eso debe de formar parte de su equipo para meterse por todas partes. Cuando se hurga en asuntos sensibles, como en su caso, a menudo es preferible conservar el anonimato. Se miente sobre la propia identidad y se cambia permanentemente de hotel. Todo eso no nos va a ayudar en nuestro trabajo.
—Mirad… Aquí hay unas solicitudes de visados turísticos presentadas hará casi un año. A nombre de Duprès, en este caso, porque para ella habría sido muy arriesgado mentir ante las embajadas. Perú, China, Washington, Nuevo México e India. Tal vez haya más en otro sitio entre todo este jaleo, habrá que verificarlo. Si nos ponemos en contacto con las embajadas, creo que averiguaremos todo lo relativo a esas solicitudes, en particular las fechas de los viajes y tal vez las ciudades de destino. Eso eventualmente nos indicará si Valérie Duprès se halla aún de viaje en uno de esos países, cosa que es bastante probable: no hemos encontrado ningún ordenador portátil, ni teléfono móvil y ningún aparato de fotografía. Ese tipo de periodistas siempre tiene una buena cámara y excelentes objetivos.
Bellanger adoptó un aire satisfecho mientras anotaba la información en un cuaderno. Atestados e informes por redactar, comprobaciones que llevar a cabo, búsquedas por realizar, allegados a los que habría que avisar y convocar… La lista de órdenes que transmitir a sus subordinados era inacabable.
—Muy bien.
Lucie se aproximó a una estantería volcada y se agachó. Había todo tipo de libros, desde novelas policíacas a biografías de políticos. Tras echar un rápido vistazo, se incorporó y se dirigió hacia un rincón utilizado como despacho, al fondo de la sala. Una lamparilla, auriculares de música e impresora, pero ningún ordenador. Allí también habían vaciado los cajones. Removió algunos papeles. Impresiones de páginas de internet, correos electrónicos dirigidos a fuentes o proveedores de información, fotocopias de libros…
Se volvió y se dirigió a Chieux:
—Según su redactor jefe, estaría escribiendo un libro de investigación del que, por desgracia, nadie parece saber de qué trata. ¿Has encontrado pistas de alguna investigación? ¿Documentos? ¿Notas manuscritas?
—Nos llevará aún un poco de tiempo para estar seguros pero, a primera vista, no hay nada flagrante. Tal vez en los libros que hay allí, en el suelo.
—No he visto nada particular. No hay un tema recurrente.
Lucie constató un hecho evidente: al margen de la ausencia de ordenador portátil y de cámara fotográfica, no parecía que se hubieran llevado nada de valor. Los motivos de la efracción no eran los de un robo clásico, como testimoniaban las tarjetas de teléfono arrojadas al retrete.
Nicolas Bellanger llevó a Lucie a un aparte.
—Debo ir al Palacio de Justicia, me espera el fiscal. La autopsia se llevará a cabo dentro de tres horas y necesito que un oficial esté presente. Levallois ha asistido a muchas últimamente y está ocupado con el vecindario de Christophe Gamblin. Con el tráfico y la nieve que está cayendo, Sharko no logrará llegar a tiempo desde el hospital. Lamento tener que pedírtelo pero…
Lucie titubeó unos segundos. Finalmente, echó un vistazo a su reloj.
—En el Quai de la Râpée a las ocho. Muy bien, allí estaré.
—¿Estás segura de que no hay problema?
—Por supuesto.
Él asintió con una sonrisa y se alejó.
Lucie se puso manos a la obra. No sabía nada acerca de Valérie Duprès, habría que hurgar, comprender quién era aquella mujer. En los marcos había fotos de Valérie que parecían tomadas por un fotógrafo profesional. Tendría unos cuarenta años y era particularmente seductora, y la periodista estaba en contacto con hombres de traje y corbata, al frente de grandes empresas: Elf Aquitaine, Total… Lucie observó en todas las ocasiones diferencias notables en el físico de la periodista: una veces morena y otras rubia, con o sin gafas, cabello corto o largo. Una mujer camaleónica, de mirada severa pero de gran profundidad, capaz de cambiar de aspecto y de transformar su identidad en función del contexto. Los vecinos hablaban de una mujer desconfiada, fantasmagórica.
Lucie prosiguió su visita. En conjunto, la decoración era sobria, moderna, sin excesos. Un apartamento funcional, sin una verdadera personalidad. Contrariamente al registro en el domicilio de Christophe Gamblin, Lucie no descubrió ningún álbum de fotos, ningún indicio que permitiera relacionar a los dos individuos. Duprès parecía más solitaria, más prudente.
El tiempo pasó deprisa. El fotógrafo y los de Identificación Judicial ya se habían marchado del apartamento, cargados con las pruebas y los indicios que depositarían en el laboratorio. Michaël Chieux había apilado, anotado e inventariado en un cuaderno todo lo que parecía de interés para la investigación. Los archivadores de extractos de cuentas, facturas y otros documentos importantes —entre los que se hallaban las solicitudes de visados— serían trasladados al 36, donde serían examinados concienzudamente. Para los investigadores, era capital no llevarse demasiadas cosas para no verse sepultados por tareas inútiles. Sin embargo, no se podía olvidar nada.
—Y eso, ¿quieres que nos lo llevemos?
Lucie se aproximó a su colega. Aunque perteneciera a otro equipo, entre los agentes de policía existía cierta solidaridad. A igual grado, todo el mundo se tuteaba, se conocía y, con algunas excepciones, se apreciaba.
—¿Qué es?
—Una caja de periódicos, la he encontrado debajo de la cama. Le he echado un vistazo. Es el periódico donde trabajaba,
La Grande Tribune
. Cada ejemplar parece que contiene un artículo suyo, pero firmaba con el seudónimo de Véronique D. A priori, trabajaba en asuntos candentes, como Médiator, por ejemplo, o el caso Clearstream.
[1]
Lucie se agachó y sacó los periódicos de la caja. Había una cuarentena que reunía probablemente la vida profesional de Duprès. Unos artículos que tal vez le hubieran exigido varias semanas de investigación bajo una falsa identidad.
Lucie leyó los titulares. Las fechas iban en sentido inverso y la del periódico más reciente se remontaba a primeros de 2011. Por lo que Lucie pudo ver, Valérie Duprès investigaba sobre todo asuntos relacionados con la política, la industria y el medio ambiente: energía eólica, transgénicos, biogenética, contaminación, industria farmacéutica, mareas negras… Temas sensibles con los que debía de haberse ganado muchos enemigos en las altas esferas.
La teniente de policía, tentando la suerte, rebuscó entre el montón de ejemplares alguno que pudiera tener relación con los que se había llevado Christophe Gamblin, pero infructuosamente. El periódico más antiguo se remontaba a 2006, fecha de la llegada de Valérie a
La Grande Tribune
, recordó Lucie. Sin embargo, le llamó la atención un periódico diferente de los otros, mezclado con los demás. Era
Le Figaro
, un ejemplar de unas semanas atrás: 17 de noviembre de 2011. ¿Por qué había ocultado aquel diario de la competencia debajo de la cama?
Lucie lo hojeó para ver si faltaba alguna página o si Duprès había marcado algún artículo. Descubrió un
post-it
rosa fluorescente, pegado en la segunda página, en el que estaba escrito: «654 izquierda, 323 derecha, 145 izquierda».
Era un detalle demasiado intrigante como para dejar aquellos periódicos de lado.
—Nos va a dar mucho trabajo, pero qué se le va a hacer, nos lo llevamos todo.
Cargados con el fruto del registro —tres cajas que desbordaban papeles—, los dos policías ascendieron los ciento cincuenta peldaños que los conducían a su servicio, en la tercera planta del número 36 del Quai des Orfèvres. Mucho antes de comenzar su carrera —debía de tener diecinueve años—, Lucie ya soñaba con pisar aquel viejo suelo de madera, recorrer las estrechas crujías, bajo las almacerías, donde entraba muy poca luz. El número 36 del Quai des Orfèvres, para cualquier policía francés, era un mito, el lugar donde se trabajaba en los casos criminales más importantes. Lucie entró gracias a un enchufe —de Sharko y del antiguo jefe de la Criminal, en particular—, un año y medio atrás. Ella, la joven de Lille nacida en Dunkerque… Y se daba cuenta de que, cuando uno trabajaba en el 36 un día tras otro, noche tras noche, llegaba a olvidar el aura de ese lugar y ya solo veía a un puñado de hombres y mujeres valientes que luchaban encarnizadamente contra la gangrena de una ciudad que se había vuelto demasiado grande para ellos. En eso no había nada mítico.
Michaël Chieux estaba empapado de sudor cuando depositó las dos cajas en la gran sala rectangular del grupo de Bellanger. Por su parte, Lucie se sentó en una silla e hizo girar su pie derecho con ambas manos, apretando con fuerza los dientes.
Estaba sola con el teniente Pascal Robillard, inmerso en sus listados y facturas. La estancia era amplia y agradable. Bellanger y Sharko —respectivamente el número uno y dos del equipo— tenían derecho a un lugar junto a la ventana que daba al Sena y el PontNeuf, mientras que Lucie, Robillard y Levallois estaban más cerca del pasillo. En ese despacho claramente masculino había de todo: mapas de París, carteles de motos o de mujeres, armarios repletos de carpetas e incluso un televisor. La mayoría de los muchachos pasaban allí más tiempo que en su casa.
Pascal Robillard dirigió a Lucie una mirada elocuente acerca de su estado nervioso.
—No me digas que aún hay que revisar todo eso.
—Eso me temo. Hay solicitudes de visados, si pudieras echarles un vistazo lo antes posible…
Él suspiró.
—Todo el mundo lo quiere todo con prioridad. Creo que un cafelito bien cargado me sentará bien. ¿Me acompañas?
—Pero deprisa… Dentro de media hora es la autopsia.
—¿Te ha tocado a ti?
—¡No he podido escaquearme!
La indispensable cafetera estaba algo más lejos en el pasillo, en una minúscula habitación abuhardillada que se utilizaba como cocina. Era el lugar de reunión de los oficiales de la Criminal, un lugar de recreo donde los hombres bromeaban y charlaban sobre los casos en curso. En cuanto a Lucie, a menudo la invitaban a tomar un café. Conversar con una mujer —y, además, atractiva— motivaba a los equipos.
El musculoso Pascal Robillard echó unas monedas en un platillo y cogió dos cápsulas. Introdujo una en la máquina.
—Por cierto, ya he recibido los cuatro periódicos que se llevó la víctima del congelador. Aún no he tenido tiempo de revisarlos exhaustivamente, pero he descubierto una cosa que seguro que te interesará.
Robillard no era un policía al que le gustara salir a la calle. Casado y con tres hijos, prefería la tranquilidad y la seguridad de las oficinas, donde podía hurgar en la intimidad de las víctimas, destripar su vida privada y hacer gimnasia en su despacho. Lo apodaban, sin excesiva originalidad, «el sabueso».
—Dado que todos esos periódicos de archivos eran de las regiones RódanoAlpes y Provenza-Alpes-Costa Azul, se me ha ocurrido revisar las facturas telefónicas de Christophe Gamblin en busca del prefijo 04. Me he dicho: «¿Quién sabe?». Y adivina…
Lucie asió su taza de café, que bebía solo, sin leche ni azúcar. La noche sería larga y difícil, necesitaba cafeína pura en la sangre. Comió también unas galletas de chocolate y dejó a su vez unas monedas en el platillo.
—Cuéntame.
—Hay un 04 en la factura de noviembre. Nuestra víctima congelada llamó allí solo una vez, el 21 de noviembre, para ser precisos.
—¿A qué localidad?
—Grenoble. He marcado el número y me ha salido el instituto Médico Legal. Tras varios intermediarios, me han pasado con un tal Luc Martelle, uno de los forenses de Grenoble. Recuerda bien a nuestra víctima. Gamblin fue a verlo para preguntarle sobre un caso en concreto: el caso de una ahogada en un lago de montaña.
Lucie enjuagó la taza de café ya vacía en el fregadero y la secó. Volvió a mirar su reloj. El tiempo se le echaba encima.
—Dame el número de ese forense.
Robillard acabó su bebida y se sacó un palo de regaliz ya mascado.
—No te preocupes. Ya he puesto a nuestro forense sobre la pista. El médico de Grenoble ha debido de explicarle hasta el último detalle y enviarle por fax el informe de la autopsia de la ahogada. Me parece que esta noche vas a matar dos pájaros de un tiro.
—Dos cadáveres por el precio de uno. Genial.
—Hay más, aún. El caso de la ahogada se remonta a febrero de 2001.
Lucie dio un brinco.
—La fecha de uno de los periódicos del archivo.
—Exacto, así que lo he leído. El caso de la ahogada aparece en la sección de sucesos.
—Eres un genio. ¿Las copias de esos periódicos podrías…?
—Lo he impreso todo en varias copias, están sobre mi mesa. Me iría muy bien si pudieras echarle un vistazo a los otros tres periódicos, a ver si damos con el nexo común, porque en eso ando perdido.
—De acuerdo. ¿Y respecto a la palabra que la víctima escribió en el hielo, «Aconla» o «Agonía»…?
Se encogió de hombros.
—Nada. He llamado a la agencia de marketing que se llama Agonía. No han oído hablar de Christophe Gamblin. Por otro lado, en las facturas se ve que nunca se puso en contacto con ellos. Si alguno de los nuestros se arma de valor, puede leer el libro y ver la película, pero, francamente, dudo de que haya ninguna relación. Lo que es seguro es que este caso me huele a chamusquina. A diez días de Navidad, no es buena señal para las vacaciones en familia.
—¡A mí me lo vas a contar!
Lucie lo saludó y fue hacia la salida, dejándolo a solas con su palo de regaliz. Arrastrando ligeramente los pies, volvió al despacho, recuperó el ejemplar intruso de
Le Figaro
, los cuatro ejemplares de
La Grande Tribune
y bajó la escalera en dirección a un lugar que detestaba más que cualquier otra cosa y que, estaba segura de ello, le haría revivir el calvario de la desaparición de sus hijas: el instituto Médico Legal de París.