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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (455 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Así es —dijo Klein asintiendo—. Es un poco tonto, supongo. Indudablemente que no pienso llegar a hacer como él. No me refiero al espionaje; quiero decir a tener esa inmensa colección que él posee.

—Sí —dijo Henry—; pero mi impresión fue que usted se sintió impulsado a coleccionar en ese mismo momento. Por casualidad, ¿tomó usted el sobrecito de fósforos del restaurante al finalizar el almuerzo?

—Así es —dijo Klein—. Me siento un poco avergonzado ahora que lo pienso, pero lo hice.

—¿De qué mesa, señor?

—De la nuestra.

—¿Quiere decir que recogió el sobrecito de fósforos con el que estuvo jugando y que usted le dio a Ottiwell? ¿Más tarde lo pusieron sobre la mesa y usted lo recogió?

—Sí —dijo Klein, repentinamente a la defensiva—. No hay nada de malo en eso, ¿no? Están ahí para los clientes que van a comer, ¿no es así?

—Por supuesto, señor. En esta misma mesa tenemos sobrecitos de fósforos de los que ustedes pueden servirse. Pero, Sr. Klein, ¿qué hizo con los fósforos después que los recogió?

Klein pensó un momento.

—No sé. Es difícil recordar. Los puse en el bolsillo de mi chaqueta o en el de mi abrigo, después de retirarlo del guardarropa.

—¿Hizo algo con el sobrecito una vez que llegó a casa?

—En realidad, no. Lo olvidé totalmente. Todo el asunto de los sobrecitos de fósforos se me había ido de la cabeza hasta que Manny mencionó lo de su mujer y su colección de toros.

—¿Lleva ahora la misma chaqueta que ayer?

—No, pero llevo el mismo abrigo.

—¿Quiere mirar en el bolsillo del abrigo y ver si los fósforos están ahí?

Klein desapareció en el guardarropa privado que los Viudos Negros utilizaban en ocasión de sus reuniones.

—¿Qué es lo que busca, Henry? —preguntó Trumbull.

—Probablemente nada. Estoy jugando a una posibilidad remota y ya tuvimos una esta noche.

—¿Cuál es?

—Que el Sr. Klein haya almorzado con un hombre que resulta ser alguien a quien usted ha venido siguiendo y que usted descubra eso al día siguiente. Pedir dos probabilidades como ésta tal vez sea un poco excesivo…

—Aquí está —dijo Klein alegremente, regresando con un pequeño objeto en alto—. Lo encontré.

Lo arrojó sobre la mesa y todos se levantaron para mirarlo. Decía “El Gallo y el Toro” en letra semi-antigua y había un pequeño dibujo de una cabeza de toro con un gallo parado en uno de sus cuernos. Gonzalo estiró la mano para tomarlo.

—Si me permite, Sr. Gonzalo —dijo Henry—. Creo que nadie debiera tocarlo todavía… Sr. Klein, ¿éste es el sobrecito de fósforos que estaba en su mesa, el que usted utilizó para encender un cigarrillo y el que el Sr. Ottiwell luego usó para demostrar algunos puntos sobre el lugar donde está ubicada la franja para raspar las cerillas, etcétera?

—Sí.

—¿Y él lo puso sobre la mesa y usted lo recogió?

—Sí.

—¿Se fijó usted, por casualidad, cuántos fósforos había en el sobrecito cuando usted encendió el cigarrillo?

Klein pareció sorprendido.

—No lo sé. No me fijé.

—Pero sea como fuere, ¿usted arrancó un fósforo para encender su cigarrillo?

—Oh, sí.

—De modo que si hubiera habido un sobrecito completo para comenzar, ahora faltaría uno. Ya que éste parece un sobrecito común de treinta fósforos, no puede haber más de veintinueve ahora… y quizá menos.

—Supongo que sí.

—¿Y cuántos fósforos hay en él ahora? ¿Quiere mirar y ver?

Klein hizo una pausa y luego abrió el sobrecito. Lo miró fijamente bastante tiempo y luego dijo:

—No ha sido tocado. Tiene los treinta fósforos. Déjeme contarlos… Sí, hay treinta.

—¿Pero usted lo recogió de la mesa y le pareció realmente que era el sobrecito de fósforos que había usado? ¿No lo recogió de otra mesa, simplemente?

—No, no, eran nuestros fósforos. O por lo menos yo estaba convencido de que lo eran.

—Muy bien. Si ustedes, señores, quieren tener la amabilidad de mirarlos ahora, por favor, háganlo. Si se fijan, no hay ninguna marca sobre la franja de raspar, no hay señales de que se haya encendido un fósforo.

—¿Quiere decir que este Ottiwell sustituyó el sobrecito de fósforos que había en la mesa por éste? —preguntó Trumbull.

—Pensé que tal cosa era posible tan pronto como usted dijo que estaba pasando información. Concordaba con usted, Sr. Trumbull, en que el Sr. Ottiwell haría uso de los sobrecitos de fósforos. Me parecía que, psicológicamente, correspondía. Pero también concordaba con el Sr. Avalon en que podía utilizar algo para distraer la atención. Sólo que el Sr. Avalon no vio la posible sutileza de esta distracción.

—Por estar demasiado corrupto yo mismo para poder ver con claridad —suspiró Avalon—. Ya sé.

—Al concentrarse en su colección —dijo Henry— y en su intercambio postal de sobrecitos de fósforos, lo hizo caer en la trampa a usted, Sr. Trumbull. Sin embargo, me parecía que el Sr. Ottiwell estaba implicado con los sobrecitos de fósforos más allá de su colección. Cada vez que come en un restaurante decente, que debe de ser a menudo, debe de estar cerca de un sobrecito de fósforos. Incluso, si se encuentra con otros, le ha de ser fácil sustituir el sobrecito de fósforos que hay en la mesa por otro. Una vez que él y el resto del grupo se marchan, un cómplice lo recoge.

—Esta vez, no —dijo Rubin sardónicamente.

—No; esta vez, no. Cuando el grupo se fue, en la mesa no había fósforos. Esto nos lleva a ciertas molestas conclusiones. ¿Lo han seguido, Sr. Klein?

Klein pareció alarmado.

—¡No! Al menos… al menos… no sé. No noté a nadie.

—¿Algún ratero que se haya interesado en sus bolsillos?

—¡No! Ninguno, que yo sepa.

—En ese caso puede ser que no estén seguros de quién lo tomó. Después de todo había cuatro personas, además de usted y Ottiwell; o también puede ser que los recogiera el mozo. Además, quizá piensen que la pérdida de un sobrecito de fósforos causará muchos menos trastornos que el intento de recuperarlo. O, si no, estoy equivocado desde el comienzo hasta el final.

—No se preocupe, Klein. Haré que no le quiten la vista de encima por un tiempo —dijo Trumbull, y prosiguió—: Veo qué quiere decir Henry. Hay docenas de sobrecitos de fósforos en cualquier restaurante, en cualquier momento, todos idénticos. Ottiwell pudo fácilmente haber recogido uno o dos en una visita anterior —o una docena— y luego usarlos como sustitutos. ¿Quién lo notaría? ¿A quién le preocuparía? ¿Y usted sugiere ahora que un pequeño sobrecito de fósforos puede transmitir información?

—Indudablemente me parece una posibilidad casi cierta —dijo Henry.

—Pero, ¿cómo funciona? —inquirió Trumbull. Dio vueltas al sobrecito de fósforos de un lado y del otro—. Es un sobrecito de fósforos igual al resto, simplemente. Dice “El Gallo y el Toro” además de un teléfono y una dirección. ¿Dónde podría haber alguna información en éste que los otros no tengan?

—Tendríamos que mirar en el lugar adecuado —dijo Henry.

—¿Y cuál podría ser? —preguntó Trumbull.

—Me atengo a lo que usted dijo, señor —dijo Henry—. Usted decía que, seguramente, el Sr. Ottiwell usaría el sobrecito de fósforos de modo que sirviera por sus cualidades únicas, y yo estuve de acuerdo. Pero ¿qué hay de único en los mensajes que aparecen en los sobrecitos de fósforos? En casi todos los casos es sólo material de propaganda que se puede encontrar en una infinidad de lugares, desde las tapas de las cajas de cereal hasta el interior de las portadas de las revistas.

—Bueno, ¿y entonces?

—Sólo hay algo único en cada sobrecito de fósforos: los que contiene. En un sobrecito común hay treinta fósforos que parecen estar distribuidos en un sistema no muy complicado. Si usted estudia la base donde vienen implantados los fósforos, sin embargo, verá que hay dos pedacitos de cartón de los cuales se desprenden quince fósforos. Si usted los cuenta de izquierda a derecha, comenzando por la hilera inferior y después la hilera superior, puede asignarle a cada fósforo un número definido e inequívoco del 1 al 30.

—Sí —dijo Trumbull—, pero todos los fósforos son idénticos entre sí, idénticos a los fósforos de otros sobrecitos del mismo tipo. Los fósforos de este sobrecito son comunes.

—Pero, ¿tienen que permanecer idénticos, señor? Supongamos que usted arrancó un fósforo… cualquier fósforo. Habría treinta maneras diferentes de arrancar un fósforo. Si usted sacara dos o tres fósforos, habría muchas otras maneras.

—No falta ningún fósforo aquí.

—Era simplemente para explicarle cómo funciona. Arrancar fósforos sería una manera muy primitiva de diferenciarlos. Suponga que ciertos fósforos tengan pequeñas perforaciones con una aguja, o raspaduras, o una pequeña gota de pintura fluorescente en la punta, que fuera visible sólo a la luz ultravioleta. Con treinta fósforos, ¿cuántas combinaciones diferentes podrían hacerse marcando cualquier cantidad de fósforos, desde ninguno hasta treinta?

—Yo les diré cuántas —interrumpió Halsted—. Dos elevado a treinta, son… ¡oh, un poco más de mil millones! ¡Mil millones! Y si uno también marcara o dejara de marcar el interior del sobrecito, justo debajo de los fósforos, esa cifra podría llegar al doble, a los dos mil millones.

—Bien —dijo Henry—. Si aun sobrecito de fósforos en particular le asignamos cualquier número desde cero hasta dos mil millones, estos números podrían transmitir una cantidad considerable de información codificada, quizás.

—Fácilmente hasta seis palabras —dijo Trumbull pensativamente—. ¡Maldición! —gritó poniéndose de pie de un salto—. Denme esa cosa. Me voy ahora mismo.

Fue corriendo hacia el guardarropa y volvió, luchando por ponerse el abrigo y gritando:

—Su abrigo, Klein, viene conmigo. Necesito su declaración y estará más seguro.

—Puedo estar bastante equivocado, señor —dijo Henry.

—¡Qué va a estar equivocado! Tiene toda la razón; sé que es así. Todo este asunto encaja en una serie de detalles que usted no conoce… Henry, ¿consideraría la posibilidad de entrar en este tipo de cosas? Profesionalmente, quiero decir.

—¡Eh! —gritó Rubin—. No te atrevas a quitarnos a Henry.

—No hay cuidado, Sr. Rubin —dijo Henry tranquilamente—. Encuentro esto mucho más entretenido.

Temprano, un domingo por la mañana (1973)

“The Biological Clock (Early Sunday Morning)”

Geoffrey Avalon agitó su segunda copa mientras se sentaba a la mesa. No iba aún ni por la mitad y sólo bebería algunos sorbos más antes de dejarla definitivamente. No parecía muy feliz.

—Esta es la primera vez, que yo recuerde, que los Viudos Negros se reúnen sin un invitado. —Sus espesas cejas, negras aún (aunque su bigote y su barba, cuidadosamente recortados, se habían vuelto respetablemente grises con los años) parecían erizarse.

—¡Ah, qué diablos! —dijo Roger Halsted, abriendo su servilleta con una sonora sacudida antes de extenderla sobre sus rodillas—. Como anfitrión de esta sesión, ésa es mi decisión. Sin apelación. Además, tengo mis razones. —Con la palma de la mano hizo un gesto como para despejarse la amplia frente de algunos cabellos que hacía varios años habían desaparecido de allí.

—En realidad —dijo Emmanuel Rubin—, no hay nada en los reglamentos que exija tener un invitado presente. Lo único que no debemos tener a la mesa, es una mujer.

—Los miembros no pueden ser mujeres —dijo Thomas Trumbull, eternamente bronceado e igualmente sombrío—. ¿Dónde dice que el invitado no puede ser una mujer?

—No —dijo Rubin de inmediato—. Todo invitado es un miembro ex officio durante las comidas y debe atenerse al reglamento, incluyendo el hecho de no ser mujer.

—¿Qué significa ex officio de todos modos? —preguntó Mario Gonzalo——. Siempre me lo he preguntado.

Pero Henry ya estaba sirviendo el primer plato que parecía ser un largo rollo de pasta, relleno de queso con especias y luego horneado y cubierto de salsa.

Después de un rato, Rubin dijo con expresión de profunda desdicha:

—Me da la impresión de que esto es un rollo de pasta relleno…

Pero, para ese entonces, la conversación se había generalizado y Halsted aprovechó un silencio para anunciar que tenía lista su próxima estrofa para el tercer canto de la
Ilíada
.

—Vete al infierno, Roger —dijo Trumbull—. ¿Piensas infligirnos una de ésas en cada reunión?

—Sí —dijo Halsted pensativamente—. Es exactamente lo que estaba planeando hacer. Es lo que me impulsa a trabajar en ellas. Además, hay que poner algo de valor intelectual en estas comidas… ¡Eh, Henry! No te olvides de que si hay bisteques esta noche quiero el mío cocido a medias.

—Hay trucha esta noche, Sr. Halsted —dijo Henry, volviendo a llenar las copas de agua.

—Bien —dijo Halsted—. Aquí va:

Menelao, aunque no el más poderoso,

es más fuerte que París el famoso.

En la lucha Menelao es cosa buena.

Fácilmente ganó el duelo por Helena.

Mas la diosa Afrodita al galán raptó.

—Pero ¿qué quiere decir? —preguntó Gonzalo.

—Bueno, en el tercer canto —intervino Avalon— los griegos y los troyanos decidieron solucionar el asunto por medio de un duelo entre Menelao y París. Este último se había fugado con la esposa de aquél, Helena, y eso fue lo que causó la guerra. Menelao ganó, pero Afrodita rescató a París justo a tiempo para salvarle la vida… Me alegro de que hayas usado Afrodita en lugar de Venus, Roger. Se abusa mucho de los términos romanos.

Con la boca llena, Halsted dijo:

—Quise evitar la tentación de la rima fácil.

—¿Ni siquiera has leído la
Ilíada
, Mario? —preguntó James Drake.

—Soy un artista. Tengo que cuidarme los ojos —dijo Gonzalo.

Al llegar los postres, Halsted dijo:

—Bien, permítanme explicarles qué tengo en mente. Las últimas cuatro veces que nos hemos reunido siempre ha surgido algún tipo de delito durante la conversación, y en el curso de esa charla éste ha sido solucionado.

—Por Henry —interrumpió Drake, apagando su cigarrillo.

—De acuerdo. Por Henry. Pero, ¿qué tipo de delitos han sido ésos? Delitos estúpidos. La primera vez yo no estaba aquí; pero por lo que supe se trataba de un robo y no muy importante, tampoco. La segunda vez fue peor. Era un caso de alguien que había hecho trampas en un examen. ¡Dios mío!

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