Cuentos completos (225 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
6.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

¡Ojalá fuese así! Cutie estaba ante él.

—No han contestado a la señal, de manera que he venido —dijo en voz baja—. No tienen buen semblante y temo que el término de vuestra existencia no esté lejano. Sin embargo, ¿quieren ver algunas de las anotaciones registradas hoy?

Powell se daba vagamente cuenta que el robot trataba de mostrarse amistoso, quizá para apagar sus remordimientos, restableciendo a los humanos en el mando de la estación. Tomó las hojas de papel de la mano que se las tendía y las miró sin verlas.

—Desde luego, es un gran prodigio servir al Señor —dijo Cutie, al parecer satisfecho—. No deben tomar a mal que les haya reemplazado.

Powell lanzó un gruñido y siguió recorriendo maquinalmente las hojas de papel hasta que se fijó en una tenue línea roja que cruzaba la hoja.

Miró…, y volvió a mirar. Se apoyó con fuerza sobre los puños y se levantó, sin dejar de mirar. Las demás hojas cayeron al suelo, mezcladas.

—¡Mike! ¡Mike! —Sacudió a su amigo furiosamente—.
¡Se mantiene en dirección!

—¿Eh?… ¿Cómo? —preguntó Donovan, volviendo en sí, mirando también con los ojos salidos, la hoja que tenía delante.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cutie.

—Te has mantenido en el foco —gritó Powell—. ¿Lo sabías?

—¿Foco? ¿Qué es eso?

—Has mantenido el haz dirigido exactamente a la estación receptora…, dentro de una diezmillonésima de segundo de arco.

—¿Qué estación receptora?

—Tierra. La estación receptora es Tierra —balbuceó Powell—. Has mantenido la dirección del foco.

Cutie giró sobre sus talones, contrariado.

—Es imposible mostrar la menor amabilidad con ustedes. ¡Siempre el mismo fantasma! No he hecho más que mantener todas las esferas en equilibrio de acuerdo con la voluntad del Señor.

Y recogiendo los esparcidos papeles, se retiró secamente; una vez que hubo salido, Donovan se volvió hacia Powell y dijo:

—¡Júpiter me confunda!… Bien, ¿y qué hacemos ahora?

—Nada —dijo Powell, cansado—. Nada. Nos ha demostrado que puede dirigir perfectamente la estación. Jamás he visto hacer mejor frente a una tempestad de electrones.

—Pero esto no resuelve nada. Ya has oído lo que ha dicho del Señor. No podemos…

—Mira, Mike, sigue las instrucciones del Señor a través de relojes, esferas, gráficos e instrumentos. Esto es lo que siempre hemos hecho nosotros. En realidad, equivale a negarse a obedecer. La desobediencia es la Segunda Ley. No hacer daño a los humanos es la Primera. ¿Cómo podía evitar hacer daño a los humanos sabiéndolo o no? Pues manteniendo el haz de energía estable. Sabe que es capaz de mantenerlo más estable que nosotros, ya que insiste en que es un ser superior, y por esto tiene que mantenernos alejados del cuarto de controles. Si tienes en cuenta las Leyes Robóticas, es inevitable.

—Bien, pero no es ésta la cuestión. No podemos consentir que siga con el sonsonete ese del Señor.

—¿Por qué no?

—Porque, ¿quién ha oído jamás decir estas tonterías? ¿Cómo vamos a dejar que siga manteniendo la estación si no cree en la existencia de la Tierra?

—¿Puede dirigir la Estación?

—Sí, pero…

—Entonces, ¿qué más da que crea una cosa que otra?

Powell extendió los brazos con una vaga sonrisa de satisfacción y cayó de espaldas sobre la cama. Estaba dormido.

Powell seguía hablando mientras luchaba por endosarse su ligera chaqueta del espacio.

—Será muy sencillo. Puedes traer nuevos modelos QT uno por uno, los equipas con un conmutador de lanzamiento automático que actúe en el plazo de una semana, como para darles tiempo de aprender…, el…, el culto del Señor, de boca del mismo Profeta; después los conmutas con otra estación para revitalizarlos. Podemos tener dos QT por…

Donovan levantó su visor de glasita y se rió.

—Cállate y larguémonos de aquí. El relevo espera y no estaré tranquilo hasta que sienta la superficie de la Tierra bajo mis pies…, sólo para estar seguro del hecho que ella realmente existe.

La puerta se abrió mientras estaba hablando y Donovan volvió a cerrar inmediatamente el visor de glasita, volviéndose enojado hacia Cutie.

El robot se acercó a ellos lentamente.

—¿Se van? —preguntó con una nota de pesar en la voz.

—Vendrán otros en nuestro lugar —respondió Powell.

—Vuestro tiempo de servicio ha terminado y la hora de la disolución ha llegado —dijo Cutie con un suspiro—. Lo esperaba, pero… En fin, la voluntad del Señor debe cumplirse…

—Ahorra tu compasión —saltó Powell, indignado por el tono resignado de Cutie—. Nos vamos a la Tierra, no a la disolución.

—Es mejor que lo crean así —suspiró nuevamente el robot—. Ahora comprendo la cordura de la ilusión. No quisiera tratar de conmover vuestra fe, aunque pudiese. —Y se marchó, convertido en la imagen de la compasión.

Powell se echó a reír y se dirigió hacia Donovan. Con las maletas cerradas en la mano, se encaminaron hacia la compuerta neumática.

La nave estaba en el rellano exterior y Franz Muller, su relevo, los saludó con rígida cortesía. Donovan le prestó escasa atención y entró en la cabina del piloto para tomar los mandos de manos de Sam Evans.

—¿Cómo va la Tierra? —preguntó Powell, quedándose atrás.

Era una pregunta bastante convencional y Muller dio la respuesta convencional que merecía:

—Sigue girando.

—Bien —dijo Powell.

—En la U. S. Robots han ideado un nuevo modelo, a propósito —dijo Muller, mirándole—. Un robot múltiple.

—¿Un qué?

—Lo que he dicho. Hay un importante contrato de ellos. Tiene que ser adecuado para los trabajos de minería en los asteroides. Es un robot principal; con seis sub-robots alrededor. Como tus dedos.

—¿Lo han probado ya? —preguntó Powell con ansiedad.

—Te están esperando a ti, he oído decir —dijo Muller sonriendo.

—¡Maldita sea!… —exclamó Powell, cerrando el puño—. Necesito vacaciones.

—¡Oh, las tendrás! Dos semanas, creo.

Se estaba poniendo los gruesos guantes del espacio, preparándose para su estancia allí, y sus espesas cejas se juntaron.

—¿Y qué tal va este nuevo robot? Será mejor que se porte bien; o antes me condeno que dejarle tocar los mandos.

Powell hizo una pausa antes de contestar. Sus ojos recorrieron el cuerpo del orgulloso prusiano desde su cabello encrespado hasta los pies, reglamentariamente cuadrados…, y un súbito resplandor de sincera alegría recorrió su cuerpo.

—El robot es muy bueno —dijo lentamente—. No creo que tengas que preocuparte mucho de los mandos…

Hizo una mueca y entró en la nave. Muller tenía que estar allí varias semanas…

Atrápame esta liebre (1944)

“Catch that Rabbit”

Tuvo más de dos semanas de vacaciones. Esto, Mike Donovan tenía que reconocerlo. Tuvo seis meses, con paga. Esto tenía que admitirlo también. Pero esto, como explicaba enfurecido, fue fortuito. U. S. Robots tenía que quitarle las pulgas al robot múltiple, y había muchas pulgas, y siempre quedaban por lo menos media docena de pulgas dejadas para el campo de pruebas. De manera que descansaron y esperaron hasta que los hombres de la sección de planos y los supervisores dijeron «O. K.» Y entonces, Powell y él salieron hacia el asteroide y
no fue
«O. K.» Repitieron la cosa una docena de veces, con el rostro compungido.

—¡Por lo que más quieras, Greg, sé un poco realista! ¿De qué sirve aferrarse al pie de la letra a las especificaciones y ver la prueba irse al tacho? Es ya hora que te quites esta manía rutinaria tuya y pongamos manos a la obra.

—Digo únicamente —respondió Gregory Powell pacientemente, como el que explica la teoría de los electrones a un niño idiota—, que, de acuerdo con las especificaciones, estos robots están equipados para los trabajos de minería en los asteroides sin supervisión. No estamos encargados de vigilarlos.

—Muy bien. Mira… ¡Lógico! —Levantó sus velludos dedos y señaló—: Uno; este robot ha pasado por todas las pruebas en el laboratorio de la Tierra. Dos; U. S. Robots garantiza el éxito de la prueba de actividad en un asteroide. Tres; los robots no pasan tal prueba. Cuatro; si no la pasan, U. S. Robots pierde diez millones de créditos en efectivo y unos cien millones en reputación. Cinco; si no la pasan y nosotros no somos capaces de explicar por qué no la pasan, es muy posible que tengamos que decir un tierno adiós a dos buenos empleos.

Powell lanzó un gruñido a través de una visible sonrisa poco sincera. El tácito
slogan
de la «U. S. Robots & Mechanical Men, Corp.», era bien conocido de todos. «Ningún empleado comete el mismo error dos veces. Es despedido a la primera.»

—Tienes la lucidez de Euclides en todo —dijo—, menos en los hechos. Has vigilado tres grupos de estos robots durante tres turnos y han hecho su trabajo perfectamente. Tú mismo lo has dicho. ¿Qué más podemos hacer?

—Averiguar qué es lo que no funciona. Eso es lo que tenemos que hacer. Trabajaron perfectamente mientras los vigilé. Pero en tres diferentes ocasiones, cuando no los vigilé, no sacaron ningún mineral. No llegaban siquiera a la hora. Tenía que ir en su busca.

—¿Y había algo estropeado?

—Nada absolutamente. Todo era perfecto. Liso y perfecto como el luminífero éter. Sólo un pequeño e insignificante detalle me turbó:
no había mineral
.

—Te diré lo que hay, Mike. Nos hemos encontrado con misiones asquerosas en nuestra vida, pero gana premio la del asteroide de iridio. Todo esto es de una complicación que sobrepasa la resistencia. Mira, este robot DV-5 tiene seis robots que dependen de él. Y no sólo dependen de él…, forman parte de él.

—Yo sé que…

—¡Cállate! Yo sé que lo sabes, pero estoy diciéndote cuán infernal es la cosa. Estos seis robots forman parte de ti, y les dan sus órdenes no por radio ni de viva voz, sino directamente a través de campos positrónicos, Ahora bien…, no hay en toda la U. S. Robots un solo roboticista que sepa lo que es un campo positrónico ni cómo funciona. Yo tampoco lo sé. Ni tú.

—Esto último —dijo Donovan— ya lo sabía.

—Fíjate en nuestra posición. Si todo funciona…, ¡bien! Si algo va mal…, estamos fritos y probablemente no habrá cosa alguna que se pueda hacer, ni nosotros ni nadie. Pero la misión nos corresponde a nosotros y a nadie más, de manera que estamos en un atolladero.

Permaneció un momento silencioso, mirando al vacío y prosiguió:

—En fin…, ¿lo tienes ahí fuera?

—Sí.

—¿Está todo normal, ahora?

—Pues…, por ahora no tiene la manía religiosa ni anda describiendo círculos y recitando tonterías, de manera que lo considero normal.

Donovan franqueó la puerta, moviendo la cabeza con gesto de duda.

Powell tendió la mano hacia el «Manual de Robótica» que tenía en un ángulo de su mesa y lo abrió respetuosamente. Una vez había saltado por la ventana de una casa incendiada en «shorts», pero con el «Manual» bajo el brazo. En caso de duda, se hubiera quitado los «shorts».

El «Manual» estaba abierto delante de él cuando entró el robot DV-5 seguido de Donovan, que volvió a cerrar la puerta de un puntapié.

—Hola, Dave. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Powell sombríamente.

—Bien —dijo el robot—. ¿Te importa que me siente? —Se acercó la silla especialmente reforzada para él y se dobló sobre ella.

Powell miró a Dave; los legos en la materia pueden pensar en los robots por números de serie, los especialistas nunca, y con razón. Pese a su construcción como unidad pensadora de un equipo integrado por siete unidades, no era de un volumen exagerado. Tenía poco más de dos metros de altura y pesaba media tonelada de metal y electricidad. ¿Mucho? No cuando la media tonelada tiene que ser una masa de condensadores, circuitos, contactos y células de vacío, capaces de tener prácticamente todas las reacciones conocidas de los humanos. Y un cerebro positrónico que, con 4,5 Kg. de materia y unos cuantos quintillones de positrones, hacía funcionar toda la maquinaria.

Powell buscó un cigarrillo en el bolsillo de su camisa.

—Dave —dijo—, eres un buen muchacho. No tienes nada de coqueto ni de
prima-donna
. Eres un robot, estable, buen minero, salvo que estás equipado para mantener una coordinación directa con seis subsidiarios. Por lo que sé, esto no ha creado en tu mapa de sendas cerebrales ningún cerebro inestable.

—Esto me hace sentirme bien —asintió el robot—, pero, ¿a qué va eso, jefe? —Estaba equipado con un excelente diafragma y la presencia de tonalidades en su voz lo salvaba de buena parte de aquel sonido metálico que suele tener la voz del robot usual.

—Voy a decírtelo. Con todo esto en tu favor, ¿qué pasa que tu trabajo no va bien? Por ejemplo, ¿el turno B de hoy?

—Por lo que yo sé, nada —dijo Dave vacilando.

—No han producido nada de mineral.

—Lo sé.

—¿Entonces…?

—No puedo explicárselo, jefe —dijo Dave, visiblemente turbado—. Sería capaz de darme un ataque de nervios…, si pudiese. Mis subsidiarios trabajan bien. Lo sé. —Reflexionó; sus ojos fotoeléctricos brillaban intensamente—. No recuerdo. El día terminó a las tres y allí estaba Mike, y las vagonetas de mineral, la mayoría vacías.

—No has traído la nota de turnos estos días, Dave —intervino Donovan—. ¿Lo sabes?

—Lo sé. Pero en cuanto… —Se calló, moviendo la cabeza lenta y ceremoniosamente.

Powell tenía la sensación que si el rostro de Dave pudiese expresar algo, expresaría la contrariedad. Un robot, por su misma naturaleza, no puede soportar faltar a su misión.

Donovan acercó su silla a la mesa de Powell y se inclinó hacia él.

—¿Amnesia, crees?

—No puedo decirlo. Pero es inútil tratar de aplicar nombres de enfermedades así. Las perturbaciones humanas sólo se aplican a los robots como románticas analogías. No tienen empleo en ingeniería robótica. Me contraría mucho someterlo a la prueba elemental de reacción de cerebro —añadió, rascándose el cuello—. Esto no adulará su amor propio.

Miró a Dave, pensativo, y después la «Descripción del Campo de Pruebas» dada por el «Manual».

—Mira, Dave —dijo—, ¿qué te parece si hiciéramos una prueba? Me parecería muy indicado.

—Si tú lo dices, jefe… —dijo el robot, levantándose. En su voz había dolor entonces.

Empezó en forma bastante sencilla. El robot DV-5 multiplicó de memoria cantidades de cinco cifras bajo el control de un reloj. Citó los números primos entre mil y diez mil. Extrajo raíces cuadradas e integrales de difíciles complejidades. Resolvió reacciones mecánicas a fin de aumentar las dificultades. Y finalmente, sometió su precisa mente mecánica a las más altas funciones del mundo de los robots: la solución de problemas de juicio y ética.

Other books

Colony by Siddons, Anne Rivers
To Lure a Proper Lady by Ashlyn Macnamara
Amazon Queen by Lori Devoti
A Perfect Christmas by Page, Lynda
Taking It by Michael Cadnum
The Face of Scandal by Helena Maeve
The Shepherd's Betrothal by Lynn A. Coleman