El círculo mágico (30 page)

Read El círculo mágico Online

Authors: Katherine Neville

BOOK: El círculo mágico
9.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿No quieren un juicio público? —La cara de Vitelio adquirió un tono colorado—. ¡Haz el favor de recordarles quién es el legado romano!

Detrás de él, el escriba se retorcía en la silla y miraba con ansiedad hacia el portal, como deseoso de escapar.

—Déjalo —añadió furioso Vitelio—. ¡Puestos así, yo mismo refrescaré la memoria a mis oficiales sobre quién manda aquí!

Se dirigió hacia la puerta y casi se dio de bruces con el oficial legionario Marcelo, que entraba en ese momento.

—Siento haberme retrasado, señor —dijo el oficial, mientras se ajustaba el manto y hacía una reverencia—. Pero como sabrá, desde la anexión de Capadocia por parte de Roma, el cuerpo de oficiales ha tenido que realizar un esfuerzo tremendo para mantener el orden en las tropas y entre los partos que nos acosan a lo largo de toda la frontera en el norte. Y ahora se presenta este asunto con
elpraefectus Iudaeae,
Poncio Pilatos...

Marcelo se pasó los dedos por los cabellos cortos y sacudió la cabeza.

Francamente —prosiguió—, los oficiales temen que si llevamos a Pilatos a juicio público como está previsto, los desórdenes civiles puedan sacudir toda la región del sur. Ese hombre es un polvorín político. Desde el principio, sus actos han sido una provocación constante. Saqueó los fondos del templo judío, profanó los terrenos del templo y las ropas sacerdotales, construyó un acueducto que cruzaba un cementerio judío y, hace unos años, llegó a crucificar a un popular predicador judío al lado de varios criminales comunes. Es una persecución implacable a los judíos, lo que resulta insoportable en el administrador de una provincia romana, y lo último ha sido la masacre en Samaría. Espero que comprenda que los oficiales tienen motivos para estar preocupados. Constituye un dilema terrible. Si el tribunal declara culpable a Pilatos, los judíos se envalentonarán al ver que han conseguido por fin un triunfo sobre Roma. Pero si se le declara inocente del asesinato despiadado de esos más de cien judíos samaritanos, no sería de extrañar que se produjeran disturbios públicos.

—Mi querido Marcelo, me he informado bien de los detalles del caso, créeme —afirmó el legado, y le indicó que se sentara—. Podrías habernos ahorrado a ambos una gran cantidad de tiempo y de inconvenientes si hubieras venido en cuanto te llamé, puesto que ya he tomado una decisión. No hay mucho que pueda o deba hacerse respecto a los excesos anteriores de Pilatos. Pero en lo que se refiere a este último delito, Pilatos será conducido a Roma, donde será juzgado.

—¿Ante el senado? —preguntó Marcelo sorprendido—. ¿Pero cómo es posible? Pilatos está bajo su jurisdicción, la del legado imperial. Es un gobernador militar provincial.

—Y miembro de la orden ecuestre —añadió Vitelio—. Por lo tanto, puede ser juzgado ante un tribunal militar formado por sus pares y recibir la censura o la sentencia del senado romano.

Marcelo sonrió abiertamente ante esa solución tan inteligente para un problema que hasta entonces le parecía irresoluble. Pero en ese momento se dio cuenta de que el guadarnés y el escriba seguían en la habitación con ellos.

—Puedes retirarte —instruyó Vitelio al guadarnés, quien salió enseguida. Y añadió al escriba:

—Quiero que leas al oficial Marcelo lo que te he dictado hasta ahora de mi comunicado a Capri.

El escriba se levantó, abrió el rollo y leyó en voz alta:

A:

Tiberio César

Emperador de Roma

en Capreae

De:

Lucio Vitelio,

Legado imperial romano

en Antioquía

Venerada Excelencia:

La presente es para notificar a Su Excelencia que, por la autoridad que me ha sido conferida como legado colonial de la provincia romana de Siria, he destituido a Poncio Pilatos de su cargo como prefecto de Judea, relevándolo de cualquier servicio en las provincias orientales del Imperio. Debido a la gravedad de los cargos y a la contundencia de las pruebas contra Pilatos, así como a la intensidad del sentimiento popular hacia él, he ordenado su regreso a Roma para que sea juzgado ante un tribunal militar de la orden ecuestre y que sea censurado si se considera oportuno, por el senado romano. Para sustituir al anterior prefecto he designado a un oficial de alto rango de la tercera legión, de nombre Marcelo, con una larga hoja de servicios, que creo que Su Excelencia encontrará impecable.

Adjunto el informe correspondiente a un mes de investigaciones llevadas a cabo por nuestra junta militar regional a raíz de una queja presentada ante la legión por el consejo samaritano de Siquem, en que se acusaba a Pilatos de crímenes contra la población civil y algunos de sus líderes. Creo que este informe justificará y apoyará por completo la acción que he emprendido. Ofrezco mis plegarias a los dioses para la continuada salud de Su Excelencia, así como la de la familia imperial. Y me permito enviar mi más afectuoso saludo a mi hijo Aulo, por quien quemaré un puñado de mirra para que pueda continuar complaciendo a Su Excelencia como copero, bailarín y compañero del resto de jóvenes de la isla de Capreae. Sin otro particular, os saluda un siervo devoto y agradecido del Imperio romano,

LUCIO VITELIO, Legado imperial, Antioquía

Informe de la investigación de la Tercera Legión de Antioquía

referente a las acusaciones de:

El Consejo de Siquem, Samaría,

contra el Praefectus Iudaeae Poncio Pilatos

El consejo civil de Siquem ha presentado una queja por escrito contra Poncio Pilatos, prefecto romano de Judea, por ordenar el mes pasado la represión violenta que provocó la muerte de ciento veintisiete civiles samaritanos (hombres, mujeres y niños) durante una peregrinación religiosa de más de cuatro mil personas a la montaña de Garizim, sagrada para los hebreos. La queja denuncia asimismo que el prefecto Pilatos ordenó la detención, tortura y posterior ejecución de algunos de los ciudadanos más prominentes de Samaría, quienes habían sido arrestados con anterioridad en ese lugar de acuerdo con sus instrucciones. Samaría, de gran importancia política, es la región central de la provincia romana de Palestina, que separa la provincia romana de Judea de la Tetrarquía de Galilea gobernada por Herodes Antipas. La ciudad principal, Siquem, se encuentra entre dos importantes emplazamientos religiosos: los montes Ebal y Garizim. Entre judíos y samaritanos existe un odio ancestral. Durante siglos, sólo los samaritanos han mantenido una antigua forma de culto hebreo que se centra en el monte Garizim e incluye la veneración de la paloma y del roble sagrado. Todos los hebreos, incluidos los de Judea, están de acuerdo en que el monte Garizim es un lugar santo e importante en la historia de su fe. Lo denominan
Tabbur Ha'ares,
que significa el centro geográfico absoluto de la tierra, el lugar donde convergen los cuatro lados, o lo que nosotros llamaríamos
Axis Mundi.
Según la leyenda, ciertos vasos sacramentales y otros tesoros del primer templo del rey Salomón, en Judea, fueron rescatados del templo durante su destrucción y enterrados en ese lugar y, cuando los judíos volvieron tras la esclavitud en Egipto, su líder espiritual, Moisés, les ordenó que colocaran ahí las reliquias sagradas del primer tabernáculo que construyeron en plena naturaleza, incluida la famosa Arca de la Alianza e incluso el propio tabernáculo. Las diversas ramas de hebreos coinciden también en creer que su antepasado Jacob abrió el pozo de agua dulce cerca de Siquem, todavía célebre por sus propiedades curativas, y que al llegar a estas tierras construyó en ese punto su primer altar.

Los hebreos de todas opiniones creen asimismo desde hace tiempo que esas reliquias sagradas saldrán a la luz en los albores del milenio posterior a Moisés, que según su calendario está muy cerca. El mes pasado, después de que un profeta samaritano anunciara que los objetos saldrían a la superficie durante el equinoccio de otoño, se congregó una multitud de cuatro mil personas que se dirigieron a la montaña.

Al oír todo esto, Poncio Pilatos mandó llamar a una guarnición de soldados romanos destacados en la cercana Cesárea y les ordenó que se disfrazaran de peregrinos y se encaminaran al lugar santo. Cuando los peregrinos iniciaron el ascenso a la montaña sagrada, los soldados terminaron con muchos de ellos por orden de Pilatos. Otros, sobre todo los ricos y prominentes, fueron llevados más tarde como rehenes a Cesárea, donde los interrogaron acerca del motivo del peregrinaje y los ejecutaron sumariamente, también por orden de Pilatos.

Cuando este tribunal lo interrogó, Pilatos sostuvo que estaba intentando contener disturbios civiles porque le habían informado de antemano que muchos de los peregrinos llevarían armas. Pero, puesto que los samaritanos y otros suelen ir armados para protegerse de los bandoleros que asolan la región, y que muchos de los masacrados en Garizim eran mujeres y niños desarmados, se estimó que esta explicación era insatisfactoria. El prefecto ha permanecido confinado en Antioquía a la espera de futuras actuaciones.

Los interrogadores de este tribunal acordaron, basados en el relato de soldados romanos presentes en los interrogatorios de los samaritanos capturados, que el interés real del prefecto era averiguar si los objetos de la cultura hebrea antes mencionados podían estar enterrados. A la vista de esa posibilidad, ordenamos a una falange auxiliar de la tercera legión que acudiera a la zona para registrar el monte Garizim. Su informe indica que encontraron numerosos puntos de la montaña donde la tierra había sido removida hacía poco. Puesto que los peregrinos no habían iniciado aún su ascenso cuando fueron atacados por los soldados romanos, resulta evidente que ese trabajo ha sido obra de otros, quizá por orden del propio Pilatos. Pero no se encontraron las antiguas reliquias santas.

Roma: primavera del año 37 d.C.

LA VÍBORA

Estoy alimentando una víbora para el pueblo romano, y un Faetón para el mundo entero.

TIBERIO, en conversación con CAY0

Que me odien, a condición de que me teman.

CAYO CALÍGULA

—¡Qué sorpresas tan fascinantes nos brinda la vida, cuando menos lo esperamos! —observó el emperador Cayo, con aparente cordialidad, a su tío Claudio.

Paseaban cogidos del brazo por el Campo de Marte y a lo largo del Tíber hacia el mausoleo de Augusto, donde el templo dedicado a Augusto el dios seguía a medio construir tras la muerte de Tiberio. Cayo se sonrió, como si algo le hiciera gracia. Inspiró profundamente el aroma de la hierba primaveral y continuó:

—Y pensar que hace sólo un mes todavía me consideraban el «pequeño Calígula», o «nacido en una bota», criado por mi padre en el campamento, en medio de soldados —dijo—. Y que a los dieciocho no era más que uno de los bailarines que el abuelo tenía para su regocijo junto con su harén en esa roca espantosa de Capri. Y mírame hoy, a los veinticuatro años, gobierno el vasto Imperio romano. ¿No estaría orgullosa mi madre?

De pronto, su cara se ensombreció llena de ira y soltó con gran ferocidad:

—Si le hubieran dejado vivir el tiempo suficiente para verlo.

Dada la historia de la familia imperial, Claudio apenas se sorprendió por este cambio de humor tan súbito y violento. Dio una palmadita suave a su sobrino en el brazo mientras avanzaban. Al igual que el joven emperador, a quien todo el mundo seguía llamando con cariño Calígula, Claudio se había pasado la vida preguntándose quién iba a ser el siguiente, incluido él mismo, en ser asesinado, y qué otro miembro de la familia se encargaría de ello. Se rumoreaba con insistencia, por ejemplo, que antes de suceder al trono, Tiberio había asesinado a Germánico, el padre de Calígula y hermano de Claudio para impedir que, como hijo adoptivo suyo que contaba con el favor de Augusto, heredara el trono en su lugar. Pero ésa era la última muerte de un miembro de la familia cuyas causas no pasaron de ser rumor, incluidos los dos hermanos de Calígula y su madre Agripina, a quien Tiberio ordenó desterrar, apalear y dejar morir de hambre.

—Algunos sospecharán de mi complicidad, claro —añadió Calígula, refiriéndose a la muerte de su abuelo adoptivo—. Es cierto que yo estaba presente cuando Tiberio se detuvo en la casa de campo de Misenum la noche en que murió de repente. Fue un caso de indigestión, después de tres días de banquete continuo por la carretera. Pero admito que tiene un aire sospechoso, como de veneno, y no hay duda de que tenía motivos como el que más para cargarme al viejo carcamal. Al fin y al cabo, él había mandado asesinar a casi todos aquellos con los que había cenado alguna vez.

—Bueno, pues si ése es el caso y todos creen que lo hiciste —bromeó Claudio con brillo en los ojos—, me gustaría saber qué fantásticas recompensas te dispensarán el senado y los ciudadanos de Roma. ¿Sabías que durante las fiestas inaugurales, las calles se llenaron de gente que gritaban «Tiberio al Tíber»? Como en los buenos tiempos de Sejano: todo lo que sube tiene que bajar.

—¡No digas eso! —gritó Calígula. Retiró el brazo y dirigió a Claudio una mirada desprovista de toda expresión humana. Después, con una sonrisa que dejó helado a Claudio, comentó—: ¿Sabes que me acuesto con mi hermana?

Claudio se quedó sin habla. Se sabía que de pequeño Calígula había padecido ataques en los que caía al suelo con espuma en la boca, un síntoma frecuente en los cesares. Pero ahora, ahí de pie en medio del césped del Campo de Marte, con el aire fresco y el cielo azul de un día aparentemente normal de primavera, Claudio comprendió que no se encontraba frente a una locura corriente. Se dio cuenta de que debía emitir alguna respuesta a la observación de su sobrino y lo hizo sin demora.

—¡Cielo santo! —se rió—. Pues, no; no lo habría imaginado nunca. ¡Menuda sorpresa! Pero, ¿cómo iba a imaginarlo? Me refiero a que has dicho «mi hermana», pero de hecho tienes tres, y todas igual de encantadoras.

—La familia tiene razón en lo que dicen de ti, tío Claudio —afirmó Calígula con frialdad—. Eres un completo idiota. Ahora me arrepiento de haberte nombrado primer cónsul para gobernar conmigo el Estado. Siempre has sido el que mejor me ha caído de la familia pero podía haber elegido a alguien más astuto.

—Bueno, hombre, siempre estás a tiempo de cambiar el nombramiento, aunque yo estoy más que encantado por el honor —se apresuró a comentar Claudio, que no sabía qué hacer. Esperó y rezó a los dioses para que lo guiaran, hasta que su sobrino se decidió por fin a continuar.

Other books

Hitler's Last Witness by Rochus Misch
My Side by Norah McClintock
Flying Fur by Zenina Masters
Savage Girl by Jean Zimmerman
Birdbrain by Johanna Sinisalo
Darkness & Light by Murray, Dean
The Pearl Locket by Kathleen McGurl