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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (219 page)

BOOK: Cuentos completos
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Era una tontería. Puede ser muy interesante saber que el cuadrado de catorce es ciento noventa y seis, que la temperatura en este momento es de 28° centígrados, que la presión del aire acusa 750 mm. de mercurio, y que el peso atómico del sodio es 23, pero para esto, en realidad, no se necesita un robot. No se necesita, en especial, una enorme masa inmóvil de alambres y espirales que ocupa veinticinco metros cuadrados.

Pocos eran los que regresaban por una segunda exhibición, pero una chiquilla de unos diez años estaba tranquilamente sentada en un banco esperando la tercera. Era la única persona que había en la sala cuando Gloria entró, pero no la miró. Para ella, en aquel momento otro ser humano era un ejemplar completamente despreciable. Consagraba su atención a aquel objeto lleno de ruedas dentadas. De momento, vaciló con cierto desaliento. Aquello no se parecía a ninguno de los robots que ella había visto. Cautelosamente, vacilando, levantó su débil voz.

—Por favor, señor Robot, perdone, ¿es usted el Robot Parlante?

No estaba muy segura de ello, pero le parecía que un robot que hablaba merecía toda clase de consideraciones.

(Por el delgado rostro de la muchacha de diez años pasó una mirada de intensa concentración. Sacó una libreta de notas del bolsillo y comenzó a escribir rápidamente.)

Se oyó un girar de mecanismos bien engrasados y una voz metálica lanzó unas palabras que carecían de acento y entonación.

—Yo-soy-el-robot-parlante.

Gloria lo miró contrariada.
Hablaba
, pero el sonido venía de dentro. No había rostro al cual hablar.

—¿Puede usted ayudarme, señor Robot? —dijo.

El Robot Parlante estaba construido para contestar preguntas, pero sólo las preguntas que se podían hacer. Confiado en su capacidad, sin embargo, respondió:

—Puedo-ayudarle.

—Gracias, señor Robot. ¿Ha visto usted a Robbie?

—¿Quién-es-Robbie?

—Un robot, señor Robot, señor —se puso de puntillas—. Es así de alto, pero más alto, y muy bueno. Tiene cabeza, sabe… Bueno, usted no tiene, pero él sí.

—¿Un robot?… —preguntó el Robot Parlante un poco perplejo.

—Sí, señor Robot. Un robot como usted, salvo que, naturalmente,
no
sabe hablar y que…, parece una persona de veras.

—¿Un-robot-como-yo?

—Sí, señor Robot.

A lo cual el robot parlante sólo contestó con un ruido de engranajes y un sonido incoherente. Trató de ponerse lealmente a la altura de su misión y se fundieron media docena de bobinas. Zumbaron algunas señales de alarma.

(En aquel momento la muchacha de diez años se marchó. Tenía bastante para su primer artículo sobre «Aspectos Prácticos del Robotismo». Era el primero de los varios que tenía que escribir Susan Calvin sobre este tema.)

Gloria permanecía de pie con mal disimulada impaciencia, esperando la respuesta del robot, cuando oyó un grito detrás de ella.

—¡Allí está! —Y en el acto reconoció la voz de su madre—. ¿Qué estás haciendo aquí, mala muchacha? —exclamó, su ansiedad transformándose en el acto en cólera—. ¿No sabes el miedo que has hecho pasar a papá y mamá? ¿Por qué te has escapado?

El ingeniero del robot había aparecido también, mesándose los cabellos y preguntando quién diablos había estropeado la máquina.

—¿Es que no saben ustedes leer? ¿No saben que no tienen derecho a estar aquí sin ir acompañados?

Gloria levantó su ofendida voz.

—He venido sólo a ver el Robot Parlante, mamá. Pensé que quizá sabría dónde estaba Robbie, puesto que los dos son robots. —Y al aparecer en su mente el recuerdo de Robbie, estalló en una tempestad le lágrimas—. ¡Tengo que encontrar a Robbie, mamá, tengo que encontrarlo!

—¡Ah, Dios mío, esto es más de lo que soy capaz de soportar! —exclamó la señora Weston ahogando un grito—. ¡Volvamos a casa, George!

Aquella tarde, George se ausentó durante algunas horas y a la mañana siguiente se acercó a su mujer en una actitud sospechosamente complaciente.

—He tenido una idea, Grace.

—¿Sobre qué? —preguntó ella con soberana indiferencia.

—Sobre Gloria.

—¿No vas a proponer devolverle el robot?

—No, desde luego que no.

—Entonces, sigue. No tengo inconveniente en escucharte. Nada de lo que hemos hecho parece haber servido de nada.

—Muy bien. He aquí lo que he estado pensando. El gran mal de Gloria es que piensa en Robbie como persona y no como máquina. Naturalmente, no puede olvidarlo. Ahora bien, si conseguimos convencer a Gloria del hecho que su Robbie no era más que un amasijo de acero y cobre en forma de planchas y que el jugo de su vida no era más que hilos y electricidad, ¿cuánto tiempo duraría su anhelo? Es la forma psicológica de ataque, si entiendes lo que quiero decir.

—¿Y cómo pretendes conseguirlo?

—Simplemente, ¿dónde imaginas que fui, anoche? He persuadido a Robertson, de la «U. S. Robots & Mechanical Men Inc.», que nos permita realizar mañana una visita completa de sus talleres. Iremos los tres y una vez que hayamos terminado la visita, Gloria se habrá convencido que un robot no es una cosa viva.

Los ojos de la señora Weston habían ido agrandándose progresivamente, delatando una súbita y profunda admiración.

—¡Pero…, George…, esto es una excelente idea!

Los botones de la chaqueta de George Weston tiraron con fuerza.

—Es de las que tengo yo… —dijo.

El señor Struthers era un director general concienzudo y naturalmente inclinado a ser un poco locuaz. Esta combinación dio por resultado una visita que fue totalmente, quizá con exceso, explicada en todas sus fases. Sin embargo, la señora Weston no se aburría. Al contrario, más de una vez se detuvo e insistió en que explicase detalladamente algo en un lenguaje suficientemente claro para que Gloria lo entendiese. Bajo la influencia de esta apreciación de sus facultades narrativas, el señor Struthers se sintió comunicativo y se extendió con mayor genialidad todavía, si es posible.

Incluso George Weston demostraba una creciente impaciencia.

—Perdóneme, Struthers —dijo, interrumpiendo una coherencia sobre la célula fotoeléctrica—; ¿no tienen ustedes una sección donde sólo se emplee mano de obra robot?

—¡Oh, sí; sí, desde luego! —dijo sonriendo a la señora Weston—. Un círculo vicioso, en cierto modo; robots creando robots. Desde luego, no hacemos una práctica general de ello. En primer lugar, porque los sindicatos no nos lo permitirían. Pero conseguimos poder utilizar algunos robots como mano de obra robot, únicamente como una especie de experimento científico. Comprenda… —prosiguió golpeándose la palma de la mano con sus lentes para dar peso a su argumentación—, lo que los sindicatos no comprenden (y lo dice un hombre que ha simpatizado siempre con la obra sindical en general) es que el advenimiento del robot, aun cuando aportando al empezar alguna dislocación en el trabajo, tendrá inevitablemente que…

—Sí, Struthers —dijo Weston—, pero esta sección de la que habla usted, ¿podemos verla? Debe ser muy interesante, estoy seguro.

—¡Sí, sí, desde luego! —El señor Struthers se puso los lentes con un movimiento convulsivo y soltó una tosecilla de desaliento—. Síganme, por favor.

Mientras siguieron un largo corredor y bajaron un tramo de escaleras, Struthers, precediendo a los demás, estuvo relativamente tranquilo. Después, una vez que entraron en una vasta habitación intensamente iluminada donde reinaba el zumbido de una mecánica actividad, se abrieron las compuertas y desbordó el chorro de sus explicaciones.

—Aquí lo tiene usted —dijo con el orgullo impreso en su voz—. ¡Sólo robots! Cinco hombres actúan como inspectores y no tienen siquiera que estar en esta habitación. En cinco años, es decir, desde que inauguramos este sistema, no ha ocurrido un solo accidente. Desde luego, los robots aquí reunidos son relativamente sencillos, pero…

La voz del director general se había convertido hacía tiempo ya en un murmullo tranquilizador a los oídos de Gloria. Toda aquella visita le parecía aburrida e inútil, a pesar que hubiese muchos robots a la vista. Ninguno de ellos era ni remotamente como Robbie, y los contemplaba con manifiesto desdén.

Vio que en aquella habitación no había ser viviente. Entonces sus ojos se fijaron en seis o siete robots que trabajaban activamente en una mesa redonda en el centro de la sala, y se apartaron con una sorpresa de incredulidad. La sala era espaciosa. Gloria no podía verlo bien, pero uno de los robots parecía…, parecía…,
¡era!

—¡Robbie! —El grito rasgó el aire y uno de los robots se estremeció y dejó caer la herramienta que manejaba. Gloria estaba como loca de alegría. Introduciéndose por debajo de la barandilla antes que sus padres pudiesen impedirlo, saltó al suelo, situado algunos palmos más abajo y corrió hacia Robbie, con los brazos abiertos y el cabello flotando.

Y en aquel momento, las tres personas mayores vieron horrorizadas, al tiempo que quedaban paralizadas de espanto, lo que la chiquilla no vio: un enorme tractor que avanzaba a ciegas, siguiendo el camino que tenía trazado.

Weston necesitó una fracción de segundo para volver en sí, pero aquella fracción de segundo lo representó todo porque Gloria ya no podía ser salvada, todo era claramente inútil. Struthers hizo una rápida seña a los inspectores para que detuviesen el tractor, pero los inspectores no eran más que seres humanos y necesitaron tiempo para actuar.

Sólo fue Robbie quien actuó rápidamente y con precisión.

Devorando con sus piernas de metal el espacio que lo separaba de su pequeña ama, se lanzó hacia ella viniendo de la dirección opuesta. Todo ocurrió en un instante. Extendiendo el brazo, Robbie agarró a Gloria sin moderar su marcha en lo más mínimo y dejándola, por consiguiente, sin aire en los pulmones. Weston, sin comprender muy bien lo que ocurría, sintió, más que vio, a Robbie pasar por su lado como un alud y detenerse en seco. El tractor cortó el camino donde había estado Gloria, medio segundo después que Robbie la hubo arrastrado tres metros, y se detuvo con un chirrido metálico y prolongado.

Gloria recobró el aliento, fue sometida a una serie de apasionados abrazos y caricias por parte de sus padres y se volvió emocionada hacia Robbie. Para ella no había ocurrido nada, salvo que había encontrado a su amigo.

Pero la expresión de la señora Weston había pasado de la franca alegría a la de una sombría suspicacia. Se volvió hacia su marido, y, pese a su descompuesto y alterado aspecto, consiguió adoptar una actitud formidable.

—¿Tú…, has preparado esto, verdad…?

George Weston se secaba la abrasada frente con un pañuelo. Su mano temblaba y sus labios sólo conseguían esbozar una sonrisa sumamente tenue.

—Robbie no estaba construido para un trabajo de ingeniería o construcción —prosiguió la señora Weston siguiendo sus ideas—. No podía serles de ninguna utilidad. Lo has hecho colocar aquí a fin que Gloria pudiese encontrarlo. Ya lo sabes…

—Pues, sí… —dijo Weston,—. Pero, ¿cómo iba a saber yo que el encuentro tenía que ser tan violento? Y Robbie le ha salvado la vida; esto tienes que reconocerlo, ¡No puedes volverlo a despedir!

Grace Weston reflexionó. Se volvió hacia Gloria y Robbie y los contempló pensativa algún tiempo. Gloria había pasado sus brazos alrededor del cuello del robot y hubiera asfixiado a cualquiera que no hubiese sido de metal, mientras murmuraba palabras sin sentido con un frenesí casi histérico. Los brazos de acero cromado de Robbie (capaces de convertir en un anillo una barra de acero de cinco centímetros de diámetro) abrazaban cariñosamente a la chiquilla y sus ojos brillaban con un rojo intenso y profundo.

—Bien —dijo Grace Weston, finalmente—. ¡Por mí puede quedarse hasta que se oxide!

—Desde luego, no fue así —dijo Susan Calvin, encogiéndose de hombros—. Esto ocurría en 1998. En 2002 habíamos inventado ya el robot móvil-parlante que, naturalmente, dejaba a todos los modelos no parlantes anticuados, y que parecía ser el último grito en lo tocante a elementos no-robot. Entre 2003 y 2007, la mayoría de los gobiernos desterraron el uso del robot para todo propósito que no fuese la investigación científica.

—¿Así que Gloría tuvo que abandonar a Robbie, al final?

—Así lo temo. Imagino, sin embargo, que debió serle más fácil a los quince años que a los ocho. No obstante, fue una actitud estúpida e innecesaria por parte de la humanidad. U. S. Robots alcanzó financieramente su nivel más bajo en 2007, por los tiempos en que yo ingresé. Al principio, creí que mi empleo podía terminar súbitamente en cuestión de algunos meses, pero entonces empezamos a desarrollar el mercado extraterrestre.

—Y así siguió usted trabajando, desde luego.

—No del todo. Empezamos tratando de adaptar los modelos que teníamos a mano. Los primeros modelos parlantes, por ejemplo. Los enviamos a Mercurio para trabajar en las explotaciones mineras, pero fracasaron.

—¿Fracasaron? —pregunté yo con sorpresa—. ¡Pero si las minas de Mercurio rinden muchos millones de dólares!

—Ahora, sí, pero fue una segunda tentativa la que triunfó. Si quiere usted saber algo de esto, le aconsejo que se entere de lo que le ocurrió a Gregory Powell. Él y Michael Donovan resolvieron los casos más difíciles entre los años diez y veinte. Hace años que no sé nada de Donovan, pero Powell vive aquí, en Nueva York. Hoy es abuelo, una cosa a la cual es difícil acostumbrarse. Yo sólo puedo recordarlo como un muchacho. Desde luego, yo era joven también.

Traté de seguirle tirando de la lengua.

—Si quiere usted darme los hechos escuetos, doctora Calvin —dije—, puedo hacer que el señor Powell me los complete más tarde. (Y esto fue exactamente lo que hice.)

Extendió sus finas manos sobre la mesa y permaneció contemplándolas.

—Hay dos o tres casos sobre los que sé alguna cosa… —dijo.

—Empecemos por Mercurio —propuse.

—Bien; me parece que fue en 2051 cuando se organizó la segunda expedición a Mercurio. Era una expedición exploratoria, financiada en parte por U. S. Robots y en parte por Solar Minerals. Consistía en un nuevo tipo de robot, todavía experimental, Gregory Powell; Michael Donovan…

Sentido giratorio (1942)

“Runaround”

Uno de los principios favoritos de Gregory Powell era que con la excitación no se gana nada; de manera que cuando Mike Donovan bajó las escaleras saltando hacia él, con el cabello rojo empapado de sudor, Powell frunció el ceño.

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