Cuentos completos (491 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—¿Por qué pobre Clara? —preguntó Trumbull.

—Ya sé —dijo Gonzalo—, la correspondencia no era de ustedes.

—Por supuesto que era nuestra correspondencia —dijo Brown—. Es la única correspondencia que el viejo Paul sube en persona. Oigan esto, cuando tiene franco retienen las tarjetas de felicitación para que pueda traerlas al día siguiente. Es prácticamente un criado de la familia.

—Sí, ¿pero por qué pobre Clara? —preguntó Trumbull, aumentado los decibeles de su voz.

—Oh, eso. Entramos al coche y, como era un trayecto de media hora, ella contaba con revisar la correspondencia rápidamente y dejarla después bajo el asiento. Pero lo primero que notó fue un sobrecito, una obvia tarjeta de felicitación, que sobresalía del resto de la correspondencia, casi como si fuera a caerse. Yo también lo había visto cuando ella le arrebató la correspondencia a Paul. Bueno, nunca recibimos tarjetas de felicitación pequeñas, así que la tomó y dijo: “¿Qué es esto?”.

»Abrió el sobre y era una tarjeta navideña, la tarjeta navideña más vacía, pelada y barata que puedan haber visto, y Clara dijo: “¿Quién se atrevió a enviarme esto?”. Creo que ella no ha visto una tarjeta tan sencilla en años. La irritó tanto que apartó el resto de la correspondencia sin mirarla y siguió de mal humor todo el camino.

—Es probable que se trate de una broma de un amigo —dijo Halsted—. ¿Quién la envió?

—Eso es lo que no sabemos —Brown se encogió de hombros—. No fuiste tú, Roger, ¿verdad?

—¿Yo? ¿Me crees loco? Le envié una con campanitas incluidas. Auténticas. Escuchen —y se volvió hacía los demás—, realmente hay que superarse con ella. Tendrían que ver el departamento en el Día de la Madre. Cuesta creer que haya tantas tarjetas distintas con pañalitos adheridos.

—Y no tenemos hijos —dijo Brown, con un suspiro.

—¿No había un nombre en la tarjeta que recibieron? —preguntó Trumbull, ciñéndose torvamente al tema.

—Ilegible —dijo Brown.

—Huelo un misterio aquí —dijo Gonzalo—. Tendríamos que tratar de averiguar quién la envió.

—¿Por qué? —dijo Trumbull, cambiando de actitud en seguida.

—¿Por qué no? —dijo Gonzalo—. Podría darle a la señora Brown una oportunidad de contestarle a quien la envió.

—Les aseguro —dijo Brown— que no encontrarán indicios acerca del remitente. Ni siquiera las huellas digitales servirían. Nosotros la manipulamos y también quién sabe cuántos empleados de correo.

—Aún así, es una lástima que no podamos darle un vistazo —dijo Gonzalo.

—Oh —dijo Brown con bastante brusquedad—. Pueden darle un vistazo. La he traído.

—¿La ha traído?

—Clara iba a romperla, pero yo acababa de detenerme ante una luz roja y dije: “Déjame verla” y la miré y entonces se prendió la verde y la metí en el bolsillo del abrigo y supongo que sigue allí.

—En ese caso, veámosla —dijo Halsted.

—La traeré —dijo Brown. Se retiró por un momento al guardarropa y regresó de inmediato con un sobre cuadrado, de color rosa, y se lo tendió a Halsted—: Puedes hacerlo circular.

Halsted lo examinó. No lo habían pegado con esmero y la solapa se había abierto sin romperse. Al otro lado estaba la dirección en la forma más sencilla posible:

BROWN

354 CPS 21C NYC 10019

La escritura era un garabato apenas legible. La estampilla era una Jackson de 10 centavos, el sello de correos un manchón negro, y no llevaba remitente.

El otro lado del sobre estaba en blanco. Halsted sacó la tarjeta del interior y se encontró con un trozo de cartulina doblado al medio. Las dos superficies, externas eran del mismo color rosa del sobre y estaban en blanco. Las superficies internas eran blancas. El costado izquierdo no tenía nada y en el derecho se leía “Felices Augurios” en letras negras con mínimos adornos. Debajo había una firma garabateada que empezaba con lo que parecía una D mayúscula seguida de una serie de olas en disminución.

Halsted se la pasó a Drake a su izquierda y la tarjeta recorrió la mesa hasta que Avalon la recibió y la miró. Se la pasó a Henry, que estaba repartiendo las copas de brandy. Henry la miró brevemente y se la devolvió a Brown.

Brown alzó los ojos un poco sorprendido, como si el ángulo de devolución le resultase inesperado.

—Gracias —dijo, y olfateó el brandy con delicadeza.

—Bueno —dijo Gonzalo—, creo que el nombre es Danny. ¿Conoce a algún Danny, señor Brown?

—Conozco a un Daniel Lidstrom —dijo Brown—. Pero creo que ni la madre le llama Danny.

—Demonios, ahí no dice Danny —dijo Trumbull—. Podría ser Donna o tal vez un apellido como Donner.

—No conocemos a ninguna Donna, o Donner.

—Yo creería —dijo Avalon, pasando el dedo por el borde de la copa de brandy—, que con seguridad el señor Brown ha repasado cada nombre y apellido concebibles que empiecen con D en el círculo de sus conocidos. Si no ha dado con una respuesta, tengo la certeza de que nosotros tampoco lo haremos. Si esto es lo que Mario llama un misterio, por cierto no hay nada con qué seguir. Dejemos el tema de lado y sigamos con el interrogatorio.

—No —dijo Gonzalo, con energía—. Aún no. Por Dios, Jeff, sólo porque tú no veas algo no significa que no haya nada por ver. —Se dio vuelta en la silla—. Henry, viste esa tarjeta, ¿verdad?

—Sí, señor —dijo Henry.

—Perfecto, entonces. ¿No estás de acuerdo conmigo en que aquí hay un misterio que vale la pena investigar?

—No veo nada de qué agarrarnos, señor Gonzalo —dijo Henry.

Gonzalo parecía herido.

—Henry, por lo común no eres tan pesimista.

—No podemos fabricar evidencias, por cierto, señor.

—Eso basta —dijo Avalon—. Si Henry dice que nada puede hacerse, entonces no hay nada que hacer. Manny, sigue con el interrogatorio, ¿quieres?

—No, maldición —dijo Gonzalo, con desacostumbrada obstinación—. Si no puedo tener mi libro de limericks, entonces tendré mi misterio. Si puedo mostrarles en qué esta tarjeta nos indica algo…

—Si los chanchos volaran… —dijo Trumbull.

—Privilegio de anfitrión —dijo Halsted—. Que Mario hable.

—Gracias, Roger —Gonzalo se frotó las manos—. Haremos esto al estilo de Henry. Escúchame, Henry, y verás si funciona. Tenemos una firma en la tarjeta y lo único legible en ella es la D mayúscula. Podemos suponer que la D basta para indicarnos quién firma pero el señor Brown dice que no. Supongan que decidimos que la D es la única parte clara de la firma porque es lo único que importa.

—Fantástico —dijo Trumbull, ceñudo—. ¿Y adónde nos lleva eso?

—No tienes más que escuchar y lo sabrás. Supongan que la tarjeta de felicitación es un instrumento para pasar información, y que la D es el código.

—¿Qué significa la D para ti?

—¿Quién lo sabe? Indica qué columna usar de cierto diario, o en qué fila está estacionado cierto automóvil, o en qué sector encontrar cierto casillero con llave. ¿Quién lo sabe? Podría haber espías o criminales implicados. ¿Quién lo sabe?

—Justamente ése es el asunto —dijo Trumbull—. ¿Quién lo sabe? ¿Así que de qué nos sirve?

—Henry —dijo Gonzalo—, ¿no crees que mi argumentación es buena?

Henry exhibió una sonrisa paternal.

—Es un punto interesante, señor, pero no hay modo de precisar si tiene algún valor.

—Sí, lo hay —dijo Avalon—. Y es muy fácil, además. La carta está dirigida a un tal señor Brown. Si la D significa algo, entonces el señor Brown tendría que conocer ese significado. ¿Lo conoce, señor Brown?

—No tengo ni la más remota idea de ello —dijo Brown.

—Y no podemos suponer —dijo Avalon— que tenga algún conocimiento culpable que quiera ocultar, porque si ese fuera el caso, ¿por qué mostrarnos la tarjeta, en primer lugar?

Brown rió.

—Se los aseguro. No hay conocimiento culpable. Al menos no en relación a la tarjeta.

—Muy bien —dijo Gonzalo—, lo acepto. Brown no sabe nada sobre la D, ¿pero qué muestra eso? Muestra que la carta le llegó a él por error. En realidad, eso encaja. ¿Quién enviaría una tarjeta como ésa a alguien que hace de su departamento una exposición de tarjetas navideñas? Tiene que haber llegado por equivocación.

—No entiendo cómo puede ser posible —dijo Avalon—. Está dirigida a él.

—No, no es así, Jeff. No está dirigida a él. Está dirigida a Brown y debe haber un billón de Browns en el mundo —Gonzalo alzó la voz y se acaloró visiblemente—. De hecho, apostaría a que hay otro Brown en el edificio y que suponía que la tarjeta debía llegarle a él y él sabría qué significa la D. En este mismo momento el otro Brown está esperando y preguntándose dónde demonios está la tarjeta de felicitación que espera y cuál es la letra. Está en un aprieto. Tal vez haya heroína de por medio, o dinero falsificado, o…

—Basta —dijo Trumbull—, te estás tirando del trampolín a una piscina vacía.

—No, no es así —dijo Gonzalo—. Si yo fuera el otro Brown, imaginaría que la tarjeta probablemente había llegado al Brown equivocado, quiero decir el que corresponde, el que tenemos aquí, y subiría al departamento a buscarla. Diría: “Quiero mirar la colección” y revisaría un poco pero no la encontraría porque Brown tiene la tarjeta aquí y…

Brown había estado oyendo la fantasía de Gonzalo con una expresión bastante benigna en el rostro, pero en ese momento fue reemplazada de pronto por una de profundo asombro. Dijo:

—¡Aguarde un instante!

Gonzalo se detuvo. Dijo:

—¿Que aguarde un momento, qué?

—Es curioso, pero Clara dijo que alguien había revisado las tarjetas hoy.

—Oh no —dijo Rubin—. No va a decirnos que la ridiculez de Mario tiene algún sentido. Tal vez ella sólo lo imaginó.

—Eso le dije yo —dijo Brown—, pero lo dudo. Ella recibe la correspondencia todos los días y pasa cierto tiempo clasificándola en su… bueno, ella lo llama su cuarto de costura, aunque nunca la sorprendí cosiendo allí, y después sale y las distribuye de acuerdo a un sistema complicado muy personal. Y hoy descubrió que algunas de las tarjetas habían cambiado de lugar desde ayer. Y no la veo realmente cometiendo un error en semejante cuestión.

—Ahí tienen —dijo Gonzalo, echándose atrás con arrogancia—. Eso es lo que llamo elaborar una cadena lógica inexorable.

—¿Quién estuvo hoy en la casa? —dijo Trumbull—. ¿Quiero decir además de usted y su esposa?

—Nadie. No hubo visitas. Aún es demasiado pronto para recibir a todos. Nadie. Y tampoco nadie entró por la fuerza.

—No puede estar seguro —dijo Gonzalo—. Predije que alguien iba a revisar las tarjetas y alguien lo hizo. Creo que tenemos que seguir con esto ahora. ¿Qué te parece, Henry?

Henry esperó un momento antes de contestar.

—Por cierto parece haber una coincidencia enigmática —dijo.

—No es para nada enigmática —dijo Gonzalo—. Sólo se trata del otro Brown. Tenemos que atraparlo.

Brown estaba allí sentado, ceñudo, como si para él hubiese desaparecido la gracia del juego.

—No hay otro Brown en el edificio —dijo.

—Tal vez se deletree distinto —dijo Gonzalo, sin la menor pérdida de confianza—. ¿No puede ser Browne con e final o deletreado con una au como lo hacen los alemanes?

—No —dijo Brown.

—Vamos, señor Brown. Usted no conoce el nombre de todos los del edificio.

—Conozco unos cuantos, y por cierto conozco bien los que empiezan con B. Como sabe uno mira a veces la lista y los ojos van automáticamente al propio nombre. —Pensó un momento como si viera la lista. Después dijo con una voz que parecía haberse agitado un poco—: Hay un Beroun, sin embargo, B-e-r-o-u-n. Creo que se deletrea así. No, estoy seguro.

Los Viudos Negros se quedaron en silencio. Gonzalo esperó treinta segundos, después le dijo a Henry:

—¿Nos lucimos, verdad?

Halsted se pasó la mano por la frente en el curioso gesto que le era característico y dijo:

—Tom, tú estás metido hasta cierto punto con los grupos secretos. ¿Es probable que haya algo así en esto?

Trumbull meditaba con profundidad.

—La dirección —dijo al fin— es 354 CPS. Quiere decir Central Park Sur… No sé. Sería mejor si fuese CPO, Central Park Oeste.

—Dice CPS con claridad —dijo Gonzalo.

—También dice Brown con claridad —dijo Drake— y no Beroun.

—Oigan —dijo Gonzalo—, esa letra es un garabato. No se puede distinguir con seguridad si eso es una w o una u y podría haber una e entre la b y la r.

—No, no podría —dijo Drake—. No puedes salirte con la tuya en los dos sentidos. Es un garabato cuando quieres que se deletree distinto, y es muy clara cuando no lo quieres.

—Además —dijo Avalon—, todos pasan por alto el hecho de que hay algo más que un nombre en la dirección, o una calle. También hay un número de departamento, y es 21 C. ¿Ese es el número de su departamento, señor Brown?

—Sí, lo es —dijo Brown.

—Bien —dijo Avalon—, parece que la teoría se desmorona. El otro Brown o Beroun no vive en el 21 C. El Brown que corresponde sí.

Gonzalo pareció desorientado por un instante. Después dijo:

—No, todo combina demasiado bien. Tienen que haber cometido un error también con el número de departamento.

—Vamos —dijo Rubin—. ¿El nombre está mal deletreado y el número del departamento mal escrito y las dos cosas terminan por encajar? ¿Un señor Brown en el número de departamento correcto? Eso es pedir demasiado de las coincidencias.

—Podría ser un pequeño error —dijo Gonzalo—. Supongan que el tal Beroun vive en el 20 C o en el 21 C. Sólo serían necesarios dos pequeños errores, uno para hacer que Beroun parezca Brown y otro para poner 21 C en vez de 20 C.

—No —dijo Rubin—, siguen siendo dos errores que engranan limpiamente. Vamos, Mario, incluso tú puedes darte cuenta de lo estúpido que es eso.

—No me importa lo estúpido que pueda parecer en teoría. ¿Cuál es la situación en lo concreto? Sabemos que hay un tal Beroun en el mismo edificio de Brown. Ahora todo lo que necesitamos averiguar es cuál es el número del departamento de Beroun y les apuesto a que debe de estar muy cerca del 21 C, algo con lo que es muy fácil cometer un error.

Brown sacudió la cabeza.

—No lo creo. Sé que no hay ningún Beroun en mi piso, es decir en el veintiuno. Y conozco a la gente que vive debajo de mí en el 20 C y encima, en el 22 C, y en ninguno de los dos casos es Beroun ni nada que se le parezca.

—Bueno, entonces ¿dónde vive Beroun? ¿En qué departamento? Sólo tenemos que averiguar eso.

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