Déjame entrar (22 page)

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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

BOOK: Déjame entrar
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—Sí, abierta. Y ella salió por la… y entonces ardió la casa, ¿no? Eso es lo que vi entonces. Que ardía detrás de ella… y salió… joder. Estaba ardiendo, entera. Y entonces salió andando de la casa…

—Perdón. ¿Andando? ¿No iba corriendo?

—No. Eso era lo más raro… iba andando. Agitaba las manos así como para… no sé. Y entonces se paró, ¿entiendes? Se paró. Ardía así, toda ella. Se paró así. Y miró alrededor. Como que… absolutamente tranquila. Y entonces echó a andar de nuevo. Y entonces fue como que… se acabó, ¿entiendes? Nada de pánico o así, ella… sí, joder… no gritaba. Ni un ruido. Sólo… se derrumbó así. De rodillas. Y entonces… plaf. Cayó en la nieve.

»Y entonces fue como si… no sé… fue todo muy raro. Entonces tuve yo como… entré dentro corriendo y busqué una manta, dos mantas y salí pitando y… la apagué. La hostia, o sea… cuando estaba allí tendida, eso era… no, joder.

El hombre se llevó las manos llenas de tizne a la cara, lloró agachado. El agente de la brigada de investigación criminal le puso una mano sobre los hombros.

—Tal vez podamos tomar un informe más detallado de los hechos mañana. ¿Pero no viste a nadie más abandonar la casa?

El hombre meneó la cabeza y el de criminalística hizo una anotación en su libreta.

—Lo dicho. Mañana me pondré en contacto contigo. ¿Quieres que le pida al personal sanitario que te den algún tranquilizante, algo que te deje dormir, antes de que se vayan?

El hombre se frotó las lágrimas de los ojos. Las manos le dejaron marcas húmedas de tizne en las mejillas.

—No. Eso es… yo tengo, en todo caso.

Gunnar Holmberg volvió la mirada hacia la casa incendiada. Los esfuerzos de los bomberos habían dado resultado y ya apenas se veían llamas. Sólo una nube enorme de humo que se elevaba hacia el cielo nocturno.

Mientras Virginia abría sus brazos a Lacke, mientras el técnico de la brigada de investigación criminal hacía moldes de las huellas encontradas en la nieve, Oskar estaba al lado de la ventana mirando hacia fuera. La nieve había cubierto con un manto blanco los setos bajo la placa de chapa de su ventana y formaba una pendiente blanca tan densa y seguida que uno creería que podía deslizarse por ella. Eli no había venido esta tarde.

Oskar había estado de pie caminando, dando vueltas, columpiándose, congelándose en el parque entre las siete y media y las nueve. Eli no había aparecido. A las nueve había visto a su madre mirando por la ventana y había entrado, lleno de malos presentimientos.
Dallas
y leche con cacao y bollos y su madre preguntando y a punto estuvo él de hablar, pero no lo hizo.

Ya eran las doce pasadas y estaba al lado de la ventana con el alma en un puño. Dejó la ventana entreabierta, respirando el aire frío de la noche. ¿Era realmente sólo por ella por lo que había decidido empezar a defenderse? ¿No se trataba de sí mismo?

Sí.

Pero por ella.

Por desgracia así era. Si el lunes se metían con él no tendría ánimo, ni fuerzas, ni ganas de resistir. Lo sabía. No iría a ese entrenamiento el jueves. No había motivo.

Dejó la ventana un poco abierta con la vaga esperanza de que ella volviera aquella noche. Lo llamara. Si podía salir en mitad de la noche, también podría volver en mitad de la noche.

Oskar se desvistió y se acostó. Dio unos toquecitos en la pared. Sin respuesta. Se echó el edredón por encima de la cabeza y se puso de rodillas en la cama. Entrelazó las manos y, apoyando sobre ellas la frente, susurró:

—Por favor, Dios bueno. Deja que ella vuelva. Te doy lo que quieras. Todos mis cómics, todos mis libros, todas mis cosas. Lo que quieras. Pero haz que ella vuelva. A mí. Por favor, Dios, por favor.

Siguió acostado, encogido debajo del edredón, hasta que sintió tanto calor que empezó a sudar. Luego sacó de nuevo la cabeza, apoyándola en la almohada. Se puso en posición fetal. Cerró los ojos. Imágenes de Eli, de Jonny y Micke, Tomas. Su madre. Su padre. Durante un largo rato permaneció acostado haciendo pasar las imágenes que quería ver; después éstas empezaron a vivir su propia vida mientras él se deslizaba en el sueño.

Eli y él estaban sentados en un columpio que se impulsaba cada vez más alto. Más y más alto hasta que se soltó de las cadenas, volando hacia el cielo. Ellos se sujetaban bien fuerte en los bordes del columpio, con las rodillas apretadas unas contra otras, y Eli le dijo en voz baja:

—Oskar. Oskar…

Abrió los ojos. El globo terráqueo estaba apagado y la luz de la luna volvía todas las cosas de color azul. Gene Simmons lo miraba desde la pared de enfrente, sacándole su larga lengua. Se acurrucó, cerró los ojos. Entonces volvió a oír el susurro.

—Oskar…

Venía de la ventana. Abrió los ojos, miró hacia allí. Al otro lado vio el contorno de una cabeza pequeña. Se quitó el edredón, pero antes de que tuviera tiempo de salir de la cama, Eli susurró:

—Espera. Quédate en la cama. ¿Puedo entrar?

Oskar susurró:

—Sííí…

—Di que puedo entrar.

—Puedes entrar.

—Cierra los ojos.

Oskar cerró los ojos. La ventana se dio la vuelta hacia arriba; una corriente fría recorrió la habitación. La ventana se cerró con cuidado. Oyó cómo respiraba Eli, susurró:

—¿Puedo mirar?

—Espera.

Sonó el sofá cama de la otra habitación. Su madre se levantó. Oskar tenía aún los ojos cerrados cuando tiraron del edredón y un cuerpo frío y desnudo se metió en la cama detrás de él, tapó con el edredón a los dos y se acurrucó a su espalda.

La puerta de su habitación se abrió.

—¿Oskar?

—¿Mmm?

—¿Eres tú el que habla?

—No.

Su madre se quedó en el vano de la puerta escuchando. Eli permaneció totalmente quieta a sus espaldas, apoyando la frente entre sus omoplatos. Su aliento cálido descendió por sus riñones.

Su madre meneó la cabeza.

—Tienen que ser esos vecinos. —Escuchó un momento más, después dijo—: Buenas noches, corazón —y cerró la puerta. Oskar estaba solo con Eli. A sus espaldas oyó un susurró.

—¿Esos vecinos?

—¡Chist!

Otro crujido cuando su madre se acostó de nuevo en el sofá cama. Oskar miró hacia la ventana. Estaba cerrada.

Una mano fría se deslizaba sobre su cintura, se puso sobre su pecho, sobre su corazón. Él la apretó entre sus dos manos, la calentó. La otra hurgó bajo su axila, subiendo por su pecho y colocándose entre sus manos. Eli giró la cabeza y puso la mejilla sobre su espalda.

Un olor nuevo había llegado a la habitación. Un suave olor como el del depósito de la moto de su padre cuando acababan de llenarlo. Gasolina. Oskar inclinó la cabeza, olió las manos de ella. Sí. Eran las que olían.

Estuvieron así un buen rato. Cuando Oskar dedujo por la respiración que su madre se había dormido en la habitación de al lado, cuando el montón de manos ya estaban calientes y empezaba sudarle el pecho, dijo en voz baja:

—¿Dónde has ido?

—A buscar comida.

Los labios de ella le hacían cosquillas en el hombro. Eli retiró sus manos, se volvió de espaldas. Oskar se quedó un momento como estaba mirando a Gene Simmons a los ojos. Después se puso boca abajo. Se imaginó que las pequeñas figuras del papel pintado que Eli tenía detrás de la cabeza la observaban llenas de curiosidad. La muchacha tenía los ojos abiertos, de color negro azulado a la luz de la luna. A Oskar se le puso la piel de gallina en los brazos.

—¿Y tu padre?

—Ha desaparecido.


¿Ha desaparecido?
—Oskar alzó la voz sin querer.

—¡Chist! Eso no tiene importancia.

—Pero… cómo… él ha…

—Eso no tiene importancia.

Oskar asintió mostrando que no iba a seguir preguntando, Eli se puso las manos bajo la cabeza mirando al techo.

—Me sentía sola. Por eso he venido. ¿Podía hacerlo?

—Sí. Pero… es que no llevas ropa.

—Perdón. ¿Te da asco?

—No. Pero ¿no tienes frío?

—No. No.

Los mechones blancos habían desaparecido de su pelo. Sí, sobre todo parecía más sana que cuando se encontraron el día anterior. Tenía las mejillas más redondeadas, los hoyuelos de la risa aparecieron cuando Oskar, en broma, le preguntó:

—¿No pasarías así por delante del kiosco del Amante?

Eli se echó a reír, después se puso muy seria y dijo con voz de fantasma:

—Sí. ¿Y sabes qué? Él asomó la cabeza y dijo: «Veeeen… Veeeen… Tengo golosiiiinas… y pláaaatanos…».

Oskar hundió la cara en la almohada, Eli se volvió hacia él, le susurró al oído:

—Veeen… ratooones…

Oskar gritó:

—¡No! ¡No! —con la cabeza debajo de la almohada. Siguieron así un rato. Luego Eli miró los libros de la estantería y Oskar le contó un resumen de su favorito:
La niebla
, de James Herbert. La espalda de Eli relucía blanca como un gran folio en la oscuridad, acostada como estaba boca abajo mirando la estantería.

Él tenía la mano tan cerca de ella que podía sentir su calor. Después encogió los dedos y recorrió con ellos la espalda de ella, susurrando:

—Kili, kili, viene la cabra. ¿Cuántos cuernos tiene?

—Mmm. ¿Ocho?

—Has dicho ocho y eran ocho, kili, kili.

Luego Eli se lo hizo a él, pero Oskar no era tan bueno como ella adivinándolo. Sin embargo a piedra, papel, tijera ganó él con diferencia. Siete-tres. Lo hicieron una vez más. Entonces ganó él nueve-uno. Eli se enfadó un poco.

—¿Sabes lo que voy a pedir?

—Sí.

—¿Cómo?

—Lo sé, nada más. Es siempre así. Me viene la imagen.

—Otra vez. Ahora no voy a pensar. Sólo pedir.

—Inténtalo.

Pasó lo mismo. Oskar ganó ocho-dos. Eli se hizo la enfadada, volviéndose hacia la pared.

—Ya no juego más contigo. Haces trampa.

Oskar observaba el cuadrado blanco de su espalda. ¿Se atrevería? Sí, ahora que ella no lo miraba, sí que se atrevía.

—Eli, ¿tengo alguna posibilidad contigo? Ella se dio la vuelta, se subió el edredón hasta la barbilla.

—¿Qué quiere decir eso?

Oskar fijó la mirada en los lomos de los libros que tenía delante de él, encogiéndose de hombros.

—Que… que si quieres que salgamos juntos, y eso.

—¿Cómo juntos?

Su voz sonaba recelosa, dura. Oskar se apresuró a decir:

—A lo mejor tú ya tienes un chico en la escuela.

—No, pero… Oskar, yo no puedo… No soy una chica. Oskar se rió.

—¿Qué dices? ¿Eres un
chico
, o…?

—No. No.

—¿Entonces qué eres?

—Nada.

—¿Cómo que nada?

—No soy nada. Ni un niño. Ni un viejo. Ni un chico. Ni una chica. Nada.

Oskar pasó el dedo sobre el lomo del libro
Las ratas
, apretando los labios, negando con la cabeza.

—Entonces,
¿tengo
alguna posibilidad contigo o no?

—Oskar, me gustaría mucho, pero… ¿no podemos estar juntos así como estamos?

—… Sí.

—¿Estás triste? Podemos besarnos, si quieres.

—No.

—¿No quieres?

—No, no quiero.

Eli arrugó el entrecejo.


¿Hace
uno algo especial con quien tiene una posibilidad?

—No.

—¿No es más que… lo normal?

—Sí.

Eli se puso muy contenta, entrelazó las manos sobre el estómago y miró a Oskar.

—Entonces tienes una posibilidad conmigo. Entonces salimos juntos.

—¿De verdad?

—Sí.

—Bien.

Con una alegría serena Oskar siguió mirando los lomos de los libros. Eli estaba quieta, esperando. Después de un rato, dijo:

—¿No hay nada más?

—No.

—¿No podremos estar acostados como antes? Oskar se dio la vuelta de espaldas a ella. Eli le rodeó con los brazos y él le cogió las manos entre las suyas. Estuvieron así hasta que Oskar empezó a tener sueño. Le escocían los ojos y era difícil mantener los párpados abiertos. Antes de quedarse dormido dijo:

—¿Eli?

—¿Mmm?

—Has hecho bien en venir.

—Sí.

—¿Por qué… hueles a gasolina?

Las manos de Eli apretaron con fuerza sus manos, su corazón. Abrazándolo. La habitación se hizo más grande alrededor de Oskar, las paredes y el techo se ablandaron, el suelo desapareció y, cuando sintió cómo la cama se deslizaba libremente en el aire, comprendió que se había dormido.

Sábado 31 de Octubre

Se apagaron las luces de la noche

y el alegre día despunta en las cimas brumosas.

He de irme y vivir, o quedarme y morir.

William Shakespeare,
Romeo y Julieta
III.V (Traducción de Ángel Luis Pujante)

Gris. Todo era confusamente gris. La mirada no se quería centrar, era como si estuviera acostado en una nube. ¿Acostado? Sí, estaba acostado. Sentía la presión en la espalda, en el culo, en los talones. Un ruido silbante a su izquierda. El gas. El gas estaba abierto. No. Ahora lo cerraban. Lo ponían de nuevo. Algo ocurría en su pecho al ritmo del silbido. Se llenaba, se vaciaba al ritmo del ruido.

¿Estaba todavía en la piscina? ¿Estaba él conectado al gas? ¿Cómo podía estar despierto en ese caso? ¿Estaba despierto?

Håkan intentó parpadear. No pasó nada. Casi nada. Algo se desprendió delante de su ojo y ensombreció la vista aún más. Su otro ojo no existía. Intentó abrir la boca. La boca no existía. Evocó la imagen de su boca como la había visto en los espejos, en su cabeza, intentó… pero no había. Nada que respondiera a sus órdenes. Como intentar insuflar conciencia a una piedra para hacer que se mueva. No había contacto.

Una sensación fuerte de calor en toda la cara. Una flecha de terror le recorrió el cuerpo. La cabeza estaba metida dentro de algo caliente, solidificado. Cera. Un aparato controlaba su respiración puesto que su cara estaba cubierta de cera.

Buscó con el pensamiento su mano derecha. Sí. Estaba ahí. La abrió, la cerró, sintió las yemas de los dedos contra la palma. El tacto. Suspiró aliviado; se imaginó un suspiro de alivio porque su pecho se movía al ritmo de la máquina, no al suyo.

Levantó la mano despacio. Le tiraba el pecho, el hombro. La mano apareció en su campo visual, un bulto borroso. La dirigió a la cara, se detuvo. Un pitido suave a su derecha. Volvió la cabeza despacio y notó que algo duro le rozaba la barbilla. Llevó la mano hacia aquello.

Una cánula de metal fija en su cuello. Desde la cánula salía un tubo. Siguió el tubo todo lo que pudo hasta una pieza metálica y estriada donde acababa. Entendió. Ésa era la que había que desconectar cuando quisiera morir. Se lo habían dejado preparado. Puso los dedos en la junta de conexión del tubo.
Eli. Piscina. Chico. Ácido clorhídrico.

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