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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (489 page)

BOOK: Cuentos completos
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—¿A qué se refiere? —interrumpió Halsted—. ¿Inestabilidad?

—Ninguno de los dos jugaba hasta llegar a extremos peligrosos —dijo Evans—. Ninguno de los dos exhibía costumbres sexuales o personales que variaran hasta tal punto con sus alrededores sociales como para hacerlos notables más allá de lo común. Ninguno de los dos dejaba ver simpatías o antipatías intensas que pudieran llevarlos a actos inesperados. Se habían hecho amigos de un modo indulgente mientras trabajaban en la misma oficina pero era sintomático de su muta carencia de intensidad emocional que, aunque se trataba de la amistad más estrecha que ambos habían tenido, no era más que una relación casual.

Rubin se echó hacia atrás en la silla, y dijo:

—Bueno, eso agita mi alma de escritor. Tenemos aquí dos tipos mansos, que recorren el sendero de la vida sobre caminos paralelos, los dos serenos y blandengues: y ahora descubren que compiten por el mismo empleo, un empleo con más dinero y prestigio, y de pronto los corderos se transforman en leones y se vuelven el uno contra el otro…

—Nada de eso —dijo Evans con impaciencia—. Había competencia entre los dos, desde luego. Eso no podía evitarse. Pero ni antes ni después hubo indicios de que la rivalidad tuviera una salida violenta.

»Los dos habían aprovechado la política de la compañía de alentar una mayor educación y se habían anotado en cursos de computación que nosotros supervisábamos. Ambos se habían destacado. Era difícil elegir entre ellos. Todos los datos con que contábamos indicaban, algo bastante sorprendente, que Williams (el lento y chapucero Williams) era en realidad el más inteligente de los dos, por un pelo. Sin embargo había dudas; por algún motivo no parecía más inteligente que el veloz organizado Adams. Así que lo dejaron a mi cargo, con la confianza que solía tener en mis métodos…

—¿Pretende usted decirnos que su compañía sabía que usted juzgaba a los hombres por el modo en que jugueteaban con clips y cosas así? —dijo Trumbull.

—Lo sabían —dijo Evans un poco a la defensiva—, pero también sabían que mis recomendaciones demostraban ser invariablemente precisas en los resultados. ¿Qué más podían pedir?

Terminó su café y prosiguió.

—Vi a Williams primero, porque tenla la sospecha de que podía ser el hombre indicado. No iba a rechazar al mejor cualificado simplemente porque hablara con lentitud. Supongo —y suspiró—, que todo habría sido distinto por completo si hubiese visto antes a Adams pero no podemos acomodar las circunstancias pasadas a nuestra conveniencia, ¿verdad?

»Williams parecía claramente nervioso, pero en verdad eso no era poco común. Le hice algunas preguntas de rutina mientras estudiaba su conducta. Noté que movía el índice derecho sobre el escritorio como si escribiera palabras, pero se detuvo cuando me sorprendió mirándole la mano; tendría que haber sido más cuidadoso entonces. No había decidido realmente qué estudiar, cuando él tomó los cigarrillos y los fósforos.

—¿Qué cigarrillos? —preguntó Rubin.

—Siempre tengo un paquete de cigarrillos sin abrir sobre el escritorio, junto con una caja de fósforos, algunos clips, un bolígrafo, y otros objetos pequeños que la persona entrevistada pueda tomar con facilidad. Existe una gran tendencia a tocarlos y eso me puede ser útil. Por ejemplo, con frecuencia juegan con el paquete de cigarrillos, pero rara vez lo abren.

»Sin embargo Williams abrió el paquete y eso me tomó por sorpresa, debo confesarlo. Su expediente no había mencionado que fuese muy fumador, y para que alguien se sirva los cigarrillos del entrevistador sin permiso sería necesaria una fuerte adicción.

Evans cerró los ojos como si proyectara la escena sobre la superficie interna de los párpados, y dijo:

—Ahora puedo entenderlo. Tomé conciencia de una incongruencia en lo que pasaba cuando él se llevó el cigarrillo a los labios en un intento de fingir serenidad que fracasó por completo. Fue entonces que empecé a observar, dado que la incompatibilidad de la arrogancia que lo llevó a tomar un cigarrillo sin permiso y la timidez con que manejaba el cigarrillo me llamó la atención.

»Tenía los labios secos, así que tuvo que quitarse el cigarrillo por un momento, y humedecerse los labios con la lengua. Después volvió a colocárselo en los labios y lo dejó allí como si tuviera miedo de que se le cayera. Parecía cada vez más nervioso y ahora yo no observaba otra cosa que su mano y el cigarrillo. Estaba seguro de que me dirían todo lo que deseaba saber. Le oí encender un fósforo Y, aún sosteniendo el cigarrillo, lo encendió con el fósforo en la mano izquierda.

»Pareció vacilar, dio una o dos pitada cortas mientras yo observaba y después, como conciente de algún modo de que a mí no me impresionaba su actuación, inhaló profundamente, y de inmediato entró en un ataque prolongado y al parecer peligroso de tos. Resultó que no fumaba.

Evans abrió los ojos.

—Eso surgió de inmediato, desde luego. Al parecer, tuvo la impresión de que si fumaba me impresionaría como un tipo mundano y competente. Sabía que tenía aspecto de chapucero y quería contrarrestarlo. Hizo exactamente lo contrario. Fue un intento de usarme, de hacerme pasar por tonto, y yo estaba furioso. Traté de no demostrarlo, pero supe de inmediato que bajo ninguna circunstancia recomendaría a Williams para el trabajo.

»Y eso fue desastroso desde luego. Si hubiese visto primero a Adams, seguramente lo habría entrevistado de modo más meticuloso. Como se dieron las cosas, una vez descartado Williams, me temo que traté a Adams sin atención. Lo recomendé después de la más sencilla interacción. ¿Es de asombrarse que mi prejuicio contra el cigarrillo se haya intensificado y que me sienta ahora más inclinado que antes a simpatizar con su punto de vista, señor Trumbull?

—Entiendo que el señor Adams demostró ser incompetente en el empleo.

—Para nada —dijo Evans—. Durante dos años lo cumplió del modo que yo había predicho en mi informe después del examen inadecuado. En realidad, fue brillante. En una cantidad de casos tomó decisiones que mostraron auténtico coraje que al concretarse demostraron ser correctas.

»De hecho estaba a la espera de otro ascenso cuando un día desapareció, y con él más de un millón de dólares en bienes de la compañía. Cuando se estudió la cuestión, parecía que había sido lo bastante inteligente y arriesgado como para jugar exitosamente con una computadora, y que sus valientes decisiones, que todos habíamos aplaudido, formaban parte del juego. Si yo lo hubiese examinado a fondo como debiera haberlo hecho, no se me habría pasado por alto ese rasgo de astucia y paciencia. Era obvio que había planeado el trabajo durante años y que había estudiado computación con esa idea y con el objeto de tener cualidades para el puesto que por fin obtuvo. Desastroso, realmente desastroso.

—Más de un millón es algo desastroso, estoy de acuerdo —dijo Drake.

—No, no —dijo Evans—. Me refiero al golpe que recibió mi orgullo ya mi posición dentro de la compañía. En el aspecto financiero, no es un gran golpe. Estábamos asegurados y tal vez recuperemos lo robado algún día. A decir verdad, se hizo justicia, de un modo un poco crudo. Adams no se salió con la suya; en realidad está muerto —Evans sacudió la cabeza y pareció deprimirse.

»Además de forma bastante brutal, me temo —prosiguió—. Se había perdido, con deliberación y éxito, en una de las conejeras de la ciudad, disfrazado más por un nuevo estilo de vida que por algo físico, vivía de sus ahorros y no tocaba lo que había robado, y esperaba paciente que el tiempo le diera una relativa seguridad. Pero peleó con alguien y lo acuchillaron. Lo llevaron a la morgue y fue identificado por las huellas dactilares. Eso pasó hace unos seis meses.

—¿Quién lo mató? —preguntó Gonzalo.

—Eso no se sabe. La teoría de la policía es ésta: el índice de intimidad de un barrio bajo es escaso y de algún modo tiene que haberse divulgado el hecho de que Adams tenía algo oculto. Tal vez bebió un poco para olvidar la vida bastante miserable que llevaba mientras esperaba para estar a salvo y rico, y tal vez habló un poco de más. Alguien trató de participar del botín; Adams se resistió; y Adams murió.

—¿Y quien lo mató se apoderó del botín?

—La policía cree que no —dijo Evans—. Nada de lo robado salió a la superficie en los seis meses posteriores al asesinato de Adams. Además podría haber tenido la paciencia de sentarse sobre una fortuna y quedarse oculto, pero el ladrón promedio no lo haría. Así que la policía piensa que el tesoro sigue donde Adams lo guardó.

Halsted hizo el gesto característico de rozarse con una mano su alta frente, como controlando si el cabello había vuelto a su sitio original, y dijo pensativo:

—¿No pueden revisar el conocimiento de la compañía sobre los detalles de la vida y la personalidad de Adams y elaborar una especie de perfil psicológico que indique dónde podrían estar ubicados los bienes robados?

—Yo mismo lo hice —dijo Evans—, pero la respuesta con la que dimos fue que un hombre como Adams los ocultaría de modo muy ingenioso. Y eso no nos sirve de nada.

—Tengo una idea —dijo Avalon, dando un fuerte golpe con la mano sobre la mesa—. ¿Dónde está Williams? El otro hombre, el que perdió, quiero decir.

—Sigue en el antiguo empleo, y desempeñándose bien —dijo Evans.

—Bueno, podrían consultarlo a él —dijo Avalon—. Eran amigos. Podría saber algo que la compañía no sabe, algo vital que él ni soñaría que es vital.

—Sí —dijo Evans secamente—. Eso se nos ocurrió y lo entrevistamos. Fue inútil. Vean, la amistad entre ambos había sido bastante poco profunda, desde un principio, pero había cesado por completo… después del incidente de las entrevistas.

»Parece que Adams, con motivos supuestamente amistosos, le aconsejó a Williams que fumara para demostrar serenidad e indiferencia. Adams le había dicho que su aspecto de grandullón de movimientos y palabras lentas hacía una mala primera impresión y que tenía que hacer algo al respecto.

»La repetición frecuente del consejo de Adams hizo efecto justamente en el momento equivocado para Williams. Sentado en mi oficina y con una aguda conciencia de que su aspecto dejaba que desear, no pudo resistir la tentación de tomar los cigarrillos… con resultados desastrosos. El pobre hombre culpaba a Adams de lo ocurrido, aunque él actuó y tiene que aguantar la responsabilidad él mismo. Sin embargo, eso terminó con la amistad y no pudimos enterarnos de nada útil por boca de Williams.

—¡Aguarden un momento! ¡Aguarden un momento! —interrumpió Gonzalo, excitado—. ¿Acaso Adams no podría haberlo preparado con deliberación de ese modo; algo como hipnotizar a Williams para que actuara? ¿No podría haberlo preparado como para que Williams decidiera tomar el cigarrillo en un momento crucial? La entrevista sería el momento crucial; Williams quedaría eliminado; Adams obtendría el empleo.

—No acepto semejante maquiavelismo —dijo Evans—. ¿Cómo podía saber Adams que habría cigarrillos a mano justo en esa ocasión? Demasiado improbable.

—Además —dijo Avalon— ese tipo de manipulación de los seres humanos, digna de halago, funciona bien en escena pero no en la vida real.

Después de eso se hizo un silencio y Trumbull dijo al fin:

—Eso es todo, supongo. Un pillo, ahora muerto, y un montón de bienes robados, ocultos en alguna parte. No podemos hacer mucho con eso. Creo que ni siquiera Henry podría hacer algo con eso. —Miró hacia Henry, que estaba pacientemente parado junto al copero—. ¡Henry! ¿Por casualidad podrías decirnos dónde puede estar el escondite del botín mal habido?

—Creo que sí, señor —dijo Henry con calma.

—¿Qué? —dijo Trumbull.

—¿Bromea? —dijo Evans en dirección a Trumbull.

—Creo que es posible —dijo Henry—, sobre la base de lo que oímos esta noche, elaborar lo que puede haber pasado en realidad,

—¿Qué otra cosa puede haber pasado en realidad fuera de lo que les conté? —dijo Evans, indignado—. Esto no tiene sentido.

—Creo que tendríamos que escuchar a Henry, señor Evans —dijo Trumbull—. Él también tiene un sexto sentido.

—Bueno —dijo Evans—, entonces tiene la palabra.

—Se me ocurre —dijo Henry— que debido al tonto comportamiento del señor Williams en la entrevista usted se vio obligado prácticamente a recomendar al señor Adams… sin embargo cuesta creer que el señor Williams fuera tan estúpido como para imaginar que podría fingir que fumaba si no era un fumador. Es bien sabido que quien no fuma toserá si inhala humo de cigarrillo por primera vez.

—Williams dice que Adams le engañó y lo llevó a hacerlo —dijo Evans—. Es más probable que se tratara de estupidez. Tal vez cueste creer que una persona pueda ser estúpida, pero bajo presión algunas personas muy inteligentes hacen estupideces y ésta fue una de esas ocasiones.

—Puede ser —dijo Henry— y puede ser que estemos considerando las cosas al revés. Tal vez no fue Adams quien engañó a Williams y lo llevó a tratar de fumar, obligándolo a usted a recomendar a Adams para el empleo. Puede ser que Williams lo hiciera deliberadamente para obligarlo a usted a recomendar a Adams para el empleo,

—¿Por qué iba a hacerlo? —dijo Evans.

—¿No podrían haber trabajado los dos en combinación… con Williams como cerebro de la pareja? Williams dispuso que Adams hiciera el trabajo concreto mientras él permanecía en las sombras y dirigía las actividades. ¿Y no podría Williams preparar después un asesinato con la misma inteligencia con que había preparado el robo, y quedarse con las ganancias? Y si así fuera, ¿no sería de esperar que en este momento Williams conociese el lugar exacto donde están los bienes robados?

Evans se limitó a mirarlo incrédulo y le tocó a Trumbull expresar con palabras la estupefacción general:

—Has sacado eso del aire, Henry.

—Pero encaja, señor Trumbull. Adams no podría haber preparado el intento de fumar. No habría sabido que los cigarrillos estaban allí. Williams lo sabía; estaba sentado allí. Tal vez se le había ocurrido otra cosa para hacer entrar por la fuerza a Adams en el empleo pero, al ver los cigarrillos, los empleó.

—Pero sigue siendo algo sin fundamento, Henry. No hay evidencias.

—Piénsenlo —dijo Henry con vehemencia—. Alguien que no fuma difícilmente pueda fingir que es un fumador. Toserá; nada podrá impedirlo. Pero cualquiera puede toser a voluntad; una tos nunca necesita ser auténtica. ¿Y si en realidad Williams era un consumado fumador que había dejado de fumar alguna vez? Para él habría sido lo más fácil del mundo fingir que era un no fumador fingiendo que tosía sin control.

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