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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (483 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Bueno, no te preocupes, haremos que Tom sea el interrogador en jefe.

—Si el señor Avalon… —dijo Puntsch.

—No le hagas caso al señor Avalon —dijo Drake de inmediato.

Y el propio Avalon dijo:

—Oh, no se preocupe, doctor Puntsch. El grupo es lo bastante amable como para permitir que me encocore de vez en cuando.

—¿Quieren permitirme encarar el asunto? —dijo Trumbull, ceñudo—. Doctor Puntsch: ¿cómo justifica su existencia?

—¿Justificarla? Supongo que podríamos decir que intentar que nuestra civilización dure más de una generación es una especie de justificación.

—¿En qué consiste ese intento?

—En hallar una fuente de energía permanente, segura y limpia.

—¿De qué tipo?

—Energía por fusión. ¿Va a pedirme detalles?

Trumbull sacudió la cabeza.

—No, a menos que se relacionen con el problema que lo preocupa.

—Sólo de manera tangencial; lo que es una ventaja. —La voz de Puntsch era aguda, y pronunciaba con meticulosidad las palabras, como si en una época hubiese tenido ambiciones de locutor de radio. Dijo—: En realidad, lo que dijo hace un rato el señor Rubin es muy cierto. Todos tenemos nuestro idioma privado, a veces más de lo necesario, y no me agradaría la posibilidad de tener que entrar en muchos detalles sobre el asunto de la fusión.

Gonzalo, que estaba vestido con una gama de diversos tonos de rojo, y que dominaba la mesa visualmente aún más que de costumbre, murmuró:

—Me gustaría que la gente dejara de decir que Rubin tiene razón…

—¿Qué quisieras, que mientan? —preguntó Rubin, alzando la cabeza de inmediato y con la barba rala erizada.

—Cállense, los dos —gritó Trumbull—. Doctor Puntsch, permítame decirle lo que sé sobre la energía por fusión y deténgame si me equivoco demasiado. Es un tipo de energía nuclear que se produce cuando se obliga a átomos pequeños a combinarse en átomos mayores. Se emplea hidrógeno pesado extraído del océano, se lo fusiona hasta llegar al helio, y se produce energía que nos durará por unos cuantos millones de años.

—Sí, en rasgos generales es como usted dice.

—Pero aún no la tenemos, ¿verdad?

—No, hasta hoy no la tenemos.

—¿Por qué no, doctor?

—Ah, señor Trumbull, supongo que no desea una conferencia de dos horas.

—No, señor, ¿qué le parece una conferencia de dos minutos?

Puntsch rió.

—Dos minutos es todo lo que puede permanecer alguien sentado y quieto. El problema es que tenemos que calentar nuestro combustible hasta una temperatura mínima de cuarenta y cinco millones de grados centígrados, o sea unos ochenta millones de Farenheit. Después tenemos que mantener el combustible en fusión (hidrógeno pesado, como usted dijo, más tritio, que es una variedad particularmente pesada) a esa temperatura el tiempo suficiente como para que prenda fuego, por así decir, y debemos mantenerlo todo en su lugar con fuertes campos magnéticos mientras eso ocurre.

»Hasta ahora, no podemos conseguir la temperatura necesaria producida con la rapidez necesaria, o mantener el campo magnético en funcionamiento el tiempo suficiente, como para que se encienda el combustible. Otra posibilidad sería liberar energía mediante laser, pero necesitamos lasers más fuertes que los que tenemos hasta ahora, o campos magnéticos más fuertes y mejor diseñados que aquellos con los que contamos. Una vez que lo logremos y encendamos el combustible, eso será un paso importante, pero Dios sabe que quedarán muchos problemas de ingeniería por resolver antes de que empecemos realmente a hacer funcionar la Tierra con energía por fusión.

—¿Cuándo cree que llegaremos a ese primer paso; cuándo cree que contaremos con el encendido? —dijo Trumbull.

—Es difícil decirlo. Los físicos norteamericanos y soviéticos han avanzado centímetro a centímetro hacia eso desde hace un cuarto de siglo. Creo que casi hemos llegado. Tal vez pasen cinco años más. Pero hay imponderables. Una intuición afortunada podría hacer que fuese este año. Dificultades imprevistas podrían llevarnos al siglo veintiuno.

—¿Podemos esperar hasta el siglo veintiuno? —intervino Halsted.

—¿Esperar? —dijo Puntsch.

—Usted dijo que están tratando de lograr que la civilización dure más de una generación desde ahora. Eso suena como si no creyese que podemos esperar hasta el siglo veintiuno.

—Entiendo. Me gustaría ser optimista en ese punto, señor —dijo Puntsch con gravedad—, pero no puedo. Al paso que vamos, nuestro petróleo estará casi agotado en el año 2000. Volver al carbón nos presentará una cantidad de problemas y apoyarnos en los reactores regeneradores por fisión implica hacerse cargo de cantidades enormes de desechos radioactivos. Me sentiría ciertamente incómodo si no tenemos reactores por fusión en funcionamiento, digamos, en el año 2010.

—Apres moi, le déluge —dijo Avalon.

—Tal vez el diluvio llegue después de su muerte, señor Avalon —dijo Puntsch con un matiz de aspereza—. ¿Tiene hijos?

Avalon, que tenía dos hijos y varios nietos, pareció incomodarse y dijo:

—Pero quizás la energía por fusión postergue el diluvio y entiendo que usted se siente inclinado a ser optimista en cuanto a la llegada de la fusión.

—Sí, en eso tiendo a ser optimista.

—Bueno, sigamos —dijo Trumbull—. Usted trabaja en la firma de Jim Drake. Siempre pensé que era una de esas casas productoras de drogas.

—Es muchísimo más que eso —dijo Drake, mientras miraba con tristeza lo que quedaba de un paquete de cigarrillos, como preguntándose si encendería otro o descansaría diez minutos.

—Jim trabaja en la sección de química orgánica —dijo Puntsch—. Yo trabajo en física de los plasmas.

—Una vez estuve allí, para visitar a Jim —dijo Rubin—, y di una vuelta por la planta. No vi ningún Tokamak.

—¿Qué es un Tokamak? —preguntó Gonzalo de inmediato.

—Es un dispositivo dentro del cual pueden disponerse campo magnéticos estables (bastante estables en todo caso) para confinar al gas súper-caliente. No, no tenemos ninguno. No estamos haciendo nada por el estilo. Estamos más bien en el extremo teórico del asunto. Cuando se nos ocurre algo que promete, tenemos acuerdos con instalaciones mayores que nos permiten ponerlo aprueba.

—¿Y qué gana la firma? —preguntó Gonzalo.

—Nos permiten hacer un poco de investigación básica. Siempre se le encuentra utilidad. La firma produce tubos fluorescentes de distintos tipos y cualquier cosa que averigüemos sobre el comportamiento de los gases calientes (plasma, los llaman) y los campos magnéticos siempre puede ayudar a la producción de fluorescentes más baratos y mejores. Esa es la justificación práctica de nuestro trabajo.

—¿Y han dado con algo que prometía? —dijo Trumbull—. Respecto a la fusión, quiero decir, en fluorescentes.

Puntsch empezó una sonrisa y la dejó desaparecer lentamente.

—Ese es el asunto. No sé.

Halsted se llevó la mano a la rosada delantera calva del cráneo y dijo:

—¿Ese es el problema que nos trajo?

—Sí —dijo Puntsch.

—Bueno, entonces suponga que nos lo cuenta, doctor.

Puntsch carraspeó y frunció los labios por un instante, mirando a los hombres que rodeaban la mesa del banquete y apartándose para permitir que Henry le volviera a llenar la taza de café.

—Jim Drake me explicó —dijo—, que todo lo que se dice en este cuarto es confidencial; que todos —fijó los ojos brevemente en Henry— son personas de confianza. Hablaré sin reservas, entonces. Tengo un colega que trabaja en la firma. Se llama Matthew Revsof y Drake lo conoce.

Drake asintió.

—Lo conocí una vez en tu casa.

—Revsof está a medio camino entre la brillantez y la demencia —dijo Puntsch—, lo cual a veces es bueno para un físico teórico. Sin embargo, significa que es excéntrico y difícil de tratar en ocasiones. Hemos sido buenos amigos, sobre todo porque nuestras esposas se llevan particularmente bien. La cuestión se transformó en uno de esos asuntos familiares en que los hijos de ambas partes nos emplean casi como padres intercambiables, dado que vivimos sobre la misma calle.

»Ahora Revsof está en el hospital. Hace dos meses que está allí. Debo explicar que se trata de un hospital mental y que protagonizó un episodio violento que lo llevó allí y sobre el que no tiene importancia entrar en detalles. Sin embargo el hospital no tiene apuro en dejarlo libre y eso crea un problema.

»Fui a visitarlo alrededor de una semana después de que lo hospitalizaran. Parecía perfectamente normal, perfectamente alegre; lo puse al día sobre el trabajo que se llevaba a cabo en la sección y no tuvo problemas en seguirme. Pero después quiso hablarme en privado. Insistió en que la enfermera se fuese y en que cerraran la puerta.

»Me hizo jurar que guardaría el secreto y me dijo que sabía con exactitud cómo diseñar un Tokamak de tal modo que produjera un campo magnético totalmente estable que retendría un plasma de densidades moderadas durante un tiempo indefinido. Me dijo algo así: “Lo elaboré el mes pasado. Por eso me metieron aquí. Como es natural, lo prepararon los soviéticos. El material está en la caja fuerte de casa; los diagramas, los análisis teóricos, todo”.

Rubin, que había escuchado con un ceño indignado, interrumpió:

—¿Es posible? ¿Es él el tipo de persona que puede hacer eso? ¿El trabajo estaba en una etapa en que semejante adelanto…?

Puntsch sonrió con cansancio.

—¿Cómo puedo contestarle? La historia de la ciencia está plagada de adelantos revolucionarios que exigían pequeños momentos de penetración que cualquiera podría haber tenido, pero que en lo concreto sólo una persona tuvo. Sin embargo le diré esto. Cuando alguien que está en un hospital mental le dice a uno que cuenta con algo que ha estado eludiendo a los físicos más inteligentes del mundo durante unos treinta años, y que los rusos lo persiguen, uno no se siente muy inclinado a creerle. Todo lo que traté de hacer fue calmarlo.

»Pero mis esfuerzos sólo lograron excitarlo. Me dijo que tenía la intención de recibir el reconocimiento por la cuestión; no iba a permitir que nadie le robase la prioridad mientras estaba en el hospital. Yo tenía que montar guardia ante la caja fuerte y asegurarme que nadie la violara. Él estaba seguro de que espías rusos tratarían de preparar un asalto, y afirmaba una y otra vez que yo era él único en quien podía confiar y que en cuanto saliera del hospital anunciaría el descubrimiento y prepararía un artículo descriptivo para poder poner a salvo la prioridad. Dijo que me permitiría ser el coautor. Como es natural, accedí a todo sólo para mantenerlo tranquilo, y conseguir que la enfermera regresara en cuanto le fuera posible.

—Los científicos norteamericanos y soviéticos están cooperando en la investigación sobre fusión, ¿no es así? —dijo Halsted.

—Sí, desde luego —dijo Puntsch—. El propio Tokamak es de origen soviético. La cuestión de los espías rusos sólo pertenece a la fantasía recalentada de Revsof.

—¿Lo ha visitado desde entonces? —dijo Rubin.

—Unas pocas veces. Se adhiere a su teoría. Eso me fastidia. No le creo. Pienso que está loco. Y sin embargo algo en mi interior dice: ¿y si no es así? ¿Qué pasa si en la caja fuerte de su casa hay algo por lo que el mundo entero daría sus colmillos colectivos?

—Cuando él salga… —dijo Halsted.

—No es tan fácil —dijo Puntsch—. Cualquier demora es riesgosa. Este es un campo en el que trabajan con vehemencia muchos cerebros. Cualquier día, algún otro puede hacer el descubrimiento de Revsof (suponiendo que Revsof haya descubierto algo realmente) y entonces perderá la prioridad y el reconocimiento, y por lo que sé, un premio Nobel. Y si lo consideramos desde un punto de vista más amplio, la firma perderá una suma considerable de reconocimiento por reflejo y la oportunidad de un aumento sustancioso de su prosperidad. Todos los empleados de la firma perderán la oportunidad de beneficiarse con el aumento general de prosperidad que podría experimentar la firma. Como ven, caballeros, tengo un interés personal en esto, y también Jim Drake lo tiene, si vamos al caso.

»Pero yendo incluso más allá… El mundo está comprometido en una carrera que tal vez no gane, Incluso si obtenemos la respuesta a un campo magnético estable, habrá que pasar por una buena cantidad de trabajo de ingeniería, como dije antes, y, en el mejor de los casos, pasarán años antes de que la energía por fusión esté disponible para el mundo: años que quizás no podamos permitirnos. En ese caso, no es seguro perder tiempo esperando que Revsof salga.

—Si él sale pronto… —dijo Gonzalo.

—Pero no es así. Eso es lo peor —dijo Puntsch—. Puede no salir nunca. Él está desmejorando.

—Supongo, señor —dijo Avalon con su voz profunda y solemne—, que habrá explicado a su amigo las ventajas de una acción inmediata.

—Lo he hecho —dijo Puntsch—. Se lo expliqué con el mayor cuidado posible. Le dije que abriría la caja fuerte ante testigos legales, y le llevaría todo para que lo firme personalmente. Dejaríamos los originales y tomaríamos copias. Le expliqué lo que él mismo podría perder con la demora. Todo lo que ocurrió fue que él… bueno, por último me atacó. Me han pedido que no lo visite hasta nuevo aviso.

—¿Y la esposa? —dijo Gonzalo—. ¿Sabe algo sobre esto? Usted dijo que era buena amiga de su esposa.

—Y lo es. Es una muchacha maravillosa y comprende a la perfección lo difícil de la situación. Está de acuerdo en que hay que abrir la caja fuerte.

—¿Le ha hablado ella a su esposo? —preguntó Gonzalo.

Puntsch vaciló.

—Bueno, no. No le han permitido verlo. Él… él… Esto es ridículo pero no puedo evitarlo. Pretende que Bárbara, su esposa, está pagada por la Unión Soviética. Para ser francos, fue a Bárbara a quien él… cuando lo llevaron al hospital…

—Está bien —dijo Trumbull con un gruñido—, ¿pero no puede usted hacer que Revsof sea declarado incompetente y que traspasen el control de la caja fuerte a la esposa?

—En primer lugar, es algo complicado. Bárbara tendría que dar testimonio de una cantidad de cosas que no desea testimoniar. Ella… ella lo ama.

—No quiero ser brutal —dijo Gonzalo—, pero usted dijo que Revsof está desmejorando. Si muerte…

—Desmejorando en el aspecto mental, no físico. Tiene treinta y ocho años y podría vivir cuarenta años más sin dejar de estar loco un solo día.

—¿Con el tiempo su esposa no se verá obligada a pedir que lo declaren incompetente?

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