Atomka (47 page)

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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Atomka
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Su jefe de grupo estaba junto a un técnico llamado Mickaël Langlois. Los dos hombres estaban alrededor de uno de los acuarios de Léo Scheffer. Sobre una mesa alicatada, en un recipiente transparente, dos animales se agitaban a sus anchas en el agua.

Tras los saludos de rigor, Mickaël Langlois entró en el meollo de la cuestión:

—Estos seres vivos un poco extraños son hidras. Son pequeños animales de agua dulce, de la rama de los cnidarios, en la que se encuentran también las medusas, los corales o las anémonas.

Lucie se aproximó más, con el ceño fruncido. Nunca había visto ni siquiera oído había hablar de ese animal. Pensó inmediatamente en el monstruo legendario, la hidra de Lerna, cuyas cabezas se regeneraban cada vez que se las cortaban. Esos minúsculos organismos, de color blanquecino, se le parecían, con siete u ocho filamentos que se agitaban como los cabellos de una gorgona.

—¿Es raro?

—No mucho. Suelen abundar en aguas salvajes y estancadas, y se encuentran sobre todo debajo de los nenúfares. Pero es muy difícil verlas porque en cuanto se las saca del agua se aplanan y se quedan completamente inmóviles.

Mickaël Langlois cogió un escalpelo.

—Mirad esto.

Acercó la hoja a una hidra y la cortó en dos. La parte superior contenía la cabeza y los tentáculos y la inferior el tronco y el pie. Los dos trozos siguieron agitándose, como si nada.

—De hoy a mañana, se habrán regenerado completamente dos hidras, a partir de esos dos trozos. Es una de las extraordinarias particularidades de este animal: sea lo que sea lo que se le corte, un tentáculo, un trozo de tronco o cualquier otra parte, acabará dando una hidra completa, con boca, nuevos tentáculos y cabeza. Hice la prueba ayer. Las dos hidras que veis en este recipiente proceden del mismo individuo, el de la derecha. El de la izquierda crecerá y acabará teniendo el mismo tamaño que su vecino. Genéticamente, poseen exactamente el mismo ADN. Son clones.

Sharko quedó subyugado ante aquel curioso espectáculo de la naturaleza. Ya había oído hablar de algo semejante con la cola de las lagartijas o los brazos de las estrellas de mar, pero nunca de una reconstrucción integral a partir de cualquier trozo.

—Es increíble. ¿Cómo funciona?

—El proceso completo aún es un misterio, pero digamos que comienzan a desvelarse los primeros secretos. Todos los seres vivos están programados para envejecer y luego morir, eso forma parte de la evolución y del necesario equilibrio de las especies. Profundamente anclado en nuestros genes, existe un fenómeno llamado apoptosis o «suicidio celular». Las células están programadas para morir. Al contrario de lo que podría parecer, la apoptosis es necesaria para la supervivencia de nuestra especie. A lo largo de una vida, los diversos programas genéticos aumentan la muerte de las células y frenan su regeneración. Eso es lo que produce la vejez y luego la muerte.

Con la punta del escalpelo, estimuló delicadamente la mitad superior de la hidra. Los tentáculos se apartaron como una hoja de papel al quemarla.

—Cuando se corta una hidra, en un primer momento los dos fragmentos mueren. Sin embargo, en este animal la apoptosis que se desencadena estimula la proliferación de células vecinas de reconstrucción. De una manera que aún no alcanzamos a comprender, la vida le gana entonces la partida a la muerte. Y, en cierta medida, el animal renace.

La muerte de las células, el renacimiento… Lucie recordaba las palabras del especialista en cardioplegia fría acerca de la muerte somática y luego celular. Esos diversos estratos de degradación conducían a un punto de no retorno. Trató de ordenar las piezas del rompecabezas, convencida de que toda aquella historia giraba en torno a ese combate contra la muerte. Pensó en las fotos de los niños sobre la mesa de operaciones y preguntó:

—Los niños llevaban una hidra tatuada o, más concretamente, un símbolo que representaba una hidra. Si tuviéramos que tomar la hidra como símbolo de alguna causa, combate o creencia, ¿qué representaría? ¿El renacimiento? ¿La regeneración? ¿El clonado?

—La inmortalidad —respondió el especialista sin pensarlo dos veces—. El poder de vivir a lo largo del tiempo dentro de un mismo cuerpo, sin envejecer. Por eso interesa tanto a los investigadores. Sí, hoy se la considera el mito viviente de la inmortalidad.

Los policías se miraron. Sharko recordó el fresco de la serpiente que se mordía la cola, en el baño de Scheffer: Ouroboros, uno de los símbolos de la inmortalidad. Y todos aquellos relojes y péndulos, colgando de las paredes de su casa, e incluso el reloj de arena gigante: el recuerdo del tiempo que pasa y que nos acerca ineluctablemente a la muerte.

Bellanger iba y venía, con una mano en el mentón.

—Tal vez no fuera un trucaje —se dijo para sí. Alzó una mirada preocupada hacia sus subordinados y aclaró sus ideas—: Esas dos fotos del mismo niño, que están separadas por seis o siete años en el tiempo, tal vez solo representan la realidad. La de un niño que, como una hidra, no habría envejecido.

Todos eran conscientes de hasta qué punto la suya parecía una conversación de dementes y, sin embargo, los hechos estaban allí, sobre la mesa, incomprensibles. ¿Qué secretos había descubierto Dassonville hasta el punto de renegar de Dios y eliminar a sus hermanos de corazón? ¿Qué pudo precipitar a Scheffer a abandonar Estados Unidos y crear una organización para traer a Francia a niños de Ucrania?

Sharko meneaba la cabeza, no quería creerlo. La inmortalidad no era más que una quimera, no existía y jamás existiría entre los hombres. ¿Qué ocultaba aquel maldito manuscrito?

—Visualmente, he constatado que las hidras de los acuarios situados a mano derecha parecían mucho menos vigorosas, como si… estuvieran muriéndose —dijo el especialista—. He enviado tejidos de las diferentes hidras a un laboratorio de biología celular y he logrado tomar muestras del agua. En uno y otro caso, espero que en cosa de uno o dos días puedan decirnos algo. Esta historia me intriga tanto como a vosotros.

—¿Y en cuanto al contenido del congelador?

—Lo están analizando.

Sonó un teléfono. El de Bellanger.

Lucie seguía allí, inmóvil, frente a la parte inferior de la hidra, que brotaba ya como una planta en primavera. Un pequeño organismo lleno de vida que no deseaba morir de ninguna manera.

Porque no hay nada peor que la muerte. Y no solo cuando se lo lleva a uno por delante, sino incluso cuando se sobrevive a ella.

Lucie había sobrevivido a la muerte de sus gemelas.

Y la vida se lo recordaba cruelmente a diario.

60

L
os tenientes Robillard y Levallois tenían nuevas noticias. Por eso, nada más regresar al 36, Nicolas Bellanger organizó una reunión con sus cuatro subordinados. Cerró la puerta que daba a su
open space
, mientras Lucie traía café para todos.

Tuvieron que encender las luces pues estaba muy oscuro debido a los nubarrones que cubrían el cielo. Los rostros de los cinco policías estaban marcados por el cansancio y las largas jornadas que habían vivido. Robillard debería estar con su familia desde el día anterior, pero seguía allí, indagando hasta el último detalle, a pesar de las broncas de su mujer y los «¿Dónde estás, papá?». Sharko acababa de pasar por el despacho de Basquez, que aún no había logrado hallar ningún indicio probatorio del asesino de Gloria. El capitán de policía había escuchado finalmente al comisario y había puesto un coche de guardia ante la residencia de L’Haÿ-les-Roses.

En cuanto a Lucie, tenía ya los billetes electrónicos a Ucrania, así como la reserva en el hotel Sherbone en Kiev. El avión despegaba en dirección a la capital ucraniana a las seis y dos minutos de la tarde. En administración se encargaban de organizar de la mejor manera posible su periplo con la colaboración de Vladimir Ermakov, el guía traductor de la asociación.

Y pensar que al día siguiente era Nochebuena…

Una Nochebuena que no sería como las demás, porque la celebrarían a la luz de un reactor nuclear que mató a millones de personas. Había mejores destinos de vacaciones de invierno.

El teniente Levallois bebió un sorbo de café y comenzó:

—He recibido respuesta de los organismos sanitarios especializados en contaminación radiactiva. El niño presentaba un nivel de cesio 137 de 1.400 becquereles por kilo.

—Mil cuatrocientos —repitió Sharko—. Es el número inscrito en su tatuaje. Está marcado con el nivel de cesio que tiene en su cuerpo. Eso confirma que toda nuestra historia está relacionada con esa mierda…

Levallois prosiguió sus explicaciones:

—El becquerel es una unidad de medida radiactiva. Para daros una idea de ese nivel, si el chiquillo pesa treinta kilos, significa que posee más de cuarenta mil partículas de energía emitidas por su cuerpo cada segundo.

Cuarenta mil. Todos trataron de estimar en silencio qué suponía aquello.

—E incluso muerto, seguirá emitiéndolas. Su esqueleto seguirá desprendiendo radiactividad dentro de diez o veinte años. Y si se le incinera, en ese caso cada miligramo de ceniza, diseminado por el viento, generará impulsos como la luz de un faro. Siempre y para siempre.

Lucie apretó los dientes. El reactor de Chernóbil explotó veintiséis años atrás, pero su espectro seguía habitando en cada uno de esos niños. Levallois prosiguió:

—Hay que saber que por encima de los veinte becquereles por kilo la salud comienza a resentirse a largo plazo. Los organismos sanitarios han confirmado lo que ya sabíamos: esos niveles de contaminación solo pueden proceder de lugares muy afectados por la nube radiactiva, donde hubo precipitaciones. Han sido muy precisos. ¿Y adivináis qué han utilizado? Unos mapas fijados por la Fundación de los Olvidados de Chernóbil.

De nuevo la fundación… El teniente tendió una hoja de formato A4 a Bellanger.

—Este mapa, que me han enviado por correo electrónico, se ha creado a partir de las condiciones meteorológicas de después de la catástrofe. Donde hay manchas más oscuras son los lugares donde hay más probabilidad de encontrar cesio en el suelo. Como veis, es muy vasto. Las mayores manchas oscuras se extienden por Rusia, Bielorrusia y Ucrania. —Señaló con el índice un punto en concreto del mapa—. Sin embargo, aquí hay una mancha muy oscura, al Oeste de la central nuclear. En el lugar por donde el autobús pasó a buscar a los niños. Así que está confirmado que el niño del hospital se escondió en el maletero en ese perímetro.

Lucie observó el fragmento de mapa con detenimiento; tenía frente a ella la expresión de la nada. Interminables espacios vírgenes, desiertos y algunos puntos de vida que persistían, en medio de las tinieblas. Unos grandes círculos oscuros indicaban los alucinantes niveles de contaminación de cesio 137, como las manchas cancerosas en un pulmón. En definitiva, no eran más que el recuerdo de la situación meteorológica posterior al 26 de abril de 1986 y de las terribles lluvias mortíferas. La policía se estremeció. ¿Cómo podía haber gente que aún viviera en medio de la radiactividad?

—Y seguro que ahí es adonde fue Valérie Duprès —dijo ella—. Y donde desapareció.

Su comentario provocó un silencio. Todos bebieron un sorbo de café que les dejó un sabor amargo en la boca. Sharko rompió el silencio.

—¿Has podido echar un vistazo a las carpetas clasificadoras que nos proporcionó el director de la asociación? ¿Aparecen ahí nuestro niño o alguno de los de la mesa de operaciones?

—No, ninguno.

—¿Y habéis podido investigar la fundación de Scheffer?

Robillard asintió.

—Limpia y transparente, de buenas a primeras. Por lo que he podido encontrar en la red, hay un centenar de donantes importantes del mundo entero que aportan fondos, principalmente para financiar los centros de diagnóstico y las oficinas de Níger. Hay empleados de la fundación que trabajan sobre el terreno en colaboración con Greenpeace u otras reputadas ONG. Se desconoce el monto de esas inversiones exteriores pero, a la vista de la clientela, debe de ser importante: ricos hombres de negocios, jefazos de grandes empresas o de multinacionales, todo procedente del extranjero, principalmente de Estados Unidos. Entre los donantes figura incluso Tom Buffett, el multimillonario de Texas que se pagó un viaje al espacio el año pasado. He puesto a trabajar en ello a la brigada financiera, porque de lo contrario será difícil meter ahí la nariz. En mi opinión, si la fundación tiene algo que reprocharse, el acceso a los datos sensibles debe de estar muy protegido.

—Con «algo que reprocharse», ¿te refieres a malversación de fondos?

—Claro. Se crean actividades que sirvan de pantalla y puestos de trabajo falsos y la mayor parte del dinero se destina a financiar otra cosa. Según las primeras informaciones que han obtenido los de la Financiera, Scheffer dispone de varias cuentas en Suiza. En cuanto a la asociación, no le cuesta demasiado dinero, ya que de los chavales se ocupan las familias de acogida. Y cuentan con muchos voluntarios.

Los policías se habían ido apartando un poco los unos de los otros y cada uno reflexionaba por su lado.

—¿Por qué tipos como Buffett iban a dar dinero para centros de diagnóstico en lo más remoto de Níger? —dijo Bellanger—. No veo la lógica.

—No tiene lógica si nos quedamos en la superficie —respondió Lucie—. Al igual que no tenía ni pies ni cabeza que Scheffer, en 1975, se ocupara del aprovisionamiento de alimentos de su centro de Las Luces para echar en ellos avena radiactiva. Ese tipo es un diablo. Tras esa fundación, hay niños operados a corazón abierto sobre mesas metálicas. Y está también ese manuscrito, y todo lo que se desprende de él. Dos periodistas y un niño han muerto por ello.

—Valérie Duprès tal vez aún esté viva…

—¿Estás de cachondeo? ¿Aún lo crees posible?

Bellanger apretó los dientes. Pascal Robillard alzó un dedo para pedir la palabra.

—Si os gusta, aún tengo más y de primera.

Todas las miradas recayeron de nuevo sobre él. Sostenía en la mano un palo de regaliz mascado.

—He recibido respuesta de Interpol. El agregado de seguridad interior de Rusia, Arnaud Lachery, ha hecho un buen trabajo.

—No me extraña, ese tipo era un buen poli —dijo Sharko.

—Después de aterrizar en Moscú, Léo Scheffer tomó un vuelo interior hacia una ciudad llamada… —leyó en un papel—: Cheliabinsk. Está situada a mil ochocientos kilómetros al este de Moscú. Un monstruo soviético de más de un millón y medio de habitantes.

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