Tres minutos después
Fw:
¿Y tú sabes lo que quieres?
Treinta segundos después
Re:
Cuarenta segundos después
Fw:
¿Qué quieres?
Cincuenta segundos después
Re:
A ti (para ir a tomar un café otra vez). ((Ya ves, yo también domino el juego de los paréntesis.))
Treinta segundos después
Fw:
¿Por qué?
Un minuto después
Re:
Porque yo hago lo mismo que tú, aunque por lo visto tú sólo puedes confesártelo a ti mismo, abrir paréntesis, y a mí, cerrar paréntesis, en estado de ebriedad.
Cuarenta segundos después
Fw:
¿Qué haces?
Treinta segundos después
Re:
Interesarme por ti.
Cuarenta segundos después
Fw:
Sí, querida Emmi. Sin peros, sin puntos, sin paréntesis. Simplemente: sí, exacto, te has dado cuenta. Me intereso por ti.
Un minuto después
Re:
Excelente, querido Leo. En tal caso, se cumplen los requisitos para que volvamos juntos al café, creo yo. ¿A las tres?
Veinte segundos después
Fw:
Sí. Abrir paréntesis. Signo de admiración. Signo de admiración. Cerrar paréntesis. A las tres.
A medianoche
Asunto: Tú
Querido Leo:
Esta vez soy yo la (primera) que agradece. Gracias por esta tarde. Gracias por haberme dejado mirar dentro de tu armario emocional por una estrecha rendija. Lo que he podido ver me ha convencido de que eres tú el que escribe. Te he conocido, Leo. Te he reconocido. Eres el mismo. Eres la misma persona. Eres real. ¡Me caes muy bien! Que duermas bien.
Veinte minutos después
Fw:
Querida Emmi:
En la palma de mi mano izquierda, más o menos en el centro, donde la línea de la vida, surcada por gruesas arrugas, dobla hacia la arteria, allí hay un punto. Lo examino, pero no puedo verlo. Lo miro fijamente, pero no se deja sujetar. Sólo puedo tocarlo. También lo noto con los ojos cerrados. Un punto. La sensación es tan intensa que me da vértigo. Si me concentro en él, su efecto se expande hasta los dedos de los pies. Me produce hormigueo, me hace cosquillas, me da calor, me excita. Estimula mi circulación, dirige mi pulso, determina el ritmo de los latidos de mi corazón. Y en la cabeza surte su efecto embriagador como una droga, amplía mi conciencia, extiende mi horizonte. Un punto. Tengo ganas de reír de alegría, por lo bien que me hace. Tengo ganas de llorar de felicidad, porque lo poseo y porque me embarga y me colma hasta la médula. Querida Emmi, en la palma de mi mano izquierda, donde se encuentra ese punto, esta tarde —debían de ser aproximadamente las cuatro— tuvo lugar un incidente en la mesa de un café. Mi mano iba a coger un vaso de agua, cuando vinieron de frente los dedos ligeros de otra mano más suave, intentaron frenar, intentaron evitarla, intentaron impedir la colisión. Por poco lo logran. Por poco. Durante una fracción de segundo, la delicada yema de un dedo que pasaba volando fue arrollada por la palma de mi mano que iba a tomar el vaso. Ello dio como resultado un leve roce. Lo he grabado en mi memoria. Nadie me lo quita. Te siento. Te conozco. Te reconozco. Eres la misma. Eres la misma persona. Eres real. Eres mi punto. Que duermas bien.
Diez minutos después
Re:
¡¡¡Leo!!! ¡Qué bonito! ¿Dónde se aprende una cosa así? Ahora necesito un
whisky
. No te molestes en contestarme. Vete a dormir. Y no olvides el punto. Lo mejor sería que cerraras el puño de la mano izquierda. Así estará protegido.
Cincuenta minutos después
Asunto: Tres
whiskys
y yo
Querido Leo:
Nos hemos quedado un rato despiertos y hemos charlado sobre ti, el Leo físico (nosotros: tres
whiskys
pequeños y yo). Al primer
whisky
y a mí nos llamaba la atención que en mi presencia te hayas esforzado bastante por estar controlado, en lo que a palabras, gestos y miradas se refiere. No era necesario, ha opinado el primer
whisky
, que me conoce bien (por desgracia, entretanto se ha acabado). El segundo
whisky
, también extinto ya, expresó la sospecha de que hace tiempo decidiste no intimar nunca conmigo más allá del correo electrónico y de la mitad de una mesa bien iluminada, protegida por decenas de testigos oculares. Dentro de ese marco, nuestra conversación esta vez fue gratamente cálida, cordial, auténtica, personal, casi íntima y hasta media hora más larga de lo previsto, opinó el segundo
whisky
. Dijo que había buenas posibilidades de que mantuviéramos esta clase de encuentros dominicales en el café hasta la edad de jubilación, para luego hacer solitarios juntos o incluso jugar al tarot, siempre y cuando participen nuestras parejas (seguro que «Pam» tiene un talento natural).
Pues bien, el tercer
whisky
, ya un poco obsceno, se ha planteado qué pasa con tus sensaciones físicas (él las ha llamado de manera rimbombante «líbido», yo he replicado que no debía de ser tanto). Me ha preguntado si yo creía posible que sólo me encontraras atractiva a partir de un grado de alcoholemia Bordeaux de 3,8 aproximadamente. Pues con café y agua no demostraste ningún interés por mi aspecto físico. He contestado: «En eso sin duda te equivocas,
whisky
. Leo es un hombre capaz de concentrar todas sus sensaciones, de la intensidad y de la clase que sean, en un único punto en el centro de la palma de su mano. En todo caso, es un hombre al que nunca se le ocurriría darle a una mujer que le gusta la impresión de que le gusta y, menos todavía, decirle a la cara: me gustas. Le parecería demasiado torpe». A lo cual el tercer
whisky
ha replicado: «Seguro que a Pamela se lo ha dicho miles de veces». ¿Sabes lo que he hecho entonces con el tercer
whisky
, querido Leo? Lo he aniquilado. Y ahora me voy a dormir. ¡Buenos días!
A la mañana siguiente
Asunto: ¡Bueno, Emmi!
¿Qué habías escrito el día después de nuestra cita? Cito: «Lo de “Gracias, Emmi” estuvo flojo, querido Leo. Muy flojo. Muy por debajo de tus posibilidades». ¿Y qué dijiste anoche en relación con nuestra segunda cita? Cito: «Pues con café y agua no demostraste ningún interés por mi aspecto físico». Eso estuvo flojo, querida Emmi. Muy flojo. Muy por debajo de tus posibilidades.
Tres horas después
Re:
Lo siento, Leo. Tienes razón, la frase no tiene pies ni cabeza. Si la hubieras escrito tú, te habría criticado duramente. Todo el mensaje es desagradable. Frívolo. Confuso. Complaciente. Caprichoso. ¡Pfff…! Pero créeme: ¡NO FUI YO, FUERON LOS TRES
WHISKYS!
Me duele la cabeza. Me vuelvo a la cama. ¡Hasta luego!
A la tarde siguiente
Asunto: Bernhard
Lo siento, Emmi. Tengo que volver a medirte en relación con tus palabras (y las de tus
whiskys
). Y así te pregunto, en serio y sin humor, como corresponde a mi naturaleza: ¿por qué quieres que me muestre «interesado en tu aspecto físico»? ¿Por qué quieres que te diga a la cara «me gustas»? ¿Por qué quieres que intime contigo más allá de la mitad de una mesa bien iluminada? ¡Tú no puedes pretender que también me enamore de ti «físicamente» (o libidinosamente, como dice el alcohol)! ¿Qué sacarías tú de eso? No lo comprendo, tienes que explicármelo. En realidad, tienes que explicarme varias cosas, querida mía. Con café volviste a evitarme con elegancia. Desde hace meses, por no decir desde Boston, evades el tema. Pero ahora quiero saberlo.
Sí, de verdad quiero saberlo. Signo de admiración, signo de admiración, signo de admiración, signo de admiración. He aquí mi catálogo de preguntas número uno: ¿qué pasa con tu relación?, ¿cómo estás con Bernhard?, ¿qué hacen los niños?, ¿cómo vives?, ¿qué constituye tu vida? Catálogo de preguntas número dos: ¿por qué reanudaste el contacto conmigo después de Boston?, ¿qué piensas ahora sobre las circunstancias que condujeron a nuestra separación epistolar?, ¿cómo pudiste perdonar a Bernhard?, ¿cómo pudiste perdonarme a mí? Catálogo de preguntas número tres: ¿qué te falta?, ¿qué puedo hacer por ti?, ¿qué quieres hacer conmigo?, ¿qué quieres que sea para ti?, ¿cómo seguimos?, ¿quieres que sigamos?, ¿hacia dónde? Dime, por favor: ¿hacia dónde? Tómate unos días para contestar, al menos tiempo tenemos de sobra.
Que pases una buena tarde,
Leo
Cinco horas después
Asunto: Impresión e impronta
Unas palabras más sobre mi inexistente o irreconocible «interés por tu aspecto físico», querida Emmi. Haz el favor de darle el recado a tus ex y futuros
whiskys
: «Me gustas». Te lo digo con 0,0 de alcohol en sangre. Es bonito verte. Eres hermosísima. Y por suerte puedo echarte un vistazo a cualquier hora. No sólo tengo mil impresiones de ti, también tengo una impronta tuya. Tengo un punto de contacto en la palma de mi mano. Puedo contemplarte en él. Hasta puedo acariciarte. Buenas noches.
Tres minutos después
Re:
Tu pregunta «¿qué puedo hacer por ti?» acabas de responderla tú mismo. ¡Acaricia mi punto de contacto, querido!
Un minuto después
Fw:
Ya lo hago. Pero no lo hago por ti, sino por mí. Pues este punto puedo sentirlo únicamente yo. ¡Me pertenece, querida!
Cincuenta segundos después
Re:
¡Te equivocas, querido! Para que exista un punto de contacto siempre hacen falta dos. 1) El que es tocado. 2) El que toca. Buenas noches.
Tres días después
Asunto: Catálogo de preguntas número uno
Fiona va a cumplir dieciocho. El año que viene termina el instituto. Sólo hablo con ella en inglés y francés para que practique. Desde entonces no me dirige la palabra. Quiere ser azafata o concertista de piano. Yo le sugiero una combinación: que sea pianista de avión, como pianista voladora no tendría competencia. Es guapa, delgada, de estatura mediana, rubia, de piel blanca, pecosa como su madre. Lleva medio año «saliendo» con Gregor. Salir con Gregor significa que todas las personas de sexo masculino o femenino con las que trasnocha se llaman «Gregor». Oficialmente pasa todas las noches con él. El pobre no sabe nada ni saca nada de eso. «¿Qué hacéis todo el tiempo?», le pregunto. Ella sonríe del modo más malicioso posible. «Sexo» en estado insinuado sigue siendo la mejor explicación para los adolescentes que se niegan a brindar información. Se explica por sí mismo. Fiona no necesita decir nada al respecto. Sólo debe soportar algunos monólogos profilácticos de educación sexual.
Jonas tiene catorce. Aún es un niño. Es sensible y afectuoso. Echa de menos a su madre, me necesita muchísimo. Mantiene unida a la familia, firmemente, haciendo un gran esfuerzo. Le falta energía para el colegio. Me pregunta cada día si aún quiero a su padre. No tienes ni idea, Leo, de cómo me mira cuando me lo pregunta. Para él no hay nada más bonito que vernos a nosotros dos felices, él es nuestro centro. A veces me arroja literalmente en brazos de su padre. Quiere forzar nuestra unión. Siente que poco a poco la estamos perdiendo.
¡Bernhard, sí, Bernhard! ¿Qué decir, Leo? ¿Y por qué decírtelo a ti, justamente a ti? Ya bastante me cuesta reconocerlo a mí. Nuestra relación se ha enfriado. Ha dejado de ser un asunto del corazón para convertirse en pura disciplina mental. No tengo nada que reprocharle, por desgracia. Nunca muestra sus puntos débiles. Es la persona más bondadosa y desinteresada que conozco. Me cae bien. Aprecio su decencia. Valoro su amabilidad. Le admiro por su serenidad e inteligencia.
Pero no, ya no es el «gran amor». Tal vez nunca lo haya sido. Sin embargo, nos gustaba tanto representarlo…, hacérnoslo creer mutuamente, estimularnos así el uno al otro, demostrárselo a los niños para que se sintieran protegidos. Al cabo de doce años de trabajo escénico, nos hemos cansado de nuestro papel de pareja perfecta. Bernhard es músico. Adora la armonía. Necesita la armonía. Vive la armonía. NOSOTROS la vivimos juntos. Yo había decidido ser una parte del todo. SI me salgo, derribo todo lo que habíamos creado. Bernhard y los niños ya han vivido una vez un cataclismo semejante. No puede pasar otra vez. No puedo hacerles eso. No puedo hacérmelo A MÍ. Jamás me lo perdonaría. ¿Comprendes?
Un día después
Asunto: ¿Leo?
Hola, querido.
¿Te has quedado sin habla? ¿O esperas pacientemente la segunda y la tercera parte de mi saga familiar?
Cinco minutos después
Fw:
¿Lo hablas con él, Emmi?
Seis minutos después
Re:
No, lo callo con él, Leo. Eso potencia el efecto. Ambos sabemos perfectamente de qué se trata. Intentamos hacer lo mejor que podemos. No creas que soy muy infeliz, Leo. Mi corsé me es familiar. Me fortalece y me protege. Sólo debo tener cuidado de que un día no me falte el aire.
Tres minutos después
Fw:
¡Emmi, tienes treinta y cinco años!
Cinco minutos después
Re:
Treinta y cinco y medio. Y Bernhard tiene cuarenta y nueve. Fiona, diecisiete. Jonas, catorce. Leo Leike, treinta y siete.
Hektor
, el bulldog de la señora Krämer, tiene nueve. ¿Y
Vasíliev
, la tortuguilla de agua de los Weissenbacher? Tengo que preguntar, recuérdamelo, Leo. Pero ¿qué quieres decir con eso? ¿Acaso con treinta y cinco no soy lo bastante mayor para ser consecuente? ¿Con treinta y cinco no soy lo bastante mayor para seguir siendo responsable? ¿No soy lo bastante mayor para saber qué me debo a mí y a los míos, qué debo aceptar para ser fiel a mí misma?
Cuatro minutos después
Fw:
En todo caso, eres demasiado joven para andar teniendo cuidado de que un día no te falte el aire con tu ajustado corsé, querida mía.
Un minuto después
Re:
Mientras Leo Leike se encargue de proveerme de aire fresco desde fuera por correo electrónico, e incluso a veces en vivo, en la mesa del café, no voy a ahogarme.
Dos minutos después
Fw:
Ésa ha sido una buena transición, querida Emmi. ¿Me permites recordarte que muchas de mis preguntas siguen sin respuesta? ¿Las has guardado o necesitas que vuelva a enviártelas?
Tres minutos después
Re:
He guardado todo lo que me has escrito, querido mío. Por hoy es suficiente. ¡Buenas tardes, Leo! Eres un buen oyente. Gracias.
Al día siguiente
Asunto: Catálogo de preguntas número tres