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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (255 page)

BOOK: Cuentos completos
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Los dos aguardaron, con la mente en concentración febril, y el pulso martillando.

—¿Ocurrirá de repente?

—No lo sé. Tendremos que esperar.

Desde las portillas sólo las estrellas estaban visibles. El Sol, tres veces mayor a como se ve desde la Tierra, lanzaba sus rayos cegadores sobre metal opaco, porque en aquella nave especialmente diseñada, las portillas se cerraban automáticamente cuando incidía una radiación potente.

Y entonces las estrellas empezaron a desaparecer. Lentamente, al principio las más mortecinas… después las más brillantes: Polaris, Regulus, Arcturus, Sirio. El espacio estaba uniformemente negro.

—Está funcionando —susurró Jimmy. Apenas había pronunciado estas palabras, cuando las portillas que miraban hacia el Sol se abrieron. ¡El Sol había desaparecido!

—¡Já! Ya me siento más fresco —Jimmy Turner estaba jubiloso—. Chico, funcionó como un encanto. ¿Sabes?, si ellos pudieran adaptar este Campo Deflector a todas las intensidades de radiación, habríamos perfeccionado la invisibilidad. Sería un arma de guerra conveniente. —Encendió un cigarrillo y se recostó sensualmente.

—Pero mientras tanto volamos a ciegas —insistió Roy.

Jimmy sonrió paternalmente.

—No necesitas preocuparte por eso, Guapo. Ya me he ocupado de todo. Estamos en una órbita alrededor del Sol. Dentro de dos semanas, nos encontraremos en el lado opuesto y entonces permitiré que los cohetes nos impulsen fuera de este anillo, zumbando hacia Venus. —Estaba muy satisfecho de sí mismo—. Sólo déjalo a Jimmy «Cerebro» Turner. Terminaré esto en dos meses, en vez de los seis reglamentarios. Ahora estás con el mejor piloto de Correos.

Roy se echó a reír maliciosamente.

—Oyéndote, se diría que tú hiciste todo el trabajo. Todo lo que haces es llevar la nave por la ruta que yo he trazado. Tú eres el mecánico; yo soy el cerebro.

—Oh, ¿es tan así? Cualquier neófito maldito piloto de escuela puede trazar un curso. Se necesita un hombre para navegarlo.

—Bueno, ésa es tu opinión. Sin embargo, ¿quién está mejor pagado, el piloto o el que traza las rutas?

Jimmy se tragó aquella derrota y Roy salió triunfalmente de la cabina de mandos. Ajeno a todo esto, el
Helios
seguía su ruta.

Durante dos días, todo estuvo sereno; luego, al tercero, Jimmy inspeccionó el termómetro, se rascó la cabeza y parecía preocupado. Roy entró, observó los procedimientos y levantó las cejas con asombro.

—¿Algo va mal? —Se inclinó y leyó la altura de la delgada columna roja—. Sólo 100 grados. No es nada para tener ese aspecto de ganso mareado. Por tu expresión, pensé que algo iba mal con el Campo Deflector y que estaba subiendo otra vez. —Se alejó con un ostentoso bostezo.

—Oh, cállate, mono insensato. —El pie de Jimmy se levantó en una patada sin entusiasmo—. Me sentiría mucho mejor si la temperatura estuviera subiendo. Este Campo Deflector funciona demasiado bien para mi gusto.

—¡Huh! ¿Qué quieres decir?

—Te lo explicaré, y si atiendes cuidadosamente tú podrás comprenderme. Esta nave está construida igual que un termo. Gana calor sólo con mucha dificultad y lo pierde del mismo modo. —Hizo una pausa y dejó caer sus palabras—: A temperaturas normales, se supone que esta nave no pierde más de dos grados al día si no hay fuentes externas de calor. Tal vez, a la temperatura que estábamos, la pérdida podría llegar a cinco grados al día. ¿Me sigues?

La boca de Roy estaba muy abierta y Jimmy continuó:

—Bien, esta maldita nave ha perdido cincuenta grados en menos de tres días.

—Pero eso es imposible.

—Allí está —señaló Jimmy irónicamente—. Te diré lo que está mal. Es ese maldito Campo. Actúa como un agente repulsivo de las radiaciones electromagnéticas y de alguna manera acelera la pérdida de calor de nuestra nave.

Roy se puso a pensar e hizo unos rápidos cálculos mentales.

—Si lo que dices es cierto —dijo al fin—, llegaremos al punto de congelación en cinco días y después pasaremos una semana en lo que corresponde al clima invernal.

—Así es. Incluso teniendo en cuenta la disminución de la pérdida de calor cuando la temperatura baje, probablemente terminaremos con el mercurio entre los treinta y los cuarenta grados abajo.

Roy tragó saliva tristemente.

—¡Y a veinte millones de millas del Sol!

—Eso no es lo peor —señaló Jimmy—. Esta nave, como todas las utilizadas para viajes dentro de la órbita de Marte, no tiene sistema de calefacción. Con el Sol brillando furiosamente y sin medios de perder calor más que por radiación poco efectiva, las naves espaciales de Marte y Venus siempre se han especializado en sistemas de refrigeración. Nosotros, por ejemplo, tenemos un aparato de refrigeración muy eficaz.

—Así que nos encontramos en un aprieto de mil diablos. Lo mismo sucede con nuestros trajes espaciales.

A pesar de la temperatura todavía abrasadora, los dos empezaron a experimentar unos escalofríos anticipatorios.

—Oye, no voy a soportar esto —exclamó Roy—. Voto por salir de aquí inmediatamente y dirigirnos a la Tierra. No pueden esperar más de nosotros.

—¡Adelante! Tú eres el piloto. ¿Puedes trazar un rumbo a esta distancia del Sol y garantizarme que no caeremos en él?

—¡Diablos! No había pensado en eso.

Ninguno de los dos sabía qué hacer. La comunicación por radio no era posible desde que habían pasado la órbita de Mercurio. El Sol estaba en máxima mancha solar y la estática había anulado todos los intentos.

Así que se sentaron a esperar.

Los días siguientes estuvieron ocupados enteramente en la vigilancia del termómetro, con unos minutos de vez en cuando en que a uno de los dos se le ocurría lanzar una novedosa maldición sobre la cabeza del señor Frank McCutcheon. Se permitían comer y dormir, pero no lo disfrutaban.

Y mientras tanto, el
Helio
s, completamente indiferente a la difícil situación de sus ocupantes, seguía su curso.

Tal como Roy había predicho, la temperatura pasó la línea roja que marcaba «Congelación» hacia el final del séptimo día dentro del Cinturón de Desviación. Ambos se sintieron terriblemente preocupados cuando ocurrió, a pesar de que ya lo esperaban.

Jimmy había sacado unos cien galones de agua del depósito. Con ellos llenó casi todos los recipientes de a bordo.

—Eso podría evitar que las tuberías estallen cuando el agua se congele —observó—. Y si lo hacen, como es probable, servirá también como una reserva disponible de abundante agua. Ya sabes que aún tenemos que permanecer aquí otra semana.

Y al día siguiente, el octavo, el agua se heló. Los cubos, rebosantes de hielo, estaban fríos y relucientes. Ambos los miraron con total desamparo. Jimmy rompió uno para abrirlo.

—Sólidamente congelada —dijo desolado, y se envolvió en otra manta.

Ahora era difícil pensar en otra cosa que el frío creciente. Roy y Jimmy habían requisado todas las sábanas y mantas de la nave, tras haberse puesto tres o cuatro camisas e igual número de pantalones

Permanecían en la cama todo el tiempo posible, y cuando estaban obligados a moverse, se acurrucaban cerca de la pequeña estufa en busca de calor. Incluso este dudoso placer les fue pronto denegado, pues, tal como Jimmy observó, «la reserva de combustible es extremadamente limitada, y necesitaremos la estufa para descongelar la comida y el agua».

El humor era escaso y los encontronazos frecuentes, pero la desgracia común impidió que realmente saltaran uno al cuello del otro. Sin embargo, fue el décimo día cuando los dos, unidos por un odio común, se hicieron súbitamente amigos.

La temperatura había descendido hasta cero grado, y estaba planeando descender a las regiones negativas. Jimmy se hallaba acurrucado en un rincón pensando en el pasado en Nueva York cuando se había quejado del calor de agosto, y se preguntaba cómo podía haber hecho eso. Mientras tanto, Roy había movido sus ateridos dedos lo suficiente para calcular que tendrían que soportar el frío durante exactamente 6.354 minutos más.

Contemplaba las cifras con disgusto y se las leía a Jimmy. Este frunció el ceño y gruñó.

—Tal como me encuentro, no duraré ni 54 minutos, así que olvídate de los 6.354. —Después añadió con impaciencia—: Me gustaría que pensaras en una manera de salir de esto.

—Si no estuviéramos tan cerca del Sol —sugirió Roy—, podríamos poner en marcha los motores traseros y acelerar.

—Sí, y si aterrizáramos en el Sol, estaríamos muy cómodos y calientes ¡Eres una gran ayuda!

—Bueno, tú eres el que se llama a sí mismo «Cerebro» Turner. Piensa tú en algo. Por el modo como hablas, uno creería que todo esto es culpa mía.

—¡Claro que lo es, mono con ropas humanas! Mi mejor juicio me aconsejó todo el tiempo no hacer este viaje de locos. Cuando McCutcheon me lo propuso, me negué categóricamente. Sabía lo que hacía. —El tono de Jimmy era muy amargo—. ¿Y qué ocurrió? Como tonto que eres, tú aceptas y te precipitas donde un hombre sensato teme poner el pie. Y entonces, naturalmente, yo tuve que aceptar.

»Vaya, ¿sabes lo que debería haber hecho? —la voz de Jimmy subió de tono—.Tendría que haberte dejado ir solo y que te helaras, y entonces sentarme junto a un enorme fuego, solo y satisfecho. Es decir, de haber sabido lo que iba a suceder.

Una dolida expresión de sorpresa apareció en el rostro de Roy.

—¿De veras? ¡Conque esto es así! Bueno, todo lo que puedo decir es que tienes talento para retorcer los hechos, pero para nada más. La cuestión es que tú fuiste absolutamente estúpido como para aceptar, y yo, el pobre tipo, fui arrastrado por la fuerza de las circunstancias.

La expresión de Jimmy revelaba el desdén más absoluto.

—Evidentemente, el frío te ha dejado aturdido, aunque admito que no se necesita demasiado para acabar con el poco juicio que posees.

—Escucha —contestó Roy con calor—. El 10 de octubre, McCutcheon me llamó por el visor y me dijo que tú habías aceptado y se burló de mí por cobarde, porque me negaba a ir. ¿Niegas eso?

—Sí, lo niego incondicionalmente. El 10 de octubre, el Cascarrabias me dijo que tú habías decidido ir y que le habías apostado que…

La voz de Jimmy se desvaneció súbitamente y una expresión de asombro apareció en su rostro.

—Dime… ¿estás seguro de que McCutcheon te dijo que yo había aceptado ir?

Un escalofriante y asqueroso sentimiento atenazó el corazón de Roy cuando entendió el argumento de Jimmy, un sentimiento que le quitó el entumecimiento del frío.

—Absolutamente —contestó—. Te lo juro. Es por eso que vine.

—Pero él me dijo que tú habías aceptado y por eso decidí…

De pronto Jimmy se sintió muy estúpido.

Los dos cayeron en un prolongado y ominoso silencio, que al fin fue roto por Roy, cuya voz temblaba de emoción.

—Jimmy, hemos sido víctimas de un truco despreciable, sucio, bajo y traicionero. —Sus ojos se dilataron de furia—. Hemos sido estafados, robados… —le faltaron las palabras, pero siguió profiriendo sonidos sin sentido, principalmente indicativos de una furia devoradora.

Jimmy era más tranquilo, pero no el menos vengativo.

—Tienes razón, Roy; McCutcheon nos ha jugado sucio. Ha llegado a las profundidades de la iniquidad humana. Pero nos vengaremos. Cuando lleguemos, dentro de 6.300 minutos exactos, tendremos que ajustar las cuentas con el señor McCutcheon.

—¿Qué haremos? —los ojos de Roy estaban llenos de alegría sanguinaria.

—Por el momento, sugiero que simplemente carguemos contra él y que lo desmenucemos en diminutos, pequeños trocitos.

—No es lo bastante atroz. ¿Qué tal si lo hervimos en aceite?

—Eso es razonable, sí; pero podría llevar demasiado tiempo. Propinémosle una buena paliza al estilo antiguo… con nudillos de bronce.

Roy se frotó las manos.

—Tenemos mucho tiempo para inventar algunas medidas realmente adecuadas. El muy sucio, abandonado de la mano de Dios, cobarde, leproso… —El resto degeneró fluidamente hacia lo irrepetible.

Y por cuatro días más, la temperatura siguió bajando. El mercurio se congeló en el decimocuarto y último día, y la sólida columna roja apuntaba su dedo congelado los cuarenta grados bajo cero.

Aquel horrible último día habían encendido la estufa, empleando toda su escasa reserva de petróleo. Temblando y más que medio helados, se agazaparon uno junto a otro, en un intento por aprovechar hasta la última gota de calor.

Varios días antes, Jimmy había encontrado un par de orejeras en un rincón oscuro, y ahora se las turnaban cada hora. Ambos estaban sentados bajo una pequeña montaña de mantas, frotándose las manos y los pies casi helados. A medida que transcurrían los minutos, su conversación, que versaba casi exclusivamente sobre McCutcheon, se volvía más cáustica.

—Siempre recitando esa consigna, tres veces maldita, de Correos del Espacio: «Nuestro vuelo a través del es… —Jimmy se ahogó con furia impotente.

—Sí, y siempre desgastando sillas en vez de salir al espacio y hacer algo como trabajo de hombre, el podrido y… —agregó Roy.

—Bueno, deberíamos salir de la zona de desviación en dos horas. Luego, tres semanas y estaremos en Venus —dijo Jimmy, estornudando.

—Nunca será demasiado pronto para mí —contestó Snead, que llevaba dos días sorbiendo sin cesar—. Nunca volveré a hacer otro viaje espacial, excepto quizá el que me devuelva a la Tierra. Después de esto, me ganaré la vida cultivando plátanos en Centroamérica. Al menos, un buen hombre puede estar decentemente caliente allí.

—Podríamos no salir de Venus, después de lo que vamos a hacerle a McCutcheon.

—No, en eso tienes razón. Pero no importa. Venus es aún más cálido que Centroamérica y eso es lo único que me interesa.

—Tampoco tenemos problemas legales —Jimmy volvió a estornudar—. En Venus, la pena máxima por asesinato en primer grado es la cadena perpetua. Una bonita, cálida y seca celda para el resto de mi vida. ¿Qué podría ser mejor?

La segunda manecilla del cronómetro giraba a paso uniforme; los minutos pasaban. Las manos de Roy sobrevolaban amorosamente sobre la palanca que conectaría los cohetes traseros de babor para alejar al
Helios
del Sol y de aquella horrible Zona de Deflexión.

Y al fin:

—¡Adelante! —gritó Jimmy con ansiedad—. ¡Déjala correr!

Con un profundo rugido reverberante, los cohetes se encendieron. La
Helios
tembló de proa a popa. Los pilotos sentían que la aceleración les apretaba contra el respaldo de sus asientos, y estaban felices. En cuestión de minutos, el Sol volvería a brillar y ellos dejarían de tener frío, sentirían de nuevo el bendito calor.

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