—Mi nombre es Iker, vengo de la provincia del Oryx con una recomendación de Dama Techat y pienso solicitar autorización para proseguir entre vosotros mis estudios de escriba.
—Dama Techat… ¿No ha fallecido?
—¡Está muy viva, os lo aseguro!
—Descríbemela.
Iker lo hizo. El rostro del general Sepi siguió hosco.
—Muéstrame esa recomendación.
—¡Está dirigida a Djehuty y a nadie más!
—Te muestras muy reticente, muchacho. ¿Tienes acaso algo que reprocharme?
—He aprendido a desconfiar de los desconocidos. ¿Qué me demuestra que sois realmente un general?
—Reticente y desconfiado… Son, más bien, cualidades.
El barco atracaba. Una veintena de soldados filtraban a los viajeros, sometidos a un largo interrogatorio. Un oficial se dirigió hacia Sepi y lo saludó.
—Me complace volver a veros, mi general. No me atrevo a preguntaros si…
—Mi madre ha muerto. Tuve la suerte de estar a su lado en sus últimos momentos y de dirigir sus funerales. Era una mujer recta, sé que el juicio de Osiris le será favorable.
Iker no se atrevía a alejarse.
—¿El muchacho va con vos, mi general?
—Lo llevo a la capital. Pon tus cosas en un asno, Iker.
El aprendiz de escriba obedeció. El animal no iría sobrecargado.
El general Sepi caminaba de prisa.
—Si eres originario de la provincia del Oryx, ¿por qué la abandonas?
—El señor Khnum-Hotep no necesita nuevos escribas. Y yo nací en Medamud.
—En Medamud, ¿de verdad?
—De verdad.
—¿Y por qué te alejaste de tu familia?
—Soy huérfano. El viejo escriba que me enseñó los rudimentos del oficio murió.
—Y probaste suerte en la provincia del Oryx… ¿Por qué razón?
—Por casualidad.
—Casualidad —repitió el general, escéptico—. ¿No estarás buscando a alguien, por casualidad?
—Sólo vengo para convertirme en un buen escriba.
—Me pareces tan decidido que debe de alentarte un ardor de naturaleza muy especial. Comprendo que no me digas de momento la verdad, pero si deseas hacer carrera en esta provincia tendrás que explicarte.
—¿Cuándo podré ver a Djehuty?
—Le hablaré de ti, y él decidirá. ¿Eres capaz de tener paciencia, Iker?
—Sólo cuando es necesario.
Jefe de la prestigiosa provincia de la Liebre, Djehuty
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había olvidado su edad.
Superior de los misterios de Tot, sacerdote de la diosa Maat, pertenecía a una antiquísima familia cuyos orígenes se remontaban al tiempo de las pirámides. Tras haber conocido los reinados de los faraones Amenemhat II y Sesostris II tenía que soportar ahora el de Sesostris, tercero de su nombre, de quien sus consejeros y sus informadores le hablaban muy mal. ¿Por qué no permanecía el monarca encerrado en su palacio de Menfis, donde los cortesanos no dejaban de halagarlo? Si realmente se estaba forjando el proyecto de suprimir las prerrogativas de los jefes de provincia, la guerra civil sería inevitable. Pero ¿qué les reprochaba el rey a administradores tan concienzudos como Khnum-Hotep o él mismo? Sus dominios estaban bien administrados, sus rebaños eran numerosos y sanos, sus talleres prósperos. Ciertamente, disponían de milicias bien equipadas, pero el magro ejército del faraón no era capaz de garantizar la seguridad de las provincias.
No había que cambiar nada, eso era todo. Y Djehuty tenía la autoridad suficiente para convencer a sus colegas. Uno de sus pequeños placeres consistía en cambiar cada día de silla de mano para sus numerosos desplazamientos. Tenía tres, vastas y confortables, provistas de un parasol, en las que podía casi tenderse. Varios equipos de ocho hombres trabajaban alternándose, cantando de buena gana el antiguo estribillo: «Los porteadores están contentos cuando la silla va llena. Cuando el dueño está presente, la muerte se aleja, la vida queda renovada por So
ka
ris, el regente de las profundidades, y los difuntos resucitan.»
Con la cabeza afeitada, Djehuty presumía de no llevar peluca, lo que no le impedía ser un coqueto. Vestía una elegante capa cuidadosamente tejida y un largo taparrabos que le cubría las piernas. Seguir cuidándose retrasaba el envejecimiento.
Tras haber escuchado los informes positivos de sus aparceros, el notable había decidido concederse un paseo por el campo. Pero al salir de su palacio descubrió a su amigo de siempre, el general Sepi.
Una simple mirada le bastó para comprender que éste estaba viviendo una dolorosa prueba.
—Nadie puede compartir tu pesadumbre. Sé que no esperas de mí palabras de consuelo. Si deseas reposar antes de hacer tu informe…
—A pesar de la muerte de mi madre llevé a cabo mi misión. Las noticias no son muy alentadoras.
—¿Ha decidido Sesostris intentar la prueba de fuerza?
—Lo ignoro, pues mis contactos en la corte han enmudecido de pronto.
—Dicho de otro modo: el faraón ha vuelto a coger las riendas de los asuntos públicos. Mala señal, muy mala señal… ¿Qué más?
—La ciudad de Siquem se rebeló, su población acabó con la guarnición egipcia.
—¿Y reaccionó el rey?
—Del modo más brutal: ordenó al general Nesmontu que lanzara un ataque masivo. Siquem está de nuevo bajo control egipcio.
Así pues, el monarca no vacilaba en utilizar la fuerza. Era un mensaje claro para los jefes de provincia que se negaran a obedecerlo. Djehuty volvió la espalda a la silla de mano.
—Ven, vayamos a beber vino en mi pérgola. ¿Has dicho Siquem?, ¿la Siquem con la que mantenemos relaciones comerciales, no es cierto?
Sepi asintió con un movimiento de cabeza.
—Belicoso como es, este rey me acusará de ser el cómplice de los rebeldes. Pon de inmediato nuestra milicia en estado de alerta.
—Egipcios muertos por otros egipcios… ¡Qué desastre en perspectiva!
—Lo sé, Sepi, pero Sesostris no nos deja otra opción. Escribe a Khnum-Hotep y a los demás jefes de provincia diciéndoles que el conflicto es inminente.
—Creerán que intentáis manipularlos para obtener una alianza que ellos no desean en modo alguno.
—Tienes razón. No escribas entonces, ¡y que cada cual se las arregle solo!
El vino era excelente, pero Djehuty lo encontró mediocre.
—Un extranjero desea veros —dijo el general.
—Espero que no sea un cananeo de Siquem.
—No, es un joven que viene de la provincia del Oryx con una carta de recomendación de Dama Techat.
—¡No es lo que acostumbra! Por lo general, sólo se recomienda a sí misma.
Despídelo, no acepto visitas hoy.
—Me permito insistir.
Djehuty quedó intrigado.
—¿Qué tiene de excepcional tu protegido?
—Me gustaría que lo comprobarais vos mismo.
El general no era un fantasioso y nunca solicitaba prebendas.
—Trae a ese muchacho.
En cuanto vio a Iker, Djehuty comprendió el interés que por él sentía Sepi. Pese a su modesta apariencia, en el joven visitante ardía un fuego tan violento que la propia crecida del río no bastaría para apagarlo.
La carta de recomendación de Dama Techat se deshacía en elogios.
—En las actuales circunstancias —declaró Djehuty— necesito más milicianos que escribas.
—Pero yo, señor, he venido para ser escriba. ¿Dónde aprender mejor ese oficio que en la provincia de Tot?
—¿Por qué esta ambición?
—Porque estoy convencido de que el secreto de la vida se oculta en las fórmulas del conocimiento. Ahora bien, sólo la profunda práctica de los jeroglíficos me permitirá acceder a ellas.
—¿No serás muy pretencioso?
—Estoy dispuesto a trabajar día y noche.
—Demuéstralo comenzando sin tardanza. Mi intendente se encargará de ti, te alojarás en el barrio de los aprendices de escriba. Intenta no llamar la atención, me horrorizan los revoltosos. Si no satisfaces a tu profesor, serás expulsado de mi territorio.
Iker se retiró.
—Tozudo, valeroso, independiente… No te has equivocado, Sepi. Este muchacho no es uno cualquiera.
—Como yo, habéis percibido que no sólo tiene un carácter bien templado.
—¿Le crees capaz de entrar en un templo?
—Que dé pruebas de ello.
Esperando la cólera de Khnum-Hotep, Dama Techat dejó pasar la tormenta.
—¿Por qué habéis autorizado que partiera el muchacho?
—¿Tenía algo de particular, señor?
—Lo habíamos convertido en un excelente miliciano, y necesito buenos soldados para preservar mi independencia.
—Sin duda, pero Iker quería ser escriba.
—¡Los escribas no combatirán contra los soldados de Sesostris!
—No habría obtenido la victoria por sí solo.
Malhumorado, Khnum-Hotep se cruzó de brazos.
—Repito mi pregunta: ¿por qué lo habéis autorizado a partir?
—Porque me parecía especialmente bien dotado para su futuro oficio, y la provincia del Oryx no podía asegurarle la formación adecuada. La del dios Tot, en cambio, le ofrecerá lo que desea. ¿Acaso no fuisteis vos mismo, señor, quien le dijisteis que no necesitabais nuevos escribas?
—Tal vez, tal vez… Pero yo tomo las decisiones, ¡y nadie más!
Dama Techat sonrió.
—Si no me encargara yo del personal sin importancia, señor, estaríais sobrecargado de trabajo. Y sabéis, como yo, que Iker debía cumplir su destino.
—¿Y vos sabíais que ese destino pasaba por la provincia de la Liebre?
—Simple intuición.
—El muchacho es extraño. Parece decidido hasta el punto de que nada puede desviarlo de su objetivo. Me habría gustado conocerlo mejor.
—Tal vez volvamos a verlo.
Tras haber compartido un abundante desayuno mientras Iker se mantenía aparte, los aprendices de escriba se habían dirigido al aula, donde se habían sentado en esteras.
Cuando el profesor entró, Iker quedó a la vez decepcionado y ofendido: ¡el general Sepi! De modo que el jefe de la provincia de la Liebre lo había engañado mandándolo a un cuartel donde se formaban los milicianos.
El muchacho se levantó.
—Perdonadme, no tengo nada que hacer aquí.
—¿No deseas, acaso, convertirte en escriba? —preguntó Sepi.
—Esa es, en efecto, mi intención.
—Siéntate entonces.
—Pero vos sois general y…
—…y responsable de la principal escuela de escribas de la provincia de la Liebre. O me obedeces al pie de la letra o vas a probar suerte en otra parte. Quienes trabajan bajo mi dirección deben ser rigurosos y disciplinados. Exijo puntualidad y un aspecto impecable. A la menor negligencia, los excluyo. Comencemos rindiendo homenaje a nuestro divino dueño, Tot, y al ancestro de todos los escribas, el sabio Imhotep.
Sepi colgó una plomada de la viga principal del local.
—Miradlo con atención, aprendices, pues es el símbolo de Tot, inmutable en el corazón de la balanza. Rechaza el mal, pesa las palabras, ofrece la paz al conocedor y hace brotar lo que había sido olvidado.
De un cesto de papiros forrado de tela, el general Sepi sacó el material que utilizaban los escribas: una paleta de sicomoro, un estuche cilíndrico lleno de calamos y pinceles, una bolsa con papiros, otra con pigmentos, una pequeña herramienta en forma de mazo que servía para pulir, un alisador indispensable para las correcciones sobre papiro, cubiletes de tinta, panes de color rojo y negro, tablillas de madera y un rascador.
—¿Cómo se llama la paleta?
—«Ver y Entender»
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—respondió un aprendiz.
—Eso es —asintió Sepi—. No olvidéis que la paleta es una de las encarnaciones de Tot. Sólo él os permitirá conocer las palabras de Dios
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y desvelar su significado. Gracias a su paleta se inscriben la duración de la vida de
Ra
, la luz divina y la realeza de Horus, protector del faraón. Manejar la paleta es un acto grave y sagrado. Debe ser, pues, precedido de un rito.
El general depositó en el suelo una estatuilla de babuino sentado, con ojos profundos y meditabundos. Encarnación de Tot, inspiraba al escriba recogido. Luego, el profesor llenó de agua un cubilete.
—Para ti, señor de la lengua sagrada, derramo la energía que animará la mano y el espíritu. He aquí el agua del tintero para tu
ka
, Imhotep.
Tras un largo instante de silencio, el profesor rectificó la posición de varios aprendices, considerándola demasiado blanda o demasiado rígida. Luego les ofreció calamos y pinceles, finamente tallados, de veinticinco centímetros de longitud.
—¿Alguno de vosotros conoce el mejor material para fabricarlos?
—Junco que haya crecido en una marisma salobre —respondió un alumno.
—¿No sería preferible el bupleuro?
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—sugirió Iker.
—¿Por qué razón? —interrogó Sepi.
—Porque es una planta resistente y aleja los insectos.
—No escribiréis en seguida sobre papiro —prosiguió Sepi—, sino sobre tablillas de madera cubiertas por una fina capa de yeso endurecido. Podréis borrar vuestros errores y limpiar fácilmente la superficie. Cuando la capa quede destruida, pondréis una nueva. Vuestros principales enemigos son la pereza, el abandono y la indisciplina. Os harán estúpidos y os impedirán progresar. Sabed escuchar los consejos de quienes saben más que vosotros y trabajad cada día con ardor. Si no estáis dispuestos a ello, abandonad de inmediato esta escuela.
Asustados por la severidad del instructor, dos aprendices salieron.
—Tot separó las lenguas —prosiguió Sepi—. Distinguiendo las palabras pronunciadas de una región a otra, puso al revés los pensamientos de los humanos que se apartaron de la verdad y del buen camino. Durante la edad de oro vivían los dioses que hablaban la misma lengua; hoy se enfrentan los humanos separados de lo divino y no se comprenden. Pero Tot nos transmitió también las palabras de poder que aprenderéis a descifrar y a inscribir en la madera, el cuero, el papiro y la piedra.
Debéis así respetar una regla fundamental: no pongáis una palabra en lugar de otra, no confundáis una cosa con otra. Aquí se os enseñará la escritura de la Casa de Vida, formada por signos que son otros tantos elementos de conocimiento, símbolos cargados de magia y de misterio.
»De la escritura justa depende el fulgor del espíritu. Si creéis que los jeroglíficos son sólo dibujos y sonidos, nunca comprenderéis. En verdad, contienen la naturaleza secreta de los seres y las cosas, las esencias más sutiles. El lenguaje sagrado es una fuerza cósmica, él creó el mundo. Sólo el faraón, el primero de los escribas, es capaz de dominarlo. Por eso su nombre,
per-aa
, significa «el gran templo». Los jeroglíficos no necesitan a los hombres, actúan por sí mismos. Deberéis, pues, ser respetuosos con los textos que descubráis o transmitáis, pues son mucho más importantes que vuestra pequeña persona.