Dioses de Marte (25 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Dioses de Marte
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Di la vuelta al
thoat
y le metí prisa mentalmente, resuelto a recoger a Thuvia para que reanudase con nosotros la fuga, a no abandonarla cobardemente. Carthoris se percató de lo que sucedía porque miró hacia atrás oportunamente, y en el mismo instante en que llegué junto a Thuvia, se unió a mí para auxiliarme en tan crítica situación. Para ello echó pie a tierra, colocó a la joven en la grupa de su bestia, puso ésta en la dirección de los montes y la golpeó de plano en el lomo con la hoja de su espada, intentando luego hacer lo mismo con la mía.

El valiente acto del bravo joven me llenó de orgullo y me compensó con creces del riesgo que nos amenazaba. En efecto, ya era imposible pretender huir. Los warhoons casi nos pisaban los talones. Tars Tarkas y Xodar notaron nuestra ausencia y acudían presurosos a socorrernos. Todo indicaba un espléndido fin de mi segunda jornada en tierras barsoomianas. Yo lamentaba perecer sin haber visto de nuevo a mi amada princesa, estrechándola entre mis brazos; pero si estaba escrito en el libro del Destino que eso no ocurriera, era oportuno poner al mal tiempo buena cara y demostrar a los malvados warhoons del sur la furia de mis armas de manera que les quedara recuerdo de ello en el futuro durante veinte generaciones. Eso pensé en los breves momentos de que dispuse para meditar, antes de que me cegara mi habitual furia batalladora.

Como Carthoris se hallaba entonces desmontado, me apeé yo también de mi fatigada montura y me puse a su lado para resistir la carga de los rugientes demonios verdes. En seguida Tars Tarkas y Xodar se bajaron en línea con nosotros, para presentar un frente único.

Los warhoons se encontrarían tal vez a unos cincuenta metros de nosotros, cuando sonó encima de nuestras cabezas una sorda explosión y casi en el mismo instante estalló una granada en las filas de nuestros contrarios. Se produjo en ellas gran confusión, pues unos cien guerreros mordieron el polvo. Los
thoats
, sin jinetes, se precipitaron enloquecidos entre los muertos y los heridos. Los guerreros desmontados fueron pisoteados en el pánico que se originó. Desapareció toda apariencia de orden en las filas verdes, quienes miraron a lo alto para averiguar la causa de tan inesperada agresión, terminando por declararse en completa derrota y por retirarse despavoridos. No tardaron en alejarse de nosotros con igual o mayor velocidad de la desarrollada para perseguirnos.

Los míos y yo miramos hacia donde había sonado el salvador disparo y vimos que precisamente entonces surcaba majestuosamente el aire, sobre los picos de las enhiestas colinas, un gran acorazado. Su cañón de proa volvió a hablar su mortal lenguaje, y otro proyectil explotó entre los warhoons fugitivos.

Cuando la nave aérea se aproximó a nosotros, no pude reprimir un frenético grito de entusiasmo, pues ostentaba en sus costados la para mí inolvidable divisa de Helium.

CAPÍTULO XVI

Arrestados

Cuando Carthoris, Xodar, Tars Tarkas y yo contemplábamos absortos la magnífica nave que tanto significaba para nosotros, vimos que una segunda y una tercera coronaban las cimas de las montañas y se deslizaban con gracia en pos de su hermana.

Al poco, unos veinte aviones individuales se destacaron de las cubiertas superiores correspondientes a los buques de mayor porte, y al cabo de un instante descendieron haciendo largos rizos al campo donde nos hallábamos. Casi en seguida nos encontramos rodeados por numerosos marineros armados, y un oficial se adelantó hacia nosotros para preguntarnos quiénes éramos; pero de improviso puso los ojos en Carthoris, lanzó una exclamación de sorpresa, corrió junto al joven y, colocándole una mano en el hombro, dijo:

—¡Vos! ¡Carthoris, mi Príncipe! ¡Kaor! ¡Kaor! Hor Vastus saluda al hijo de Dejah Thoris, princesa de Helium, y de su marido John Carter. ¿Dónde has estado, príncipe mío? Todo Helium se apenaba por tí; y qué terribles han sido las calamidades que cayeron en la poderosa nación de tus grandes y gloriosos antepasados desde el día fatal en que abandonaste nuestra tierra.

—No te aflijas, mi buen Hor Vastus —interrumpió Carthoris—, y regocíjate porque, además de regresar yo, para consuelo de mi amada madre y de mi pueblo, siempre leal, viene conmigo el que fue ídolo de Barsoom, su paladín heroico y su, salvador, John Carter, príncipe de de Helium.

Hor Vastus dirigió la vista al sitio que le señalaba Carthoris y su mirada tropezó en mí, ocasionándole mi presencia tan viva sorpresa que estuvo a punto de desmayarse por la emoción.

—¡John Carter! —exclamó sin querer prestar crédito a sus ojos—. ¡Oh, príncipe mío! ¿Dónde estuvistes?... Pero... no...

Calló bruscamente, como temeroso de que sus labios acabaran de formular la pregunta.

El leal subdito no quería obligarme a confesar la terrible verdad, es decir, que yo regresaba del seno de Iss, el río del Misterio, de la costa del Mar Perdido, de Korus y del valle de Dor.

—¡Oh, príncipe mío! —continuó, como si no pensase que había cortado su salutación—, basta con que hayás vuelto, después de todo. Y permite ahora que la espada de Hor Vastus sea la primera en honrarse rindiéndote los honores de tu rango.

Con estas palabras, el noble oficial sacó la espada de su vaina y la tiró al suelo delante de mí.

Quien conozca las costumbres y el carácter de los marcianos rojos apreciará el hondo significado que aquel sencillo acto poseía para mí y para cuantos lo presenciaron. Aquello equivalía a decir:

«Mi espada, mi sangre, mi vida, mi alma te pertenecen; haz de todo eso lo que gustes. Hasta la muerte, y después de la muerte, no admitiré que nadie mande en mí más que tu. Con razón o sin ella tu voluntad será mi ley, y a quien te levante la mano le contestará siempre mi espada.»

Este es el juramento de fidelidad que los guerreros prestan en ocasiones a los Jeddaks que por sus méritos y sus hazañas caballerescas logran inspirar el entusiasmo y el amor de sus adeptos. Jamás calculé que tan sublime tributo se rindiera a una persona como yo. Allí no había más que una persona educada. Me incliné, recogí del suelo la espada, levanté el puño a mis labios y luego, aproximándome a Hor Vastus, le entregue el arma para que la envainase, dando a mi proceder un solemne acto.

—Hor Vastus —dije poniéndole una mano en el hombro—, agradezco en cuanto vale este impulso de tu generoso corazón. Estoy seguro de que precisaré en lo sucesivo de la espada que me ofreces; pero acepta antes que John Carter te jure que no te ha de pedir nunca que la desenvaines sino en defensa de la Verdad, la Justicia y el Derecho.

—No lo dudo, mi príncipe —me respondió—; y por eso no vacilé en echarte a los pies mi adorado acero.

Mientras hablábamos, otros aviones iban y venían del suelo al acorazado, y después despegó de éste un bote más grande, capaz para el transporte de doce personas quizá, que aterrizó suavemente cerca de nosotros. En cuanto tomó tierra, saltó a tierra desde su cubierta un oficial, quien adelantándose hacia Hor Vastus, le saludó.

—Kantos Kan desea que el grupo de extranjeros, al que habéis socorrido, sea llevado inmediatamente a bordo del Xavayrian —dijo.

Al aproximarnos a la pequeña embarcación me fijé con atención en las personas que me rodeaban y por primera vez eché de menos a Thuvia. Pregunté a unos y otros y llegué a convencerme de que nadie había visto a la joven a partir del instante en que Carthoris castigó a su
thoat
para que corriese desenfrenadamente hacia las colinas, esperando así librarla de caer en manos de los warhoons.

Sin esperar más, Hor Vastus envió una docena de exploradores aéreos en varías direcciones para que la buscasen. Todos suponíamos que no debía estar muy lejos, dado el poco tiempo que hacía que faltaba de nuestro lado. Nosotros pasamos a la cubierta del buque encargado de recogemos, y un momento después nos hallábamos en el Xavayrian.

El primer hombre que nos recibió fue el propio Kantos Kan. Mi antiguo amigo ocupaba ya el puesto más elevado en la escuadra de Helium, pero seguía siendo el mismo valiente camarada que compartió conmigo las penalidades sin cuento de las mazmorras de Warthoom. Las terribles atrocidades de los Grandes Torneos, y más tarde los peligros de la liberación de Dejah Thoris en la ciudad hostil de Zodanga.

Por aquel entonces yo era un advenedizo desconocido, procedente de un extraño planeta, y él un simple
padwar
, en la flota de Helium. Ahora él mandaba la escuadra de Helium, «Terror de los Cielos», y yo poseía los títulos de Príncipe de la Casa de los Tardos Mors y de Jeddak de Helium.

No me preguntó de dónde venía. Como Hor Vastus, temía conocer la verdad y evitaba con cuidado preguntarme lo más mínimo acerca de mis aventuras. No le cabía duda de que la verdad se descubriría tarde o temprano, mas entre tanto le satisfacía saber que yo me encontraba otra vez junto a él. Dispensó a Carthoris y Tars Tharkas la más cariñosa acogida y tampoco les interrogó con respecto a los lugares en que habían estado. A Carthoris, en particular, lo colmó de atenciones.

—No te puedes imaginar, John Carter —me dijo— todo lo que Helium quiere a tu hijo. Ponemos en él toda la adoración que su noble padre nos inspira y concentramos en su persona el amor que a su pobre madre tenemos. Cuando se supo que se había perdido, le lloraron sinceramente diez millones de súbditos.

—Kantos Kan, te he oído llamar pobre a la madre de este joven. ¿Qué significa esa palabra, cuyo siniestro significado no quiero tomar en cuenta? —murmuré. El marino me llevó aparte.

—Durante un año —me explicó—, desde que se perdió Carthoris, Dejah Thoris enfermó de pena y se agravó su melancolía. El golpe anterior, cuando no volvistes de la estación atmosférica planetaria, se iba amortiguando por causa de los deberes de la maternidad, ya que tu hijo rompió su blanca cáscara la misma noche que desapareciste. ¡Lo que ella sufrió todo Helium lo sabe, porque todo Helium sufrió con ella la pérdida de su señor! Pero cuando el muchacho se extravió no le quedó nada, así que, a medida que se sucedían los fracasos de las expediciones para encontrarle y que su paradero continuaba siendo un misterio nuestra amada Princesa se iba consumiendo de pena, y todos nos convecimos por fin de que, sin remedio, se iría a reunir con sus seres queridos al siniestro y temido valle.

»Como último recurso, Mors Kajak, su padre, y Tardos Mors, su abuelo, se pusieron al frente de dos poderosas armadas y salieron hace un mes para explorar centímetro a centímetro todo el hemisferio norte de Barsoom. Transcurrieron dos semanas sin que se tuvieran noticias de ellos, y hace poco empezaron a correr rumores referentes a que ambos y sus tropas han perecido en un terrible desastre.

»Mientras tanto, Zat Arras no dejaba de insistir en sus demanda matrimoniales, con las que la importunaba desde que desapareciste. Ella le odiaba y le temía, y sin el apoyo de su padre y su abuelo no le era fácil resistirse a un personaje tan poderoso, pues, como recordarás, Zat Arras es todavía Jed de Zodanga, cargo que le concedió Tardos Mors cuando no aceptastes ese señalado honor.

»Dejah Toris y Zat Arras tuvieron hace seis días una reunión secreta. Nadie sabe lo que allí hablaron, pero al día siguiente la Princesa desapareció y con ella una docena de sus guardias palatinos y de sus servidores domésticos, incluyendo a la hija de Tars Tarkas, Sola, la mujer verde. A nadie revelaron sus intenciones, si bien eso sucede siempre con los que emprenden la peregrinación voluntaria, de la que jamás se regresa. Es, pues, muy verosímil suponer que Dejah Thoris ha ido en busca del helado seno de Iss y que sus fieles sirvientes decidieron acompañarla.

»Zat Arras se hallaba en Helium al ocurrir este suceso, y ahora manda la flota que se dedica a buscarla. Su misión resulta estéril hasta este momento y me figuro que lo seguirá siendo.

A medida que Hor Vastus me refería tan fatales noticias, los exploradores del Xavayrian volvían a poco a poco a la magnífica nave. Ninguno traía la menor noticia de Thuvia. Yo estaba ya muy triste a causa de la desaparición de Dejah Thoris, y a eso se añadió una especie de remordimiento por la suerte de Thuvia. Me creía responsable del bienestar de la doncella, a la que suponía hija de algún importante varón de Barsoom, y a la que me proponía devolver a los suyos sin escatimar sacrificios.

Estaba a punto de pedir a Kantos Kan que reanudase las pesquisa cuando una nave procedente del buque almirante de la escuadra trajo al Xavayrian un ayudante de Zat Arras con un mensaje para Kantor. Mi amigo leyó el despacho y se volvió a mí para decirme:

—Zat Arras manda que le lleven los prisioneros ante él. Tengo que obedecerle. Es el jefe supremo en Helium, a pesar de lo cual haría mejor en portarse con más cortesía y caballerosidad viniendo aquí para saludar con los honores que le corresponden al salvador de nuestro pueblo.

—De sobra sabes, amigo mío —le dije sonriendo—, que Zat Arras tiene motivos para odiarme y que nada le agradaría tanto como humillarme y matarme, si puede. No le privemos de ese gusto, ya que el Destino se lo proporciona, y vamos a ver si posee valor para aprovecharse de su situación favorable.

Llamé a Carthoris, Tars Tharkas y Xodar, entramos en la pequeña nave con Kantos Kan y el ayudante de Zat Arras, y en un momento llegamos a la cubierta del buque insignia.

Cuando nos acercamos al Jed de Zodanga, éste no mostró la menor intención de reconocerme o de saludarnos, y ni siquiera la presencia de Carthoris le arrancó una frase benévola. Su actitud fue fría, altanera y arisca.

—Kaor Zat Arras —le dije cortésmente; pero no me contestó.

—¿Por qué conservan las armas estos prisioneros? —preguntó a Kantos Kan.

—No son prisioneros, Zat Arras —explicó el oficial—. Dos de ellos pertenecen a la familia mas noble de Helium; Tars Tarkas, Jeddak de Thark, es el mayor aliado de los Tardos Moors, y el otro es un amigo y compañero del Príncipe de Helium. lo cual basta para merecer mi estima.

—Eso a mí no me importa —replicó Zat Arras—. Otra cosa me interesa conocer de estos atrevidos peregrinos y no sus nombres. Dí, John Carter, ¿de dónde venís?

—Vengo precisamente del Valle de Dor y de la Tierra de los Primeros Nacidos, Zat Arras —contesté.

—¡Ah! —exclamó con evidente satisfacción—. ¿No lo niegas, entonces? ¿De modo que habéis estado en el seno de Iss?

—He estado en un país de esperanzas falsas, en un valle de torturas y engaños y con mis compañeros me he escapado de las horribles garras de un sinfín de dementes. Vengo a Barsoom al que salvé de una destrucción inevitable, para salvarle de nuevo, pero esta vez de una muerte todavía más espantosa.

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