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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (218 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Muy bien, pero no pueden impedirnos tener un robot en nuestra casa, Grace. Esto es una de tus campañas. La conozco. Pero la respuesta es la misma. ¡No! ¡Seguiremos teniendo a Robbie!

Y no obstante, quería a su mujer; y, lo que era peor aún, su mujer lo sabía. George Weston, al fin y al cabo, no era más que un hombre, ¡el pobre!, y su mujer echaba mano de todos los artilugios que el sexo más torpe y escrupuloso ha aprendido, con razón e inútilmente, a temer.

Diez veces durante la semana que siguió, tuvo ocasión de gritar: «¡Robbie se queda…, y se acabó!»; y cada vez lo decía con menos fuerza, y acompañado de un gruñido más plañidero.

Llegó finalmente el día en que Weston se acercó tímidamente a su hija y le propuso una sesión de visivoz en el pueblo.

—¿Puede venir Robbie?

—No, querida —dijo él estremeciéndose al sonido de su voz—, no admiten robots en el visivoz, pero podrás contárselo todo cuando volvamos a casa. —Dijo las últimas palabras balbuceando y miró a lo lejos.

Gloria regresó del pueblo hirviendo de entusiasmo, porque el visivoz era realmente un espectáculo magnífico. Esperó a que su padre metiese el coche a reacción en el garaje subterráneo y dijo:

—Espera que se lo cuente a Robbie, papá. Le hubiera gustado mucho. Especialmente cuando Francis Fran retrocedía tan sigilosamente y tropezó con uno de los Hombres-Leopardo y tuvo que huir. —Se rió de nuevo—. Papá, ¿hay verdaderamente hombres-leopardo en la Luna?

—Probablemente, no —dijo Weston distraído—. Es sólo fantasía.

No podía entretenerse ya mucho con el coche. Tenía que afrontar la situación. Gloria echó a correr por el césped.

—¡Robbie! ¡Robbie!

De repente se detuvo al ver un magnífico perro de pastor que la miraba con ojos dulces, moviendo la cola.

—¡Oh, qué perro más bonito! —dijo Gloria subiendo los escalones del porche y acariciándolo cautelosamente—. ¿Es para mí, papá?

—Sí, es para ti, Gloria —dijo su madre, que acababa de aparecer junto a ellos—. Es muy bonito, y muy bueno… Le gustan las niñas.

—¿Y sabe jugar?

—¡Claro! Sabe hacer muchos trucos. ¿Quieres ver algunos?

—En seguida. Quiero que lo vea Robbie también.
¡Robbie!
… —Se detuvo, vacilante, y frunció el ceño—. Apostaría a que se ha encerrado en su cuarto, enojado conmigo porque no le he llevado al visivoz. Tendrás que explicárselo, papá. A mí quizá no me creería, pero si se lo dices tú sabrá que es verdad.

Weston se mordió los labios. Miró a su mujer, pero ella apartaba la vista.

Gloria dio rápidamente la vuelta y bajó los escalones del sótano al tiempo que gritaba:

—¡Robbie…, ven a ver lo que me han traído papá y mamá! ¡Me han comprado un perro, Robbie!

Al cabo de un instante, había regresado asustada.

—Mamá, Robbie no está en su habitación. ¿Dónde está? —No hubo respuesta; George Weston tosió y se sintió repentinamente interesado por una nube que iba avanzando perezosamente por el cielo. La voz de Gloria estaba preñada de lágrimas—. ¿Dónde está Robbie, mamá?

La señora Weston se sentó y atrajo suavemente a su hija hacia ella.

—No te preocupes, Gloria. Robbie se ha marchado, me parece.

—¿Marchado?… ¿Adónde? ¿Adónde se ha marchado, mamá?

—Nadie lo sabe, hijita. Se ha marchado. Lo hemos buscado y buscado por todas partes, pero no lo encontramos.

—¿Quieres decir que no va a volver nunca más? —Sus ojos se redondeaban por el horror.

—Quizá lo encontraremos pronto. Seguiremos buscándolo. Y entretanto puedes jugar con el perrito. ¡Míralo! Se llama «Relámpago» y sabe…

Pero Gloria tenía los párpados bañados en lágrimas.

—¡No quiero el perro feo! ¡Quiero a Robbie! ¡Quiero que me encuentres a Robbie!

Su desconsuelo era demasiado hondo para expresarlo con palabras, y prorrumpió en un ruidoso llanto.

La señora Weston pidió auxilio a su marido con la mirada, pero él seguía balanceando rítmicamente los pies y no apartaba su ardiente mirada del cielo, de manera que tuvo que inclinarse para consolar a su bija.

—¿Por qué lloras, Gloria? Robbie no era más que una máquina, una máquina fea… No tenía vida.

—¡No era una máquina! —gritó Gloria con fuego—. Era una persona como tú y como yo y además era mi amigo. ¡Quiero que vuelva! ¡Oh, mamá, quiero que vuelva…!

La madre gimió, sintiéndose vencida, y dejó a Gloria con su dolor.

—Déjala que llore a su gusto —le dijo a su marido—; el dolor de los chiquillos no es nunca duradero. Dentro de unos días habrá olvidado que aquel espantoso robot haya existido.

Pero el tiempo demostró que la señora Weston había sido demasiado optimista. Desde luego, Gloria dejó de llorar, pero dejó de sonreír y cada día se mostraba más triste y silenciosa. Gradualmente, su actitud de pasiva infelicidad fue minando a la señora Weston y lo único que la retenía de ceder, era su incapacidad de confesar la derrota a su marido.

Hasta que una noche, entró en la sala, se sentó y se cruzó de brazos, desalentada. Su marido estiró el cuello para verla por encima del periódico.

—¿Qué te pasa, Grace?

—Es esta chiquilla, George. He tenido que devolver el perro hoy. Gloria me dijo que no podía soportar verlo. Hará que tenga un ataque de nervios.

Weston dejó el periódico a un lado y un destello de esperanza apareció en sus ojos.

—Quizá…, quizá tendríamos que volver a pedir a Robbie. Es posible, sabes… Puedo hablar con…

—¡No! —respondió ella secamente—. No quiero oír hablar de él. No vamos a ceder tan fácilmente. Mi hija no tiene que ser criada por un robot, aunque necesite años para quitárselo de la cabeza.

Weston volvió a tomar el periódico con aire decepcionado.

—Un año así y tendré el cabello prematuramente gris.

—No eres de gran ayuda, George —fue la glacial contestación—. Lo que Gloria necesita es un cambio de ambiente. Aquí no puede olvidar a Robbie, desde luego, ¿cómo puede olvidarlo si cada árbol y cada roca se lo recuerda? Es realmente la situación más tonta de la que he oído hablar. ¡Imagínate una criatura desfalleciendo por la pérdida de un robot!

—Bien, vamos al grano. ¿Cuál es el cambio de ambiente que planeas?

—Vamos a llevarla a Nueva York.

—¡En agosto! Oye, ¿sabes lo que representa Nueva York en agosto? ¡Es insoportable!

—Hay millones que lo soportan.

—No tienen un sitio como éste donde estar. Si no tuviesen que quedarse en Nueva York, no se quedarían.

—Pues nosotros tendremos que quedarnos también. Vamos a salir en seguida, en cuanto hayamos hecho los preparativos. En Nueva York, Gloria encontrará suficientes distracciones y suficientes amigos para hacerle olvidar esta máquina.

—¡Oh, Dios mío!… —gruñó el infeliz marido—. ¡Aquellos pavimentos abrasadores!

—Tenemos que ir —fue la implacable respuesta—. Gloria ha perdido dos kilos este mes y la salud de mi hijita es más importante para mí que tu comodidad.

—Es una lástima que no hayas pensado en la salud de tu hijita antes de privarla de su querido robot —murmuró él…, para sí mismo.

Gloria dio inmediatamente síntomas de mejoría en cuanto oyó hablar del inminente viaje a la ciudad. Hablaba poco de él, pero cuando lo hacía era siempre con vivo entusiasmo. Comenzó de nuevo a sonreír y a comer con su precedente apetito.

La señora Weston no cabía en sí de júbilo y no perdía ocasión de demostrar su triunfo sobre su todavía escéptico marido.

—¿Lo ves, George? Ayuda a hacer el equipaje como un angelito y charla como si no hubiese tenido un disgusto en su vida. Es lo que te dije, lo que necesitaba era fijar su interés en otra cosa.

—¡Ejem!… —respondió el marido, escéptico—. Esperemos que así sea.

Los preliminares se hicieron rápidamente. Se tomaron las disposiciones para el alojamiento en la ciudad y un matrimonio quedó encargado del cuidado de la casa de campo. Cuando finalmente llegó el día de la marcha, Gloria había vuelto a ser la misma de antes y ni la menor alusión de Robbie pasó por sus labios.

Con el mejor humor, la familia tomó un taxigiro hasta el aeropuerto (Weston hubiera preferido ir en su autogiro, pero era sólo un dos plazas y no había sitio para el equipaje) y entraron en el avión que esperaba para salir.

—Ven, Gloria, te he reservado un sitio al lado de la ventana para que veas el paisaje.

Gloria ocupó el sitio indicado, aplastó su nariz contra el grueso vidrio y miró con un interés que aumentó al comenzar a rugir los motores. Era demasiado pequeña para asustarse cuando la tierra empezó a alejarse a sus pies y sintió aumentar el doble de su peso. Sólo cuando la tierra hubo cambiado de aspecto y se convirtió en una vasta manta de cuadros de colores, apartó la nariz del vidrio y se volvió hacia su madre.

—¿Llegaremos pronto a la ciudad, mamá? —preguntó rascándose la nariz helada y observando cómo se desvanecía la mancha opaca que su aliento había dejado en la ventana.

—Dentro de media hora, hija mía. ¿No estás contenta porque vayamos? —añadió con sólo un leve tono de ansiedad en la voz—. ¿No vas a ser muy feliz en la ciudad, con los edificios y la gente y tantas cosas que ver? Iremos al visivoz cada día, y al teatro, y al circo y a la playa, y…

—Sí, mamá —fue la respuesta sin entusiasmo de la chiquilla. La nave pasaba en aquel momento sobre un mar de nubes y Gloria quedó en el acto absorbida en la contemplación de aquella masa que tenía a sus pies. Después volvieron a encontrarse en medio de un cielo azul y se volvió hacia su madre con un súbito aire misterioso de secreto.

—Ya sé por qué vamos a la ciudad, mamá.

—¿Sí, hija mía? —dijo la señora Weston intrigada—. ¿Y por qué?

—No me lo has dicho porque querías darme una sorpresa, pero lo sé. —Quedó un momento sumida en la admiración de su aguda perspicacia y después se echó a reír alegremente—. Vamos a Nueva York porque allí podremos encontrar a Robbie, ¿no es verdad? Con detectives.

La suposición pilló a George Weston en el momento de beber un vaso de agua, con desastrosos resultados. Hubo una especie de ronquido, un géiser de agua y una tos de alguien que se ahoga. Cuando todo hubo terminado, ofreció el aspecto de una persona profundamente contrariada, tenía el rostro colorado y estaba mojado de pies a cabeza.

La señora Weston mantuvo su compostura, pero cuando Gloria hubo repetido su pregunta con el ansia redoblada en la voz, su mal humor triunfó.

—Quizá —repitió secamente—. Y ahora siéntate y estate quieta, por el amor de Dios.

Nueva York, en 1998, era para el visitante un paraíso superior a lo que había sido siempre. Los padres de Gloria se dieron cuenta de ello y sacaron el mejor partido posible.

Por orden estricta de su mujer, Weston había tomado las disposiciones necesarias para que sus negocios marchasen solos por algún tiempo, a fin de estar libre y poder dedicar el tiempo a lo que él llamaba «salvar a Gloria del borde del abismo». Como era costumbre en Weston, lo hizo de aquella forma precisa, minuciosa y eficiente que era propia de él. Antes que hubiese transcurrido un mes, nada de lo que podía hacerse había dejado de ser hecho.

Gloria fue llevada al último piso del edificio Roosevelt, que medía casi un kilómetro de altura, y desde donde se gozaba del abigarrado panorama de los edificios que se extendían hasta los campos de Long Island y las tierras llanas de Nueva Jersey. Visitaron los jardines zoológicos, donde Gloria contempló con emocionado temor un «verdadero león vivo» (con la consiguiente decepción de ver que los guardianes lo alimentaban con trozos de carne cruda y no con seres humanos, como ella esperaba), y pidió con insistencia y de manera perentoria ver «la ballena».

Los diversos museos contribuyeron también a llamar su atención, así como parques, playas y el acuario.

Llevaron a Gloria hasta medio curso del Hudson en un barco especialmente decorado, que evocaba el arcaísmo de los años veinte. Viajó por la estratosfera en una salida de exhibición y vio el cielo ponerse de color púrpura, las estrellas destacar en el firmamento y la Tierra nebulosa tomar bajo ellos el aspecto de una gran taza cóncava. Una nave submarina de paredes transparentes le hizo visitar las aguas de Long Island y vio aquel mundo verde y tembloroso, y los monstruos marinos acercarse a ella y huir después atemorizados.

En un terreno más prosaico, la señora Weston la llevó a los grandes almacenes, donde pudo soñar de nuevo a su antojo.

En resumen, cuando el mes hubo casi transcurrido, los Weston estaban convencidos de haber hecho cuanto era humanamente posible para quitarle de la cabeza al desaparecido Robbie, pero no estaban muy seguros de haberlo conseguido.

El hecho cierto era que dondequiera que llevasen a Gloria, desplegaba el más vivo interés por todos los robots que se le ponían delante. Por muy interesante que fuese el espectáculo a que asistía, por nuevo que fuese a sus ojos infantiles, su mirada se fijaba implacablemente en cualquier parte donde viese un movimiento metálico.

La situación alcanzó su apogeo con el episodio del Museo de Ciencia y de Industria. El Museo había anunciado un «programa infantil» especial donde tenían que hacerse demostraciones de magia científica reducidas a la escala de la mentalidad infantil. Los Weston, desde luego, pusieron el espectáculo en la lista de «indispensables».

Los Weston estaban completamente absorbidos por los experimentos de un potente electroimán cuando la señora Weston se dio súbitamente cuenta que Gloria no estaba con ellos. El pánico inicial se convirtió en metódica decisión y con la ayuda de tres empleados se comenzó una minuciosa búsqueda.

Gloria, por su parte, no era de esas chiquillas que rondan al azar. Para su edad, era inusitadamente decidida, saturada de idiosincrasia maternal, a este respecto. En el tercer piso había visto un gran cartel con una flecha y la indicación «Al Robot Parlante», y después de haberlo deletreado sola y observando que sus padres no parecían decididos a avanzar en aquella dirección, hizo lo que consideró indicado. Esperando un momento de distracción paterna, dio media vuelta y siguió la flecha.

El Robot Parlante era verdaderamente un
tour de force
; pero un artefacto totalmente inútil, sin más valor que el publicitario. Cada hora, un grupo de visitantes escoltados por un empleado se detenía delante del robot y hacía preguntas al ingeniero encargado del robot, con discretos susurros. Las que el ingeniero juzgaba aptas para ser contestadas por los circuitos del robot, le eran transmitidas.

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