Bajo el hielo (53 page)

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Authors: Bernard Minier

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Bajo el hielo
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—Bien. ¿Qué más? —inquirió D'Humières.

—El perfil psicológico —dijo Propp—. Había comenzado a trazar un retrato bastante preciso que tomaba en cuenta los elementos encontrados en los escenarios de los crímenes: el ahorcamiento, las botas, la desnudez de Grimm, etc. Lo que se cuenta en ese diario altera radicalmente mis hipótesis, de modo que voy a tener que rehacer el trabajo.

—¿Cuánto tiempo necesita?

—Ahora disponemos de suficientes elementos para avanzar con rapidez. Les entregaré mis conclusiones a partir del lunes.

—¿A partir del lunes? Esperemos que los asesinos no trabajen el fin de semana… —ironizó con sequedad D'Humières.

El sarcasmo tiñó de rojo las mejillas del psicólogo.

—Una cosa más. Ha hecho un buen trabajo, Martin. En ningún momento dudé de que había elegido correctamente al designarlo a usted.

Mientras hablaba, desplazó la mirada del policía para posarla en Confiant… que prefirió mirarse las uñas.

* * *

Espérandieu escuchaba
Many Shades of Black
de The Raconteurs cuando sonó el teléfono. Su atención se agudizó de manera notable cuando oyó la voz de Marissa, su contacto en la brigada financiera.

—Me has dicho que querías saber si habían ocurrido últimamente cosas extrañas que concernieran a Éric Lombard.

—Más o menos sí —confirmó, aunque recordaba haber formulado las cosas de una manera distinta.

—Puede que tenga algo. No sé si podrá servirte de ayuda. En principio no presenta ninguna relación con tu caso, pero se produjo no hace mucho y provocó un cierto trajín, según parece.

—Cuéntamelo pues.

Se lo contó. La explicación le llevó bastante rato. A Espérandieu le costó un poco comprender de qué iba: la cuestión giraba en torno a una suma de 135.000 dólares sustraída en los libros de cuentas de Lombard Media para un reportaje televisivo encargado a una sociedad de producción. Tras verificarlo en la citada sociedad, resultó que no se le había encargado ningún reportaje. La contabilidad ocultaba con toda evidencia una malversación de fondos. Cuando Marissa hubo terminado, Espérandieu se sentía decepcionado. No estaba seguro de haber comprendido bien y no veía qué ayuda podía prestarles. No obstante, había tomado algunas notas en un cuaderno.

—¿Qué, te sirve o no?

—No mucho —respondió—, pero gracias de todas formas.

* * *

En el Instituto reinaba un ambiente casi crispado. Diane había estado observando a Xavier toda la mañana, sin perderse el menor de sus actos y gestos. Parecía inquieto, tenso y al borde de la extenuación. En varias ocasiones se habían cruzado sus miradas. El sabía… O más concretamente, sabía que ella sabía. Aunque tal vez eran imaginaciones suyas. Conocía demasiado bien el sentido de las palabras «proyección» o «transferencia» como para estar segura.

¿Debía avisar a la policía? Aquel interrogante la había estado atormentando la mañana entera.

No estaba convencida de que la policía fuera a percibir una relación tan directa como ella entre aquel encargo de medicamentos y la muerte de ese caballo. Le había preguntado a Alex si alguien del Instituto tenía animales y este había mostrado sorpresa antes de responderle que no. También se acordaba de que había pasado la mañana con Xavier después de su llegada —la mañana en que habían descubierto el caballo— y que este no presentaba en modo alguno el aspecto de quien ha pasado la noche en blanco decapitando un animal, transportándolo y colgándolo a dos mil metros de altura con una temperatura de diez grados bajo cero. Ese día le había parecido fresco y descansado… y sobre todo imbuido de unas insoportables dosis de arrogancia y condescendencia. En cualquier caso, no lo había visto ni agotado ni estresado.

Con repentina angustia, se planteó si no estaba sacando conclusiones con excesiva rapidez, si no la estaría volviendo paranoica el aislamiento y el extraño clima que reinaba en aquel lugar. En otras palabras, si no estaba inventando una película, si no quedaría totalmente en ridículo contactando a la policía cuando se descubriera la verdadera razón de ser de aquellos medicamentos, lo cual la dejaría definitivamente desacreditada delante de Xavier y del resto del personal y sería negativo para su reputación de regreso a Suiza.

Aquella perspectiva moderó su impulsividad.

—¿No le interesa lo que cuento?

Diane regresó al presente. El paciente que tenía sentado delante de ella la miraba con severidad. Todavía conservaba unas manos grandes y encallecidas de trabajador manual. Era un antiguo obrero que había atacado a su jefe con un destornillador después de un despido abusivo. Al leer su historial, Diane quedó convencida de que aquel infeliz habría tenido suficiente con unas cuantas semanas en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, había caído en manos de un celoso psiquiatra y había acabado soportando una reclusión de diez años. Le habían impuesto además unas dosis masivas y prolongadas de psicotrópicos. Ese hombre que probablemente padecía una simple depresión al llegar había terminado completamente loco.

—Claro que me interesa, Aaron.

—Pues yo veo que no.

—Le aseguro…

—Le voy a decir al doctor Xavier que no le interesa lo que le digo.

—¿Por qué quiere hacer algo así, Aaron? Si no le importa, podríamos volver a…

—Bla-bla-bla-bla, está intentando ganar tiempo.

—¿Ganar tiempo?

—No está obligada a repetir todo lo que digo.

—Pero ¿qué le pasa, Aaron?

—«¿Qué le pasa, Aaron?». ¡Hace una hora que hablo con una pared!

—¡Que no! Para nada, yo…

—«¡Que no! Para nada, yo…». Toc-toc-toc, ¿qué es lo que no va bien en su cabeza, doctora?

—¿Cómo?

—¿Qué es lo que no le funciona a usted?

—¿Por qué dice eso, Aaron?

—«¿Por qué dice eso, Aaron?». ¡Preguntas, siempre preguntas!

—Creo que vamos a dejar para más tarde esta charla…

—Pues yo creo que no. Le voy a decir al doctor Xavier que me hace perder el tiempo. No quiero hablar más con usted.

Diane no pudo evitar ruborizarse.

—¡Vamos, Aaron! Si esta es solo la tercera charla que tenemos. Yo…

—Usted está distraída, doctora. No le importa esto. Está pensando en otra cosa.

—Aaron, yo…

—¿Sabe qué le digo, doctora? Aquí no está en su sitio. Vuelva por donde ha venido. Vuelva a su Suiza natal.

—¿Quién le ha dicho que yo soy suiza? —preguntó con un sobresalto—. Nunca habíamos hablado de eso.

El hombre echó hacia atrás la cabeza y emitió una abrupta carcajada. Después le clavó una mirada lisa y apagada como la pizarra.

—¿Qué se creía? Aquí todo se sabe. Todo el mundo sabe que es suiza, como Julian.

* * *

—No cabe duda —diagnosticó Delmas—. Lo arrojaron efectivamente al vacío, con la correa alrededor del cuello. A diferencia del farmacéutico, en este se observan lesiones bulbares y medulares significativas y también lesiones de las cervicales debidas al
shock
.

Servaz evitaba mirar el cuerpo de Perrault, que estaba tendido boca abajo, con la nuca y la parte posterior del cráneo abiertos. Las circunvalaciones de la materia gris y la médula espinal relucían cual gelatina bajo las lámparas de la sala de autopsias.

—No hay rastro de hematomas ni de pinchazos —prosiguió el forense—, pero puesto que usted lo vio consciente en la cabina justo antes de… En resumidas cuentas, había seguido por propia voluntad al asesino.

—Lo más probable es que lo hiciera bajo la amenaza de un arma —opinó Servaz.

—Eso ya no entra dentro de mis competencias. De todas maneras, vamos a hacer un análisis de sangre. La sangre de Grimm acaba de revelar la presencia de ínfimos restos de flunitrazepam, un depresor diez veces más potente que el Valium reservado a los trastornos de sueño severos que se comercializa con el nombre de Rohypnol. También se utiliza como anestésico. Es posible que, siendo farmacéutico, Grimm tomara ese medicamento para aliviar el insomnio. Es posible, aunque el Rohypnol está clasificado dentro de la categoría de «drogas de la violación» porque provoca amnesias y disminuye en gran medida la inhibición, sobre todo si está combinado con alcohol, y también porque es inodoro, incoloro e insípido y pasa rápidamente a la orina dejando apenas rastro en la sangre, por lo que resulta casi indetectable. Todo residuo químico desaparece al cabo de veinticuatro horas.

Servaz emitió un quedo silbido.

—El hecho de que se hayan encontrado solo unos débiles restos se debe por otra parte al lapso de tiempo transcurrido entre la absorción y el momento en que se tomó la muestra. El Rohypnol se puede administrar por vía oral o intravenosa, engullido, masticado o disuelto en una bebida. Es probable que el agresor utilizara ese producto para volver a su víctima más maleable y fácil de controlar. El individuo que buscan es un fanático del control, Martin, y es muy astuto.

Delmas dio la vuelta al cadáver. Perrault ya no tenía la expresión de pavor que le había visto Servaz en el teleférico; entonces sacaba la lengua. El forense cogió una pequeña sierra eléctrica.

—Bueno, creo que ya he visto bastante —determinó el policía—. De todas formas ya se sabe lo que ocurrió. Leeré su informe.

—Martin —lo llamó Delmas en el momento en que se disponía a abandonar la sala.

Servaz se volvió.

—Tiene muy mala cara —observó el forense con la sierra en la mano, como si estuviera realizando algún trabajo de bricolaje—. No se tome esta historia como un asunto personal.

Asintió antes de salir. En el pasillo, miró el ataúd acolchado que aguardaba a Perrault en la salida de la cámara mortuoria. Al salir del subsuelo del hospital por la rampa de cemento, aspiró con avidez el aire puro del exterior. No obstante, el recuerdo del olor combinado de formol, desinfectante y cadáver iba a permanecer un buen rato adherido a su olfato. El móvil sonó en el momento en que abría el Jeep. Era Xavier.

—Tengo la lista de las personas que han estado en contacto con Hirtmann —anunció el psiquiatra—. ¿La quiere?

Servaz miró las montañas.

—Paso a recogerla —respondió—. Hasta ahora.

El cielo estaba oscuro pero ya no llovía cuando tomó la dirección del Instituto y las montañas. En el borde de la carretera, a cada curva las hojas amarillas y rojizas se desprendían de la nieve y salían volando al paso del Jeep, como últimos vestigios del otoño. Un viento destemplado agitaba las desnudas ramas, que arañaban la carrocería a la manera de descarnados dedos. Mientras conducía, volvió a pensar en Margot. ¿Se habría ocupado de seguirla Vincent? Después pensó en Charlène Espérandieu, en el chico llamado Clément, en Alice Ferrand… En su cabeza todo daba vueltas, todo se mezclaba a medida que iba franqueando las curvas.

El teléfono volvió a sonar. Respondió. Era Propp.

—Me he olvidado de decirle algo: el blanco es importante, Martin. El blanco de las cimas en el caso del caballo, el blanco del cuerpo desnudo de Grimm y de nuevo la nieve en el caso de Perrault. El blanco está a favor del asesino, que ve en él un símbolo de pureza, de purificación. Busque el blanco. Creo que tiene que haber blanco en el marco que rodea al asesino.

—¿Blanco como el Instituto? —apuntó Servaz.

—No sé. Habíamos descartado esa pista, ¿no? Lo siento, no puedo decirle más. Busque el blanco.

Servaz le dio las gracias antes de colgar con un nudo en la garganta. Sentía que en el aire flotaba una amenaza.

Aún no había terminado todo.

TERCERA PARTE
Blanco
23

—Once —dijo Xavier, tendiéndole la hoja por encima del escritorio—. Once personas han estado en contacto con Hirtmann en estos dos últimos meses. Aquí tiene la lista. —El psiquiatra tenía una expresión tensa y preocupada—. He hablado con detenimiento con cada uno de ellos —añadió.

—¿Y? —preguntó Servaz.

—Nada —respondió el doctor Xavier, abriendo las manos con gesto de impotencia.

—¿Cómo que nada?

—No he averiguado nada. Ninguno parece tener nada que ocultar. O si no serían todos, no sé. —Percibiendo la mirada interrogativa de Servaz efectuó un ademán de disculpa—. Lo que quiero decir es que aquí vivimos en un circuito cerrado, lejos de todo. En esta clase de circunstancias siempre se forjan intrigas que parecerían incomprensibles vistas desde el exterior. Hay secretillos, maniobras que se urden entre bastidores contra tal o tal persona, alianzas por clanes, todo un juego de relaciones interpersonales cuyas reglas podrían parecer surrealistas para quien llega de fuera… Debe de estar preguntándose a qué me refiero.

—En absoluto —contestó Servaz con una sonrisa, pensando en la brigada—. Comprendo perfectamente a qué se refiere, doctor.

Xavier se relajó un poco.

—¿Le apetece un café?

—Con mucho gusto.

Xavier se levantó. En un rincón había una pequeña máquina y un montón de cápsulas doradas en un cesto. Apreciando su sabor, Servaz hizo durar el contenido de la taza. Habría sido un eufemismo decir que aquel lugar le hacía sentirse incómodo: la verdad es que no entendía cómo se podía trabajar allí sin volverse loco. No era solo por los internos, sino también aquel sitio, con aquellas murallas y aquellas montañas fuera.

—En resumidas cuentas, es difícil esclarecer las cosas —continuó Xavier—. Aquí todo el mundo tiene sus pequeños secretos. En estas condiciones, nadie juega limpio.

El doctor Xavier le dirigió una tenue sonrisa de excusa bajo sus gafas rojas. «Tampoco tú juegas limpio, amigo mío», se dijo Servaz.

—Comprendo.

—Aunque le haya preparado la lista de todos los que han estado en contacto con Julian Hirtmann, eso no quiere decir que los considere a todos sospechosos, claro está.

—¿Ah, no?

—Pongamos por caso nuestra enfermera jefe, por ejemplo. Es uno de los miembros más antiguos del personal. Estaba ya aquí en la época del doctor Wargnier. Buena parte del funcionamiento de este establecimiento reposa en su conocimiento de los internos y en sus competencias. Tengo una gran confianza en ella, de modo que es inútil que pierda el tiempo en su caso.

—Mmm. —Servaz miró la lista—. Élisabeth Ferney, ¿no es así?

Xavier confirmó con la cabeza.

—Una persona de confianza —insistió.

Servaz levantó la cabeza y escrutó al psiquiatra… que se ruborizó.

—Gracias —dijo mientras plegaba la hoja para guardarla en el bolsillo. Luego titubeó un instante—. Querría hacerle una pregunta que no tiene nada que ver con la investigación. Es una pregunta que dirijo al psiquiatra y al hombre, no al testigo. —Xavier enarcó una ceja, intrigado—. ¿Usted cree en la existencia del mal, doctor?

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