Authors: Katherine Neville
—José de Arimatea parece haber sabido lo bastante para encontrarse en Paxos con Tiberio y pasar estos últimos meses descifrando las claves grabadas en la piedra —respondió Calígula—. Cuando el abuelo se puso enfermo esa noche, durante la cena, permanecí en su habitación para cuidarlo y oí lo que decía en sueños, o mejor dicho, lo que afloraba de sus pesadillas en esas últimas horas de agonía dolorosa y febril. ¿Te lo cuento? Porque lo tengo todo escrito. Soy el único del mundo que lo sabe, de momento.
Cuando Calígula sonrió, Claudio intentó devolverle el gesto, pero no se notaba los labios. En ese momento no le cabía la menor duda de la causa de la muerte de Tiberio. Sólo esperaba que el vino que acababa de tragarse no estuviera también envenenado. Se sentía enfermo de verdad. Mientras Calígula le apretaba la mano, le pareció que la habitación se oscurecía aún más. La única luz en la que podía seguir concentrándose era el extraño brillo que surgía de las profundidades de los ojos de su sobrino.
—Por supuesto —consiguió susurrar mientras las tinieblas lo envolvían.
LOS TRECE OBJETOS SAGRADOS
Cada eón, cuando en el punto vernal el sol empieza a salir contra el fondo de una nueva constelación astral, un dios desciende a la tierra y nace encarnado en un mortal. El dios vive hasta madurar entre los mortales y luego se deja sacrificar, de modo que se desprende de la prisión de su cuerpo y vuelve al universo. Antes de morir, el dios transmite la sabiduría universal a un único ser mortal elegido.
Pero para que la sabiduría divina sea manifiesta en el tiempo cronológico de la tierra, debe estar tejida en una tela de nudos que representan las intersecciones del espíritu y la materia a través del universo. Sólo el verdadero iniciado, aquel que haya sido aleccionado por el dios, sabrá cómo hacerlo. Para establecer esta conexión, deben reunirse en un mismo sitio trece objetos sagrados. Cada objeto cumple una función específica en el ritual del renacimiento de la nueva era, y cada uno de estos objetos tiene que ser ungido con el líquido divino antes de ser utilizado. Los objetos para la era siguiente son:
La lanza
La espada
El clavo
La copa
La piedra
La caja
El caldero
La fuente
La prenda de vestir
El telar
El arnés
La rueda
El tablero de juego
Aquel que reúna estos objetos sin poseer la sabiduría eterna puede desencadenar una era de violencia y terror, en lugar de una época de unidad cósmica.
—¿Lo ves? —dijo Calígula al terminar esta parrafada—. ¿Qué te había dicho de la lanza en la crucifixión de Judea? Fíjate que el primer objeto de la lista es una lanza. ¿Te das cuenta de lo que significa? Tiberio creía que Pan era el dios que se había dejado sacrificar para dar comienzo a un nuevo eón: el dios macho cabrío, el dios que se identificaba más directamente con la isla de Capri o con él mismo.
»Pero después de haber traducido la piedra de Paxos, resultó que eran los judíos, querido tío, quienes habían proporcionado el cuerpo de carne y hueso necesario para tal transición. ¿No son los judíos los que viajan por todo el mundo para estudiar lenguas antiguas y poder traducir así los misterios? Y puede que también para reunir estos objetos de poder infinito. ¿Acaso creías que tu José de Arimatea no sabía lo que hacía cuando rogó a Tiberio el regreso de su pueblo a Roma? ¿Imaginabas que no sabía lo que hacía cuando robó el cadáver de ese judío crucificado en Judea? Porque eso fue lo que hizo, además de apropiarse de la lanza con la que Cayo Casio Longino lo había atravesado.
—Cielo santo, ¿Cayo? ¡No sigas, por favor! —soltó Claudio, agachando la cabeza hacia el regazo y con el estómago revuelto por el exceso de emociones y de vino—. Tráeme una pluma; tengo que vomitar.
—¿Es que no te puedes concentrar ni un momentito en algo? —exclamó su sobrino, que se levantó y le acercó un cuenco y una pluma de avestruz de una mesilla.
Claudio levantó la cabeza y agitó la pluma en el aire para desenredarla. Después, abrió la boca y se hizo cosquillas en el fondo de la garganta hasta que le vinieron arcadas y el vino que contenía su estómago cayó en el cuenco.
—Eso está mejor. Ahora tengo la cabeza clara —informó a Calígula—. Pero, en nombre de Baco, dime qué significa todo esto.
—Significa que mientras Herodes Agripa va a Judea a descubrir dónde pueden estar los otros objetos, tú y yo nos vamos a Britania a ver a José de Arimatea y conseguir esa lanza —dijo Calígula.
Fu/Retorno: El punto de inflexión
Hexagrama 24
El momento de oscuridad ha pasado. El solsticio de invierno trae la victoria de la luz. Tras una época de decadencia viene el punto de inflexión. La luz potente que había sido desterrada regresa. Existe movimiento, pero no es debido a la fuerza...
La idea del regreso se basa en la evolución de la naturaleza. El movimiento es cíclico y la evolución se completa a sí misma... Todo resulta de sí mismo en el momento indicado.
RICHARD WILHELM,
I Ching
Cuanto más sabe uno, cuanto
más comprende,
más se da cuenta de que todo gira en un círculo.
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
Todavía tenía los nervios de punta, a pesar de haber estado en remojo en la piscina caliente durante más de una hora. Y es que con el detallado informe de tío Laf sobre los colaboracionistas nazis y los violadores bóers que adornaban mi árbol genealógico, por no mencionar a mi adorable y canosa tía Zoé en París, que había bailado hasta robar el corazón de Adolf Hitler, la historia de mi familia empezaba a tener cada vez más el aspecto del tipo de cosas de las que me ocupaba en mi trabajo: algo que había sido sepultado y mantenido bajo tierra medio siglo, y cuyo contenido empezaba a rezumar.
Cuando Laf se marchó a hacer la siesta, volví a mi habitación para estar sola y reflexionar un poco. Tenía muchas cosas en las que pensar.
Sabía que mi primo y hermano de sangre había fingido su propio asesinato y me había usado como cabeza de turco, pero ahora daba la impresión de que lo había hecho usando el manuscrito que su propio padre, al igual que mi abuela Pandora, había custodiado con tanto celo; un manuscrito que mi padre y mi madrastra, ayudados e instigados por la prensa mundial, querían conseguir y publicar para obtener beneficios. Y aunque no tenía demasiado claro aún de qué se trataba ese misterioso manuscrito, parecía estar fuera de toda duda que el documento que había intercalado por toda la Normativa del DDD la noche anterior me había sido enviado por Sam.
Había tirado el papel marrón que lo envolvía, así que no podía comprobar el matasellos. Pero en cuanto Laf lo mencionó, se me apareció una imagen vivida: en el resguardo amarillo de correos que Jason nabia recuperado de la nieve, el código postal del remitente empezaba por 941, lo que significaba que venía de San Francisco. De modo que la afirmación de Wolfgang Hauser respecto a que me lo había mandado él desde Idaho era mentira, como quizá todo lo que me había contado.
Me maldecía por haberme prendado de otra cara bonita y me juré que ni con la ayuda de otro alud me volvería a pillar desprevenida. Puede que ya fuera demasiado tarde para reparar el daño, ahora que sabía que el documento me lo había enviado Sam. Wolfgang había estado con el manuscrito toda la noche y, como yo estaba dormida, ignoraba si lo había examinado, o incluso microfilmado o sacado cualquier otro tipo de copia. Así pues, había completado el círculo para llegar donde estaba una semana atrás: entre Escila y Caribdis, un lugar rocoso y duro.
Al abrir la puerta de la habitación del hotel, me di cuenta de que me había olvidado por completo de Jason. Estaba sentado en medio de la cama de matrimonio y tenía un aspecto de lo más enfadado.
—¡Miau! —soltó en un tono lleno de furia felina.
Yo sabía, por supuesto, por qué estaba tan furioso. No le faltaba comida, ¡pero me había ido a nadar sin él! El olor del cloro me delataba.
—Muy bien, Jason, ¿qué te parece si a cambio te doy un buen baño? —sugerí.
En lugar de salir zumbando hacia el aseo para abrir el grifo, como era su costumbre cada vez que oía la palabra «baño», trotó por delante de mí, recogió del suelo un papelíto rosa que yo casi había pisado (dominaba a la perfección el truco de recoger papeles ahora) y, tras ponerme las patas en la rodilla, me lo ofreció: un mensaje telefónico que me habían dejado por debajo de la puerta. Al leerlo el corazón me dio un vuelco.
A: | Ariel Behn |
De: | Salomón |
Lo siento, pero es imposible el almuerzo a mediodía como estaba previsto. Para hacer una nueva reserva, por favor llame al (214) 178-0217.
Fantástico. Ahora Sam cambiaba de repente nuestra cita a mediodía. Y ese número de teléfono falso, según deduje, me informaría cómo.
Era la tercera vez que Sam mencionaba al rey Salomón, cuyos versos bíblicos no había tenido aún ocasión de examinar con detalle para encontrar significados ocultos. Pero esta nota parecía un cambio apresurado de última hora y no algo que requiriera un gran esfuerzo para descifrarlo. Y Sam podía estar seguro de que el nombre, tras mi experiencia con su clave de la noche anterior, iba a significar algo para mí que nadie más captaría a primera vista: que el «número de teléfono» del señor Salomón indicaba el Cantar de los Cantares.
Con un suspiro, abrí el bolso, saqué la Biblia que traía conmigo y la llevé al cuarto de baño, donde puse el tapón en la bañera y empecé a llenarla de agua para Jason. Mientras esperaba, volví a mirar la nota y abrí el libro. El Cantar de los Cantares de Salomón sólo tiene ocho capítulos. Por lo tanto, el «prefijo» 214 se refería al capítulo 2, versículo 14:
Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce
y gracioso tu semblante.
Sam no llegaría a oír mi dulce voz ni a ver mi gracioso semblante si no era un poquitín más preciso en sus instrucciones. Lo era, en el capítulo 1, versículos 7 y 8. Recordaba que en ese trozo la joven, la del ombligo atractivo, pregunta a su amante dónde almorzará al día siguiente y él le explica cómo encontrarlo:
Indícame, amor de mi alma,
dónde apacientas el rebaño,
dónde lo llevas a sestear a mediodía,
para que no vaya yo como errante
tras los rebaños de tus compañeros
Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!,
sigue las huellas de las ovejas
y lleva a pacer tus cabritas
junto al jacal de los pastores.
Bueno, no había ningún punto de la montaña que llevara un nombre relacionado con pastores, cabras ni cualquier otro tipo de rebaños. Pero había una zona de pastos al final de la carretera, cuyo nombre, Sheep Meadow, guardaba relación con las ovejas. Ahí se plantaban tiendas de música y de arte en verano, y en invierno era un área muy concurrida para practicar esquí nórdico: un campo llano y abierto, de tacú acceso desde la carretera. Así que éste era el nuevo lugar de mi cita con Sam. Pero me parecía más que extraño que Sam optara por cambiar el anterior escenario, de gran complejidad y resguardado, por un punto muy visible desde la carretera principal. Es decir, parecía raro hasta que leí el capítulo 2, versículo 17, que indicaba cuándo debíamos vernos:
Antes que sople la brisa del día
y se huyan las sombras,
vuelve, sé semejante,
amado mío, a una gacela
o aun joven cervatillo
por los montes de Béter
¿Antes de que sople la brisa del día y huyan las sombras? ¿Como sucede antes del amanecer? Entendía por qué Sam consideraba que un encuentro a mediodía era demasiado llamativo. Y las subidas para esquiadores, que conducían al punto designado inicialmente, no abrían hasta las nueve. Pero, ¿cómo iba a conducir cinco kilómetros hasta Sheep Meadow, sacar los esquís alpinos del coche e irme a dar un garbeo sola antes del alba sin llamar la atención? Pensé que Sam había perdido la razón por completo.
Tuve suerte y todos los de mi grupo decidieron irse a dormir temprano también.
Por lo visto, cuando Olivier vio lo bien que esquiaba Bambi, quiso superarse a sí mismo para impresionarla y la había llevado por todas las pistas negras de la montaña. Había vuelto exhausto porque no estaba acostumbrado a un
Sturm und Drang
tan intensivo.
Como Bambi había estado esquiando todo el día, el único rato que les quedaba a ella y a Laf para la práctica diaria que los músicos necesitan de forma compulsiva era un descanso de dos horas antes de la cena. La dirección nos dejó la Sala del Sol, con el piano. Yo hice lo que pude con el poco acompañamiento de Schubert y de Mozart que aún podía tocar, mientras Olivier miraba a Bambi y Volga Dragonoff pasaba las páginas. Laf torció el gesto a menudo ante mi técnica en decadencia y tocó tan bien como siempre, mientras que Bambi nos sorprendió con la clase de virtuosismo que pocas veces se oye en un concierto. Le di crédito por algo más que una buena sujeción con los muslos. Me preguntaba si no me habría equivocado en mi primera apreciación.
Cuando salimos de la sala para dirigirnos a cenar, la terraza estaba llena de huéspedes del hotel que habían estado escuchando y que aplaudieron a rabiar, inundaron a Laf con una retahila de «le vi en» y le pidieron el autógrafo en menús del restaurante, sobres del hotel e incluso billetes del telesilla.
—Gavroche, me parece que será mejor que esta noche cene en mi
suite
y os deje solos a los jóvenes. Ya no soy un niño y mi cuerpo se resiente del viaje desde Viena. Quedemos para el desayuno y os contaré algo más de la historia —dijo Laf cuando por fin los hurras habían remitido y los huéspedes, desaparecido.
—De acuerdo, tío Laf —acepté, mientras me preguntaba cuánto más de la historia sería capaz de soportar—, pero que no sea demasiado pronto. Por la mañana tendré un poco de trabajo.
«Algo como ir a pastar por los prados a las cinco de la madrugada», pensé.
Bambi se excusó y se fue con Laf y Volga a la
suite.
Y cuando iba a entrar en el comedor, Olivier me sorprendió saltándose también la cena.
—Lo admito —me comentó—. Mi cuerpo «se resiente» de mi viaje por la montaña de hoy. Me duele todo. He pensado que podría ir a la piscina de agua caliente antes de que cierre y después pedir una sopa en la habitación e irme a dormir.