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Authors: Bernard Minier

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Bajo el hielo (52 page)

BOOK: Bajo el hielo
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Antes escribía un diario. En él contaba mi vida de cada día. Lo rompí y lo tiré. ¿Qué sentido habría tenido escribir un diario después de ESO? Esos canallas no solo me destrozaron el futuro, sino que también han ensuciado para siempre mi pasado.

Comprendió que Alice no había podido decidirse a tirar los cuadernos: ese era el único lugar quizá donde aparecería alguna vez lo que había ocurrido. Al mismo tiempo, quería asegurarse de que sus padres no los encontraran. Por eso había ideado el escondrijo… Probablemente sabía que sus padres dejarían intacta su habitación después de su muerte, o cuando menos confiaba en que así fuera. Como también debía de confiar, de manera inconsciente, en que alguien encontrara un día los cuadernos… Sin duda no imaginaba que transcurrirían todos esos años y que el hombre que los exhumaría sería un perfecto desconocido. En cualquier caso, ella no había optado por «castrar a los cabrones», no había optado por la venganza. Pero otra persona lo había hecho por ella… ¿Quién? ¿Su padre, que lloraba también la muerte de su madre? ¿Otro pariente? ¿O bien un niño agredido que no se había suicidado pero que se había transformado en un adulto rebosante de rabia, aquejado de una sed de venganza imposible de saciar?

Al finalizar la lectura, Servaz alejó de sí los cuadernos y salió al balcón. Se asfixiaba. Aquella habitación, aquella ciudad, aquellas montañas. Habría querido encontrarse lejos de allí.

Una vez hubo desayunado volvió a subir a la habitación. En el cuarto de baño llenó de agua el vaso y tomó dos de las pastillas que le había dado Xavier. Sentía fiebre y náuseas y la frente bañada en sudor. También tenía la impresión de que le había sentado mal el café que acababa de tomar. Después de una prolongada ducha muy caliente se vistió, cogió el móvil y salió.

El Cherokee estaba aparcado un poco más abajo, delante de una tienda de licores y
souvenirs
. Caía una lluvia compacta y fría que acribillaba la nieve, y el ruido del agua que se filtraba en el alcantarillado invadía las calles. Sentado frente al volante del Jeep, llamó a Ziegler.

* * *

Aquella mañana, Espérandieu descolgó el teléfono en cuanto llegó a la brigada. Su llamada resonó en un edificio de diez pisos en forma de arco situado en el número 122 de la calle Château-des-Rentiers (un nombre predestinado), en el distrito XIII de París. Le respondió alguien con un leve acento extranjero.

—¿Cómo va, Marissa? —preguntó.

La comandante Marissa Pearl trabajaba en la brigada de represión de la delincuencia económica, en la subdirección de asuntos económicos y financieros. Su especialidad era la delincuencia de guante blanco. A Marissa no había quien la pillara en cuestiones de paraísos financieros y fiscales, blanqueo de dinero, corrupción activa y pasiva, licitaciones engañosas, desvío de fondos, tráfico de influencias, multinacionales y redes mafiosas. También era una excelente pedagoga que había suscitado el apasionado interés de Espérandieu con la clase que había dado en la escuela de policía. Él había hecho numerosas preguntas durante la misma. Después habían tomado una copa y había descubierto otros intereses comunes: Japón, los cómics independientes, el rock
indie
… Espérandieu había añadido a Marissa a sus contactos y ella había hecho lo mismo: en su oficio, una buena red de corresponsales permitía a menudo dar alas a una investigación atascada. De vez en cuando intercambiaban saludos por medio de un e-mail o una llamada, a la espera del día en que uno de ellos necesitaría tal vez los favores del otro.

—Me estoy afilando los colmillos con un gran patrono de la bolsa —respondió ella—. Es mi primer caso de esta envergadura, así que me están poniendo bastantes trabas. ¡Pero no puedo hablar de eso!

—Te vas a convertir en el terror de la bolsa, Marissa —la tranquilizó.

—¿Qué necesitas, Vincent?

—¿Tienes algo sobre Éric Lombard?

—¡Vaya! —exclamó Marissa tras un minuto de silencio—. ¿Quién te ha pasado el soplo?

—¿Sobre qué?

—No me digas que es una casualidad. El tipo sobre el que estoy trabajando es Lombard. ¿Cómo te has enterado?

Captó que se estaba poniendo recelosa. Los trescientos ochenta policías de la brigada financiera se movían en un universo algo paranoico: estaban demasiado habituados a tratar con políticos corruptos y altos funcionarios comprados, pero también con maderos y abogados sobornados que se situaban a la sombra de las grandes empresas multinacionales.

—Hace unos diez días mataron al caballo favorito de Lombard, aquí en los Pirineos, mientras él estaba de viaje en Estados Unidos. A ese crimen lo han sucedido dos asesinatos en la zona y se cree que los casos guardan relación, que se trata de una venganza. Por eso intentamos averiguar lo más posible sobre Éric Lombard y, sobre todo, saber si tiene enemigos.

Cuando Marissa volvió a tomar la palabra, notó que se relajaba un poco.

—¡Entonces se puede decir que tienes una suerte monumental! —Espérandieu adivinó que la mujer sonreía—. Estamos revolviendo el fango, a raíz de una denuncia, y no te puedes imaginar todo lo que aflora a la superficie.

—Supongo que es estrictamente confidencial…

—Exacto, pero si veo algo que pudiera tener alguna relación con tu caso, te lo haré saber, ¿de acuerdo? ¿Dos asesinatos y un caballo? ¡Qué cosa más rara! Ahora no tengo mucho tiempo. Me tengo que ir.

—¿Puedo contar contigo?

—Sí. En cuanto tenga algo interesante para ti, te lo transmito. Y me debes una, por supuesto. Que quede claro que yo no te he dicho nada y que no sabes en qué estoy trabajando. Mientras tanto, ¿quieres saber la mejor? Lombard pagó menos impuestos en 2008 que el panadero de debajo de mi casa.

—¿Cómo es posible?

—Muy sencillo: dispone de los mejores abogados expertos en fiscalidad, que conocen al dedillo cada uno de los 486 refugios fiscales que existen en este maravillo país, fundamentalmente en forma de créditos de impuesto. El principal corresponde a los territorios de ultramar, claro está. Grosso modo, las inversiones efectuadas en ultramar permiten unas reducciones de impuestos de hasta el 60 por ciento en el sector industrial e incluso de un 70 por ciento para la reforma de hoteles y barcos deportivos. Además, no hay límite para las cantidades invertidas y por lo tanto, tampoco en las reducciones. Esas inversiones buscan, por supuesto, la rentabilidad a corto plazo y se desentienden totalmente de la viabilidad económica de los proyectos. Y claro está, Lombard no invierte en operaciones ruinosas: recupera su dinero de una manera u otra. Si a eso se añaden los créditos de impuestos al amparo de los convenios internacionales que evitan la doble imposición, la compra de obras de arte y toda una serie de argucias contables como la suscripción de préstamos para volver a comprar acciones de su propio grupo, ya no hay necesidad de instalarse en Suiza o en las Islas Caimán. Al final, Lombard paga menos impuestos que un contribuyente que gana la milésima parte de lo que ingresa él. ¿No está mal, eh, para tratarse de una de las diez grandes fortunas de Francia?

Espérandieu se acordó de lo que le había dicho Kleim162: las consignas de las instituciones financieras internacionales como el FMI y de los gobiernos era «crear un ambiente propicio a la inversión», o lo que es lo mismo, desplazar la carga fiscal de los más ricos hacia las clases medias. O, como había declarado cínicamente una millonaria americana encarcelada por fraude fiscal: «
Only little people pay taxes
». Tal vez debería presentar a Marissa y su contacto: estaban predestinados a entenderse.

—Gracias, Marissa, por haberme bajado la moral para el resto del día.

Se quedó un momento contemplando la pantalla. Se estaba preparando un escándalo que implicaba a Lombard y a su grupo… ¿Tendría aquello alguna relación con su investigación?

* * *

Ziegler, Propp, Marchand, Confiant y D'Humières escucharon a Servaz sin chistar. Ante sí había cruasanes y panecillos que había ido a buscar un gendarme a la panadería más cercana. También disponían de té, café, latas de refrescos y vasos de agua. Tenían, asimismo, otra cosa en común: el cansancio que se traslucía en las caras de todos.

—El diario de Alice Ferrand nos abre una nueva vía —concluyó Servaz—, o más bien confirma nuestras hipótesis, la de una venganza. Según Gabriel Saint-Cyr, una de las pistas que se había planteado a raíz de los suicidios fue la de abusos sexuales. Se abandonó por falta de pruebas. Ahora bien, si damos crédito a este diario, diversos adolescentes fueron efectivamente víctimas de violaciones y malos tratos en la casa de colonias Los Rebecos, que en ciertos casos los llevaron al suicidio.

—Un diario que hasta el momento solo usted ha leído —observó Confiant.

Servaz se volvió hacia Maillard. Este recorrió la mesa distribuyendo varios fajos de fotocopias que depositó entre los vasos y los cruasanes. Algunos habían comido los suyos y dejado migas por todas partes, otros no los habían tocado.

—En efecto, por la simple razón que ese diario no estaba destinado a ser leído. Estaba muy bien escondido. Y, tal como les he dicho, no lo he descubierto hasta esta noche, gracias a un concurso de circunstancias.

—¿Y si fueran fabulaciones de esa niña?

—No lo creo… Podrán juzgarlo por sí mismos. Es demasiado real, demasiado preciso. Además, ¿por qué lo habría ocultado en tal caso?

—¿Adónde nos lleva todo esto? —preguntó el juez—. ¿Un niño que se venga en la edad adulta? ¿Un padre? ¿Qué pinta el ADN de Hirtmann en los escenarios del crimen? ¿Y el caballo de Lombard? ¡Nunca he visto una investigación tan embrollada!

—No lo es la investigación, sino los hechos —replicó Ziegler con voz tajante.

Cathy d'Humières se quedó mirando un largo instante a Servaz, con el vaso vacío en la mano.

—Gaspard Ferrand tiene un buen móvil para esos asesinatos —señaló.

—Como todos los padres de los que se suicidaron —contestó—. Y como todos los jóvenes a los que violaron los miembros de esa banda que no se suicidaron y sí llegaron a adultos.

—Es un descubrimiento muy importante —declaró por fin la fiscal—. ¿Qué sugiere usted, Martin?

—Lo más urgente sigue siendo encontrar a Chaperon. Esa es la prioridad. Antes de que lo localicen el o los asesinos… De todas maneras, ahora sabemos que los miembros de ese cuarteto hicieron de las suyas en la casa de colonias Los Rebecos. Debemos pues concentrar las pesquisas en ese centro… y en los suicidas, dado que ha quedado demostrado que existe un vínculo entre ellos y las dos víctimas y que el punto de intersección fue la casa de colonias.

—¿Incluso si dos de los suicidas no estuvieron nunca allí? —objetó Confiant.

—Me parece que esos cuadernos no dejan apenas margen de duda sobre lo que ocurrió allí. Es posible que a los otros dos adolescentes los violaran en otro lugar. Por otra parte, no sé si los miembros del cuarteto deben ser considerados como pedófilos… No hay ninguna evidencia de que agredieran a niños de corta edad, sino a adolescentes y jóvenes. Tampoco me corresponde a mí decir si eso cambia en algo las cosas.

—Chicos y chicas indistintamente, a juzgar por la lista de los suicidas —comentó Propp—. Pero tiene razón. Esos hombres no presentan realmente el perfil de los pedófilos… más bien el de predadores sexuales con una inclinación extrema por los juegos más perversos y el sadismo, si bien atraídos por la juventud de sus presas, sin margen de duda.

—Unos depravados de mierda —resumió con suma frialdad Cathy d'Humières—. ¿Qué piensa hacer para encontrar a Chaperon?

—No lo sé —reconoció Servaz.

—Nunca hemos afrontado una situación así —dijo ella—. Me pregunto si no deberíamos pedir refuerzos.

—Yo no me opongo —respondió Servaz ante la sorpresa general—. Tenemos que localizar e interrogar a todos los niños que pasaron por la casa de colonias y que son adultos en la actualidad, y a todos los padres que viven aún. Para llegar a establecer la lista se requiere un trabajo de hormiga. Se necesitan tiempo y medios, y el tiempo no lo tenemos. Hay que avanzar deprisa. Nos quedan pues los medios. Esa labor la puede realizar el personal suplementario.

—Muy bien —acordó D'Humières—. Según tengo entendido, la policía judicial de Toulouse está ya desbordada de casos en curso de investigación, con lo cual voy a tener que recurrir a la gendarmería —anunció mirando a Ziegler y a Maillard—. ¿Qué más?

—Las correas que se usaron para colgar a Grimm bajo el puente —dijo Ziegler—. La empresa que las fabrica se ha puesto en contacto conmigo. Las vendieron en una tienda de Tarbes… hace varios meses.

—O sea que no habrá cintas de vídeo disponibles —dedujo D'Humières—. ¿Venden muchas?

—Es un gran almacén especializado en material deportivo. Las cajeras ven pasar decenas de clientes cada día, sobre todo el fin de semana. No se puede esperar nada por ese lado.

—De acuerdo. ¿Qué más?

—La empresa que se ocupa de la seguridad del Instituto nos ha proporcionado la lista de su personal —continuó la gendarme—. He comenzado a examinarla y por el momento, no hay nada que destacar.

—Esta tarde van a realizar la autopsia de Perrault —señaló D'Humières—. ¿Quién se encarga?

Servaz levantó la mano.

—Después iré a ver a Xavier al Instituto —añadió—. Necesitamos la lista exacta de todas las personas que están en contacto con Hirtmann. También hay que llamar al ayuntamiento de Saint-Martin, para ver si pueden darnos la lista de todos los niños que estuvieron en la casa de colonias Los Rebecos. Por lo visto, esta dependía del ayuntamiento tanto desde el punto de vista administrativo como económico. Hay que indagar en dos frentes prioritarios: el Instituto y la casa de colonias. Debemos buscar si existe alguna relación entre ambos.

—¿Qué clase de relación? —preguntó Confiant.

—Imagine que se descubre que uno de los jóvenes de las colonias, una de las víctimas, es en la actualidad miembro del personal del Instituto.

Cathy d'Humières lo miró fijamente.

—Es una hipótesis interesante —convino.

—Yo me encargo de ir al ayuntamiento —anunció Ziegler.

Servaz la miró sorprendido. Había levantado la voz, cosa insólita en ella.

—De acuerdo. Pero la prioridad es encontrar a Chaperon, allá donde esté escondido. Hay que interrogar a su ex; es posible que sepa algo. También hay que revisar sus papeles. Quizás haya entre ellos facturas, recibos de alquiler o algo que nos conduzca a su escondite. Tú tenías cita con la ex de Chaperon esta mañana. Ve a verla y después ya irás al ayuntamiento.

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