¿Recuerdas aquella noche, Emmi? No tendríamos que haberlo hecho. Estabas tan furiosa, tan amargada, tan triste y, no obstante, tan, tan, tan… Tu aliento en mi cara, en mis ojos, me penetró hasta la retina. ¿Podría ser más íntima la intimidad? Cuántas veces he soñado con ello…, siempre las mismas imágenes. Estar tan estrechamente abrazados, luego inmovilizarse para siempre… Y seguir sintiendo sólo tu aliento.
Pero ahora será mejor que deje de escribir. Estoy un poco borracho, el vino es fuerte, con o sin alcohol. Quince noches más, Emmi, las he contado, quince noches más y llega Pamela. Entonces comienza una nueva vida, tú dices periodo, yo digo vida. Pero no soy un conservador social, sólo un poco. Tu vida son Bernhard y los niños. No lo arruines. Al que sólo vive por periodos, le falta la envergadura, la trascendencia, el sentido de la totalidad. Vive en fragmentos, fragmentos sosos, pequeños, insustanciales. Al final todo le resulta demasiado breve. ¡Salud! Y ahora, da igual, ahora te beso, querido diario. ¡¡¡No me mires así, por favor!!! Y perdóname por estos mensajes. De momento no estoy en mi mejor etapa, ni tampoco en la segunda mejor. Y estoy un poco borracho. No mucho, pero sí un poco. Bueno. Basta. Se acabó. Enviar. Fin, no fin, sólo FIN. Tuyo,
Leo
A la mañana siguiente
Asunto: Faltan catorce noches
Querido Leo:
¡Tus mensajes en estado de embriaguez se las traen, de verdad! Eso fue más que verbosidad, fue un auténtico torrente de palabras, no deberías dejar que siempre se acumulen tantas. Pero a veces, cuando estalla tu armario emocional y te salen las líneas bañadas en vino tinto, eres todo un filósofo. Los viejos maestros deberían copiar algunas de tus explicaciones sobre el conservadurismo social y los periodos de la vida. No sé por dónde empezar a abordarlas. Es más, ni siquiera sé si debería hacerlo. ¿Merece la pena por catorce noches? Se lo preguntaré a mi terapeuta. ¡Y tú, sácate de una vez de la cabeza el resto de los grados de alcohol! Un abrazo,
Tu diario que nunca se queda callado
Nueve horas después
Asunto: Nuestro programa
Buenas noches, Leo. ¿Ya puedes volver a leer las letras al derecho? (¿Reconoces mi cara en ellas?) Entonces, cumpliendo mi función de diario, te formularé las siguientes preguntas con relación a nuestro programa para las próximas —y tal vez últimas— dos semanas. ¿Qué hacemos?
1) ¿Guardamos silencio para que puedas prepararte en paz para «Pam»? (Cito: «Ella me ama, y hemos decidido ser felices». Acotación personal: ¡estupenda decisión!)
2) ¿Seguimos escribiendo como si nunca hubiese habido nada entre tu diario y tú (y tan sólo por eso tampoco pudiera haber nada más), y puntualmente, con el arribo del avión procedente de Boston, concluimos las anotaciones dialógicas para que al fin puedas concentrarte en tu vida futura, mientras yo me lanzo a mi próximo periodo o repito el anterior debido a su escaso éxito?
3) ¿O volvemos a vernos? Ya sabes, una de nuestras famosas últimas citas. Con el objetivo…, con el objetivo…, con el objetivo… Sin objetivo. Sin más ni más. ¿Cómo lo llamábamos el verano pasado…? «Un digno final.» ¿Terminamos de una vez digna y sobre todo verdaderamente? Piénsatelo, ahora más que nunca ha llegado el momento.
A la tarde siguiente
Asunto: Faltan trece noches
Hola, Leo.
Por lo que veo, te has decidido por 1) sin acuerdo previo con tu diario. ¿O es que todavía te lo estás pensando? ¿O simplemente estás sobrio y silencioso? Venga, dímelo.
Emmi
Dos horas después
Fw:
Sobrio, silencioso y desorientado.
Diez minutos después
Re:
Si estás sobrio, bebe. Si estás silencioso, habla. Si estás desorientado, pregúntame. Para eso está tu diario.
Cinco minutos después
Fw:
¿Qué quieres que te pregunte?
Seis minutos después
Re:
Lo mejor sería que me preguntes lo que quieras saber. Y si estás tan desorientado que no sabes qué preguntarme, porque no sabes qué quieres saber, pregúntame otra cosa. (¡Esta clase de frases las he aprendido de ti!)
Tres minutos después
Fw:
De acuerdo, Emmi. ¿Qué llevas puesto?
Un minuto después
Re:
¡Bien, Leo! Teniendo en cuenta que no sabes qué quieres saber, ha sido una buena pregunta, fundada, por no decir candente.
Cincuenta segundos después
Fw:
Gracias. (¡Esta clase de preguntas las he aprendido de ti!) Y bien, ¿qué llevas puesto?
Cinco minutos después
Re:
¿Qué esperas que te conteste? ¿Nada de nada? ¿O acaso: «¡Nada!»? Pues lo siento, espero que puedas aceptar la verdad: llevo la parte de arriba de un pijama de franela gris, del que se me ha perdido el pantalón correspondiente, lo he reemplazado por uno azul claro que siempre se me cae, porque el elástico está roto, pero me da pena, porque está solo, porque la parte de arriba se desintegró en la lavadora a noventa grados, creo que ocurrió en una brumosa noche de noviembre. Para ahorrarme a mí misma la vista de mi combinación, llevo encima un albornoz de rizos color café. ¿Te sientes más a gusto ahora?
Quince minutos después
Fw:
Y si volviéramos a vernos, ¿cómo te habrías imaginado que sería, Emmi?
Tres minutos después
Re:
¿Lo ves? En esa pregunta ya se observa un claro salto cualitativo. Por lo visto, mi
look
te ha inspirado.
Dos minutos después
Fw:
Y bien, ¿cómo te habrías imaginado que sería?
Ocho minutos después
Re:
Puedes decir sin miedo «imaginabas». No hace falta que emplees forzosamente el «habrías». Ya sé que estás muy lejos de verme por cuarta vez. Y además lo comprendo. Faltando poco para que llegue «Pam», debes de temer otro ataque sexual nocturno por mi parte, del que no querrías poder defenderte. (¡A mí también me gusta el condicional!) Puedo tranquilizarte: no me lo «habría» imaginado así esta vez, querido mío.
Un minuto después
Fw:
¿Entonces cómo?
Cincuenta segundos después
Re:
Como te lo imaginas tú.
Treinta segundos después
Fw:
Pero yo no imagino nada, Emmi, al menos nada concreto.
Veinte segundos después
Re:
Eso es exactamente lo que imagino yo.
Cincuenta segundos después
Fw:
No sé, querida Emmi. A decir verdad, me cuesta imaginar una «última» cita sobre la que ninguno de los dos puede imaginarse nada. Creo que lo mejor será que sigamos escribiéndonos. Así podremos ampliar más nuestra imaginación.
Cuarenta segundos después
Re:
¿Lo ves, querido Leo? Ahora ya no pareces tan desorientado. Ni silencioso. Sólo sobrio, por desgracia. Nunca me acostumbraré a eso. Buenas noches, que duermas bien. Voy a apagar.
Treinta segundos después
Fw:
Buenas noches, Emmi.
A la tarde siguiente
Asunto: Faltan doce noches
Hola, Leo.
Mi terapeuta me desaconseja seriamente que vuelva a quedar contigo en esta etapa (que no es ni tu mejor etapa ni mi segunda mejor etapa). ¿Os habéis puesto de acuerdo?
Dos horas después
Asunto: ¿Verdad?
Estás ahí, ¿verdad?
Has leído el mensaje, ¿verdad?
Sólo que ya no sabes qué decir, ¿verdad?
Es que ya no sabes qué hacer conmigo, ¿verdad?
Estás pensando: ¡si ya hubiesen pasado estas doce noches…!, ¿verdad?
Cuarenta minutos después
Fw:
Querida Emmi:
Por mucho que me cueste admitirlo, ¡lamentablemente tienes razón en cada palabra!
Tres minutos después
Re:
¡Eso es duro!
Un minuto después
Fw:
¡No sólo para ti!
Cincuenta segundos después
Re:
¿Lo dejamos?
Treinta segundos después
Fw:
Sí, sería lo mejor.
Treinta segundos después
Re:
¿Ahora mismo?
Cuarenta segundos después
Fw:
¡Sí, por mí, sí, ahora mismo!
Veinte segundos después
Re:
De acuerdo.
Quince segundos después
Fw:
De acuerdo.
Treinta segundos después
Re:
¡Tú primero, Leo!
Veinte segundos después
Fw:
¡No, tú primero, Emmi!
Quince segundos después
Re:
¿Por qué yo?
Veinticinco segundos después
Fw:
¡La idea ha sido tuya!
Tres minutos después
Re:
¡Pero tú me has inspirado, Leo! ¡Llevas varios días inspirándome! Tú y tu silencio. Tú y tu sobriedad. Tú y tu desorientación. Tú y tu «Es mejor así». Tú y tu «Sería mejor que no…». Tú y tu «Creo que lo mejor será…». Tú y tu «¡Si ya hubiesen pasado estas doce noches…!».
Cuatro minutos después
Fw:
Fuiste tú quien puso en mi boca esa última frase, querida mía.
Un minuto después
Re:
¡Pues si nadie pone las frases en tu boca, de tu boca ya no sale ninguna, querido mío!
Tres minutos después
Fw:
Es que me pone nervioso la melodramática manera en que celebras esta cuenta atrás de despedida, querida Emmi. Asunto: Faltan catorce noches. Asunto: Faltan trece noches. Asunto: Faltan doce noches. Es un doloroso fetichismo del asunto, un masoquismo extremo de la consternación. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué nos lo haces aún más difícil de lo que ya se hace de por sí por ser lo que es?
Tres minutos después
Re:
No sería más fácil aunque yo no lo hiciera más difícil. Déjame contar nuestras últimas noches juntos, querido Leo. Es mi modo de superarlo. De todos modos, tampoco son tantas. Y mañana por la mañana será una menos. Lo cual viene a significar: ¡buenas doce últimas noches, te desea tu diario, dotado de un tenaz espíritu de contradicción!
Al día siguiente
Asunto: ¡Mi propuesta!
Buenos días, querida Emmi.
Te hago una propuesta para organizar virtualmente la próxima semana y media: cada uno puede hacerle al otro una pregunta al día y debe contestar la pregunta del otro. ¿Estás de acuerdo?
Veinte minutos después
Re:
¿Cuándo se te ha ocurrido esa abstrusa idea, amigo mío?
Tres minutos después
Fw:
¿Ésa ha sido tu pregunta de hoy, amiga mía?
Cinco minutos después
Re:
¡Un momento, Leo! Yo no he dicho que estuviera de acuerdo. Sabes que me gusta jugar, de lo contrario no llevaría dos años aquí sentada. Pero este juego está todavía verde. ¿Qué hacemos, por ejemplo, si a partir de tu respuesta a mi pregunta necesito hacer otra pregunta para aclarar una duda?
Un minuto después
Fw:
Puedes hacerla al día siguiente.
Cincuenta segundos después
Re:
¡Eso es injusto! Lo único que quieres es que el tiempo entre «Pam» y yo transcurra más deprisa, para que los días de las últimas anotaciones dialógicas de tu diario pasen de una vez.
Cuarenta segundos después
Fw:
Lo siento, Emmi. Pero así es el juego. Lo sé muy bien, porque lo he inventado yo mismo. ¿Empezamos?
Un minuto después
Re:
Un momento. ¿Se puede no contestar una pregunta?
Cincuenta segundos después
Fw:
¡No, no vale no contestar! A lo sumo responder con una evasiva.
Treinta segundos después
Re:
Entonces tienes ventaja, llevas veinticinco meses entrenándote.
Cuarenta segundos después
Fw:
Querida Emmi: ¿Empezamos ahora?
Treinta segundos después
Re:
¿Y qué pasa si digo que no?
Dos minutos después
Fw:
En ese caso, esta última sería al mismo tiempo tu pregunta y tu respuesta de hoy. Y mañana volveríamos a leernos.
Un minuto después
Re:
Si no fueras Leo Leike, al que con mis propios ojos he visto suspirar en la mesa de un café con otros ojos muy distintos, cuando daba cualquier cosa por ser tan encantador que hubiese podido competir con mi ideal de él, si no fueras Leo Leike, te diría: ¡eres un sádico! Así pues, ¡pregunta! (¡Pero haz el favor de no preguntarme qué llevo puesto!)
Emmi
Tres horas después
Asunto: Primera pregunta
Aún sigo esperando tu pregunta, amigo mío. ¿No se te ocurre nada? Por cierto, ¡ésa no ha sido mi pregunta! Mi pregunta es la siguiente: «Querido Leo, en tus últimas manifestaciones escritas en estado de coma etílico sobre ti y P…, P…, Pamela, afirmaste que hacíais buena pareja. ¿Por qué lo dices? Te ruego que me lo expliques con más detalles».
Cinco minutos después
Fw:
Mi pregunta para ti es la siguiente: «¿Volverías a hacerlo?».
Quince minutos después
Re:
Muy astuto, Leo. Así que el significado del «lo» puedo escogerlo yo misma, y cuidadito con elegir mal, porque entonces acabaré cargando con él para siempre, pese a haber sido tú quien «lo» quería averiguar sin falta. Si en lugar de ser Leo, fueses cualquier otro hombre, estaría muy claro que «lo» sólo puede referirse a sexo. En nuestro caso: la «visita» que te hice, mi decepción, mi desesperación, mi salvajismo y, como resultado de todo ello, el «lo». Si te refirieras a ese «lo», mi respuesta sería: no. ¡No volvería a hacerlo! Querría no haberlo hecho nunca. Pero como eres Leo Leike, es evidente que con ese «lo» no te refieres a sexo, sino a algo distinto, más grande, más sublime, más valioso. Si no me equivoco, ese «lo» debe de referirse a nuestra relación epistolar. Lo que me preguntas es: ¿volverías a hacerlo?, ¿volverías a contestarme?, ¿volverías a mantener correspondencia conmigo de la misma manera, con la misma intensidad, con el mismo esfuerzo emocional?, ¿«lo» harías a pesar de saber cómo acaba? Sí, Leo. Es más: ¡sí! Una y mil veces.
Bueno, ¡y ahora te toca a ti!
Cincuenta minutos después
Re:
Sé que no te hace nada de gracia contestar mi pregunta. ¡Pero debes hacerlo, Leo! ¡Tú inventaste el juego!
Una hora después
Fw:
Mi respuesta, querida Emmi, es la siguiente: «Pamela y yo hacemos buena pareja porque tengo la impresión de que nos llevamos bien. Nuestra relación es natural y sencilla. Cada uno hace lo que quiere sin hacer nada que el otro no quiera. Tenemos un carácter parecido, ambos somos más bien tranquilos y prudentes, no nos sacrificamos por el otro, no le exigimos más de lo que está dispuesto a dar y no queremos cambiarnos, nos aceptamos tal cual somos. Nunca nos aburrimos juntos. Nos gusta la misma música, los mismos libros, las mismas películas, las mismas comidas y los mismos cuadros, tenemos la misma ideología y el mismo sentido del humor o falta de humor. En resumen: podemos y queremos estar juntos». A eso me refería con «hacer buena pareja». Buenas noches,