El corazón de Tramórea (12 page)

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Authors: Javier Negrete

BOOK: El corazón de Tramórea
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La otra mano del monstruo alzó la maza. Tarimán se preparó para bloquear el golpe, pero en ese momento sintió el contacto de los cañones de la ametralladora en un costado. Maldición, ¿cómo Baldru podía hacer tales contorsiones con aquellos brazos de metal?

Una sombra dorada apareció en el borde de su campo de visión. Ónite.

Lenta, muy lenta
, pensó Tarimán. Pero aquella lentitud era sólo fruto de su percepción. En lugar de atacar directamente con las fauces o las garras, la dragona, suspendida en el aire, se encogió en un remedo de posición fetal y lanzó su larga cola en un latigazo. La punta escamosa se enroscó alrededor de la muñeca armada con la maza y tiró con fuerza.

Tarimán optó por usar su mano libre para apartar de su cuerpo la ametralladora. Justo a tiempo, porque los cañones volvieron a disparar y sintió cómo un proyectil arañaba la coraza.

La cola de Ónite, por su parte, logró desviar el golpe de la maza. Aun así, ésta pasó rozando la sien de Tarimán, que sintió cómo sus pinchos le arrancaban un manojo de pelos rojos y se llevaban algo de cuero cabelludo.

Alguien no acelerado que hubiese contemplado el combate apenas habría podido interpretar las acciones, pues no habían transcurrido ni quince segundos desde que Tarimán saltara del lomo de Ónite tras la primera ráfaga de balas. Pero para él parecía haber pasado una eternidad.

No podía respirar, algo que no era un problema tan grave para alguien cuyo organismo disponía de recursos alternativos que surtían de energía sus células. Pero los dedos de Baldru estaban a punto de aplastarle el esófago y la tráquea, algo que sí podía causarle graves inconvenientes.

Sus sistemas internos le informaron de que sus retinas auxiliares se habían enfriado lo bastante como para lanzar otro láser. Volvió a concentrar su mirada en las órbitas vacías del monstruo. No se le ocurría otro punto débil.

Disparó. Todo su campo de visión se volvió rojo, y notó el calor dentro de su propia cabeza.

Insistió.

Peligro de sobrecarga
, centelleó una alarma interna.
Peligro de sobrecarga
.

Pasaron cinco segundos. Era el límite de funcionamiento de su láser. En tiempo subjetivo, casi medio minuto.

Desconectó. Durante un momento lo vio todo doble. Después su retina doble quedó ciega, y Tarimán volvió a ver sólo con sus ojos normales. Por comparación, la pérdida de nitidez era la que experimentaría un humano buceando en un lago.

Daños en la segunda retina. Se precisa equipo de laboratorio para reparar
.

Tarimán ignoró el mensaje. Aun con ojos de simple mortal, le bastaba para ver que de las órbitas de Baldru habían dejado de salir chispas, y ahora brotaba un chorro de una sustancia viscosa y gris.

Materia encefálica
, pensó. La única parte que sobrevivía del pasado humano de aquel demonio metálico era su cerebro orgánico.

Y él había conseguido destruirlo.

Los dedos de la bestia dejaron de apretar, y su superficie empezó a oscurecerse como un lingote extraído de la fragua. Tarimán volvió a visualizar la matriz de números y salió de la aceleración. Al hacerlo, sus sistemas internos le informaron de múltiples microdesgarros musculares debidos al sobreesfuerzo, pero en este caso los daños no eran graves: no había nada que sus nanos no pudiesen reparar en cuestión de minutos.

Pese a que ya no había ningún cerebro ordenando a los dedos de metal que apretaran, la mano había quedado bloqueada como una tenaza. Tarimán la tocó con el martillo y le aplicó una descarga eléctrica. Los dedos se abrieron, por fin, y Tarimán se alejó del monstruo.

Baldru quedó allí flotando, girando sobre sí mismo en un baile desmadejado de brazos, piernas, alas y cola.

—Condenada criatura —murmuró Tarimán, tocándose el cuello. Si en aquel momento hubiera querido cantar un himno de victoria, sólo habría sido capaz de graznar como un cuervo ronco.

—¿Te encuentras bien, Tarimán? —le preguntó Ónite, suspendida sobre él, o debajo, o tal vez al lado. El dios herrero giró en el aire para corregir su sistema de referencias, hasta que el túnel dejó de ser un pozo sin fondo y la puerta volvió a ser una puerta y no la tapa de una gran alcantarilla.

—Me encontraré mejor enseguida, no te preocupes.

Bravo, mi valiente guerrero
, le dijo
Zemal
.

Era absurdo, le estaba felicitando una creación suya, pero lo cierto es que se sintió tan orgulloso como si lo hubiera hecho la auténtica guerrera Atagaira.

T
ING
, T
ANG
! T
ING
, T
ANG
! T
ING
, T
ANG!.

La barra ya había adquirido forma de hoja. Pronto llegaría el momento de mezclarla con el lingote de hierro y carbono del que sacaría los filos.

Tarimán pensó en la pelea con Baldru. Había sido un combate muy rápido, pero su memoria almacenaba cada detalle como si hubiera sido la batalla decisiva de una larga guerra. Al fin y al cabo, había sido su bautismo de hierro, o de fuego, o de sangre, o como demonios quisieran llamarlo. En su primera pelea había vencido a un engendro creado por Tubilok para ejercer de policía y matón entre los propios dioses.

Tampoco te pongas tantas medallas
, se dijo. Ónite le había ayudado. Y cuando tuvo que librar su segundo combate, no había sido tan valiente.

Pero eso ocurrió después de entrar en el Prates...

T
arimán usó su martillo para disparar un pulso magnético contra el corpachón de Baldru y alejarlo de la puerta. Llevado por la inercia, el demonio metálico flotó en el centro del tubo de Klein durante un rato. Pero poco a poco su giro lo apartó del punto de equilibrio y acabó cayendo hacia la pared cilíndrica, atraído por su flujo de gravedad artificial. Rebotó, volvió a caer y resbaló un par de metros hasta una de las franjas de desplazamiento. Al llegar allí, la franja lo atrapó en su flujo gravitatorio y empezó a llevárselo, alejándolo de ellos cada vez más rápido hasta que se perdió de vista.

—Espero que esté realmente muerto —dijo la dragona—. Era una criatura malvada.

—Todavía quedan cuatro como ella —respondió Tarimán.

Gamdu, Gankru, Molgru y Aridu
, recitó mentalmente. Mas, por el momento, trató de olvidarse de los demonios de metal y concentrarse en otras tareas.

La cerradura de la puerta reclamaba toda su atención. Tenía que abrirla rápidamente si no quería ser descubierto. En teoría, si el campo magnético de
Zemal
funcionaba como debía, Tubilok no podría saber qué estaba pensando ni haciendo Tarimán.

Mi campo magnético funciona perfectamente, le transmitió la espada
.

Lo sé, respondió él. De lo que no se hallaba tan seguro era de que la inducción neuronal en el cerebro de Tubilok fuera eficaz.

En cualquier caso, manipulado por la inducción o no, quizá Tubilok ya se hubiese dado cuenta de que uno de sus esbirros había sido neutralizado. Cabía la posibilidad de que su atención estuviera centrada en algún otro asunto. Pero Tarimán sabía que su antiguo amigo se enteraría en cuanto empezara a trastear con la cerradura del Prates.

—Ahora tienes que irte, Ónite —dijo Tarimán.

Las estrechas pupilas de la dragona se dilataron, un gesto que en ella equivalía a enarcar las cejas de asombro.

—¿Por qué?

—Debo entrar solo ahí dentro. No tengo protección para ti.

—Entonces te esperaré aquí fuera.

—No. En cualquier momento aparecerá Tubilok.

—¿No dijiste que mientras tengas la espada no puede verte ni saber lo que haces?

—En cuanto toque la puerta, saltará una alarma en el Bardaliut. Eso no puedo evitarlo.

—Pues si aparece, pelearé con él —se empeñó la dragona—. Soy muy buena luchadora.

—Lo sé, Ónite. Pero ni siquiera tú eres rival para Tubilok y su lanza. No quiero que te destruya.

—Me arriesgaré.

—No, no lo harás. Es una orden.

La dragona soltó un bufido a cinco voces, pero no podía desobedecer un mandato directo de su creador, y se resignó. Mientras su cuerpo alargado desaparecía por el mismo pasadizo que los había traído hasta allí, Tarimán activó un teclado holográfico que flotó en el aire.

Introducir clave de seguridad
, le solicitaron unas letras flotantes.

—Seguridad —repitió entre dientes Tarimán, más nervioso de lo que quería reconocer.

En realidad, el Prates entero había sido concebido como un sistema de seguridad.

Todo había empezado por un error de los humanos. En su búsqueda del arma definitiva para derrotar a los dioses, habían experimentado acelerando haces de inflatones. El inflatón era la partícula que transmitía la quinta fuerza fundamental de esta Brana, la misma fuerza que se oponía a la gravedad y causaba la expansión del universo.

La intención de los humanos era crear una especie de láser de inflatones. Una vez desarrollado, lo dispararían contra las naves y los hábitats de los dioses. En teoría, la nueva arma crearía una repulsión entre las partículas del objetivo, que se disgregarían en sus componentes subatómicos liberando enormes cantidades de energía en el proceso: un auténtico rayo desintegrador.

Lo que ocurrió fue que, en lugar de crear fuerzas repulsivas, el acelerador de inflatones implosionó sobre sí mismo, y al hacerlo creó un desgarro en el propio tejido del espaciotiempo que acabó destruyendo la vieja Tierra.

Los dioses habían construido el Prates como una especie de esclusa para cerrar esa grieta, y al mismo tiempo mantenerla abierta. Lo primero, el cierre, había sido idea del prudente Tarimán; lo segundo, la apertura, del temerario Tubilok el Pionero, que siempre pretendía ir un paso más allá pese a los peligros que pudieran acechar tras cada nuevo horizonte.

Había muchos sistemas y subsistemas que impedían que aquella interfase entre universos se abriera por accidente. Todos ellos estaban controlados por Tubilok.

O eso creía el rey de los dioses. Porque al ver el teclado holográfico, una luz se encendió en el cerebro de Tarimán. El último paso de su plan.

—Mi querido hermano, vas a descubrir que yo también poseo cierto tipo de omnisciencia —murmuró, permitiéndose una sonrisa de suficiencia.

Cuando los dioses construyeron el Prates, Tubilok desconfiaba de la diosa Pudshala, tercer cerebro creador del Prates y partidaria acérrima de Manígulat. Como aún no tenía los tres ojos de los Tíndalos y su poder era mucho menor de lo que llegaría a ser, el esfuerzo de vigilar a Pudshala le había impedido controlar del mismo modo a Tarimán.

Éste, siempre previsor, había aprovechado para ocultar en los sistemas del Prates sus propias trampillas y puertas traseras. Para activarlas, creó una clave de acceso que le permitiría puentear las instrucciones de Tubilok y Pudshala.

Por supuesto, cuando diseñó el plan para enfrentarse a Tubilok escondió esa clave en sus implantes y borró de su memoria consciente incluso el recuerdo de haber manipulado el sistema de control. Era la única forma de evitar que el rey de los dioses leyera esa información en su mente.

Ahora todos los datos volvían a su memoria. Tarimán introdujo su propia clave, una serie de ciento dieciséis números, y luego tecleó una serie de instrucciones también codificadas.

Se va a proceder a la apertura parcial de la interfase
, indicaron las letras flotantes, y después el teclado entero se desvaneció. No hacían falta más indicaciones de seguridad, puesto que el sistema sólo permitía el acceso a sus creadores, que conocían los riesgos.

O creían conocerlos.

—Suerte —le animó la vocecilla de
Zemal
.

La voy a necesitar
, pensó Tarimán.

La circunferencia exterior de la puerta tenía un reborde de medio palmo cuya superficie se iluminó. A la espalda de Tarimán, casi rozándolo, se formó una cortina de luz primero, y luego un muro de energía negativa. Su efecto repulsor empujó al dios contra la puerta. Durante un instante quedó atrapado entre la barrera que había detrás de él y la concavidad de metal líquido, en un espacio claustrofóbico que empezó a crepitar y oler a ozono.

En el centro de la puerta se abrió un agujero, una especie de iris líquido que creció rápidamente como un remolino. Tarimán se encogió sobre sí mismo, y la fuerza repulsora de la barrera negativa volvió a empujarlo.

Cuando cruzó la primera puerta, ésta se cerró a su espalda, y el dios herrero flotó en una especie de nada grisácea.

Tarimán conocía el diseño de aquella nueva cámara, pero nunca había entrado personalmente en ella. Por una antigua costumbre, la llamaban «de descompresión», como si fueran buceadores internándose en una fosa abisal. Pero allí no se trataba de aclimatarse a un cambio de presión, sino de evitar que las leyes físicas de un universo se mezclaran con las de otros.

La nada se convirtió en un túnel de paredes difusas, que terminaba en otra puerta parecida a la que había cruzado. Tarimán respiró hondo. De momento sólo había entrado en el limbo.

Ahora se trataba de penetrar en el infierno.

T
arimán dejó de martillear el metal. Durante un segundo, el eco del batintín siguió resonando en la fragua.

Como los recuerdos. El interior del Prates no era lugar para una mente nacida y formada en la vieja Tierra. En el mismo momento en que atravesó la segunda puerta, Tarimán había activado el campo de materia exótica que debía preservarlo contra toda radiación o intrusión externa. Pero nada podía proteger su cerebro.

Pensando en ello de la forma más vaga y desapasionada posible, como si se tratara de algo leído en un resumen de historia, recordó o supo que después de la segunda puerta había atravesado varias bifurcaciones, siempre con extremo cuidado. De entre los incontables universos que componen el Onkos, la abrumadora mayoría son incompatibles con lo que humanos y dioses conocen como «vida». Si se equivocaba en el camino, si tomaba una bifurcación incorrecta, podía aparecer en la Brana errónea. Tal vez las partículas de su cuerpo experimentarían una fuerza repulsiva que las haría salir disparadas en direcciones opuestas a la velocidad de la luz, o por el contrario se colapsarían y lo convertirían en una ultradensa canica de neutronio, o los enlaces electrónicos se debilitarían tanto que su cuerpo se convertiría en una nube difusa e insustancial.

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