Diez minutos después
Fw:
Sí, Emmi, estoy enfadado, ¡y mucho! ¡TENDRÍAS QUE HABERME DICHO ANTES que traerías a Jonas! Entonces podría haberme preparado.
Cinco minutos después
Re:
Entonces habrías cancelado nuestra cita. Y yo me habría sentido desilusionada. Ahora, en cambio, estoy impresionada por lo bien que estuviste, por la atención con que lo escuchaste, por lo cariñoso que fuiste con él. Es mejor así, ¿no crees? En todo caso, Jonas está encantado contigo.
Tres minutos después
Fw:
¡Cuánto se alegrará su padre!
Ocho minutos después
Re:
No subestimes a Bernhard, Leo. Ya hace mucho que él no te considera un competidor. Las cosas están claras. ¡Por fin lo están! Y por muy decepcionante que sea para ti, tenemos una «relación de conveniencia». La tenemos de nuevo. ¡Y es buena! Pues tarde o temprano una relación sólo puede ser una relación de conveniencia, cualquier otra cosa sería tan, tan, tan… inconveniente, desde el punto de vista de la relación, no sé si me entiendes.
Dos minutos después
Fw:
Y yo soy el nuevo integrante de vuestra relación de conveniencia. ¿Quieres decirme qué función cumplo yo en vuestro sistema de conveniencia? ¿Debería concentrarme más en el hijo después de brindar asistencia virtual a la madre?
Un minuto después
Re:
Querido Leo:
¿De veras fue tan terrible esa hora con Jonas? Créeme, a él le hizo bien verte y charlar contigo. Tus explicaciones sobre los métodos de tortura medievales le parecieron estupendas. Quiere saber más al respecto.
Siete minutos después
Fw:
Me alegro, Emmi. Es un chico simpático. Pero para ser sincero, muy, muy sincero…, es probable que tú no lo entiendas, ninguna mujer que tenga una relación de conveniencia con hijos de una relación de conveniencia lo entendería, es más, es algo absurdo, arrogante, presuntuoso, incluso megalómano, una manía mía, descabellada, irreal, de otro mundo, extraterrestre. Es igual, te lo diré de todos modos: en realidad yo quería verte A TI y hablar CONTIGO, Emmi. Por eso quedé CONTIGO. A solas los dos.
Dos minutos después
Re:
Vernos, nos vimos (para mi satisfacción). Y lo de hablar podemos remediarlo. ¿Tienes tiempo la semana que viene? ¿Martes, miércoles, jueves? ¿Quizá un rato más incluso?
Tres horas después
Asunto: Hola
Hola, Leo.
¿Sigues estudiando tu agenda?
Cinco minutos después
Fw:
La semana que viene me voy con Pamela a Boston.
Tres minutos después
Re:
¡Ah…! Mira tú. Ya. Mmm… Comprendo. ¿Algo serio?
Un minuto después
Fw:
De eso, entre otras cosas, me habría gustado mucho hablarte.
Cuarenta segundos después
Re:
Entonces no te andes con rodeos, ¡hazlo sin más! ¡Por escrito!
Diez minutos después
Sin asunto
¡Por favor! (¡Por favor, por favor, por favor!)
Una hora después
Sin asunto
De acuerdo, ¡no lo hagas y oféndete! Te sienta bien, Leo. Adoro a los hombres ofendidos. Me parecen tremendamente eróticos. Ocupan el primer lugar en mi lista erótica: hombres que corren carreras de coches, hombres que visitan ferias de turismo, hombres con sandalias, hombres que beben cerveza en las fiestas populares y hombres ofendidos. Buenas noches.
A la tarde siguiente
Asunto: Ilusión de todo
Hola, Emmi.
No es fácil explicarte mi situación, pero lo intentaré. Empezaré con una cita de Emmi: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Tienes razón. Eres muy sabia. Muy sensata. Muy razonable. Con esa idea en mente nunca corres el riesgo de pedirle demasiado al otro. Y puedes contentarte con hacer aportaciones particulares a su felicidad sin sentir remordimientos. Así se ahorra energía para los tiempos difíciles. Así es posible convivir. Así es posible casarse. Así es posible criar niños. Así es posible cumplir promesas, así es posible establecer «relaciones de conveniencia», consolidarlas, descuidarlas, sacudirlas, salvarlas, volver a empezar, afrontar las crisis y superarlas. ¡Grandes tareas! Lo respeto, en serio. Sólo que yo no puedo así, no quiero así, no pienso así. Aunque ya soy adulto y por lo menos dos años mayor que tú, hay algo que sigo conservando y (aún) no estoy dispuesto a perder: la «ilusión de todo». La realidad: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Mi ilusión: «No obstante, tendría que desearlo. Y no debería dejar de intentarlo nunca».
Marlene no me amaba. Yo estaba dispuesto a dárselo «todo», pero mi oferta no le interesaba demasiado. Aceptó una parte agradecida o por piedad, el resto me dio a entender que podía quedármelo. En total sólo alcanzó para unas pocas tentativas de despegue. Los aterrizajes no tardaban en llegar y eran extremadamente bruscos, al menos para mí.
Con Pamela es distinto. Ella me ama. Me ama de verdad. No temas, Emmi, no volveré a aburrirte ahora con detalles sobre nuestros puntos en común. El problema es que Pamela no se siente a gusto aquí. Tiene nostalgia, añora a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, sus bares, sus costumbres. Procura que no se le note, quiere ocultármelo, quiere ahorrármelo, porque sabe que no tiene nada que ver conmigo, y porque da por supuesto que no puedo cambiarlo.
Pues bien, compré dos billetes para Boston y le di una sorpresa. Estaba tan contenta que derramó lágrimas para todo un año. Desde entonces parece otra, como si estuviera bajo los efectos de drogas de la felicidad. Da por sentado que sólo serán dos «semanas de vacaciones», pero yo no descarto la posibilidad de que acaben siendo más. Sin decírselo, he concertado algunas entrevistas de trabajo en institutos de filología germánica, quizá a largo plazo surjan posibilidades de trabajo para mí.
No me apetece irme a Boston, Emmi, para nada. Me gustaría mucho quedarme aquí (por distintos motivos, no, por distintos motivos no, por uno muy concreto). Pero es un motivo tan… ¿Cómo dirías tú? «Es un motivo tan, tan, tan inmotivado…» Carece de todo fundamento. Es una idea absurda. No, peor aún: es una intuición absurda. Es probable que mi futuro con Pamela, si es que existe, se halle a miles de kilómetros de aquí. Creo que a mí me costará menos que a ella habituarme y adaptarme a un nuevo entorno.
Su estado de felicidad me motiva. Quiero seguir viéndola como la he visto estos últimos días. Y quiero que ella me siga mirando como me mira desde hace unos días. Me mira como a un hombre que tiene la capacidad de dárselo «todo». No, no es la capacidad, es sólo la disposición. En medio hay ilusión. Quiero conservarla por un tiempo. ¿Para qué merece la pena vivir si no es para las ilusiones de «todo»?
Dos horas después
Re:
«Ella me ama. Me ama de verdad.» «Quiero dárselo todo.» «A mí me costará menos habituarme y adaptarme.»
«Su estado de felicidad me motiva.» «¡Si siguiera mirándome como me mira desde hace unos días!» (…) ¡Leo, Leo, Leo! Para ti amar significa tener en tus manos el poder de hacer feliz a otra persona. PERO ¿DÓNDE ESTÁS TÚ? ¿Qué hay de tu felicidad? ¿Qué pasa con tus deseos? ¿Es que no tienes ninguno propio? ¿Sólo los de «Pam»? ¿Los tuyos te parecen meras intuiciones absurdas? Siento pena por ti. No, por mí. No, por los dos. Por alguna razón, ésta es una noche triste. Oscuro final de la primavera. Calma chicha. Estancamiento. Estoy bebiendo un
whisky
. Y luego decidiré si bebo otro. Es que yo actúo siguiendo mis propios deseos. Y busco MI felicidad. Por suerte. O por desgracia. Ni idea. Eres un amor, Leo. Eres un amor, de verdad. Pero ¿sólo puedes ser amado? ¿O podrás amar tú también alguna vez?
Buenas noches,
Emmi
Dos días después
Asunto: Cuatro preguntas
1) ¿Qué tal estás?
2) ¿Cuándo os marcháis?
3) ¿Me escribes unas palabras más?
Tres minutos después
Fw:
¡Son sólo tres preguntas!
Treinta segundos después
Re:
Lo sé. Sólo quería comprobar si aún eres lo bastante mundanal para contar.
Ocho minutos después
Fw:
Respecto a 1), estoy regular. He pillado una «intuición absurda» de otra índole: una infección intestinal. Antes de viajar con alguien, siempre me enfermo. Lo mismo me pasaba con Marlene.
Respecto a 2), nos vamos mañana por la mañana (siempre y cuando el váter entre en mi equipaje de mano).
Respecto a 3), ¿unas palabras más? Emmi, tu mensaje del oscuro final de la primavera me deprimió mucho. No sabía qué contestar. No existen instrucciones de uso con un plano general para el descubrimiento y rescate de la felicidad. Cada uno busca la suya a su manera y en aquellos sitios donde cree que es más probable hallarla. Pero tal vez esperar de ti unas palabras alentadoras para mi «proyecto Boston» era pedir demasiado.
Treinta minutos después
Re:
Tienes razón, Leo. Perdona, pero para mí «Boston» está plagado de connotaciones negativas, ya nada es posible allí. Créeme: tu disposición a dárselo «todo» a una mujer me parece notable, valiente, fascinante. (He borrado «noble» y «cortés».) Te deseo lo mejor, la mayor felicidad posible. Dejando aparte las instrucciones de uso y el plano general, justamente, cada uno define la felicidad a su manera: yo, más bien por mí; tú, por lo visto, más bien por «Pam». Espero que todo te salga como querías. ¡Ah!, mi terapeuta dijo que antes de que viajes quizá podría informarte de que me alegraré si vuelves, quiero decir, si vuelves dentro de dos semanas. Dijo que puedo admitir sin miedo que en cierto modo espero tu regreso, porque por alguna razón me parece tan, tan, tan… me parece bien que estés ahí, que vuelvas a estar ahí, me parece muy bien. ¿Entiendes? Y prueba con galletas de arroz, no con bananas. Las bananas no dan resultado. Las bananas son la mayor mentira de la historia de la diarrea. ¡Buena suerte, querido mío!
Cinco minutos después
Fw:
¿Y la cuarta?
Dos minutos después
Re:
¡Ah, sí, la cuarta!
4) ¿Quedamos un día los cuatro cuando vuelvas? Fiona quiere conocerte. Jonas le contó que te pareces a Kevin Spacey, pero sin pelo. Fiona adora a Kevin Spacey, incluso sin pelo, aunque a mi juicio es uno de sus rasgos más interesantes. De todos modos creo que Jonas confunde a Spacey con ese actor de familias burguesas, el de cara alargada, ¿cómo se llama? Es igual. ¿Volvemos a vernos pronto, Leo? ¡Di que sí!
Un minuto después
Asunto: ¡DI QUE SÍ!
¡Mira el asunto y hazlo!
Cincuenta segundos después
Fw:
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Perdón, estaba en el lavabo. Y la siguiente frase no puede ser muy larga, de lo contrario tendré que interrumpirla por la mitad. ¡Hasta pronto, querida mía!
Ocho días después
Asunto: Mi hogar eres «tú»
Querida Emmi:
Boston me tiene enteramente dominado desde hace una semana. Una vez que la ciudad atrapa a alguien, no da su brazo a torcer. Pamela conoce a una de cada cinco familias de por aquí, de las cuales una de cada dos nos invita a comer. En otras palabras: comemos unas ocho veces al día en casa de algún conocido. Sin contar las visitas a familiares. Puede que te suene muy burgués, pero me siento a gusto. La cordialidad de esta gente se me contagia, de la mañana a la noche veo caras afables, sonrientes, radiantes. Y eso se refleja en mí. Ya sabes que tengo un modo bastante peculiar de acceder a la felicidad. En general, se abre a mí desde fuera, raras veces viene de mi interior. Eso ocurre raras veces, pero ocurre. ¡Es bueno pensar en ti, Emmi! Tengo que darle más relevancia a esta frase: ¡ES BUENO PENSAR EN TI, EMMI! Tenía muchísimo miedo de que renacieran mis antiguos y dolorosos sentimientos bostonianos de refugio y escondite. Te agradezco mucho que no hayas cerrado la puerta falsa por la que en aquel entonces huí de lo «nuestro». Ahora, aun desde tan lejos, puedo estar «en casa» sin sentir punzadas en el corazón: mi hogar está donde estás tú, Emmi. Me alegra saber que pronto volveremos a estar espacialmente más cerca. Me hace ilusión nuestra próxima cita. Si quieres, puedes traerte contigo a algunos de tus adolescentes hijos sorpresa. Y algún día te diré algo acerca de ti, de «eso» y de mí. Bueno, y ahora nos vamos a cenar a lo de Maggy Wellington, una amiga de Pamela de la universidad.
Hasta pronto,
Leo, tu amigo por correspondencia
Cuatro días después
Asunto: ¿Llegó?
Querida Emmi:
Hace unos días te mandé un mensaje desde aquí, de Boston. No sé si lo recibiste. A mí me llegó un mensaje de error. Te resumo el contenido en dos frases: 1) estoy bien, pero/y te echo de menos, 2) espero con ilusión nuestra próxima cita. Hasta pronto,
Leo, tu amigo por correspondencia
Tres días después
Asunto: ¿Llegaste?
Hola, Leo.
¿Ya has vuelto? ¿Te ha recobrado el hogareño ático 15? Gracias por tu amable correo norteamericano. Te resumo geográficamente tus dos mensajes de la costa este como sigue: 1) tu hogar está donde está Emmi, tu amiga por correspondencia, 2) Boston es el lugar donde resplandecen las caras y donde puedes hacer feliz a «Pam» desde dentro (y, al mismo tiempo, a ti mismo desde fuera). Una pregunta: ¿sabes ya cuál es tu sitio?, ¿desde cuándo?
Un afectuoso saludo,
Emmi
Y… ¡venga!: dime algo acerca «de ti y de “eso” y de mí».
A la mañana siguiente
Asunto: ¿Te demoraste?
¿O ya te quedas en Boston?
Siete horas después
Sin asunto
Querida Emmi:
Ayer cometí un grave error. Le conté de ti a Pamela. Volveré a escribirte cuando pueda. ¡No esperes, por favor!
Un abrazo,
Leo
Diez minutos después
Re:
¡¡¡Ah, Leo…!!! ¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas sensatas en el momento más insensato? De acuerdo, no espero.
Un abrazo,
Emmi
Un día después
Sin asunto
No, no espero.
Un día después
Sin asunto
Como ya he dicho, no espero.
Un día después
Sin asunto
No espero, no espero.
Un día después
Sin asunto
No espero, no espero, no espero.
Un día después
Sin asunto
No espero, no espero, no espero, no espero.