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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (329 page)

BOOK: Cuentos completos
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Entonces le dijo:

—Permita que Mark y yo participemos en la expedición y le prometo que nadie se enterará de esto.

Cimon fue deponiendo poco a poco su enojo. Por último articuló: —¿Y entonces me lo dará?

—Después de que Mark y yo hayamos llegado al emplazamiento de la antigua colonia.

—Tendré que confiar en usted.

Parecía esforzarse por dar a sus palabras una entonación lo más ofensiva posible.

—¿Por qué no puede confiar? De lo que sí puede estar seguro es de que todos oirán esto, si usted se niega. El primero en oírlo será Vernadsky. Le encantará. Ya sabe que tiene un sentido del humor bastante grueso.

—Sea —dijo Cimon con voz tan baja que apenas era perceptible—. Usted y el muchacho nos acompañarán. —Y añadió con energía—: Pero recuerde esto, Sheffield, cuando volvamos a la Tierra, haré que comparezca ante el Comité Central de la A.G.P.C. Se lo juro. Le expulsarán a usted del cuerpo.

—No temo a la Asociación Galáctica para el Progreso de las Ciencias —dijo Sheffield, pronunciando claramente estas palabras—. En definitiva, ¿de qué me va a acusar? ¿Piensa dejar oír esta grabación al Comité Central como prueba acusatoria? Vamos, vamos, no se tome usted las cosas tan a pecho. No irá usted a exponer la plancha que se tiró conmigo ante los sabios más engolados de ochenta y tres mil mundos.

Sin dejar de sonreír, salió andando de espaldas.

Pero cuando cerró la puerta tras él, su sonrisa se desvaneció. No le había gustado en lo más mínimo representar aquel papel. Ahora que ya lo había hecho, se preguntó si valía la pena haberse creado aquel enemigo.

19

Siete tiendas de campaña habían surgido en las cercanías de la colonia terrestre de Júnior. Nevile Fawkes podía verlas desde el pequeño montículo. Ya estaban allí desde hacía siete días.

Contempló el cielo. Las nubes eran muy densas, cargadas de lluvia. Esto le gustaba. Con ambos soles ocultos tras la capa nubosa, la luz difusa era de un gris blancuzco que daba un aspecto casi normal a las cosas.

El viento era húmedo y algo desapacible, como el del mes de abril en Vermont. Fawkes procedía de Nueva Inglaterra y por tanto podía apreciarlo. Dentro de cuatro o cinco horas, LaGrange I se pondría y las nubes adquirirían un tono cárdeno, mientras el paisaje se sumiría en una fúnebre semioscuridad.

Pero Fawkes ya pensaba estar de regreso en las tiendas para entonces.

¡Tan cerca del ecuador, y tanto frío! Bien, aquello habría cambiado dentro de mil años. Al retirarse los glaciares, la atmósfera se calentaría y el terreno empapado se secaría. Aparecerían junglas y desiertos. El nivel de las aguas marinas subiría lentamente, anegando innumerables islas. Los dos grandes ríos se convertirían en un mar interior, cambiando la configuración del único continente de Júnior y convirtiéndolo tal vez en un grupo de grandes islas.

Se preguntó si el antiguo emplazamiento de la colonia también sería cubierto por las aguas. Probablemente, se dijo. Acaso esto lo libraría de su maldición.

Comprendía bien por qué la Confederación tenía tan grandes deseos de resolver el misterio de aquella primera colonia. Aunque se tratase de una vulgar epidemia, se necesitaban pruebas de ella. De lo contrario, ¿quién se atrevería a colonizar aquel mundo? La superstición del planeta «engañabobos» ejercía sus efectos no sólo sobre los astronautas.

Él mismo, por ejemplo. A decir verdad, su primera visita a aquel lugar no resultó tan mala, aunque se alegró de dejar la lluvia y aquel ambiente tétrico. Ahora era peor. Le costaba dormir pensando que a su alrededor yacían los restos de mil personas muertas misteriosamente, de las que sólo le separaban algo tan impalpable como el tiempo.

Con la frialdad propia de un médico, Novee excavó las revueltas tumbas de una docena de los antiguos colonos. Fawkes fue incapaz de contemplar aquellos míseros despojos. No había más que huesos que se deshacían al tocarlos, dijo Novee, que no permitían sacar ninguna deducción.

—Sin embargo, parece haber ciertas anormalidades en la conformación ósea explicó.

Aunque después, contestando a las preguntas de sus compañeros, admitió que aquellos efectos podían deberse por completo a una permanencia de más de un siglo en terreno húmedo.

Fawkes había elaborado una fantasía que no le abandonaba ni un momento cuando estaba despierto. En su imaginación había forjado una raza escurridiza de seres inteligentes que vivían bajo tierra, que nunca se dejaban ver pero que merodeaban en torno de la antigua colonia con una perseverancia implacable.

A continuación se representó una silenciosa guerra bacteriológica. Le parecía ver a aquellos seres subterráneos trabajando en sus laboratorios situados bajo las raíces de los árboles, cultivando sus musgos y esporas, esperando que apareciese el germen que resultase mortal para los seres humanos. Tal vez capturaron niños para hacerles objeto de sus experimentos.

Y cuando descubrieron lo que buscaban, las esporas se abatieron silenciosamente sobre la colonia en nubes ponzoñosas… Fawkes sabía que todo esto era una fantasía. La había urdido en sus noches de insomnio sin basarla en ninguna prueba concreta, como no fuesen sus propias aprensiones temblorosas. Pero cuando se encontraba solo en la selva, se volvía de pronto más de una vez lleno de terror y convencido de que unos ojos brillantes le atisbaban desde la sombra de un árbol, proyectada por la luz de LaGrange I.

El ojo de botánico de Fawkes no dejaba de observar la vegetación que atravesaba, a pesar de los temores que le embargaban. Salió deliberadamente del campamento en una nueva dirección, pero vio únicamente lo que ya conocía. Las selvas de Júnior no eran espesas ni enmarañadas. Apenas si representaban un obstáculo para el avance. Los pequeños árboles —muy pocos sobrepasaban los tres metros, aunque sus troncos eran casi tan gruesos como los de los árboles terrestres corrientes— crecían muy espaciados.

Fawkes estableció una sumaria clasificación, a fin de clasificar la flora de Júnior con arreglo a las normas de la botánica. No dejaba de darse cuenta de que tal vez estaba sentando los cimientos de su propia inmortalidad.

Por ejemplo, crecía en Júnior el «árbol bayoneta», cuyas enormes flores de color escarlata atraían a animalillos parecidos a insectos que construían sus pequeños nidos en ellas. Luego (siguiendo una señal o impulso que Fawkes no pudo adivinar), todas las flores de uno de estos árboles daban nacimiento a un brillante pistilo blanco en una sola noche. Estos pistilos tenían más de medio metro de longitud y hubiérase dicho que cada flor había sido provista de pronto de una bayoneta.

Al día siguiente, la flor ya había sido fecundada y los pétalos se cerraban, atrapando en su interior al pistilo, a los insectos y a todo cuanto contuviesen. El explorador Makoyama lo bautizó con el nombre de «árbol bayoneta., pero Fawkes tuvo la osadía de ponerle el nuevo nombre de Migrania Fawkesii.

Aquellos árboles poseían un rasgo común. Su madera era de una dureza increíble. Concernía al bioquímico determinar las características físicas de la molécula celulosa y al biofísico determinar cómo podía ascender la savia a través de los tejidos impermeables del árbol. Lo que Fawkes sabía por experiencia era que los capullos se doblaban con gran dificultad y no había modo de romperlos. Su cortaplumas estaba mellado a consecuencia de rascar en la corteza de los árboles, a pesar de que no consiguió hacerles ni un rasguño.

Los primeros colonos, para poder roturar las tierras, sin duda tuvieron que arrancar los árboles.

Comparados con los de la Tierra, aquellos bosques casi estaban libres de vida animal. Tal vez este hecho se debiese a los estragos causados por la glaciación. A decir verdad, Fawkes lo ignoraba.

Los pequeños seres parecidos a insectos eran todos alados. Y sus alas como pequeñas hojas plumosas que se agitaban silenciosamente. Al parecer, ninguno de ellos era chupador de sangre.

El animal mayor que vieron fue un gran ser volador que apareció súbitamente sobre el campamento. Sólo se pudo conocer la verdadera forma del animal gracias a la fotografía ultrarrápida, pues el ejemplar que observaron, dominado sin duda por la curiosidad, pasó como una exhalación una y otra vez sobre las tiendas, a una velocidad demasiado grande para permitir una observación visual detallada.

Tenía cuatro alas. Las delanteras terminaban en unas poderosas garras; eran membranosas y apenas cubiertas de pelo o vellón y hacían el oficio de planeadores, mientras las dos traseras, recubiertas de un vello parecido al pelo, se movían rápidamente.

Rodríguez sugirió el nombre de Tetrapterus.

Fawkes desechó momentáneamente estas evocaciones para contemplar una variedad de hierba que aún no había visto hasta entonces. Crecía en una masa compacta y cada tallo se ramificaba en tres en su extremo. Sacando la lupa se inclinó para tocar cuidadosamente uno de los tallos con el dedo. Como otras hierbas de Júnior, aquélla…

Fue entonces cuando oyó el rumor a sus espaldas… de manera inconfundible. Prestó oído por unos momentos, mientras sus propios latidos dominaban cualquier ruido, y entonces se volvió rápidamente. Un ser de pequeñas dimensiones y aspecto humano se ocultó detrás de un árbol.

Fawkes casi se quedó sin aliento. Buscó desmañadamente su pistola desintegradora con una mano que parecía moverse entre melaza.

¿Y si su fantasía no resultase tal? ¿Y si Júnior estuviese habitado, después de todo?

Con torpes movimientos, Fawkes se escondió detrás de otro árbol. No podía dejar las cosas así. Comprendía que no podía comunicar a sus compañeros: «Vi a un ser vivo. Tal vez fuese la solución de todo. Pero tuve miedo y lo dejé escapar».

Tendría que intentar apresarlo.

Detrás del árbol que ocultaba a aquel ser había un «árbol cáliz». Estaba en plena floración y sus flores blancas y rosadas se alzaban opulentas en espera de captar la lluvia que no tardaría en caer. Se oyó el agudo chasquido de una flor al romperse y unas astillas rosadas se retorcieron y se doblaron hacia abajo. No era su imaginación. Detrás del árbol había algo.

Fawkes hizo una profunda inspiración y se precipitó como una tromba hacia el árbol, apuntando con la pistola y dispuesto a disparar a la menor señal de peligro. —¡No tire! —gritó una voz—. Soy yo.

Una cara asustada, aunque humana, se asomó por detrás del árbol. Era Mark Annuncio.

Fawkes se detuvo con un pie en el aire, como hipnotizado. Por último consiguió articular:

—¿Qué haces aquí?

—Le seguía —respondió Mark sin apartar la vista de la pistola que el otro empuñaba. —¿Para qué?

—Para ver lo que haría. Me interesaba lo que pudiese encontrar. Pensé que si me veía, me haría volver al campamento. Fawkes se dio cuenta de que aún empuñaba el arma y la enfundó. Tuvo que probar tres veces para conseguir meterla en la funda.

Empezaron a caer los primeros goterones.

—No digas nada de esto a los demás —dijo Fawkes, con voz ronca. Miró con rabia al muchacho, y luego ambos regresaron al campamento, por separado y en silencio.

20

Un barracón central prefabricado había sido añadido a las siete tiendas, y los científicos estaban reunidos en su interior, sentados alrededor de la larga mesa.

Era un gran momento, pero todos se hallaban algo intimidados. Vernadsky, que aprendió a cocinar en sus tiempos de estudiante, asumía esa tarea. Levantando el humeante guiso del fogón de onda corta, preguntó:

—¿Quién quiere calorías?

Luego, con ayuda de un gran cucharón, sirvió abundantes raciones a todos. —Huele muy bien —dijo Novee, no muy convencido.

Ensartó un pedazo de carne con su tenedor. La carne era violácea y aún estaba muy dura, a pesar de la cocción interior. Las hierbas que la rodeaban parecían más blandas pero su aspecto era muy poco apetitoso.

—Vamos —dijo Vernadsky—, a comer. Dadle un bocado. Yo lo he probado y es bueno.

Se metió un buen bocado en la boca y empezó a masticar. —Está dura, pero es buena.

Con voz fúnebre, Fawkes dijo: —Probablemente nos matará.

—Tonterías —repuso Vernadsky—. Las ratas la han comido durante quince días.

—Quince días no es mucho —objetó Novee.

—Bueno, un bocado no me matará —dijo Rodríguez—. ¡Anda, pero si es buena!

Y lo era. Por último, todos dieron la razón a Vernadsky. Hasta entonces todo parecía indicar que los animales y vegetales comestibles de Júnior eran buenos. En cuanto a los granos y semillas era casi imposible triturarlos para obtener harina, pero una vez logrado, con ella se podía hacer un pan con un contenido de proteínas muy elevado. Sobre la mesa, en aquellos momentos, había algunas hogazas de aquel pan negro y pesado. Pero tampoco era malo.

Fawkes había estudiado las hierbas de Júnior, llegando a la conclusión de que una hectárea de la superficie de Júnior, debidamente sembrada y regada, podía alimentar a un número de cabezas de ganado diez veces superior a las que podrían pastar en una hectárea de alfalfa en la Tierra.

Esto causó una gran impresión en Sheffield, quien dijo que

Júnior podría convertirse en el granero de un centenar de mundos, pero Fawkes se encogió de hombros ante sus propias declaraciones, diciendo con displicencia: —Es un engañabobos.

Una semana antes, hubo gran agitación en el grupo cuando se comprobó que los conejillos de Indias y los ratones blancos no querían comer ciertas hierbas nuevas que Fawkes había traído. La mezcla de pequeñas cantidades de aquella hierba con la comida normal que se les daba, dio por resultado la muerte de los animales que la ingirieron.

¿Sería la solución?

No lo era. Vernadsky apareció pocas horas después y dijo con la mayor flema: —Cobre, plomo y mercurio. —¿Qué? —dijo Cimon, estupefacto. —Esas plantas. Contienen una elevada proporción de metales pesados. Probablemente es un recurso evolutivo para evitar que las coman. —Los primeros colonos… —empezó a decir Cimon.

—No. Esto no es posible. Casi todas las plantas son inofensivas. Sólo éstas son dañinas y nadie las comería. —¿Cómo lo sabe?

—Las ratas no quieren ni probarlas. —Pero son ratas.

Era lo que Vernadsky esperaba. Con tono teatral, dijo: —Salude usted a un modesto mártir de la ciencia. Yo he probado esas plantas. —¿Cómo? —gritó Novee.

—Sólo las he lamido, no se preocupe. Soy un mártir que toma sus precauciones. De todos modos, son tan amargas como la estricnina. ¿Qué esperaban? Si una planta se atiborra de plomo para ahuyentar a los animales, ¿de qué le serviría a la planta que el animal lo averiguase muriéndose después de comerla? Como aviso, le añade un poco de sustancia amarga. Y esa combinación es lo que consigue la finalidad propuesta.

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