—¿Puede darnos su dirección? —preguntó Sharko.
Anotó las señas proporcionadas por Sébastien Duquenne mientras Lucie se ponía en pie y se aproximaba al organigrama con las fotos de identidad.
—¿Le pareció que Christophe Gamblin estaba especialmente preocupado en los últimos tiempos? ¿Su comportamiento había cambiado?
—En absoluto.
—Por lo que veo aquí, se tomó unos días de vacaciones a finales de noviembre y primeros de diciembre. Alternos, para ser más precisa. Un martes, un jueves, un lunes, la semana siguiente… ¿Sabe por qué motivo?
Duquenne cerró el archivo del personal en su ordenador y se volvió brevemente.
—No, desconozco el motivo, como puede suponer. Sin embargo, debía de tener una curiosa manera de ocupar su tiempo libre, puesto que un colega lo vio en los archivos, en el sótano, cuando no tenía que estar allí. Rebuscaba entre viejas ediciones de hará diez años, al parecer.
—¿Podemos hablar con ese colega?
E
l sótano no tenía ninguna ventana. Paredes de hormigón, techos bajos, pilares cada dos metros: el fantasma de un aparcamiento de coches. Una luz fluorescente daba la impresión de un día artificial. Algunos espacios estaban reservados al almacenamiento de material de oficina, viejos ordenadores y toneladas de papeles que nadie había ordenado jamás.
Acompañados por un periodista llamado Thierry Jaquet, Lucie y Sharko avanzaron entre hileras de cajas de cartón multicolores en las que se guardaban todas las ediciones del conjunto de redacciones regionales, desde 1947. Jaquet era bastante joven. Vaqueros, zapatillas de deporte y unas gafas de montura cuadrada que le daban un aire de intelectual enrollado.
—A veces venimos aquí para desenterrar algún caso viejo o en busca de la fuente de nuestros artículos. La mayoría de nosotros aún preferimos el papel a las ediciones digitales. También es una buena manera de hojear con tranquilidad y descansar un poco los oídos, ya me entienden. Por allí fue donde vi a Christophe la última vez. Hablamos, pero me di cuenta de que estaba ojo avizor. Quería estar tranquilo.
Lucie escrutó las interminables hileras que se perdían en los intersticios del subsuelo.
—¿Qué buscaba exactamente?
—Lo ignoro. Solo me dijo que preparaba «algo personal», sin más. Me di cuenta de que lo estaba molestando, así que no insistí. Pero vi las cajas que había puesto sobre la mesa. Unas eran azul marino y otras rojas. Son los códigos de color que corresponden a las regiones de RódanoAlpes y de Provenza-Alpes-Costa Azul. Creo que buscaba los años 2000. Recuerdo en particular un «2001» muy grande en una de las cajas azules de la región de RódanoAlpes.
—¿Conocía bien a Christophe?
—No demasiado. Pocas veces trabajamos juntos, sobre todo nos veíamos en las reuniones.
—¿Qué podría empujar a alguien a venir a trabajar aquí durante sus vacaciones?
—Ah, eso…
En aquel momento se encontraban en el fondo del enclave, entre las cajas de los periódicos más recientes. Todo estaba impecablemente ordenado. Jaquet cogió una caja azul, «RódanoAlpes/Primer trimestre 2001», y vació el contenido: alrededor de noventa ejemplares. Los hojeó rápidamente.
Sharko frunció el ceño.
—¿Cómo espera dar con el periódico o los periódicos que consultó?
—Christophe salió de aquí con unos ejemplares bajo el brazo, probablemente para seguir trabajando en su casa. Con un poco de suerte, no volvió a guardarlos.
Espoleada, Lucie cogió otra caja correspondiente a 2001 e imitó al periodista. En casa del periodista no habían hallado ningún archivo, pero tal vez los había dejado en otro lugar. ¿O se los había llevado el asesino?
Al cabo de unos minutos, Jaquet exclamó:
—¡Bingo! Miren, falta el ejemplar del 8 de febrero de 2001.
—¿Podemos conseguir otro ejemplar de esa edición?
—Los de 2001 no son demasiado antiguos, seguro que habrá algún ejemplar digitalizado en los ordenadores. En el peor de los casos, podemos llamar a la redacción regional y pedirles su ejemplar. ¿Quieren que eche un vistazo en la base de datos digital?
Sharko miró las otras cajas y exhaló un suspiro.
—Sí, por favor. Mientras, mi colega y yo examinaremos todas las correspondientes a las regiones de RódanoAlpes y Provenza-Alpes-Costa Azul, si lo he entendido bien. Azul y rojo… Por lo menos las de los años 2000.
Buscar los periódicos que faltaban entre trescientos sesenta y cinco ejemplares no era una tarea titánica, simplemente requería paciencia. Al cabo de unos minutos, Jaquet regresó y asintió.
—Tengo el ejemplar digital de 2001 en la base de datos. Se lo podré proporcionar.
—Perfecto.
Los ayudó en su tarea. Entre los tres, en algo más de una hora consiguieron censar los ejemplares que Christophe Gamblin se había llevado. Cuatro periódicos, cuyas fechas abarcaban de 2001 a 2004: dos periódicos de la región RódanoAlpes de 2001 y 2002, y dos de la vecina región de Provenza-Alpes-Costa Azul, de 2003 y 2004. Lucie anotó precavidamente las referencias en su cuaderno, del que no se separaba nunca, y acto seguido los policías siguieron a Jaquet hasta un ordenador. Sharko ya estaba reflexionando a toda máquina: ¿habría algún vínculo entre aquellas misteriosas búsquedas y la muerte atroz de Christophe Gamblin?
Frente a su ordenador, el periodista dio enseguida con los periódicos antiguos completamente digitalizados y los guardó en una carpeta. Sharko le proporcionó el correo electrónico de Pascal Robillard, su especialista en análisis de información. Gracias a la destreza del periodista, las ediciones digitalizadas se enviaron en menos de cinco minutos.
Los dos policías le dieron las gracias y le dijeron que probablemente lo citarían en el 36 para prestar declaración, como a otros colegas suyos que habían coincidido con Gamblin a lo largo de aquellos últimos días, y salieron de nuevo a los grandes bulevares expuestos al viento. Una fina película blanquecina cubría ya las aceras. La nieve cuajaba, lo cual no era un buen augurio para el tráfico. Lucie ocultó su rostro en su pasamontañas de lana roja. Miró su reloj: eran casi las tres de la tarde.
—Tengo un hambre canina. ¿Vamos a comer algo en Les Halles antes de volver al 36? ¿Una pizza en Signorelli?
—Valérie Duprès vive en Havre-Caumartin, a dos pasos de aquí. Comamos cualquier cosa por aquí y luego vamos a visitarla, ¿te parece?
S
egún la dirección que les había proporcionado el redactor jefe de
La Grande Tribune
, Valérie Duprès residía en el último piso de un viejo edificio, entre las estaciones de metro de Madeleine y Auber. Su calle era tranquila, de una sola dirección. Eran cerca de las cuatro de la tarde y ya anochecía. La nieve resplandecía un poco bajo las farolas y los copos bailoteaban alrededor de los transeúntes como luciérnagas curiosas. El invierno, que todos los meteorólogos coincidían en pronosticar que sería terriblemente frío, daba sus primeros pasos.
Los dos policías franquearon la puerta cochera que daba a un patio adoquinado y llamaron al interfono del edificio, al apartamento 67. Aguardaron con las manos en los bolsillos y la cabeza hundida entre los hombros. Al no obtener respuesta, llamaron a varios timbres y alguien acabó abriéndoles.
Tras quitarse la bufanda, Sharko observó el buzón del apartamento 67: lleno a reventar.
—Tanto correo no es buena señal. Debe de hacer mucho tiempo que no ha estado aquí.
Lucie observó que no había ascensor. Hizo una mueca de dolor, se agachó y se frotó el tobillo.
—¿Se despierta de nuevo? —preguntó Sharko.
—Solo una pizca de dolor. No es grave.
—Sin deporte, no hay lesiones.
—¡No me chinches!
Emprendieron el ascenso a los seis pisos, él delante y ella detrás. Lucie se detenía regularmente, pues sus tendones detestaban las escaleras. Al llegar arriba, Sharko se dispuso a llamar al timbre pero su movimiento se detuvo en seco. Agachado, observó la cerradura, llevándose un dedo a los labios.
—La han forzado.
Retrocedieron juntos por el pasillo.
—Me extrañaría que aún hubiera alguien ahí adentro —susurró Franck—, pero no te muevas.
—Ni lo sueñes.
Lucie lo imitó, empuñando el arma en la mano derecha. Se deslizó al otro lado de la puerta y, con la mano enguantada, hizo girar el pomo. Entraron uno tras otro, apuntando al frente, escrutando previamente los rincones. Una vez encendidas las luces, recorrieron las habitaciones.
El apartamento estaba patas arriba. Habían vaciado los cajones, habían volcado estanterías de libros y había papeles esparcidos por todas partes.
—Nada en el baño ni en el dormitorio —dijo Lucie al regresar.
—Y nada en la sala ni en la cocina.
Se volvieron sobre sí mismos. Lucie se movía con cuidado para no pisotear los papeles.
—Lo han registrado todo pero parece que el material de valor sigue ahí.
En definitiva, la tensión disminuyó. Sharko avisó de inmediato a Nicolas Bellanger por teléfono mientras Lucie inspeccionaba la sala de estar. El apartamento era pequeño, de apenas cuarenta metros cuadrados, pero por el barrio, el alquiler debía de costar un pico. En la cocina, el frigorífico y los estantes estaban prácticamente vacíos.
Sharko se había guardado el móvil en el bolsillo. Asió a Lucie de la muñeca.
—Ven, vámonos, esperaremos a que lleguen los colegas de Identificación Judicial, no vayamos a meter la pata. Haremos las cosas como es debido y mientras esperamos iremos a interrogar a algunos vecinos.
—Como dos polis buenos. Espera un segundo.
Lucie se dirigió al contestador automático, que parpadeaba e indicaba «1» en la pantalla. El teléfono estaba conectado a un servidor que proporcionaba acceso a internet en todo el apartamento. Observó que, de nuevo, no había ningún ordenador. Pulsó el botón.
El mensaje era de aquella misma mañana: «Mensaje 1: jueves 15 de diciembre, 9h 32m. Buenos días señora, la llamo de la comisaría de policía de MaisonsAlfort. Hoy es jueves 15 de diciembre y son las nueve y media de la mañana. Hemos encontrado a un niño perdido, enfermo, con un nombre escrito en un pedazo de papel en el bolsillo del pantalón. Estaba escrito a mano, con tinta azul: «Valérie Duprès, 75, Francia». El niño no habla y parece aterrorizado. Debe de tener diez años, es rubio y de ojos oscuros. Viste un viejo pantalón de pana, zapatillas deportivas en muy mal estado y un jersey agujereado. Hay cuatro personas en París que se llaman Valérie Duprès. ¿Puede usted llamarnos lo antes posible si cree que tiene algo que ver con usted? Soy Patrick Trémor, comandante de policía. Mi teléfono es el 06 09 14… Repito: 06 09 14… Gracias».
Al acabar el mensaje, Sharko retrocedió hacia el pasillo, llevándose una mano a la cabeza.
—Pero ¿qué diablos es esta historia?
L
os hombres, acompañados por el jefe de grupo Bellanger, no tardaron en llegar. Dos técnicos de Identificación Judicial para los restos papilares y eventualmente el ADN (toma de muestras en vasos, sábanas y ropa), un fotógrafo y un policía judicial de otro equipo como refuerzo, puesto que los agentes de Nicolas Bellanger estaban acaparados por el asesinato de Christophe Gamblin.
La acumulación de correo en el buzón así como el interrogatorio de los vecinos permitían deducir que Valérie Duprès no había pisado su apartamento en los últimos quince días. En el edificio, nadie la conocía verdaderamente: se marchaba pronto, volvía tarde y no era muy habladora. Una chica cerrada, poco simpática, decían. ¿Valérie Duprès se había marchado de viaje? ¿Le había pasado algo grave? ¿Había alguna relación directa con el asesinato de Christophe Gamblin? Las preguntas se sucedían y, como siempre al inicio de una investigación compleja, los policías quedaban sepultados por las preguntas.
Tras cerrar el móvil, Sharko se acercó a Lucie y a Bellanger, que conversaban frente al apartamento. Nicolas Bellanger tenía treinta y cinco años recién cumplidos, era muy alto y tenía un físico de atleta. En cuanto a su vida privada, era difícil saber si tenía pareja, pues no hablaba nunca de ello. A menudo iba con Lucie y otros colegas a correr a mediodía por el bosque de Boulogne, mientras Sharko se enfrascaba en un viejo caso sin resolver o vaciaba dos o tres cargadores, solo, en la galería de tiro. Bellanger había llegado al frente de un grupo de la Criminal tres años antes, un puesto que por lo general se reservaba a los más veteranos, pero el joven capitán tenía un enchufe y, finalmente, lo hacía bastante bien.
—He hablado con el comandante de la comisaría de MaisonsAlfort que ha encontrado al chaval y ha dejado el mensaje en el contestador —dijo Sharko—. Al crío lo han encontrado postrado en el sótano de un edificio, aparentemente traumatizado. Después de encontrar el papel en su bolsillo, el colega ha localizado el número de teléfono fijo de Valérie Duprès en el listín. En estos momentos, el niño está siendo examinado en el centro hospitalario de Créteil. Nadie sabe quién es ni de dónde ha salido. No habla. Voy a acercarme hasta allí. ¿Me acompañas, Lucie?
—Uno de nosotros debe quedarse para echar una mano. Parece que el registro es muy lento.
—De acuerdo. A la vista de las condiciones meteorológicas, puede que me lleve un buen rato. Hasta luego.
Saludó a Bellanger con un movimiento de la cabeza y bajó por la escalera. Lucie se asomó por la barandilla: lo sorprendió mirando con curiosidad en su dirección, antes de desaparecer.
Entró en el apartamento, seguida por su jefe. Un policía con guantes revisaba los numerosos papeles mientras los técnicos de Identificación Judicial trabajaban en los elementos susceptibles de contener huellas del ladrón: pomos, cantos de los muebles, superficies lisas. El teniente al mando del registro, Michaël Chieux, se acercó a ellos con una bolsita transparente.
—Identificación Judicial ha encontrado un montón de cosas interesantes. En primer lugar, seis tarjetas de teléfono. Estaban atoradas en el sifón del retrete, el ladrón debió de pensar que las arrojaba a la cloaca. Los números de serie son ilegibles y les ha entrado agua.
Bellanger asió la bolsa y observó los pequeños rectángulos verdosos.
—Sabemos que Valérie Duprès se dedicaba al periodismo de investigación. A veces trabajamos con esos periodistas metidos en asuntos sensibles, y no es raro que dispongan de varios teléfonos registrados bajo nombres falsos para proteger su anonimato. Son unos verdaderos camaleones. ¿Por casualidad no habrás encontrado las facturas correspondientes?