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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Atomka (14 page)

BOOK: Atomka
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—Quizá su perro no estaba en condiciones. ¿Y si alguien tuviera su llave?

—No, nadie tenía la llave de mi casa.

—¿Quizá la perdió? ¿Tenía alguna copia?

—No, y le dije lo mismo al periodista. Categóricamente.

—De acuerdo. Prosiga, se lo ruego.

Rascaba la mesa maquinalmente. Lucie sentía que le era difícil hablar de aquello.

—Luego todo se vuelve borroso, como en cualquier pesadilla. Paso del salón de casa a «otro sitio». Tengo la sensación de estar flotando en algún lugar, en la oscuridad, y veo dos ojos gigantes parpadear ante mí, regularmente. Dos grandes ojos rectangulares que me arrojan luz en pleno rostro cada cinco segundos. Mi cuerpo se posa, estoy tendida sobre algo suave y denso. Unas sábanas, creo. Decenas y decenas de grandes sábanas blancas que me envuelven como mortajas. Tengo la impresión de estar muerta, de que me entierran. Debajo de mí y a mi alrededor oigo un gruñido, un ruido indefinido, metálico, agresivo, hasta que todo se detiene. Luego veo cómo me cae encima una enorme cascada. Parece brotar del cielo negro y me sumerge. Agonizo, me siento morir. Y yo… —Sus dedos aferraban con fuerza el vaso de plástico. Meneó la cabeza—. Y eso es todo… Fin de la pesadilla. Cada vez, me despertaba en la cama con la sensación de estar ahogándome, sin resuello y empapada en sudor. Era horrible y, por suerte, hace tiempo que ya no me acosa esa pesadilla.

Se frotó las manos. Lucie trataba de comprender el sentido de la pesadilla, en vano. Acabó de escribir y decidió cambiar de rumbo.

—¿Le dice algo la estación de esquí de Grand Revard?

A la joven le llevó un tiempo responder.

—Sí, por supuesto. Yo… Fui allí a menudo, hasta que abandoné definitivamente el esquí, un año antes de mi ahogamiento en el lago.

Lucie garabateó de nuevo en su cuaderno. Esta vez había obtenido algo muy concreto y tenía la sensación de que fue allí donde el asesino, de una manera u otra, se procuró las llaves de la vivienda de las víctimas.

—Supongo que se alojaba en un hotel. ¿En cuál?

—En Les Barmes.

—¿Nunca se alojó en Le Chanzy?

—No, no. Siempre en Les Barmes. Estoy segura.

Lucie anotó el nombre, decepcionada. En ese aspecto, no había ningún punto en común con las otras víctimas. La policía reflexionó e hizo otras preguntas acerca de sus estancias en la estación de esquí, sin averiguar nada significativo.

Pronto agotó las ideas y tuvo la sensación de que Lambert ya no le descubriría nada nuevo. Sin embargo, no podía marcharse derrotada, no podía abandonar aquella pista. En aquel momento, no.

La palabra «pista» resonó en su cabeza y la llevó a plantear una última pregunta.

—Me ha dicho que abandonó definitivamente el esquí. ¿Por qué? ¿A causa de qué? ¿O a causa de quién?

Lambert se arremangó el jersey y mostró una gran cicatriz.

—Me rompí el codo al bajar por una pista negra en Grand Revard. Es la vez que más miedo he tenido en mi vida. Desde entonces, me ha sido imposible volver a ponerme unos esquíes.

Lucie se incorporó, al acecho. Se le había encendido una bombilla en la cabeza.

—Después de ese accidente, ¿la llevaron a alguna clínica u hospital?

—Sí. Al hospital… mmm… Les Adrets, me parece, en Chambéry.

Lucie marcó el nombre en su cuaderno. Recordó los mapas de la guía de carreteras: Chambéry se hallaba justo debajo de Aix-les-Bains, en pleno centro del radio de acción del asesino. Se puso en pie y sacó su teléfono móvil.

—¿Christophe Gamblin le hizo esta pregunta?

—No, no lo recuerdo.

—Ahora vuelvo.

Una vez fuera, telefoneó a Chénaix. Intercambiaron unas palabras y Lucie le explicó el motivo de su llamada.

—Vuelvo sobre el tema de las víctimas de los lagos. ¿Recuerdas los informes que envió por fax el Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble?

—Iba a llamarte por lo mismo, tengo noticas. Pero tú primera. ¿Has descubierto algo?

—Eso creo. Por desgracia, no tengo delante los informes de la autopsia, pero ¿podrías decirme rápidamente si las esquiadoras asesinadas presentaban alguna fractura? ¿El tipo de herida que uno puede hacerse esquiando?

—Espera un segundo…

Lucie oyó el crujido de las hojas al pasar. Iba de un lado a otro, congelada, frente al
fast food
.

—Sí, lo tengo… Veamos… la clavícula en el caso de una y la tibia en el de la otra. Esas son las heridas más notables. Hay muchas más y…

—¿A la policía podría haberle pasado por alto la pista de un hospital en el que ambas hubieran sido atendidas?

Hubo un silencio.

—Evidentemente. Todos los esquiadores sufren caídas, por buenos que sean. Y, a la vista de la recalcificación de los huesos, mi colega estimó que la aparición de esas fracturas se remontaba a un año antes de la fecha de fallecimiento en una de ellas y aún más tiempo en el caso de la otra. En resumidas cuentas, nada que pudiera haber llamado la atención de nuestros colegas de Grenoble, a mi entender. Los informes de autopsia tienen más de sesenta páginas y están repletos de datos de este tipo. En la mayoría de las ocasiones, vosotros, los polis, ni siquiera os los leéis. ¿Crees que hay algo que investigar?

—¿Si lo creo? Estoy casi segura de ello. ¿Podrías comprobar si las dos víctimas fueron atendidas en este hospital? Se llama Les Adrets, en Chambéry.

—Lo siento, tengo el mismo poder que tú para acceder a ese tipo de información, está protegida por el derecho a la privacidad, así que no puedo hacer nada, pero… Espera un segundo. Eso de Les Adrets me suena. Es un centro hospitalario regional muy grande, ¿no?

—No lo sé.

Lucie oyó los clics del ratón.

—Sí, eso es —dijo el forense—. Por lo que veo en internet, ese hospital tiene fama desde hace tiempo por su servicio de cirugía cardiaca. Hay muchos italianos y suizos que cruzan la frontera para operarse allí. Sus equipos médicos se encuentran entre los precursores de una técnica operatoria muy particular: la cardioplegia fría.

—¿En qué consiste?

—En inyectar un líquido muy frío que provoca el paro voluntario del corazón, para facilitar la intervención quirúrgica. Después de la operación, vuelve a ponerse el músculo en funcionamiento progresivamente, mediante el proceso inverso: se calienta la sangre.

Esas explicaciones médicas resonaban en la mente de Lucie. Paro del corazón por el frío, puesta en marcha del músculo por calentamiento… La muerte, la vida, el frío… Unas analogías perfectas con lo sucedido en los lagos. No podía tratarse de una coincidencia. La policía tenía ya casi la certeza de que el asesino trabajaba —o había trabajado— en ese hospital. Probablemente se habría cruzado con las víctimas en el momento de sus accidentes de esquí. ¿Había dado también Christophe Gamblin con esa pista?

—Muchísimas gracias, Paul. ¿Decías que ibas a llamarme?

—Sí. Acabo de recibir los análisis toxicológicos de la víctima del congelador. ¿Recuerdas toda esa agua que tenía en el estómago y la vejiga?

—Sí.

—Era salada, con una proporción de microbios y bacterias absolutamente demencial. Los técnicos del laboratorio han hallado incluso restos microscópicos de queratina, escamas de piel y pelos de diversos individuos.

Lucie se había olvidado del frío que la rodeaba y le sonrojaba las mejillas. Estaba inmóvil, en medio del aparcamiento, con el teléfono pegado a la oreja.

—¿Pelos de diversos individuos? ¿Qué significa eso?

—No puedo ser taxativo al cien por cien, pero tengo la sensación de que podría tratarse de agua bendita.

—¿Agua bendita?

—Es una suposición que me parece razonable. ¿En qué tipo de agua salada pueden hallarse desechos orgánicos de diversas personas?

—¿En la de una fuente? ¿En la del mar?

—El agua de las fuentes no es salada y el agua del mar contiene otros elementos. No. Esa agua debía de hallarse en una pila de agua bendita o en algún lugar donde la gente sumerge la mano. En mi opinión, tu asesinó lo obligó a hartarse de agua para expulsar al diablo.

Lucie se quedó sin palabras. Reflexionó un instante y preguntó:

—¿Y en los otros estómagos? ¿En los de las víctimas de los lagos? ¿También aparece ese tipo de…?

—Ya veo adónde quieres ir a parar, pero en los informes no se especifica nada. Bueno, te dejo. De hecho, ayer ya me perdí a Madonna y mi mujer no me la grabó. ¡No hay derecho!

Chénaix colgó. Aún estupefacta por la revelación, la policía subió al restaurante a toda velocidad. Ahora agua bendita, para expulsar al diablo. Dejó esa aberración de lado y se dijo que había dado seguramente con el punto en común entre las diversas víctimas: el hospital de Les Adrets. Aún ignoraba el móvil real del asesino, pero sabía que se hallaba en el buen camino.

Vació la bandeja de su comida en la basura y le dio las gracias a Lise.

Una vez encerrada en la tranquilidad de su coche, llamó a Nicolas Bellanger y le explicó sus descubrimientos. Quería dirigirse a Chambéry para proseguir la investigación. Sin embargo, su jefe de grupo prefería analizar antes la situación y eventualmente comunicarle los avances al Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble, puesto que ellos habían iniciado el caso. Lucie hizo gala de su mejor oratoria para tratar de convencerlo, pues lo conocía bien: si la Criminal de París llegara a resolver el caso, Bellanger ganaría puntos ante el director de la policía judicial. Además, certificó que, con lo que había descubierto, obtendrían sin ninguna dificultad el 18 - 4, una mención del fiscal en la comisión rogatoria que ampliaría su ámbito de competencias fuera de París y sus alrededores. Así podría hacer pesquisas en la región de RódanoAlpes sin infringir el reglamento y sin que el Servicio Regional de la Policía Judicial de Grenoble se inmiscuyera en ellas por el momento. Siguieron hablando cinco minutos más y Lucie colgó con una media sonrisa en los labios. Sabía que había ganado la partida.

Pero enseguida se le encogió el corazón. Tal vez fuera a atrapar con sus propias manos a un asesino de mujeres, escondido entre las montañas desde hacía más de diez años.

17

M
ientras hablaba con Sharko, Lucie iba y venía por la habitación del apartamento de L’Haÿ-les-Roses. Estaba llenando una de las viejas maletas de su compañero, una inmunda bolsa de piel que, por lo menos, tenía ruedecillas.

—Podría haberme apañado con Levallois, ¿sabes? Grenoble no está en el fin del mundo, además.

Metió en una riñonera el gel antiinflamatorio que se aplicaba regularmente en el tobillo.

—Y, además, me parece que Nicolas, cuando no te tiene a su lado, se siente desbordado.

—¿Te lo ha dicho Nicolas?

Lucie lo miró atónita. No le gustaba el tono que había empleado, pero prefirió guardárselo para sus adentros.

—No, pero parecía evidente que te quería a su lado.

Sharko se dirigió hacia la ventana, con las manos a la espalda. Suspiró en silencio.

—Coge más ropa, por favor. Imagínate que mañana aún no hayamos conseguido nada. Por lo menos podremos pasar el fin de semana allí. Chambéry es una ciudad muy bonita. Y como ni tú ni yo tenemos nada previsto para el fin de semana… ¿A menos que el domingo tengas que ir a algún sitio?

Lucie frunció el ceño. Eso ya era demasiado.

—Te has puesto muy raro de golpe. Las vacaciones en Guadalupe y ahora Chambéry. Estamos avanzando en la investigación. Un chiquillo ha desaparecido, ¿y quieres irte lejos de aquí? ¿Por qué intentas por todos los medios alejarme de París? Y, además, abandonar una investigación no es algo propio de ti.

—No pienso abandonar nada. Te recuerdo que no somos los únicos que trabajamos en ello. Solo pienso un poco en nosotros, eso es todo.

El comisario miró a través de la ventana, que daba directamente al parque de La Roseraie. Ya caía la noche y los árboles se doblegaban bajo el peso de la nieve. Recorrió las aceras con ojo avizor y se volvió hacia Lucie y luego hacia el vestidor.

—No olvides mi corbata antracita y el traje que hace conjunto. Siempre me lo pongo para las grandes ocasiones y si, por una de esas casualidades, atrapamos a ese cabrón, será una de ellas.

Una hora más tarde estaban en la carretera. El trayecto hacia el sur no se presentaba muy alegre. Aunque Sharko, a la luz de la lamparilla del habitáculo, estuviera inmerso en la lectura del diario
Le Figaro
, Lucie sentía que estaba agitado y tenía la cabeza en otras cosas. No se comportaba como de costumbre, algo le preocupaba, una inquietud que iba más allá de la investigación. ¿Se debería a ese hijo que no lograban concebir? ¿Estaría Franck herido en su amor propio? ¿Y si fracasaban de nuevo en esta ocasión? Lucie se dijo que tal vez deberían contemplar la posibilidad de unos exámenes más pormenorizados. Ella ya tenía cerca de cuarenta años y quizás ya no fuera capaz de procrear o tal vez el drama de sus hijas le hubiera estropeado el interior del vientre. Y quizá por todo ello Franck estaba enojado con ella sin ser capaz de confesárselo abiertamente.

—¡Aquí no hay nada, joder!

Sharko arrojó con rudeza el periódico en la guantera. Se volvió a un lado y pronto se durmió. Lucie se concentró en la carretera, mientras entre las tinieblas se adivinaban ya los primeros valles.

Antes de partir, había tratado de ponerse en contacto con Amandine Perloix, la segunda superviviente del lago. Al parecer, vivía en un pueblo de Provenza. Lucie no encontró la manera de hablar con ella, pero si fuera necesario iría a su casa. Igual que hizo, probablemente, Christophe Gamblin.

Los dos compañeros cenaron a toda prisa en la cafetería de un área de servicio de la autopista, a la salida de Lyon. Pasta tibia, carne picada y un pastel seco: rancho para el ganado.

Cuando Sharko se puso al volante, el trayecto por la autopista se convirtió en un calvario. Se vieron rodeados de turistas aparecidos de la nada. Coches cargados hasta los topes, llenos de niños que gritaban en los asientos traseros y con los esquíes sobre el techo. Pero eso no era lo peor. El colmo era una especie de bruma que entelaba los parabrisas, fatigaba la vista y parecía helar la calzada. La temperatura exterior era de -1 °C, la carretera se volvía muy peligrosa y, en los tres carriles, los vehículos ya no circulaban a más de cincuenta kilómetros por hora. El Peugeot 206 de Lucie pasó junto a las montañas de las que se adivinaba la extraordinaria blancura y recorrió extensiones negras hasta llegar por fin a Chambéry, hacia medianoche. La ciudad parecía un enorme gato acurrucado sobre un lecho de roca.

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